Ana García Negrete
(Castro-Urdiales, Cantabria 1961)
Diplomada universitaria, ejerce su profesión en la Administración del Gobierno de Cantabria. Inició su actividad poética con el grupo Cuévano, publicando a partir de entonces en distintas revistas y publicaciones poemas pertenecientes a diversos libros inéditos.
En el año 2005 se plasmó su paso más personal al publicar en 'La Sirena del Pisueña', a través del veterano proyecto de Fernando Gomarín y el Ayuntamiento de Santa Mª de Cayón, su primer libro de poemas, 'Algo tendrán que decir las estaciones'.
Su creación forma parte de varios libros colectivos y diversas antologías de Cantabria, como 'Con tu piedra'. García Negrete dejó de ser «una poeta hacia dentro», aunque su escritura poética e inquietudes están enraizadas en Cuévano y el grupo creativo de Isaac Cuende.
En 2010 publicó 'Memoria para seguir un rastro' (Grúa de piedra).
EL OJO DEL HURACÁN
Mi ojo ve la imagen excelsa que el satélite devuelve,
– gusta observar lo incomprensible reflejado –
se posa en un centro que es ojo también y que no mira;
ciego avanza con prisa de flecha en su trayecto.
Ese ojo se guía destructivo por su norma,
desde el origen donde la calma y la quietud
se adensan, en un centro impenetrable y cóncavo
que aviva enardecido sus turbulencias bélicas.
Imagino estar en él unos instantes,
estar y ser su centro; comprender al fin
y al cabo, sostener su fuerza milenaria,
– un sueño deseable, más
que partir en vuelo charter a la luna –
llevar girando los espirales brazos,
sin daño navegar mientras planeo abismos,
sus nieves y alguna costa solitaria,
llevarnos por delante, sin maldad,
alguna casa blanca y algún cottage
o dacha para huéspedes, si puede ser,
los más próximos a un gran hipermercado.
Miro en la ventana la tormenta tibia de una tarde,
en el papel mi ojo vuelve al grande remolino blanco,
un tiburón de pronóstico cinco en la escala Saffir-Simpson;
la energía birlada al mar que lo dio todo,
un mar modificado que hoy escupe su vapor
y anega sus arenas,
como un dragón volando a lomos de su asfixia.
Al ojo, su inercia le conduce previsible,
los satélites no niegan lo que el buen Mark
y muchos otros antes predijeron;
el ojo ve lo que la realidad sentencia,
reconoce en el hombre ese lobo que acecha
y ve un depredador voraz que come de su carne
mientras cuelga del universo sus pantallas
para verse morir en varias dimensiones,
sonido envolvente, original e intraducible
desde un cuartito cálido
acariciado por su manta.
Morir descansa a veces en torno donde vida,
desesperanza deja su siembra y abandona;
atónito reposa ante el paisaje henchido.
– dejemos que su constancia se marchite –
También morir se aplaza mientras los surcos rompen
y afloran las briznas y los esquejes nuevos
urgiendo color y agua de este cielo
azul, naranja, gris, violeta y rojo.
– ayer brotaron las fuentes a sus ríos –
Morir se oculta mansa entre los ancianos robles,
viendo crecer sus hojas se proclama vencido,
espanta la niebla cuando los grillos vuelven
y le obliga su canto a lamentar su pérdida,
– amansa el exterminio con más vida –
pero se sabe al acecho la muerte
en duermevela, espera su turno,
siempre espera
que al abrir la casa y su penumbra
le guíe el hedor y en su guarida entra.
Morir se hace cierto donde la oscuridad no estorba.
– vivir se ha resignado en la partida,
entonces de muerte se anegarán los campos –
de "Memoria para seguir un rastro".
"Si me empujas ahora con tus brazos
y acercas tu piel con su temperatura,
si miras el centro de mi ombligo
y sonríes con risa que contagia,
si me hablas de casi cualquier cosa
mientras piensas lo mismo que yo pienso"
PARÉNTESIS
Algunos días queda una huella de paréntesis;
el tiempo perdió el hilo de sus cosas,
se aquietó el ánimo, desagitado
igual que el mar se paraliza
en su necesidad de cambio hacia la calma.
La tregua en ese caso, nos sorprende;
inesperada estación de la que desconoces
horario y destino de su ruta.
Lejos te llevará, muy lejos,
y eso será lo único que esperes.
SHADRACH
A Rodolfo Plana desde Styron
Un hombre fue esclavo gran parte de su vida.
Después, le dijeron libre, resolvieron su deuda.
Sin tierra ni hogar, sin libro ni pistola,
insostenible ausente marchó afligido,
arrebatado el resto de su vida
para llegar a ser un viejo pobre y solo.
Un hombre recuerda mientras muere
la alberca del molino y su sombra
donde fue feliz una mañana.
Vuelve al solo instante de la infancia;
huella y aliento de vida en fuga
transparencia en evasión de su eco.
Un hombre atravesó millones de kilómetros
–porque la libertad no sabe de distancias–
para llevar su cuerpo al único momento,
al brillo del agua en la alberca,
con sus inocentes ojos de niño esclavo
que reclama la vida sin apelar a nadie.
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