lunes, 5 de noviembre de 2012

GEORG HEYM [8.262]


Georg Heym

Georg Heym (Hirschberg, 30 de octubre de 1887 - Berlín, 16 de enero de 1912) fue un escritor expresionista alemán.

Nació en Hirschberg, en la Baja Silesia (actual Jelenia Góra). A lo largo de su corta vida estuvo constantemente en conflicto con las convenciones sociales. Sus padres, miembros de la clase media guillermina, tenían problemas para comprender el comportamiento rebelde de su hijo. La propia actitud de Heym hacia sus padres fue paradójica: por una parte tenía un profundo afecto hacia ellos, pero, por otra, una fuerte resistencia a cualquier intento de suprimir su individualidad y autonomía.

En 1900 se trasladó a Berlín, y comenzó, sin éxito, a asistir a una serie de diferentes escuelas. Finalmente, llegó al Friedrich-Wilhelms-Gymnasium de Neuruppin, en Brandemburgo. Estaba muy insatisfecho, y como una forma de lograr alguna liberación comenzó a escribir poesía. Después de su graduación se fue a estudiar derecho a Würzburg, comenzando a escribir también obras de teatro. Sin embargo, los editores ignoraron su trabajo.

En 1910 conoció al poeta y escritor Simon Guttmann, quien invitó a Heym a unirse al recién fundado Der Neue Club, círculo literario fundado por Kurt Hiller y Erwin Loewenson que se reunía en el Neopathetisches Cabaret, donde también acudían Else Lasker-Schüler, Gottfried Benn y Karl Kraus. Aunque el club no tenía un objetivo declarado real, todos sus miembros compartían un sentimiento de rebelión contra la cultura contemporánea y poseían un deseo de agitación política y estética. Allí la poesía de Heym atrajo inmediatamente elogios. En enero de 1911, Ernst Rowohlt publicó el primer libro de Heym y el único que aparecería en vida: Tag der ewige.

Heym pasó por varios puestos de trabajo de tipo judicial, ninguno de los cuales ocupó durante mucho tiempo debido a su falta de respeto a la autoridad. El 16 de enero de 1912, Heym y su amigo Ernst Balcke se fueron a patinar sobre el helado Havel, donde murieron ahogados; unos días más tarde encontraron sus cuerpos.

Obras

Poesía

Der Gott der Stadt (1910)
Der ewige Tag (1911)
Umbra vitae (1912)
Marathon (1914)

Prosa

Der Dieb. Ein Novellenbuch (1913)

Drama

Der Athener Ausfahrt (1907)

Otros

Versuch einer neuen Religion (1909)



Ah, tus largas pestañas

Ah, tus largas pestañas,
el agua oscura de tus ojos.
Déjame hundirme en ellos,
descender hasta el fondo.

Como baja el minero a la profundidad
y oscila una lámpara muy tenue
sobre la puerta de la mina,
en la umbría pared,

así voy yo bajando
para olvidar sobre tu seno
cuanto arriba retumba,
día, tormento, resplandor.

Crece unido en los campos,
donde el viento reside, con embriaguez de mieses,
el alto espino delicado
Contra el celeste azul.

Dame tu mano,
y deja que creciendo nos unamos,
presa de todo viento,
vuelo de aves solitarias.

que en verano escuchemos
el órgano apagado de las tempestades,
que nos bañemos en la luz de otoño
sobre la orilla de los días azules.

Alguna vez iremos a asomarnos
al borde de un oscuro pozo,
miraremos el fondo del silencio
y buscaremos nuestro amor.

O bien saldremos de la sombra
de los bosques de oro
para entrar, grandes, en algún crepúsculo
que roce tu frente con suavidad.

Divina tristeza,
ala de eterno amor,
alza tu cántaro
y bebe de este sueño.

Una vez alcancemos el final
adonde el mar de manchas amarillas
calladamente invade la bahía
de setiembre,

reposaremos en la casa
donde las flores escasean,
en tanto entre las rocas
tiembla un viento al cantar.

Pero del blanco álamo
que hacia el azul se eleva
cae una hoja ennegrecida
a descansar sobre tu nuca.

Versión de Ernst Edmund Keil
"Tres poetas expresionistas alemanes" Ediciones Hiperión 1998


Después de la batalla

En los sembrados yacen apretados cadáveres,
en el verde lindero, sobre flores, sus lechos.
Armas perdidas, ruedas sin varillas
y armazones de acero vueltos del revés.

Muchos charcos humean con vapores de sangre
que cubren de negro y rojo el pardo campo de batalla.
Y se hincha blanquecino el vientre de caballos
muertos, sus patas extendidas en el amanecer.

En el viento frío aún se congela el llanto
de los moribundos, y por la puerta este
una luz pálida aparece, un verde resplandor,
la cinta diluida de una aurora fugaz.

Versión de Jenaro Talens
"Tres poetas expresionistas alemanes" Ediciones Hiperión 1998


Duermevela

La tiniebla cruje como un vestido,
los árboles vacilan en el horizonte.

Refúgiate en el corazón de la noche,
excava dentro de la oscuridad un escondrijo
como la abeja en el panal. Hazte pequeño,
baja de tu yacija.

Algo desea atravesar los puentes,
piafa curvando las pezuñas,
descarriadas, empalidecen las estrellas .

Como una anciana la luna se mueve
de un lado para otro
con el lomo encorvado.

Versión de Jenaro Talens



Ofelia

I

Ratas de agua anidan en su pelo,
y anillos en sus manos, que como aletas son
sobre las olas; nada en la sombría
selva grande que en el agua reposa.

El sol postrero que va errante y a oscuras
se hunde profundamente en su cabeza.
¿Por qué murió? ¿Por qué tan sola nada
sobre el agua que enreda los helechos?

El viento acecha en los espesos juncos
como mano que espanta los murciélagos.
Húmedos por el agua, con sus alas sombrías
en el oscuro río se alzan como humo,

como nocturnas aves. Largas anguilas blanquecinas
sobre el pecho resbalan. Una luciérnaga aparece
en su frente. Sus hojas llora un sauce
sobre ella y su pena silenciosa.


II

Granos. Sembrados. Y el rojo sudor en la mitad del día.
Los amarillos vientos de los campos duermen silenciosos.
Ofelia quiere dormir, un pájaro, se acerca.
Le abrigan, blancas, las alas de los cisnes.

Los párpados azules sombrean dulcemente
y entre el aire que brilla en las guadañas
sueña en el carmesí de algún abrazo
sueño eterno en su eterna sepultura.

Pasa, vuelve a pasar. Donde la orilla sueña
con el bullicio de la ciudad, y el río blanco
rompe diques y el eco largamente
retumba. Donde se oye, río abajo,

el son de llenas calles. Repique de campanas.
El silbido de un tren. Lucha. Cae al oeste
sobre cristales empañados una sorda luz crepuscular
en que con brazos gigantescos una grúa amenaza,

tirano poderoso, la frente ennegrecida,
Moloc al que rodean sus siervos de rodillas.
Carga de puentes que atraviesan con pesadez el río
tal si lo encadenaran, dura condenación.

Nada invisible que acompañan las olas.
Pero allí donde cruza ahuyenta multitudes,
con grandes alas, un pesar profundo
que ambas orillas ensombrece a lo ancho.

Pasa, vuelve a pasar. Cuando se entrega tarde a la tiniebla
el alto día oeste del verano,
donde en el verde oscuro de los prados reposa
el cansancio sutil de la tarde lejana.

Lejos la arrastra el río, mientras se hunde
en luctuosos puertos invernales.
Tiempo abajo. Por entre eternidades
cuyo horizonte humea como fuego.

Versión de Ernst Edmund Keil
"Tres poetas expresionistas alemanes" Ediciones Hiperión 1998


Última vigilia

Qué oscuras son tus sienes,
tus manos, qué pesadas.
¿Tan lejos ya de mí
que no me escuchas?

Bajo las llamaradas de la luz
estás tan triste y tan envejecida.
Tus labios cruelmente
crispados en eterna rigidez.

Mañana será ya todo silencio,
y quizá esté en el aire
todavía el crujir de las coronas,
y un olor a podrido. 

Pero las noches cada año
se vacían aún más.
Aquí, donde yacía tu cabeza
y ligera fue siempre tu respiración.

Versión de Ernst Edmund Keil
"Tres poetas expresionistas alemanes" Ediciones Hiperión 1998



Umbra Vitae

Adelante se inclinan los hombres por las calles,
contemplando los signos de los cielos,
en donde los cometas, con narices de fuego,
amenazantes se deslizan en torno de las torres.

Los astrólogos llenan los tejados
y clavan en el cielo largos tubos,
y hay hechiceros: brotan de desvanes
retorcidos, a oscuras, conjurando los astros.

Los suicidas andan en grandes hordas
buscando entre la noche su existencia perdida,
encorvados sobre los puntos cardinales,
barriendo el polvo con escobas como brazos pobres.

Polvo que apenas dura,
perdiendo en el camino sus cabellos,
brincan, aprisa mueren
y yacen en el campo con la cabeza rota,

pataleando, a veces, todavía. Y las bestias del campo
alrededor transitan ciegamente y les clavan
los cuernos en el vientre. Se enfrían sepultados
bajo salvias y espinos.

Pero los mares se detienen. Los barcos,
suspendidos en olas, con aflicción se pudren,
dispersos, y no hay corriente móvil
y los patios celestes están todos cerrados.

Los árboles no cambian estaciones,
eternamente muertos en su fin
y abren sus largas manos, sus dedos de madera
por caminos ruinosos.

Quien va a morir se sienta para levantarse
y acaba de decir sus últimas palabras.
Se desvanece de pronto. ¿En dónde está su vida?
Sus ojos se quiebran como el cristal.

Muchos son sombras. Escondidas y turbias.
Sueños que rozan sobre puertas mudas.
Quien despierta agobiado por otras madrugadas
debe quitar la pesadez del sueño de sus párpados grises.

Versión de Ernst Edmund Keil
"Tres poetas expresionistas alemanes" Ediciones Hiperión 1998



El suburbio (septiembre, 1910)

En su arrabal, en el fango de las callejas,
Donde la gran luna se abre paso entre humos,
Y cuelga hundiéndose en el cielo bajo,
Como una inmensa calavera, blanca y muerta.

Allí, en la calurosa noche de verano ante
el negro inframundo de sus guaridas, se sientan
en sus harapos, que desechos por el polvo
muestran sus cuerpos hinchados.

Aquí una boca, hendida, que sin dientes se abre.
Aquí los muñones negros de dos brazos que se alzan.
Ronco balbucea un loco canciones vacías,
Donde se acurruca un viejo, y le blanquea la lepra del cráneo.

Juegan niños, con sus pequeños miembros precozmente
quebrados. Como pulgas, dan grandes saltos
con sus muletas y llenos de entusiasmo cojean
Tras el pfennig de un extraño.

Desde un sótano llega un olor a pescado,
Con malicia, los mendigos miran fijos las espinas.
Alimentan a un ciego con asaduras,
Y él, sobre la tela negra de su camisa, las vomita.

Con viejas mujeres sacian su lujuria los ancianos
Allí abajo, sombrío en la tenue luz de las lámparas.
Desde carcomidas cunas resuena interminable el grito
De flacas criaturas tras el pecho marchito.

Sobre una cama grande y negra, un ciego hace girar
Un organillo tocando la Carmagnole,
Que baila un tullido con las plantas vendadas.
Una castañuela en su mano castañetea sonora.

Gente vetusta se tambalea desde profundos agujeros,
Con linternas atadas a la frente.
Igual que mineros, los viejos vagabundos.
Sus manos, secas y huesudas agarran un bastón.

Se acerca la mañana. Campanillas sonoras gimen
Tocando a maitines por los condenados a través de la noche.
Se abre un portón. En su oscuridad resplandecen
Cabezas de eunucos, arrugadas y cansadas.

Ante escalones inclinados oscila la bandera del tabernero,
Una calavera con dos huesos en cruz.
Se ve a los durmientes descansar, y a su alrededor
quebrantados los arcanos del infierno.

En el portón del muro, con la vanidad de un lisiado
Y chaqueta de seda roja, se pavonea un enano,
Mira hacia arriba a la verde campana del cielo,
Donde en silencio los meteoritos a lo lejos pasan.

Traducción: Montserrat Armas


Die Vorstadt 

In ihrem Viertel, in dem Gassenkot 
Wo sich der große Mond durch Dünste drängt, 
Und sinkend an dem niedern Himmel hängt 
Ein ungeheurer Schädel weiß und tot,

Da sitzen sie die warme Sommernacht 
Vor ihrer Höhlen schwarzer Unterwelt, 
Im Lumpenzeuge das vor Staub zerfällt 
Und aufgeblähte Leiber sehen macht.

Hier klafft ein Maul, das zahnlos auf sich reißt. 
Hier hebt sich zweier Arme schwarzer Stumpf. 
Ein Irrer lallt die hohlen Lieder dumpf, 
Wo hockt ein Greis, des Schädel Aussatz weiß.

Es spielen Kinder, denen früh man brach 
Die Gliederchen. Sie springen an den Krücken 
Wie Flöhe weit und humpeln voll Entzücken 
Um einen Pfennig einem Fremden nach.

Aus einem Keller kommt ein Fischgeruch, 
Wo Bettler starren auf die Gräten böse. 
Sie füttern einen Blinden mit Gekröse. 
Er speit es auf das schwarze Hemdentuch.

Bei alten Weibern löschen ihre lust 
Die Greise unten, trüb im Lampenschimmer, 
Aus morschen Wiegen schallt das Schreien immer 
Der magren Kinder nach der welken Brust.

Ein Blinder dreht auf schwarzem, großem Bette 
Den Leierkasten zu der Carmagnole, 
Die tanzt ein Lahmer mit verbundener Sohle. 
Hell klappert in der Hand die Kastagnette.

Uraltes Volk schwankt aus den tiefen Löchern, 
An ihre Stirn Laternen vorgebunden. 
Bergmännern gleich, die alten Vagabunden 
Um einen Stock die Hände, dürr und knöchern.

Auf Morgen geht's Die hellen Glöckchen wimmern 
Zur Arme Sündermette durch die Nacht. 
Ein Tor geht auf. In seinem Dunkeln schimmern 
Eunuchenköpfe, faltig und verwacht.

Vor steilen Stufen schwankt des Wirtes Fahne, 
Ein Totenkopf mit zwei gekreuzten Knochen. 
Man sieht die Schläfer ruhn, wo sie gebrochen 
Um sich herum die höllischen Arkane.

Am Mauertor, in Krüppeleitelkeit 
Bläht sich ein Zwerg in rotem Seidenrocke 
Er schaut hinauf zur grünen Himmelsglocke, 
Wo lautlos ziehn die Meteore weit. 



El árbol 

Junto a la acequia, en la pradera
Se halla un roble, viejo y desgarrado,
Hueco por el rayo, y partido a mordiscos por la tempestad.
Ortigas y espinos lo envuelven en una pared negra.

Hacia el anochecer se cierne una tormenta.
En el calor sofocante, él se eleva, azul, inmóvil.
Atado por coronas de rayos vacíos,
Que mudos resplandecen en el cielo.

Baja revolotea a su alrededor una bandada de golondrinas.
Y los murciélagos con su vuelo rápido,
En torno a la rama desnuda, que de lo más alto crecía
quemada por el rayo, como el brazo de una horca.

¿En qué piensas, árbol, en las horas de tormenta
A orillas de la noche? ¿En el parloteo de los segadores,
En su reposo del mediodía, cuando se comparte el botijo
Y las guadañas en la hierba alrededor descansan?

¿O piensas cómo en otro tiempo
ahorcaron a un hombre en tu copa,
cómo, con la soga al cuello, retorcía sus piernas,
y la lengua, azulada, colgaba ancha de su boca?

Cómo colgó allí durante años, y soportó el invierno,
En el viento helado bailaba como de broma,
Y como un badajo, que el óxido corroía,
golpeaba en el cielo de estaño.

Traducción: Montserrat Armas




Der Baum

                    Am Wassergraben, im Wiesenland

Steht ein Eichbaum, alt und zerrissen,
Vom Blitze hohl, und vom Sturm zerrissen.
Nesseln und Dorn umstehn ihn in schwarzer Wand.
Ein Wetter zieht sich gen Abend zusammen.
In die Schwüle ragt er hinauf, blau, vom Wind nicht gerührt.
Von der leeren Blitze Gekränz umschnürt,
Die lautlos über den Himmel flammen.
Ihn umflattert der Schwalben niedriger Schwarm.
Und die Fledermäuse huschenden Flugs,
Um den kahlen Ast, der zuhöchst entwuchs
Blitzverbrannt seinem Haupt, eines Galgens Arm.
Woran denkst du, Baum, in der Wetterstunde
Am Rande der Nacht? An der Schnitter Gered,
In der Mittagsrast, wenn der Krug umgeht,
Und die Sensen im Grase ruhn in der Runde?
Oder denkst du daran, wie in alter Zeit
Einen Mann sie in deine Krone gehenkt,
Wie, den Strick um den Hals, er die Beine verrenkt,
Und die Zunge blau hing aus dem Maule breit?
Wie er da Jahre hing, und den Winter trug,
In dem eisigen Winde tanzte zum Spaß,
Und wie ein Glockenklöppel, den Rost zerfraß,
An den zinnernen Himmel schlug.


Robespierre 

Gruñe para sí. Sus ojos miran fijos
La paja del carro. Su boca masca una flema blanca,
Que absorbe y traga por los carrillos.
Desnudo cuelga su pie por fuera entre dos cabríos.

Cada sacudida del carro lo lanza hacia arriba.
Como cascabeles suenan las cadenas de sus brazos.
Se oye resonar las alegres risas de los niños,
A quienes sus madres alzaban sobre la multitud.

Le hacen cosquillas en la pierna, él no lo nota.
Entonces se detiene el carro. Alza la vista y
Mira, negro, el patíbulo al final de la calle.

La frente gris ceniza, cubierta de sudor.
La boca se tuerce horrible en su rostro.
Se espera el grito. Pero nada se oye.

Traducción: Montserrat Armas


Robespierre

Er meckert vor sich hin. Die Augen starren
Ins Wagenstroh. Der Mund kaut weißen Schleim.
Er zieht ihn schluckend durch die Backen ein.
Sein Fuß hängt nackt heraus durch zwei der Sparren.
Bei jedem Wagenstoß fliegt er nach oben.
Der Arme Ketten rasseln dann wie Schellen.
Man hört der Kinder frohes Lachen gellen,
Die ihre Mütter aus der Menge hoben.

Man kitzelt ihn am Bein, er merkt es nicht.
Da hält der Wagen. Er sieht auf und schaut
Am Straßenende schwarz das Hochgericht.

Die aschengraue Stirn wird schweißbetaut.
Der Mund verzerrt sich furchtbar im Gesicht.
Man harrt des Schreis. Doch hört man keinen Laut.


Abril 

El primer verdor de los sembrados, húmedos de lluvia,
Se extiende lejos en la fuga de colinas bajas.
Dos grandes cornejas revolotean sobresaltadas
Por el zarzal oscuro en el barranco verde.

Igual que una nubecilla sobre el mar sereno,
Así reposan las montañas tras el azul,
Cae sobre ellas una lluvia tenue,
Como un velo de plata, fino y de un trémulo gris.

Traducción: Montserrat Armas



April

Das erste Grün der Saat, von Regen feucht, 
Zieht weit sich hin an niedrer Hügel Flucht. 
Zwei große Krähen flattern aufgescheucht 
Zu braunem Dorngebüsch in grüner Schlucht.

Wie auf der stillen See ein Wölkchen steht, 
So ruhn die Berge hinten in dem Blau, 
Auf die ein feiner Regen niedergeht, 
Wie Silberschleier, dünn und zitternd grau.



Los indolentes (Última versión, mayo, 1910)

Dedicado a Ernst Balcke

Una vieja barca, que en el puerto en calma
Al atardecer amarrada se mece.
Los amantes, que tras los besos duermen.
Una piedra, que profunda se halla en el pozo verde.

El descanso de la Pitia, como el reposo
De los grandes dioses tras un largo banquete.
El cirio blanco, que al muerto empalidece.
Las cabezas leoninas de las nubes en torno a un valle.

La sonrisa de un tonto convertida en piedra.
Jarrones polvorientos donde pervive la fragancia.
Violines rotos en el desorden de los suelos.
Antes del ímpetu de la tormenta, el aire inmóvil.

Una vela, que en el horizonte brilla.
La fragancia de los brezos, que a las abejas guía.
El dorado del otoño, que corona hojas y tallos.
El poeta, que percibe la maldad del necio.

Traducción: Montserrat Armas



Die Ruhigen

Ernst Balcke gewidmet

Ein altes Boot, das in dem stillen Hafen
Am Nachmittag an seiner Kette wiegt.
Die Liebenden, die nach den Küssen schlafen.
Ein Stein, der tief im grünen Brunnen liegt.
Der Pythia Ruhen, das dem Schlummer gleicht
Der hohen Götter nach dem langen Mahl.
Die weiße Kerze, die den Toten bleicht.
Der Wolken Löwenhäupter um ein Tal.

Das Stein gewordene Lächeln eines Blöden.
Verstaubte Krüge, drin noch wohnt der Duft.
Zerbrochne Geigen in dem Kram der Böden.
Vor dem Gewittersturm die träge Luft.

Ein Segel, das vom Horizonte glänzt.
Der Duft der Heiden, der die Bienen führt.
Des Herbstes Gold, das Laub und Stamm bekränzt.
Der Dichter, der des Toren Bosheit spürt.

Bist du nun tot? Da hebt die Brust sich noch,
Es war ein Schatten, der darüber fegt,
Der in der ungewissen Dämmrung kroch
Vom Vorhang, der im Nachtwind Falten schlägt.

Wie ist dein Kehlkopf blau, draus ächzend fuhr
Dein leises Stöhnen von der Hände Druck.
Das ist der Würgemale tiefe Spur,
Du nimmst ins Grab sie nun als letzten Schmuck.
Die weißen Brüste schimmern hoch empor,
Indes dein stummes Haupt nach hinten sank,
Das aus dem Haar den Silberkamm verlor.
Bist du das, die ich einst so heiß umschlang?

Bin ich denn der, der einst bei dir geruht
Vor Liebe toll und bittrer Leidenschaft,
Der in dich sank wie in ein Meer von Glut
Und deine Brüste trank wie Traubensaft?

Bin ich denn der, der so voll Zorn gebrannt
Wie einer Höllenfackel Göttlichkeit,
Und deine Kehle wie im Rausch umspannt,
In Hasses ungeheurer Freudigkeit?

Ist das nicht alles nur ein wüster Traum?
Ich bin so ruhig und so fern der Gier.
Die fernen Glocken zittern in dem Raum,
Es ist so still wie in den Kirchen hier.

Wie ist das alles fremd und sonderbar?
Wo bist du nun? Was gibst du Antwort nicht?
- Ihr nackter Leib ist kalt und eisesklar
Im blassen Schein vom blauen Ampellicht. -

Was ließ sie alles auch so stumm geschehn.
Sie wird mir furchtbar, wenn so stumm sie liegt.
O wäre nur ein Tropfen Bluts zu sehn.
Was ist das, hat sie ihren Kopf gewiegt?

Ich will hier fort. - Er stürzt aus dem Gemach.
Der Nachtwind, der im Haar der Toten zischt,
Löst leis es auf. Es weht dem Winde nach,
Gleich schwarzer Flamme, die im Sturm verlischt.






Tres sonetos «jacobinos» de Georg Heym


Vallejo & Co. presenta esta serie de textos que forma parte del ensayo que completará la primera publicación en español de los Diarios de Georg Heym*, de próxima publicación.


Por José Aníbal Campos

Crédito de la foto La cabeza decapitada
de Robespierre/el autor


Tres sonetos «jacobinos» de Georg Heym[1]

El 17 de junio de 1910, Georg Heym parece morirse de puro aburrimiento e inicia un nuevo diario. Se ha prometido varias veces no comenzar ninguno, pero ese día vuelve a hacerlo: «[…] sin motivo, como hago la mayoría de las cosas» (TB, pág. 135)

Parece estar atravesando una etapa feliz de su vida, sin grandes sobresaltos, pero también eso le causa desdicha al inconforme jovencito (al que hoy, leyendo unos diarios de los que poco se ha ocupado la exégesis heymeniana, le atribuiríamos, por lo menos, un grave trastorno bipolar):

«Mi desdicha en este momento reside más bien en la absoluta ausencia de acontecimientos vitales. ¿Por qué no se hace de una vez algo insólito, aunque sea cortarle los hilos al vendedor de globos? Me encantaría verlo rabiar y lanzar improperios. ¿Por qué no matar al Káiser o al Zar? Se les deja que sigan haciendo daño tranquilamente. ¿Por qué no se hace una revolución? La avidez de una hazaña es el contenido de esta fase por la que estoy pasando» (TB, pág. 135).



Tres momentos de los Diarios de Heym en los que el propio poeta ofrece una imagen gráfica de sus oscilantes y neuróticos estados de ánimo (violento movimiento pendular; caída de un objeto que se rompe; abismo momentáneo que se abre en una línea recta). 
Tres momentos de los Diarios de Heym en los que el propio poeta ofrece una imagen gráfica de sus oscilantes y neuróticos estados de ánimo (violento movimiento pendular; caída de un objeto que se rompe; abismo momentáneo que se abre en una línea recta).


Es en ese contexto donde surgen los poemas que, en el título, he denominado «sonetos jacobinos». Se trata, en total, de cuatro sonetos que Heym escribió casi de un tirón en junio de 1910 y que bien pueden considerarse un excedente de la intensa confrontación del joven poeta, a lo largo del año 1909, con el tema de la Revolución Francesa, cuando, fuertemente impresionado por la lectura de La muerte de Dantón, de su nuevo ídolo Georg Büchner, pretendía escribir un drama en verso sobre ese acontecimiento histórico. Una carta de ese periodo, dirigida a Erwin Loewenson, era firmada por Heym con una auto-estilización reveladora: «Georg Heym, con y, alias Robespierre sobre el carro de Tespis») (TB, pág. 203).

Esta firma de inocente apariencia jocosa contiene varias claves para la interpretación de este primer poema de la serie, y aun para la serie en su totalidad. Resulta, ante todo, ilustrativa del cambio de paradigma que se produce en muy poco tiempo entre un Heym aspirante a dramaturgo serio y otro, el poeta intuitivo, para el que la poesía le resulta «infinitamente fácil, si sólo se tiene la óptica» necesaria (carta a John Wolfsohn, 2 de septiembre de 1910).

Si bien en el boceto de la pieza dramática a Heym le interesaba sobre todo la recreación poética del acontecimiento histórico, en los poemas «jacobinos» renuncia a toda intención heroico-historicista para centrarse, por una parte, en las amargas horas finales de tres de sus individuos protagonistas (Louis Capet, Dantón y Robespierre) y, por la otra, enfocar el objetivo de su aparato «óptico-poético» en escenas que denotan una clara influencia del naturalismo y su fascinación por la medicina y que, al mismo tiempo, contienen ya muchos elementos del lenguaje del cine mudo.

Lo primero que llama la atención es la reducción de la figura histórica, del aguerrido (y temido) revolucionario, casi a ciertas partes de su cuerpo, las cuales parecen tener vida propia y actuar de forma independiente unas de otras.



Robespierre, con vendaje, siendo trasladado al patíbulo. Pintura por Alfred Mouillard.


Tiene lugar no solo una «fisiologización» del actor histórico, sino su «animalización» (el reo emite balidos como una cabra; meckert vor sich hin, dice el original); quien otrora había destacado por su encendida oratoria ha enmudecido, al final el grito que todos aguardan parece congelarse en una mueca deforme, como una evocación del cuadro de Munch (pintado apenas dos décadas antes); el hombre parece despojado de toda su férrea voluntad de antaño, de toda su sensibilidad (cada sacudida del carro lo lanza hacia lo alto, no reacciona a las cosquillas que le hacen en la pierna); su ajusticiamiento cobra todas las trazas de carnavalesco jolgorio popular ante la degradación pública de una especie de bufón (las cadenas tintinean como cascabeles, los niños alzados por sus madres, para que puedan ver, se mofan de la figura transportada en un carromato para ganado); la mencionada alusión epistolar al carro de Tespis nos hace pensar también en una suerte de autorretrato de quien a menudo habla en los diarios de «su máscara» y pasa con alarmante rapidez de la melancolía más profunda, con rasgos casi patológicos, a una fanfarronería eufórica no menos perturbadora y obsesiva.

Aparte de los aspectos estilísticos de una técnica literaria que empieza a descubrir el potencial expresivo de la yuxtaposición –a veces inconexa– de imágenes (el Nebeneinander al que alude el propio Heym en sus diarios), estamos aquí ante algunos aspectos ideológicamente problemáticos que abordaremos en el capítulo dedicado al acentuado proto-fascismo en la obra y la vida de Georg Heym (un autor cuya obra, dicho sea de paso, no fue pasto de llamas en las hogueras de 1933, a diferencia de lo ocurrido con los libros de muchos autores de su generación).

Pero veamos el poema y, a continuación, consideremos algunas de las decisiones que he tomado al traducirlo:



Robespierre

Emite unos balidos. Los ojos, fijos
en la paja del carro. Masca unas blancas
flemas que absorbe y traga por los carrillos.
El pie desnudo le cuelga entre dos trancas.

Se sacude el carro. A lo alto lo lanza.
Las cadenas en sus brazos: sonajero.
Unos críos chillan sus risas en chanza;
los alzan sus madres entre el hervidero.

Las cosquillas en la pierna, ni las nota.
El carro para. Y él ve al alzar los ojos,
negro, un cadalso donde la calle acaba.

La frente, ceniza, de sudor rociada.
Una mueca horrible el rostro le deforma.
Se espera un grito. Mas no se escucha nada.

(6ta. versión, abril de 2017)



Er meckert vor sich hin. Die Augen starren
ins Wagenstroh. Der Mund kaut weißen Schleim.
Er zieht ihn schluckend durch die Backen ein.
Sein Fuß hängt nackt heraus durch zwei der Sparren.

Bei jedem Wagenstoß fliegt er nach oben.
Der Arme Ketten rasseln dann wie Schellen.
Man hört der Kinder frohes Lachen gellen,
Die ihre Mütter aus der Menge hoben.

Man kitzelt ihn am Bein, er merkt es nicht.
Da hält der Wagen. Er sieht auf und schaut
Am Straßenende schwarz das Hochgericht.

Die aschengraue Stirn wird schweißbetaut.
Der Mund verzerrt sich furchtbar im Gesicht.
Man harrt des Schreis. Doch hört man keinen Laut.


Sobre esta traducción

Una de las tendencias (a mi juicio funestas) que han caracterizado las escasísimas traducciones al español de poemas de los integrantes del llamado «expresionismo temprano» ha sido la de intentar reproducir los moldes formales a los que se ajustaron mayoritariamente esos poetas, jóvenes atiborrados ya de los contenidos nuevos que les proporcionaba la sociedad y el sentir modernos, pero cautivos aún en los corsés estilísticos del post-romanticismo y el simbolismo.

El intento por adaptar la violencia argumental del expresionismo a los moldes del soneto en español ha arrojado, en muchos casos, resultados algo ridículos: como si un Góngora (o peor aún: un García Lorca) «andalucificara» sus visiones de las industrializadas Berlín o Viena en las dos primeras décadas del siglo XX.

Esto no quiere decir que la estrategia de traducción opuesta (abordar los poemas con énfasis en los contenidos, olvidando casi del todo la forma) haya proporcionado siempre resultados sustancialmente mejores. Precisamente el caso concreto de Georg Heym –una figura estilizada como «visionaria» o como «mártir» casi desde el momento mismo de su muerte (una muerte ciertamente lamentable, pero causada por un acto de total imprudencia adolescente[2], y, más tarde, en la década de 1950, reciclada muy interesadamente por los estudios de Filología Germánica como material aprovechable de un poeta que no estaba contaminado, gracias a su muerte prematura, ni con el militarismo prusiano de la Primera Guerra Mundial ni con el nazismo de la Segunda– ha sido blanco del entusiasmo de toda suerte de letra-heridos y de aficionados, en su tiempo libre, a la cultura germánica.



Cuaderno de trabajo del traductor José Aníbal Campos, con el aviso de la policía berlinesa del día 16 de enero de 1912 (día de la muerte de Heym) y la noticia de la recuperación de su cadáver, tres días después, el 19 de enero.


La versión del poema «Robespierre» que ofrezco a continuación no pretende (ni podría pretender) ser una versión definitiva (calificativo que aborrezco y que, a mi juicio, equivale a una sentencia de muerte cuando se habla, en general, de gran literatura y, en particular, de un género tan específicamente difícil como el de la poesía del Frühexpressionismus, al que también podríamos llamar «expresionismo naturalista».

Dos cosas tenía bastante claras cuando inicié la labor hace ya años: no quería arriesgarme a banalizar los poemas, intentando a toda costa respetar los moldes formales estrictos del soneto; sin embargo, tampoco deseaba renunciar del todo a esa mezcla de musicalidad consonante y asonante que con suma frecuencia se materializa sonoramente en los originales de estos poemas (como fragmentos de música dodecafónica).

Es por ello que, dentro del molde de catorce versos dodecasílabos, he estado ensayando aquí un procedimiento aleatorio en el que recurro tanto a rimas asonantes como consonantes, buscando a veces compensar la imperfección de la rima con aliteraciones cruzadas (como la que se establece anagramáticamente entre lanza y alzan en el segundo cuarteto, o como la que se crea en el último verso del primer terceto (cadalso-calle-acaba).




Taller del traductor

He probado a incrementar, asimismo, el número de frases partidas en oraciones autónomas dentro de un mismo verso, con lo cual espero reforzar la ilusión óptica (tan cara a Heym) de breves encuadres, lo que tan bien corresponde a la técnica quasi cinematográfica de muchos poemas del periodo. He probado a usar también algunos elementos sintácticos coloquiales (Las cosquillas en la pierna, ni las nota) o palabras poéticamente feas (trancas, sonajero) a fin de reforzar el aspecto cómico-grotesco tan importante en los poemas de este ciclo.

La versión que presento aquí viene siendo la sexta realizada hasta el momento. Otras variables de traducción serán objeto de análisis en un ensayo más extenso sobre el tema, pero dirigido más bien a traductores profesionales.

Solo cabe esperar que estas breves muestras de la poesía expresionista estimulen una revisión profunda de las visiones distorsionadas (y distorsionadoras), miméticas y, a veces, suspirante-aficionadas con las que se ha tratado hasta ahora este periodo literario en el mundo de habla española. Georg Heym tiene una gran importancia en la historia de la literatura universal (no sólo en las letras germánicas), pero su enorme significación no reside precisamente (o al menos no únicamente) en lo que unos púberes estudios literarios han destacado de su obra, en ocasiones con el fin de satisfacer ciertos intereses extraliterarios concretos; en otras, por mero remedo acrítico, casi plagiario, de lo que se lee al vuelo en antologías o ensayos alemanes, y en muchas ocasiones, por la facilidad y la impudicia con la que la ignorancia más flagrante sabe colarse (y a veces incluso afianzarse) en los mecanismos de divulgación de la cultura en nuestro ámbito.



Escrito en el café Zartl,
Viena, abril de 2017.



[1] El único elemento histórico real al que alude Heym en el poema es la herida de bala en la cara de Robespierre, debida al intento de suicidio del revolucionario poco antes de ser ejecutado en la guillotina: Der Mund kaut weissen Schleim / Er zieht ihn schluckend durch die Backen ein. En traducción más o menos literal: «La boca mastica una flema blanca que traga absorbiendo por los carrillos». Todo el poema sitúa al condenado solo en un carro, pero las ilustraciones de la época muestran que a Robespierre no se le ofreció ningún trato especial ese día, y fue trasladado al patíbulo con otros reos. En esos documentos gráficos, se le muestra con la cara vendada.

[2] Heym murió ahogado entre los hielos del río Havel, mientras patinaba con su amigo Ernst Balcke cerca de la isla de Schwanenwerder, el 16 de enero de 1912. Ese mismo día, la edición matutina del Berliner Tageblatt daba a conocer un aviso de la Jefatura de la Policía de Berlín en la que se prohibía a los eventuales patinadores que se apartaran de las zonas demarcadas por la policía fluvial de la capital. Según los testimonios de unos obreros forestales que presenciaron de lejos la tragedia, los accidentados se encontraban fuera de esas zonas destinadas a la práctica del patinaje.



http://www.vallejoandcompany.com/tres-sonetos-jacobinos-de-georg-heym/

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