jueves, 30 de abril de 2015

MARIANO CALVO HAYA [15.814]


Mariano Calvo Haya 

(Santander, 1961) es poeta y participó en la Marcha del Color de la Tierra (2001) dentro de su trabajo solidario con los movimientos de resistencia en el Sur.  

Ha publicado los siguientes libros:

-El privilegio de los pájaros (Editorial Árgoma, 1998), que fue Premio Alegría de poesía del Ayuntamiento de Santander.
-La nube en la boca – Crónicas Mexicanas (Editorial Otramérica; 2014), como homenaje a las comunidades zapatistas y a la Marcha del Color de la Tierra en la que participó allá por el año 2001.
-Las fronteras del aire (Editorial Amargord; 2015).

Ha sido incluido en la antología llamada "Voces del Viento Sur. 30 poetas de la conciencia crítica"(El Desvelo Ediciones. Santander 2016).




EN TIERRA DE NADIE

Es fácil tumbarse en tierra de nadie,
mirar al cielo, bóveda que me habla
de lo quieto y solo que me encuentro.
Es fácil tumbarse en tierra de nadie
como un muerto, descansar por fin,
mover, a veces, un brazo, una mano
que araña la tierra y la multiplica,
o escribir su nombre urgente
que poco o nada significa en este trance.

Es fácil, ahora, escuchar lo inaudito,
el mínimo sonido del insecto,
la hierba chamuscada, las nubes
que avanzan en formación de batalla.
Oigo, también, la sangre que mana
y los tambores estremeciendo
mi pecho dolido y lejano.
Oigo como llega, tan rotundo,
el peso muerto de la vida que me aplasta.



ESPERANZA

Habrá que esperar a que cambie el tiempo,
a que dé la vuelta en su incansable limosneo.
Habrá que esperar a que cesen los chubascos,
las nubes de deriva, las tormentas,
odiosamente masculinas.

Habrá que esperar a que se desprenda
la niebla de los relojes,
el hielo que aprisiona los pétalos y las hojas.
Habrá que esperar…
Y cuando, por fin, se agoten
los ecos del homicida
habrá que esperar la resurrección de los testigos,
hartos ya de tanta lluvia inconsolable.



DOS NIÑOS QUE MIRAN

Si eliminásemos de los mapas las distancias
y borrásemos las líneas rectas
y los colores hechos con tintas de artificio
y las capitales de provincia
y las capitanías generales.

Si nadie santificara las santas alianzas
y las ejecutivas.

Si nadie tomara posesión de
y en nombre de
y los ogros no habitaran las oficinas.

Si no tomásemos el nombre
del hombre en vano
y se congeleran los cuarteles
en el más terrible invierno.



Bajo cero
                                         
Hay razones que tú sabes para el frío.                                     
Cien razones que desvelan en tu rostro                                       
los ojos opacos de la muerte.                                              
Pero callas y sigues caminando,                                              
con fidelidad infatigable,                                          
alrededor de la noria del instinto.
Son tus manos pájaros de cólera dormida                                             
y en tus hombros se adivina                                           
todo el peso de las nubes.                              
Una línea recta puede ser,                               
en el techo de tu miedo, un laberinto.



Concepto de las nubes

A veces son un caballo que galopa
o el vaporoso vestido de una novia.
En ocasiones son una isla abandonada
o una rosa abierta
o un hombre que delira.
También pueden dibujar una batalla.



COMPAGNIE MALIENNE DE NAVIGATION

Al amparo de la sombra aguarda el viajero
inútilmente.
Quizá piensa que a las paredes de ese vestíbulo,
tal vez, les hiciera falta
una buena mano de pintura, una friega
que ocultase tantas miradas distraídas,
tantas esperas sepultadas.

Al otro lado, en la calle, donde los colores
se abrasan, transcurre, con el río, el resto de la vida.
Pero, de vez en cuando, la vida,
esa cenicienta, se inmiscuye
en la retina del viajero.

Pasa entonces, ante la puerta, el vendedor de cuencos
y las mujeres con atuendos excesivos
que, en cuadrilla y con cestos de ropa
en la cabeza, regresan de lavar
en la orilla del Río Níger.
Pasa un niño pensativo y desharrapado,
solitario, con más tiempo en el gesto que sus pocos años,
y un pescador de fortuna,
y dos hombres tranquilos de la mano,
y alguien que, sin mirar atrás, transporta un bloque de sal
a sus espaldas.

Para curarse de la fiebre que producen las quimeras
el viajero lee a ratos en los ojos de los que pasan.



  El barbero de Nha Trang

  Es posible que ser feliz consista en eso,
  ver pasar las tierras en movimiento
  del país de tus sueños, como las hojas de un libro
  agitadas por la brisa, acostumbrar los ojos
  a un cielo azul cobalto en pie de guerra.

  Es posible que la felicidad sea un tren
  que se detiene en todas la estaciones,

  o que llegue de tu mano
  en un gesto parecido a la locura
  cuando adviertes que, por fin, estás en el lugar
  en el que deseas hacerte viejo.

  Amanecer en una playa con gigantes de piedra al fondo.

  Y confiar en que el horizonte no es una frontera.



EXALTACIÓN DEL INVIERNO

Alegrémonos amigos, compañeros, estrictas sombras
en lo oscuro, embajadores del averno, rucios y fatigados
espectadores de la lluvia. Ya es nuestra la ventana
y la mesa que a su vera, en su colmada superficie,
refleja las poderosas gotas del invierno.
Desde ella veremos cómo las damas saltan los charcos
y cómo se pasa la vida, cabalgando.
Durará la tregua al menos unos meses, cien o doscientas
noches empapadas. Absorberá nuestro hígado sufriente
un alto porcentaje de razones. Se hará la conversación
gozosa y calmada, y nuestras gargantas no serán más
endebles cavernas matutinas. Contentémonos amigos
porque seremos perdonados por la helada.
Absueltos de la imperfección y de la culpa,
de los estómagos propensos a terribles hinchazones,
de nuestra forma de ver y también la de mirar.
Seremos otra vez príncipes de la noche.
Ya se fueron los intrusos. Abandonaron el campo
los bronceados capitanes de velero, los musculosos nadadores
las turbias señoritas de tirantes desaforados.
Se han ido por el fondo del desagüe  los duros bebedores
de largo vaso y frente alta. Por no quedar, no quedan ni tenistas.
Se los llevaron del codo, en primorosa carambola,
las inocentes, las olímpicas, las exquisitas lanzadoras de jabalina.
Brindemos por ello mis leales, que la plaza está vencida
y el cielo nos promete extensas madrugadas de rayos,
truenos y centellas. Y un manantial de espléndida cerveza
en cuanto nos acerquemos a la barra,
si a falta de más crédito disponemos de una bolsa llena.



Machu Picchu

Inútiles conquistadores
miopes orfebres del espanto,
puesto que pasasteis de largo
sin apostar vuestra pobreza 
en manejar el arcabuz; 
a vosotros, desventurados, 
que tanto mirabais al cielo 
(aunque esa vez se os olvidó) 
agradecidos os quedamos 
la luna, los cóndores y yo. 

El Privilegio de los Pájaros. Colección Árgoma.
Santander, 1998.



LUNA LLENA

La luna está completa esta noche.
Es decir, no cabe un alma,
ni un meteorito,
ni un astronauta.
Alguien colgó hace un rato
el cartel de “no hay localidades”
y el último loco sobre la tierra
cerró la puerta.

25 años de Creación Poética en Cantabria. Edición del Parlamento de Cantabria. 2006.



Ilusos
SEISDEMAYO

Cuando tenga cuarenta años
miraré las cosas de otro modo.
Observaré el mar desde lo alto
con ojos húmedos de ola
y al hombre con la mirada andante
de las sosegadas tardes de agosto.

Cuando tenga cuarenta años
nacerán en mis pupilas
los bosques salvados
y esa pequeña flor
que acariciaste.

Cuando tenga cuarenta años
seguro que arreciarán palabras
sobre los actos,
versos sobre los hechos,
voces sobre las sombras.

Cuando tenga cuarenta años
se cancelarán los contratos
de los que tejen las falacias
y habrá luz en las ciudades invisibles.



Alturas

Quizá como ser
la rama más alta
en el árbol más longevo.
o bien, el vigía
que desde el palo mayor
descubre tierra
entre las nubes.
La rapaz que aletea
sosteniéndose ingrávida
sobre las redes del aire.
El último aliento
del alpinista
que al fin contempla
a sus pies
las geografías del hielo.
O nada más,
un hombre
que lee un libro.



El color de la tierra[1]

Un hombre sale de su casa, limpio, aseado, con su camisa blanca y la conciencia inmaculada. Acude a su trabajo y sus horas allí son un lento transcurrir irreprochable. Más tarde, llega la noche. El hombre camina por una larga avenida sin final ni principio. Piensa que está de regreso, al hogar, a las conversaciones demoradas por el rápido fluir de la existencia. Sin embargo, su  paso confiado, sin saberlo, le está llevando al límite. Tras la última esquina está la última calle, y después queda el resto del mundo por caminar. El hombre sigue andando y apenas sin querer comienza a marcharse... (¿He dicho “marcharse”?). El hombre sigue andando y apenas sin querer comienza a mancharse.

Su pelo y su rostro, y sus manos, y su camisa blanca, van adquiriendo el brillo de lo usado, de lo gastado. El fulgor de lo que está vivo. Y el hombre comienza a mancharse. De llantos y sonrisas. De gestos y palabras. De nubes y de lluvia. De asombros y de abrazos.

[1] La Marcha del Color de la Tierra y por la Dignidad Indígena se desarrolló por todo México entre febrero y marzo del año 2001, sin embargo, ni empezó entonces ni ha acabado todavía.





-Las fronteras del aire (Editorial Amargord; 2015)

[Reseña, por Julio Llamazares]

En el segundo poema de este libro, titulado precisamente así: Un tipo raro, Mariano Calvo Haya, su autor, se describe a sí mismo como alguien que, como el protagonista de la canción de Georges BrassensMarinette, está fuera de lugar en todos los sitios, pero sin la ironía del cantautor francés. “Hay días en que me da por pensar / que algo en mi cabeza no funciona, / y entonces desearía estar quieto, muy quieto (…) Hay días en que no puedo / sumarme a la fiesta / y, puesto que no hay inocentes, / se me pone cara de cómplice (…) Hay días en que me da por pensar / que la crueldad y la intolerancia / me sorprenden dormido / Pero me despierta enseguida / el fragor infinito de tal o cual guerra / Y, tonto de mí, sobre las nubes del agua / me da por tejer poemas”, escribe Mariano Calvo Haya, situándose ante al lector.
            
Al comienzo del libro, en la dedicatoria misma, el poeta ya ha dado claves, no obstante, de por dónde discurrirá su libro. La elección del poeta Ángel González como presentador involuntario e inconsciente de sus poemas, así como la cita concreta de éste: “Quisiera estar en otra parte, / mejor en otra piel, / y averiguar si desde allí la vida, / por las ventanas de otros ojos, / se ve así de grotesca algunas tardes”, son toda una declaración de principios a la vez que una advocación muy clara. Ángel González, el autor de alguno de los poemas más desolados y turbadores de la poesía última española, no es precisamente un poeta al que no se le identifique con un modo de escribir y con una forma de vivir, caracterizada por el extrañamiento. Recordemos:  “No acaba aquí la historia / Esto es sólo / una pequeña pausa para que descansemos” (de Entreacto).
            
Los poemas de Las fronteras del aire, el nuevo libro de Mariano Calvo Haya, fluyen así como hojas caídas, como señales de humo o mensajes de un náufrago que no pretende pedir ayuda al lector, sino, al contrario, reafirmarse en su condición de náufrago. Y de poeta. Porque para Mariano Calvo la condición de poeta no es una condición más, sino la verdadera esencia de la extranjería. Como el protagonista de la novela de Albert Camus, Mariano Calvo Haya se siente extranjero en la realidad, no en un país o lugar concreto.
            
“Habrá que esperar a que el tiempo cambie”, se consuela, a pesar de ello, en el poemaEsperanza, del mismo modo que en el titulado Barreras, también de la parte inicial del libro, la bautizada significativamente Afueras (no menos significativos son los títulos de las otras tres: Extramuros, Suburbios yTras la niebla, alusivos todos a una marginalidad simbólica, pero también vital y autobiográfica), acepta su condición de prisionero de una realidad hostil y de un sistema social que él concibe como cárcel: “Ante mí el cerco, / el velo, / la cancela / Ante mí la zanja y la estacada. / Ante mí el seto, / la alambrada, / la muralla. / Ante mí el cancerbero y el comisario. / Ante mí el áspero horizonte, / los puentes destrozados, / las siempre relativas líneas de los mapas”. Continúan los poemas en esa tónica, con títulos tan inequívocos como significativos (Pronóstico del tiempo, Concepto de las nubes, Ajedrez,Botella al mar (ver SOS)…) y con versos que alternan la melodía lírica tradicional con los giros coloquiales o los descoyuntamientos sintácticos novedosos. En eso, el autor de Las fronteras del aire (¡qué gran título, por cierto!) recuerda a Ángel González, pero también a otros poetas de su generación, como su paisano Hierro, al que también se encomienda en algún poema de su libro. Si bien se diferencie de ellos en su mayor nihilismo y negatividad, que se advierte en la falta de ironía que a veces adornaba a aquéllos. Solamente en un par de ocasiones le tienta imitarlos y lo hace con gran efectividad: “La luna está llena esta noche, / es decir, no cabe un alma”, escribe en el poema titulado Luna llena. Y en otro: “Aquí no hay más cera que la que arde”.
            
Pero, por lo general, Las fronteras del aire abunda en la salmodia lírica, en las observaciones punzantes y desesperanzas. Los poemas, que abordan los temas clásicos de la poesía de siempre, avanzan siempre dejando detrás de si un sabor amargo, un humus de desolación que, sin embargo, no alimenta ninguna rebeldía, salvo la de la resistencia firme y callada a un mundo que al poeta no le gusta, pero que sabe o intuye que no podrá cambiar: “Últimamente llego siempre tarde a todos los prodigios”, “De pronto descubres que lo aprendido no sirve”, “Vosotros no sabéis nada de mi /pero soy quien maneja vuestras vidas / Yo soy el jugador que para el tiempo”… son versos que, hilvanados saltándose los compartimentos de los poemas a los que pertenecen, componen una voz desesperanzada, pero a la vez rebelde y revolucionaria, que tiene más de melancolía que de intención real de cambiar las cosas. Imposible no recordar aquí aquella afirmación de Ortega y Gasset: “El esfuerzo inútil conduce a la melancolía”.
            
Formalmente, Mariano Calvo Haya alterna en su escritura lo literario y lo coloquial, la introspección reflexiva y el monólogo interior, el poema clásico, aunque libérrimo, con formas que rozan el ideograma (Capitalismo, tipográficamente escrito en forma de punta de flecha, toda una definición de aquél) o que desembocan en el poema en prosa, en la parte final del libro sobre todo. Por lo demás, en los poemas de Mariano Calvo hay viajes, recuerdos, ensoñaciones, meditaciones sobre la realidad poética, reflexiones sobre el mundo y sobre sus ataduras, invocaciones a los sentimientos que son los que nos salvan, si nos salvan; esto es: el amor, la esperanza, el deseo, la felicidad buscada y encontrada a veces. Y sobre ellos, cubriéndolos siempre de una niebla extraña, esa niebla que nombra la última parte del libro, el sentimiento de desasosiego que identifica a todos los poetas verdaderos, los que, como el portugués Pessoa, hicieron de la poesía su “manera de estar solos en el mundo”. Mariano Calvo Haya, poeta de verdad, escritor que escribiría aunque jamás publicara, al contrario que otros que presumen de ellos (esa es la diferencia entre un poeta de verdad y un profesional), lo define de otra manera, pero en el fondo idéntica, hablando de la (su) Vida: “El pájaro que emigra, el viento que llega para no quedarse, / el encendido mar que besa todas las orillas”… Aunque, a la vez, resuelva la contradicción profunda y la elección obligada que a todos se nos presenta, tanto en la vida como en la sociedad: “La diferencia entre el miedo y el odio está en el punto de mira / y en el objetivo. Todo depende del lado en el que te encuentres”.
            
Se puede decir más claro, pero no más hermosamente.



Prestidigitadores

Supe una vez de un hombre
que veía lo que nadie más veía.

Mas la magia no está en lo que se ve, 
sino en los ojos del que mira.
En la propia mirada, en el filtro inteligente.
El prodigio está en detener lo que se mueve,
en parar la vida un instante
y, mientras las vida sigue,
que ese tiempo se haga eterno.
Como pequeños dioses,
sacar de entre las aguas
el rostro iluminado de la doncella.

Supe una vez de un hombre
que hacía niebla con las manos.


Alturas

Quizá como ser
la rama más alta
en el árbol más longevo.
O bien, el vigía
que desde el palo mayor
descubre tierra
entre las nubes.
La rapaz que aletea 
sosteniéndose ingrávida
sobre las redes del aire.
El último aliento 
del alpinista
que al fin contempla
a sus pies
las geografías del hielo.
O nada más,
un hombre
que lee un libro.  



Bajo cero

Hay razones que tú sabes para el frío.
Cien razones que desvelan en tu rostro
los ojos opacos de la muerte.
Pero callas y sigues caminando,
con fidelidad infatigable,
alrededor de la noria del instinto.
Son tus manos pájaros de cólera dormida
y en tus hombros se adivina
todo el peso de las nubes.
Una línea recta puede ser,
en el techo de tu miedo, un laberinto.



Obsesión

Doy vueltas alrededor del mismo círculo
una y otra vez.

Pienso que con mis pasos
voy haciendo un sendero y que con mis ojos
fabrico el horizonte.

Y sin embargo, doy vueltas alrededor
del mismo círculo una y otra vez.


                                                   
Capitalismo

O
tal vez
sea el momento
de entender que la base
en la que se sustenta la economía
moderna estriba en el despiadado esfuerzo
 de unos pocos afortunados para que inmensas
 hordas de oprimidos
se maten entre ellos



Transición del Comunismo
o por qué Marx no está de moda

O cómo
eminentes analfabetos
logran, sin pasar
por el materialismo histórico
y dejando a un lado
el materialismo dialéctico,
hacerse fuertes
en la incontestable atalaya
del materialismo práctico.



Noche de Reyes

Los niños que llegan hasta su trono no entienden las palabras con que los recibe Baltasar, el rey negro, el tercer rey.
Baltasar no domina aún el idioma del país. Por eso empieza los discursos, desde el balcón del Ayuntamiento, como puede, en castellano, y los acaba, como sabe, en soninké.
Baltasar durante el resto del año sobrevive comerciando por los mercados con bolsos de plástico y con gafas de sol de malísima calidad.
Como buen musulmán ignora casi todo de estos monarcas ubicuos y dadivosos que se presentan aquí todos los años por enero persiguiendo a alguna estrella.
En realidad Baltasar no es mago ni se llama Baltasar sino Ousmane Touré, y nunca olvida enviar unas cuantas fotografías (todos los años por enero) a su aldea junto al Río Senegal, para que sus vecinos se enteren de que a Ousmane Touré en Europa lo tratan como a un rey.








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