Gertrud Kolmar
Gertrud Käthe Chodziesner (Berlín, 10 de diciembre de 1894 – Auschwitz, marzo de 1943), conocida por el seudónimo literario de Gertrud Kolmar, fue una poeta alemana, considerada como una de las más importantes de la época contemporánea.
Kolmar, prima del filósofo Walter Benjamin, fue detenida y deportada como judía al campo de concentración de Auschwitz, donde murió como víctima del Holocausto.
Gertrud Kolmar es una poeta "extrañamente desconocida", porque la calidad de sus poemas es muy alta y porque apenas se ha hablado de ella desde que muriera en el holocausto alemán a manos de esos salvajes que despreciaban la vida.
Cetonia aurata
Es un mísero ser, es una cosa de las cosas,
la esquirla, del anillo de sello de Dios, quitada por la broza.
Lo llamáis estrella de junio, que da a días azules su fulgor,
yo lo llamo animal mágico, engendrado en un espíritu de flor,
que no nos vende curandero ni herborista,
al que sólo conoce y transmuta la suprema alquimia;
pues esto de lo que se nutre, luz y sangre de la rosa,
es, lo que para él en oro verde y pardo se transforma.
Jardín en el verano
Absolutamente nada era distinto; no volaba un pájaro, ni mariposa alguna.
Tan sólo una hoja amarillenta se estremecía hacia el estanque recubierto,
/ yo la vi.
Ven.
Ah, esta hierba exhalando rocío, ¡cuán tiernamente refresca los afiebrados
/ dedos de mis pies!
Agáchate un poco:
Avellanas, que el gran pico picapinos saqueador ha de haber esparcido
/ hasta aquí.
Pero aún no están maduras.
No, ni soy golosa ni tengo hambre.
Más tarde nos internaremos bajo los frutales y buscaremos en el césped
/ hermosas manzanas de rojo flamígero
o sacudiremos las redondas ciruelas jugosas verde-doradas. Sí, ¿quieres?
¿Recuerdas: todos los pavones, tantos, que revoloteaban y libaban de los
/ frutos caídos, descompuestos?
Y también una antíope aleteaba, sombrío terciopelo orlado de oro, perlado
/ de azul…
¡Oh, la rosa! Tiene aroma… Ayer no más quería seguir siendo pimpollo;
ahora la noche la abre, para que florezca, la tímida, ruborosa, y parece
/ feliz…
Amado, en el sueño de las abejas y abejorros debe abrasarse un vaso
/ semejante, alabastrino, suspendido e intacto.
¿Me preguntas si las abejas y abejorros sueñan?
Seguro que sueñan, cuando dormitan en ese gladiolo blanco como la nata,
/ infantilmente, con dulce y espumosa leche de abejas.
Pero los abejorros lapidarios son los más bellos, zumbando en negras y
/ cálidas pieles de zorro…
¿Por qué me miras de pronto extrañamente y sonríes?
¿Fui para ti, resplandeciendo pálida en medianoches, cáliz embriagador?
¿Leche para ti, para ti vino, málaga pardo dorado, aguardiente de cerezas
/ color de rubí?
Calla. Pongo la mano y su aliento sobre tus labios…
Viento matutino. Tallos estremeciéndose suaves. Humedad.
Y una rana diminuta, acurrucada e inmóvil, modelada en verde bronce.
Y una libélula, azul acero con alas vítreas, sisea al pasar. Siento frío…
Sauces como mujeres bañándose inclinan las frentes, rubios cabellos
/ pálidos deslizándose al estanque.
Di, ¿trae un cuerno de caracol algo bueno a quien lo levanta?
Si dudas, lo daré a las aguas.
Cómo se encrespa, se abolsa… sedosa… y, sin embargo, destella frío.
Aquí, en el único lugarcito abierto, soleado del juncal, querido, sentémonos
/ un poco
y miremos hacia las ventanas, nuestras ventanas, que cerca arrastrándose
/ la clemátide blanca y la hiedra, más insensible.
¡Cómo me gusta este pequeño palacio, rodeado de sombra y abismado
/ del mundo!
También el arabesco del muro, también el dorado ennegrecido, los
/ angelotes desmoronándose, las fatigadas guirnaldas,
también el musgo, que pende de los rajados jarrones griegos.
También junto al portal el imponente tilo y su paloma torcaz, que vuelve
/ a zurear con oscureciente arrullo.
Y la reja forjada con arte…
¿Ahora te vas… te sigo ya? Guíame; tengo frío… temo…
Hasta los nenúfares, el gualdo resplandor, quisiera nadar.
Mira, el flojel de tu pecho prolifera como las algas, y yo sé: el genio
/ acuático eres tú.
Y yo sé: tesoros innúmeros, plata marina, oro sedimentario, acumulas
/ en profundas cámaras ocultas, debajo del agua, de la tierra.
¿Tomarás ahora mi mano, te sumergirás conmigo hasta el fondo, hasta
/ la puerta que vigila un siluro pesado y bigotudo?
¿No he de ver ya jamás a mi hermana, a mi hermano, ni a mi anciano
/ padre, al que amo?
Oye, tiemblo…
Si yo concibiera: mi niño tendría membranas natatorias entre los dedos
/ de las manos y los pies, tendría, extrañamente, valvas y
/ lentejas de agua en siempre empapados cabellos.
¡Vuelve a la costa… burlón!
¿Susurras bromeando, que yo tendría que darte a luz gemelos, Cástor y
/ Pólux, porque me engalana el nombre de su madre regia?
¿Es que creemos que en el cisne algo divino puede acercarse a mujer
/ terrenal? ¿La deliciosa fábula?…
Enmudezco… mentí…
Mis manos acariciantes rebajan plumaje, palpan más suave vello, y alas
/ blancas, temblorosamente extendidas, baten por sobre mí…
DE LA OSCURIDAD
De la oscuridad vengo yo, una mujer.
Llevo un niño, ya no sé de quién;
en otro tiempo lo supe.
Pero no hay más hombre para mí...
Todos se han hundido a mi paso, como un riachuelo
que la tierra bebió.
Avanzo más y más lejos.
Porque quiero alcanzar las montañas antes de que se haga de día,
y ya se apagan las estrellas.
De la oscuridad vengo yo.
Marchaba sola por oscuras callejas
cuando de pronto se abalanzó una luz, despedazando con sus garras
la blanda negrura,
el leopardo a la cierva,
y una puerta abierta del todo escupió una espantosa algarabía,
un griterío salvaje, un aullido animal.
Unos borrachos se revolcaron...
Todo esto lo sacudí del borde de mis ropas por el camino.
Y atravesé el mercado desierto.
Las hojas nadaban en los charcos, que reflejaban la luna.
Perros flacos, ansiosos, olisqueaban desperdicios sobre las piedras.
Pisoteadas, se podrían las frutas,
y un viejo cubierto de harapos seguía torturando su pobre
instrumento de cuerda.
Cantaba en voz baja un desafinado lamento,
sin ser oído.
Y aquellas frutas que en otro tiempo maduraron al sol, con el rocío,
aún soñaban con el perfume y la dicha de la amorosa flor,
pero el mendigo quejumbroso
hacía tiempo que lo había olvidado y no conocía ya
más que el hambre y la sed.
Ante el palacio del poderoso me detuve en silencio,
y cuando pisé el escalón más bajo,
el porfirio rojo carne estalló, partiéndose bajo mi suela.
Me volví
y miré hacia arriba, hacia la ventana vacía, la tardía vela del pensador,
que meditaba, meditaba, y jamás se libró de su pregunta,
y hacia la lamparilla velada del enfermo que, por supuesto, no estudió
la forma en la que habría de morir.
Bajo los arcos del puente
dos esqueletos horribles se pegaban por el oro.
Yo alcé mi pobreza como un escudo gris ante mi rostro
y seguí mi camino sin ser molestada.
A lo lejos el río habla con sus orillas.
Ahora tropiezo al subir por el sendero de piedra, recalcitrante.
Los guijarros, los matorrales de espinas hieren las manos
que tantean a ciegas:
espera una gruta,
que en la más profunda hendidura alberga al cuervo verde metálico,
el que no tiene nombre.
Entraré ahí,
me acurrucaré bajo la sombra de sus grandes alas y descansaré.
Amodorrada escucharé cómo crece la muda voz de mi hijo
y dormiré, con la frente inclinada hacia el este,
hasta la salida del sol.
SERVIR
… pues quiero preparar platos variados, una modesta comida
que te alegre,
cuando cansado, y aún así con una sonrisa, regreses
a mis aposentos en penumbra.
¿Por qué me censuráis?
¿Por qué os burláis de mí?
¿Porque mi mundo es chato, con pocos pasos que dar
en un cuadrado, entre muros estrechos,
repleto de cosas baladíes, sin gloria, de insignificantes quehaceres,
colmado con el entrechochar de las escudillas, el borboteo
de los pucheros, los desagradables vahos de las grasas
que transpiran, de la leche que rebosa?
¿Porque alzo panzudos botes de harina, abro cajitas
de especias, rallo la nuez moscada,
peso hierbas, exprimo el zumo de los limones en copa
de cristal, bato las yemas amarillo dorado en el cuenco azul ..?
Si,
¿Acaso sabéis lo que el molinillo turco de cobre vio
en Sarajevo,
y en Eger, Bohemia, mi jarra, resplandeciente, roja
y con manchas blancas como la amanita muscaria
del bosque?
¿Sabéis
que para mí grandes barcos que sueltan un humo negro
surcan los mares, que se arrastran con
cargamentos de todas las costas,
que cuando las semillas pálidas corren entre mis dedos, me
miran los plácidos rostros de los hombres de Rangún
o canta el semblante más oscuro del negro que cosecha
en los campos de arroz de Carolina del Sur?
¿Que del cofrecillo de madera del té surge, invisible, una india
con alhajas de plata, entre el ondear y tremolar de sus vestidos
de color ocre y terracota?
Con el picor de la cebolla me llega el eco de las potentes voces
de los campesinos búlgaros.
Y yo pregunto a las gotas que manan espesas si no las provocó
el olivo de mi lejana patria perdida
¡Aha, soleada pradera, con la que desborda mi estrecha
y medrosa cocina,
con el cinturón de viboreras, de aquileas, de cebadilla,
de escabiosas,
con las vacas a manchas que pacen tranquilas, las
rítmicas sacudidas de sus rabos como borlas,
Ah!, cenefa castaño dorada que entretejen el rojo de la
amapola y el azul de la flor del trigo,
que exhala la calma del mediodía y el cálido aroma
del futuro pan!
Cuando eché unas migas en la mantequilla caliente, rizada,
la sartén ennegrecida aún transmitió el golpear
de mil martillos en las venas de la tierra,
en el crepitar aún silbó furibundo el hierro martirizado,
al que, arrebatado a la madre, violentado en los hornos
se le obligó a tomar forma.
Cuando mi cuchara, tallada por mano experta, probó
la sopa humeante,
sobre el humilde tejado creció de nuevo una rama de tilo,
en flor, rodeado por coros de abejas.
Viene mi amigo y come.
Mira, todas las criaturas estaban a mi servicio, para que yo
sirviese al único.
El amor, hoy como ayer, puso la mesa.
Rosa de luto
Étoile de Hollande
Lleva en tercïopelo precioso la doliente,
en el púrpura, un negro velo de crespón,
en la oreja, la vieja plateada luna en hoz,
que de granadas sangra, sombría y ardiente.
Busca en talladas cajas, frágiles, agrietadas,
y saca una imagen pequeña, marchita,
y al caer la tarde el gris portal su paso transita;
va embozada y medrosa y sola, cual condenada.
Mas cüando camina en ya oscura languidez,
como aroma tan sólo se escurre cada vez,
como sombra, tras ella, el recuerdo de una dicha;
de su silencio crece el susurro de una voz,
mas antes que en las ramas la atrape algún oidor,
ha desaparecido la boca en que nacía.
(Traducción: Héctor A. Piccoli)
Der Rosenkäfer
Es ist ein elend Sein, es ist ein Ding der Dinge,
Der Splitter, abgefeilt von Gottes Siegelringe.
Ihr nennt es Junistern, der blauen Tagen gleißt,
Ich nenn es Zaubertier, gezeugt im Blumengeist,
Den uns kein Kräutermann noch Wunderarzt verhandelt,
Den höchste Alchimie allein erkennt und wandelt;
Denn dies, der Rose Licht und Blut, davon es zehrt,
Ist, was sich ihm zu grün und braunem Golde kehrt.
Garten im Sommer
Gar nichts anderes wars; kein Vogel, kein Falter flog.
Nur ein gilbendes Blatt zitterte in den umsponnenen Weiher, ich sah es.
Komm.
Ach, dies tauig hauchende Gras, wie es zärtlich meine fiebrigen Zehen kühlt!
Bück dich ein wenig:
Haselnüsse, die wohl der große plündernde Buntspecht hierher verstreut hat.
Aber noch sind sie nicht reif.
Nein, ich bin nicht genäschig noch hungrig.
Später werden wir unter die Obstbäume gehn und auf dem Rasen schöne
/ rotflammige Äpfel suchen
Oder die runden, saftigen goldgrünen Pflaumen schütteln. Ja, willst du?
Weißt du noch : all die Pfauenaugen, so viele, die an den abgefallnen,
/ verrotteten Früchten sogen und taumelten?
Und auch ein Trauermantel wehte, finsterer Sammet, gülden umsäumt, blau
/ beperlt…
O die Rose! Sie duftet… Gestern noch wollte sie Knospe bleiben;
Nun schloß Nacht sie auf, daß sie blühe, die scheue, errötende, und sie
/ scheint glücklich…
Du Geliebter, im Traum der Hummeln und Bienen muß solch unberührt
/ schwebender alabasterner Becher glühn.
Du fragst mich, ob Bienen und Hummeln träumen?
Sicher träumen sie, wenn sie in jener rahmweißen Schwertel schlummern,
/ kindlich von süßer, schaumiger Bienenmilch.
Aber Steinhummeln sind die schönsten, summend in warmen schwarz und
/ fuchsigen Pelzen…
Was blickst du auf einmal seltsam mich an und lächelst?
War ich bleich schimmernd in Mitternächten dir berauschender Kelch?
Dir Milch, dir Wein, goldbrauner Malaga, rubinenes Kirschenwasser?
Schweig. Ich lege die atmende Hand auf deine Lippen…
Morgenwind. Leise schauernde Halme. Feuchte.
Und ein winziger reglos hockender Frosch, der aus grüner Bronze geformt ist.
Und eine Seejungfer, stahlblau mit gläsernen Flügeln, sirrt dahin. Mich fröstelt…
Weiden wie badende Fraun neigen die Stirnen, fahlblond rieselndes Haar
/ dem Teich.
Sprich, bedeutet ein Schneckenhorn Gutes dem, der es aufhebt?
Wenn du zweifelst, schenk ichs der Flut.
Wie sie sich kräuselt, sich bauscht… seiden… und blinkt doch Kälte.
Hier auf dem einzig offnen, besonnten Fleckchen im Röhricht, Lieber, laß noch
/ ein wenig uns sitzen
Und hinüberschaun nach den Fenstern, unseren Fenstern, die Waldrebe
/ und dumpferer Efeu umkriechen.
Wie mir dies kleine umschattete, weltversunkene Schloß gefällt!
Auch das Mauergeschnörkel, auch die geschwärzte Vergoldung, die
/ bröckelnden Putten, die müden Blumengewinde,
Auch das Moos, das an den zersprungenen griechischen Vasen hängt.
Auch am Tor die mächtige Linde und ihre Ringeltaube, die wieder mit
/ dunkelndem Rucksen ruft.
Und das kunstvoll geschmiedete Gitter…
Gehst du jetzt… soll ich schon folgen? Führ mich; ich friere… ich fürchte…
Bis zu den Mummeln, dem gelben Leuchten, möchte ich schwimmen.
Sieh, der Flausch deiner Brust wuchert algenhaft, und ich weiß: der
/ Wassermann bist du.
Und ich weiß: unzählige Schätze, Seesilber, Schlämmgold, häufst du tief in
/ verborgenen Kammern unter dem Wasser, der Erde.
Wirst du jetzt meine Hände nehmen, mit mir zum Grunde tauchen, zur Pforte,
/ die ein schwerer, schnauzbärtiger Wels bewacht?
Soll ich nie Schwester noch Bruder mehr sehn, nicht den alten Vater mehr,
/ den ich liebe?
Du, ich bebe…
Wenn ich empfinge : mein Kind trüge Schwimmhäute zwischen Fingern und
/ Zehn, trüge Muscheln und Wasserlinsen seltsam in immer triefenden Haaren.
Kehr ans Ufer… Spötter!
Flüsterst du scherzend, ich müßte dir Zwillingsknaben, Kastor und Polydeukes,
/ gebären, weil ihrer königlichen Mutter Name mich schmückt?
Glauben denn wir, daß im Schwan ein Göttliches irdischem Weibe zu nahn
/ vermag? Die liebliche Fabel? –
Ich verstumme… ich log…
Meine kosenden Hände ducken Gefieder, tasten weicheren Flaum, und weiße,
/ zitternd gebreitete Fittiche schlagen über mich hin…
Rose in Trauer
Étoile de Hollande
Die Trauernde. Auf wundervollem Samt,
Dem Purpur, trägt sie schwarzen Schleierflor,
Den silbern alten Sichelmond im Ohr,
Der von Granaten blutig düster flammt.
Sie sucht in Schnitzwerkkästen, mürb, zerschrammt,
Und zieht ein kleines welkes Bild hervor
Und schreitet abends durch das graue Tor,
Verhüllt und scheu und einsam, wie verdammt.
Doch wenn sie geht in dunkelndem Ermatten,
Dann gleitet immer, nur als Duft, als Schatten,
Ihr das Erinnern einer Freude nach,
Dann wächst ein Flüsterwort aus ihrem Schweigen,
Doch eh es Lauscher pflückten von den Zweigen,
Ist schon der Mund verschollen, der es sprach.
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