Laura Lobov nació en Buenos Aires en 1978. Publicó Balneario, dentro de la colección Arte de Tapas de la Casa de la Poesía (2003) y Las cosas a descansar por Gog y Magog Ediciones (2004), editorial que codirige junto a Julia Sarachu, Miguel Angel Petrecca y Vanina Colagiovanni. También publicó El Zeide, por Color pastel (2006), La casa de la abeja (2007), Pájaros que se posan sobre una antena, por la editorial mexicana El billar de Lucrecia (2009) y El management envilece al mundo, por Clase Turista (2010). Además, sus poemas fueron publicados en Última Poesía Argentina, Buenos Aires, (2008), Poetas argentinas (1961-1980), Buenos Aires, 2008, El decir y el vértigo.Panorama reciente de la poesía hispanomaericana (1965-1979), México, 2005, 18 Poetas-Antología de poesía latinoamericana, Perú, 2006 y Taquigrafia para principiantes, Buenos Aires, 2002.
Pequeños accidentes a la hora de la siesta
Donde había un lago
hay ahora una ciudad enorme,
una pista de hielo
y coches que van y vienen.
Donde no había nada
hay ahora un lago
los peces cultivados ahí
como manzanas o papas y luego
asados en una pequeña cocina
la sartén negra por el fuego, la casa
tan chica y tan grande. Una tarde
la camioneta se fue camino abajo
sola,
moviéndose por su propio impulso
y atropelló a una mujer
en el calor del pueblo.
Ahora, sólo se puede conducir
a velocidad mínima y los niños
ya no corren ni juegan
como si el peligro
de la animación espontánea
fuera un fantasma que puede aparecer
en cualquier rincón de la sierra.
Una chica cumple 15 años
Toman cerveza con los pies en el agua
más allá unas flores naranjas
en un tronco seco
la ladera marrón, el eco
apagado
de la fiesta en el pueblo
la quinceañera
el vestido rosa
cajones rojos de bebida y bolsas
de plástico transparente.
Los pies van y vienen
forman círculos
una línea y la otra se chocan
hace calor, están afuera
pero es como en ese cuento en que un nene
se queda encerrado en un armario
el único día sin lluvia:
esperar años para ver
el paisaje blanco desde la ventana
los pequeños cristales siempre dibujados
en el margen de las hojas
-una cruz, dos diagonales-
ahora cayendo en la mañana
fría,
una luz distinta, casi plateada
que hace entrecerrar los ojos
y salir a la calle.
El agua salpica en la cara
el vals comienza a sonar
y la quinceañera gira y gira
mientras alguien mira la nieve
que cae en Buenos Aires.
era un cuadrado la casa,
blancas las paredes y el pilar
alto de la entrada. se veía todo el cielo.
el cosmos, decían.
cuando en la capital
se ven con suerte
algunas luces. la materia
desordenada y en polvo
se transforma. sin ir más lejos,
en frente, un primer piso
iluminado en la madrugada esconde
pequeños tesoros, un trofeo de karate, una heladera
y restos de algo. habría que ir al campo, salir
a la terraza, escapar
en la sábana oscura que se alza
sobre los otros. él trajo
una revista desplegable, estiró el índice,
apenas con la punta así,
cuando eras chica preguntaste
qué es el cosmos, te muestro, acá
estamos nosotros.
una polilla volaba,
bajo la mesa siempre
yo con ese miedo a todo
lo que viniera del aire. la agarraste
con los dedos,
no hace nada, ¿ves?
no muerde, no respira. para mí
tiene pelos
o un polvillo gris
que cae al matarla. lo que queda
es lo que la hace volar. igual
no quiero ver
la órbita de tus dedos
al tomarla, cortar su vuelo en seco,
como si juntaras con la espada
varias cosas que arrojaste
primero al aire. así
estábamos seguros
mientras los ladrones fueran
seres alados que en silencio
se iban llevando las cosas.
calor y las nubes
que se juntan de a poco, después
sobre las luces de la calle, gotas
caen lentas hasta
hacerse más y más livianas, cerrarse
como una cortina afilada
que todo lo cubre. se sabía,
no iba a seguir así. agosto y un sol
que raja la tierra.
las únicas estrellas que veo
son antenas, algún pararrayos y un avión
que ya se pierde hacia un lado de la ventana.
podés elegir una
y que sea tuya, para vos sola.
hay miles de millones, más, hay una
para cada uno. el dedo
otra vez en el póster desplegable
alejándose de casa.
miedo ante tanto espacio,
tenés que elegir. subir al pilar y con la mano
señalar un punto, el más brillante. ¿ves?
hay olor a eclipse
en el aire.
nadie lo dice pero existe
un elemento que reúne
a todo el resto, así
se cierra la cadena.
no lo enseñan en ningún lado,
está y algunos saben
de su forma.
pero apenas conocés un par de datos:
los moles y ese brillo intenso que llega
desde lo alto. hoy
todo se confunde, esa luz, ella dijo
es dios, se cuela desde allá
y te mira. tenés que creer
y no mentir, todo
él lo ve mientras querés agarrar con tus manos
esos puntos que bailan en la luz.
la lluvia empezó
mientras escribía y ahora
la cortina se repliega
llego a este verso y miro
el foco de mercurio, la calle, una moldura.
pero ni un rastro
de esas gotas que antes
amenazaban inundar los barrios,
regar las plantas y decretar
la apertura simultánea
de las azaleas.
abajo de la línea de la tormenta
la vista se abre y en la pared
una enredadera en otoño
como una llamarada
el centro rojo y las puntas
que se aclaran hasta envolver
con lenguas amarillas el borde
de las ventanas más altas.
fijate, sólo desde acá
lo podemos ver.
pienso cómo entra
no mi casa que es chica, la torre,
el parque, la pileta, tu habitación. todos
en este punto luminoso que su dedo tapa
y la distancia, el trayecto que recorre el dedo
de un planeta al otro.
hace calor y prendemos
estrellitas y bengalas en la calle.
cuando tu mamá era chica
no existía la tele en colores ni tampoco
el pilarcito. y en el piso de enfrente
apagaron la luz, si el mundo
no va a estallar debería
buscar algo que encender, cigarrillos
papeles. fuego. la tierra
está corrida del eje
si todos saltamos a la vez
volvería a su centro. escucho
un despertador en cada casa. ahora
el desayuno, ahora,
caerían las cosas, los vidrios
se astillarían.
y más tarde
caminar por la calle
entre los restos con la idea
del deber cumplido.
ahora que todo estalla
bombas, planetas, naves qué pasaría
si mi casa empieza a arder y
la otra y la otra y la otra y así
se enciende este punto.
en el piso de enfrente
apagaron la luz, si el mundo
no va a estallar debería
buscar algo que encender, cigarrillos
papeles. fuego. la tierra
está corrida del eje
si todos saltamos a la vez
volvería a su centro. escucho
un despertador en cada casa. ahora
el desayuno, ahora,
caerían las cosas, los vidrios
se astillarían.
y más tarde
caminar por la calle
entre los restos con la idea
del deber cumplido.
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