Armida García - Tegucigalpa, Honduras, 1971
Licenciada en Literatura por la Universidad Nacional Autonoma de Honduras (UNAH) Obras publicadas: *La soledad justificada *Papel de Oficio *Tragadores de fuego (Inedito)
Obra inlcuida en las antologias: *Honduras mujer y poesia *La hora siguiente *Osa mayor *Versofonica *La cantoria de los juglares *Mujeres poetas en Honduras Ocupacion: Maestra de Literatura y gestora cultural. Representante de Honduras en eventos artisticos literarios del area centroamericana. Premio nacional de poesia en el año 1994 En 1997 Reconocimiento de la Alcaldia Municipal del Distrito Central por su aporte a la literatura de Honduras
Todos los objetos de mi casa
hicieron la maleta
y se marcharon.
Los llamé a señas,
los llamé a gritos
con palabras descalzas.
Los vi alejarse,
en procesión,
llenando de murmullos la cuadra.
El suelo se rompió
yo me hundí en el agua.
Hago un nudo ciego
y vomito hacia dentro mis palabras;
convulsivas se desgarran la garganta,
se azotan contra mis costillas,
braman.
Les tapo la boca
y me muerden los dedos.
Intento estrangularlas
pero, suicidas, escapan
chorreando entre mis piernas.
Pero
la soledad no se marchó
fue sólo
que ya no pude
volver a tocarla
Este caldo
de tuercas con zapatos,
de brazos con amortiguadores;
de hombres que lanzan fuego
por los ojos
y cuervos con las alas
soldadas a la tierra.
Para creer en algo
en este cielo con goteras
hay que coser las hojas
a los hombros de las ceibas.
Tierra sin puntos cardinales
de casas con muletas
que se baten en los acantilados,
de cactus que florecen
en la boca de los perros
y amantes que dan en adopción
los platos.
Aquí
el cielo es angosto,
tanto,
que los cuervos tapan el sol
con los dedos.
El miedo cruzó las piernas
y se arrancó de una en una
las pestañas.
Los manteles,
tanto tiempo
con las alas recogidas
y colgados de las patas,
descendieron a la mesa
y la escoba
taciturna, despeinada
regresó a espiar a las arañas.
El miedo
con el dedo en el bolsillo
se durmió pensando
que el sol es un cangrejo
con las patas muy, muy largas.
Miro desde el féretro
a las ventanas encogidas en su marco;
al ropero,
con las tripas afuera
pasearse enajenado,
a las sillas
que han ido a echarse en las esquinas,
a la mariposa que se arrancó las alas
y se lanzó al vacío.
Todos están aquí,
Impenetrables.
Optaron por el silencio
Igual que yo.
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