sábado, 18 de abril de 2015

GUSTAVO ALATORRE [15.655] Poeta de México


Gustavo Alatorre

Gustavo Alatorre (Ciudad de México, 1979). Poeta, ensayista y estudiante de la Maestría en Letras (UNAM). Tiene publicado el libro de poesía Guardar el infierno (Fridaura, 2009) y el libro de ensayo literario El Derrumbe Amoroso. Apuntes sobre la poética de El turno del aullante de Max Rojas (Fridaura, 2013). Su trabajo ha sido publicado tanto en antologías y revistas nacionales e internacionales. Su obra ha merecido reconocimientos y premios literarios tales como el premio universitario de poesía Décima Muerte convocado por la UNAM en sus emisiones 2007 y 2011; así como Los Juegos Florales Universitarios convocados por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí en 2008, por mencionar algunos. Poeta solitario y sin grupo, ha optado por la labor silenciosa que representa para él la vida entregada a la poesía.




Del poemario: Guardar el Infierno 
(Fridaura, 2009)


Uno se pudre, amada,
Uno puede cortarse los muñones
Mientras se apesta
Angelicalmente,
Llagarse de locura uno se puede.

Escupir sobre la frente de las flores y las moscas
Esta gracia – ¡esta sencilla gracia, señores! –.

Podrir o derrumbarse...
Uno se puede, amada,
Sobre la silla, el escritorio, la gramática;
Entre los labios de otra dama – incluso –,
Uno se va apestando mansamente.

Entonces tu sol y el ángel,
Este barro y la caída
Se tornan como oro lechoso, agrio,
Donde alguien secreta,
Sencillamente,
Con la mano dorada de su exilio
Dicta mi desgracia.

agosto 20, 2004



*



Un dolor escribo
Pero no lo escuchas,
Un dolor insomne, cansado,
Largamente triste por la lluvia,
Largamente triste
Por la lluvia.

Un dolor lagarto, sin párpado,
Hambriento de nostalgia y de ceniza,
Sediento de nostalgia
Y de ceniza.

Como un camino de amapolas abre el cielo,
Como un camino de amapolas
                                         Cierra el cielo;

Afuera un ángel llueve,
Afuera un ángel ladra,
Afuera un ángel muerde y ladra
Mi silenciosa lluvia,
Mi personal infierno.

Un dolor escribo, pero no lo escuchas,
                                                       Amada,
Un dolor pesado,
             L a r g a m e n t e
                                     Pesado;

Como un camino de amapolas abre el cielo,
Como un camino de amapolas
      
                                  Cierra el cielo.            
agosto 1, 2003




*




Descansar cadáver hasta que el fuego te alcance,
Este fuego tan líquido y verde que me has dejado,
Esta manía de no tener nada, de no saber nada
Y desearlo todo
Ese conocimiento de puerta abierta,
Este sabor de animal dolorido, metálico y furioso.

Llévate tus uñas, compañera,
Ya mi lirio es una flor sedienta y ponzoñosa.
Ya mi letra es la carroña
                                    Y este odio
El cristal con que te muerdo,
El metal donde he oxidado mi cariño,
Donde reviento a una distancia de amapola
                                           Y te contemplo
Perra joven, frondosa lluvia,
Luz tan ciega que me condujo
Al suave fango.

Descansar cadáver hasta que el fuego te hiera.
Yo no sé, mi animal sin duelo,
                                        Mi neblina breve...
Desconozco todo tipo de perdón.
                                                               
julio 17, 2003





Del poemario: Nueve nocturnos para que duerma Lesbia (inédito)


Y bajaré borracho al jardín de tus ojos,
como un escapista de la muerte nocturno.
Seremos los besos que se comieron el viento,
la flor de ese campo solar que es tu risa cuando saludas sencilla
como una mariposa en el sepulcro del aire.

Para ti
esta ciudad desgastada entre los tulipanes blancos,
el corazón de la tarde como una cantina oscura,
la llovizna de plata de tu rostro de cielo.

Tu reino es el de los ángeles que llegan dorados a la noche,
con el carisma de la cerveza y la prontitud de las vías.
Veloz eres para el que vuela en el sueño
de los aburrimientos, ligera y ardiendo quizá
cuando la lluvia nos pega a las esquinas
y es la luz de una lámpara el corazón del milagro.

No te dejo ahora ni  neblinas ni tristezas, ni racimos de tigres
ni sepultadas flores, que si he de querer amarte,
han de quemarme hoy mismo las estrellas.



*



Ella hizo de la habitación de cuarta un antro
luminoso y ensortijado.
Fieros ángeles doraron las ventanas y por ellas
sopló el viento una ventisca de azahares,
un armonioso polvo
                        de calaveras y flores;
un germinado brillo polar que hizo rubíes de nuestras bocas
y amatistas de nuestras piernas.
Las amapolas de la cama
lucieron oro con los geranios
y su cabello oscuro.

Cantó para alegrar mi alma y emborracharme.
Cantó  una armonía que puso en juego
las constelaciones, los espejos y el universo repetido.

Ahora que se marcha
en la corrida fría de noviembre,
qué pobre se me vuelve  el mundo.
Qué días tan poco claros se estrellarán oscuros  en los barrancos;
qué insostenibles se volverán, de pronto, las estrellas;
qué sol, tan poco lleno de brillo,
alumbrará mañana. 



*



(Tango, brevísimo...) 
Cómo quitarla de mis ojos si ella conoce al viento.
Si ella misma es el lamento del bandoneón callado en el arrabal.
Cómo seducirla con este labio mortal, con esta lengua
que le versara el reino de su belleza pagana,
la soledad tirana de su cadera peregrina.

Habrá señora en su risa para el mundo,
en ese dote de bien portada en lo amoroso,
el delicado gozo, la instantánea malicia,
la caricia que la derrumba en el aire y la devuelve ciega.

A qué santo leproso bendecirle esa figura terrena,
esos muslos como la puerta de un cielo,
el huracán poseso de sus labios quemados,
la urna donde se guarda la risa como una lluvia
                                        que no entristece,
como una tarde que se amuralla
con el derrumbe de las rosas.  



*



Todos los jueves llueve sobre  la cama de Lesbia,
y es su boca una boca dicen
que revienta al ángel que la doma
como un escorpión tardío de precipicio y nube.

Y es su corazón un corazón dicen,
que desata la brama de las flores, la lluvia
de las plazuelas abiertas, el  vuelo
de los acantilados.

Es su piel como una tarde que nace
de otra tarde como algo blanco,
como un insomnio que se le pudre en los ojos
de los veranos, como una niña
amanecida y muda.

Bajaremos a tientas de la noche,
nos tocaremos el alba de los huesos
como si fuera una ola,
nos bañaremos tranquilos en el abismo,
nos dormiremos juntos
y soñaremos la muerte.



*



Hice de ella una locura enorme.
Con ella me perdí, con ella
tres días blancos en el zumbido
quemé las alas.

Mirábamos la noche como se mira la noche,
con los ojos del pagano
y el tequila quemando el centro viejo de Garibaldi.

Entre la plaza mayor me vistió de ángel,
como el mendigo de su belleza
me hice rico con el oro de su beso que la forja
como  a una pintura sorda de algún recinto parisino.

Con el sotavento de su pierna en mi corazón,
la calle nos hacía fantasmas, nos detenía
como a unos párvulos obscenos en el ciclón de cada puerta.
                                                               La palabra

de la lluvia o de las putas nos hacía de coro,
nos soñaba como el relámpago al oído,
como el perfume de la espina o la tormenta.

Ya era viejo el mundo en el incendio de los primeros días.
y era nuevo su rostro,
la callejuela de soles
donde apagué la belleza. 





(Para decir a oscuras…)

Yo te recuerdo desnuda porque las flores hermosas
siempre han sido así. Y las enfermas y las calizas,
las que parecen de piedra como el corazón de un niño
y las que duermen junto a los ebrios, y las que arden de día
por perfumar la noche, y las que sueñan sin tener ojos
y las que muerden por las espinas y las que son al fin mortales.
Yo te recuerdo desnuda junto a esta cama,
como esas flores que penden entre el asombro
y el precipicio.






Poemas de Bufón para Doncella


I

LA HIJA DEL INCENDIO

Acompañada del brazo universal de Dios,
Esta mujer es su propia sepultura.


*


Amaba con sus piernas en lo alto,
Y gemía como una sola cuerda, la silenciosa,
 La sin palabra.

Brillaba como la muerte su sonrisa,
La nazarena cruz de los labios en su belleza muda.

Como un huracán constelado la vestía el viento,
La erizaba como a ciertas estatuas fenicias
Con el embrujo de las tardes, de los días
De calavera y relámpago.

Cantaba la callada, quemaba
Con esos ojos robados al invierno
Y esas noches de oscuridad florida.

Era suya la violencia de las rosas, el aire
Donde ardía su perfume, su corazón
De estrella huérfana, el decantado violín,
El pétalo veloz de sus piernas,
La música corriendo en los oídos de la muerte

 De la callada,
La silenciosa.





MADAME PURGATORIO

Bien pudo escoger el cielo o
 El infierno
De mujer íntima y regocijante,
Pero madame caricia
Sabe lo vicioso que es el ángel
En un tugurio como este.

Pintados los brazos pintados los espejos
Donde se arreglan estas niñas,
Un Catulo bien podría ser

Un pésimo cliente;
Con esos versos
Que no llenan los bolsillos de los reyes,
Ni los yambos de una sonrisa fértil o la lluvia
Que enternece y que no alcanza.

Pero de algo ríen estas niñas,
Pero con algo sueñan,
Más allá de la tristeza.

Bueno le viene al hambre acostarse con hermosas.
Bueno le es sentir el dientecillo fiero,
La flor brillando sobre la espalda como un estigma,
Como un velamen.

Entrar o salir
Del suyo remolino macabro y quedarse
Con la mirada puesta en el viento,
En ese aire de su voz que trastorna como Calipso
Divino e infernal.

Pasarán los años como ríos por esta hembra,
Quedará su ángel maldito en la ebriedad de la calle intacto
Como el péndulo de una locura inmóvil
Que sacudió mi cama.

Soñará que hubo una vez un hombre
Que le llovió en sus labios,
Que hacía y destejía tormentas como un Baudelaire sediento.
Recordará sus pasaos de gota caída,
Su caricia de urna quemada en el cabello de la tarde
 Crepuscular
Como le fue la belleza en el invierno,
Como le fue la risa

 Oscura,
Vecina de la muerte.



*


Cómo quitarla de mis ojos si ella conoce al viento.
Si ella misma es el lamento del bandoneón callado en el arrabal.
Cómo seducirla con este labio mortal, con esta lengua
Que le versara el reino de su belleza pagana,
La soledad tirana de su cadera peregrina.

Habrá señora en su risa para el mundo,
En ese dote de bien portada en loa amoroso,
El delicado gozo, la instantánea malicia,
La caricia que la derrumba en el aire y la devuelve ciega.

A qué santo leproso bendecirle esa figura terrena,
Esos muslos como la puerta de un cielo,
El huracán poseso de sus labios quemados,
La urna donde se guarda la risa como una lluvia
 Que no entristece,
Como una tarde que se amuralla
Con el derrumbe de las rosas.







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