Román Porras
Biólogo, poeta, residente en Valencia
Biólogo, poeta, residente en Valencia
POEMARIO: Epitelios (Ediciones Ultramarina Cartonera, 2012)
Desde aquí puedo ver el vuelo de las aves y más abajo, la silueta de la ciudad en la que vivo. La distancia me oculta sus rasgos pero aun soy capaz de distinguir el movimiento de los pequeños objetos en las calles.
Los conozco a casi todos. A diario coincido con ellos en la escalera, la parada del autobús, o en mi propia casa, aunque no creo que ninguno me recuerde. Tal vez unos pocos, pero a esos prefiero olvidarlos.
Me gusta observar, incluso lo que no dicen. Cuando observo, sus cuerpos crecen lentamente. Adheridas al fondo de las copas crecen las uñas y los senos, y las silabas amontonadas en la forma de sus labios. Los observo a todos y también el vuelo de las aves.
Desde aquí, lentamente.
Ahora, como nunca o como siempre
las moscas amamantan a sus hijos
con vacas manantiales o nostalgia
de las aves del guano y los depósitos.
Si aún puedo nacer mañana y nazco
fuera de mí, de mi piel y mi carne
para ser el ojo que flota o llueve
en las noches de peces sumideros;
si soy nube como antes o mucosa;
si llego del océano y la náusea
de boca continente o cordillera
vomitaré ciudades y otros sólidos
para ser vegetal, arteria láctea
o fauna intersticial entre la arena.
A veces casa o vientre, a veces rastro.
Del hambre umbilical y de la escarcha
asumí las ingestas y los dígitos.
Por orden. Uno a uno, rigurosos,
oleoductos y ciegos, intestinos;
los siete capitales, cada gesto
oleaginoso y firme, a veces dúctil.
Saciado con el hambre de los campos
he lamido sustancias y papilas,
lánguidos sucedáneos, divertículos
y rectos. Y la boca cuyos labios…
De nube o nimbo o germen que sucede
a veces lluvia o barro, a veces cieno.
Del corpúsculo y dentro, por debajo.
He salido del junco y de la náusea;
del agua y de las heces. A veces frio,
frágil o turbio. Aquí, donde las uñas,
a veces peristáltico, otras lento,
oscuro, glandular o de costumbre
dejo el nombre, la sangre y los sudarios.
De la tierra y del borde que resbala
guardo el sabor erguido de la espuma.
De los dientes del sable y la salmuera
el ojo del insecto y la partícula.
Hoy quiero la sed llena y las acículas;
la resina que duerme bajo el árbol.
Quiero semen de flores en el bosque
erguido en las pezuñas y las ubres.
Y sigo masticando en las turberas
pedazos de dentina con almizcle.
Con leña carbonífera y saliva
expío la memoria de los ciegos.
Luego, regresaré a mi casa muerta,
a regar con orines los derrubios
donde crezco con dientes sin encías.
Todavía soy lumbre en el estómago
y puedo persistir innumerable
repartido en los hijos de las moscas.
puede que sea el día manado antes
por antiguas esponjas de leche y agua
o saliva ancestral de aquellas fuentes
si pudiera salirme de los pájaros
de la ciudad abierta y de los árboles
llenos de muertos fósiles y larvas
o ser la piel nocturna de las aves
si pudiera adentrarme más afuera
de las gotas de vidrio tras la lluvia
o remontar los vasos lodazales
sobre lentas lombrices portadoras
si pudiera quedarme y ser estómago.
receptáculo quieto de barrigas
o boca que mastica los helechos
en casas similares a la suya
si pudiera volver a ser soluto
de su sed disolvente de sustancias
o freza torrencial de los sargazos
si pudiera ser ahora como antes
de los barcos de peces pobladores.
y al final de mí soy un río donde crecen las calles y los juntos y mi cuerpo una ciudad con semáforos y dedos, con axilas y puntos cardinales.
y más lejos, yo por las bajantes, por los rectos y las copas, dando vueltas por las casas donde vivo.
Por las copas que se rompen y derraman los ungüentos. Yo por los tejados, por la lluvia que resbala y las goteras.
y después de mí, donde termino, soy caudal que remonta la memoria y mis ojos un hilo que desciende y descansa la vista por debajo. Por debajo del tiempo y de los cauces, en el metro y las cloacas. En invierno.
y mi cuerpo es el recinto donde yago y más tarde, yo por mis caderas, por mi ombligo y por mi boca. Yo por los cuchillos y las tazas donde bebo y donde afluyo.
y luego soy el río donde acabo, el vástago que me sueña y me diluye, que me crece y perpetúa.
Salvaje como las moscas y las vacas. Como la sed que orino en las aceras
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