martes, 28 de abril de 2015

IAN WEDDE [15.801] Poeta de Nueva Zelanda


Ian Wedde 

Poeta, novelista y crítico. Su trabajo como crítico de arte en particular lo llevó a coordinar una serie de exposiciones clave en el Museo Te Papa Tongarewa de Wellington (Nueva Zelanda), donde trabajó como jefe de arte y cultura visual de 1994 a 2004. Sus poemas han sido publicados en numerosas revistas y antologías, siendo autor de más de trece libros de poesía. También ha escrito varias novelas y libros de ensayo. Fue editor en 1985 del libro Penguin Book of New Zealand Verse, coeditado con  Harvey McQueen. Fue galardonado con el Arts Foundation Laureate Award en 2006 y fue el Poeta Laureado de Nueva Zelanda 2011-2013. Los poemas aquí traducidos pertenecen a su libro The commonplace odes (Aauckland University Press, 2001).



Versiones de Rogelio Guedea
http://circulodepoesia.com/2015/04/poesia-de-nueva-zelanda-ian-wedde/



Epístola a John Dickson

Querido, John, olvidaste tu suéter
la última vez que viniste.
Fue a finales de verano,
todavía hacía calor en las tardes,

cuando solías sentarte en el viejo sofá
bajo el cobertizo
con un cigarro y una pila de libros.
Debido a que hacía calor no usabas el suéter
y por esa  razón lo olvidaste
a un lado del sofá
donde lo encontré después de que
volvieras al norte
llevándote  tu pila de libros
pero dejando un gran recipiente
de agua natural.

Las tardes eran calientes
pero como la mañanas eran aún frías
solías usar el suéter
afuera en el sofá junto a la terraza
con un cigarro y una taza de té.
Mirabas los gorriones y los estorninos
peleando en los comederos
al fondo  del jardín
lanzándoles a su miedo y glotonería
el pan fresco al aire
mientras tu rostro se ponía su
habitual expresión de otredad
y perplejidad
como si estuvieras viendo acontecimientos
transmitidos a través de algún tipo
de ambiente enrarecido.
Cuando hablabas
era con una intensa concentración interior.
Era como si estuvieras escuchándote
a ti mismo
sonando como si fueras otro.
No podías  recordar muy bien la historia.
Además del suéter y el agua natural
dejaste una bolsa de papel
con champiñones frescos en el refrigerador
junto a algunos tomates
y un par de botellas de Merlot.
También olvidaste el borrador de tu nuevo libro.
Me gusta el poema que escribiste sobre tu nieta.
Especialmente la línea
“la íntima seguridad de los nombres”.
Ahora es otoño
y tú debes estar teniendo frio allá
arriba entre la niebla del río.

Aquí te regreso tu suéter.
Los champiñones y los tomates me los comí,
como era lo debido, gracias,
y el vino lo bebí en compañía de alguien
que he olvidado.
El gran recipiente de agua natural está
lleno de aceitunas Abe, húmedas.
De vez en cuando
recuerdo la línea sobre
“la íntima seguridad de los nombres”.
Esto lo recuerdo normalmente cuando me siento afuera en el sofá,
bajo el sol de invierno,
mientras miro el pequeño paisaje
y pienso en uno más grande
en el cual el largo verano
costa de espejismos, areneros
y surfeadores
te tenga a mitad de camino, John,
como algún tipo de expatriado,
arrojado en esta costa de naufragios,
escuchando un lenguaje que te es
la mitad familiar
y modulando los labios alrededor
del cuidadoso balbuceo de un nombre
que te llevará al futuro
que quieres tener en este lugar
que apenas conoces.



A mi espejo

Secándome frente al espejo
en un hotel lejos de la inconclusa morada de mi vida,
veo seriamente que mi gordura quiere caer
al suelo,
arrastrada por la buena vida,
por el amor,
y por el malicioso cansancio
provocado por los arteros nudillos de los Cotton Mathers
de la burocracia cultural.
¿Fue este tu destino también,
Horacio,
sentarte en salas de reuniones llenas
de cabezas amodorradas –esa señal
de aquiescencia que desvela
una infantil necesidad por la caricia
del jefe,
un deseo de sentarse a la mesa con los distinguidos,
para aprender el secreto protocolo del poder
y el ejercicio muscular del guardapuerta?
Tus amigos de puestos honorables
confiaron en sus amables libaciones,
y aquellos que se unieron a ti
a la sombra
del toldo de hojarasca de tu granja en la Sabina
sabían que amabas la vida demasiado
como para aprender
tan vergonzosos oficios.

Escuché a Neruda en Londres
cuando mi incipiente vitalidad
ardía.
Su enorme seguridad
carecía de ego o ambición
y emergía de la certeza
de que lo que él daba
era a sí mismo
y por eso fue querido por la gran multitud
que se había parado sobre las sillas
para aplaudirle.
Después
el poeta se marchó de súbito
y yo salí sabiendo que sería
mi destino
ver en el oscuro espejo
de algún ventanal de tienda
las tristes marcas que el remordimiento
dejaría en mi propio rostro.




TO AUTUMN

How to prepare stuffed green peppers:
In plenty of green olive oil, cook
Garlic and onions, with a couple of red chilies.
Add the arborio rice and give it a stir.
Some cans of cheap Italian tomatoes are good.

A glass of red wine, and a huge handful 
Of chopped parsley. Stuff the partly cooked 
Rice into capped green peppers, and let
The rest stew slowly in the pot with the dolma.
When you life the lid praise the commonplace world

Where everything ends and then starts again –
Where are the songs of spring? I heard them at the end
Of last winter, they were starting to struggle out
Of the wet paddocks, they were choking on unpruned trellises.
And now a year later, like a good bourgeois,

Like the Sabine farm’s wry proprietor, turning
My back on landscape, I approach with sharp secateurs
The yellowed vine that runs round the verandah
Above the deck stained with summer’s libations.
Smoke from the house-fire blows away

Into the rainy mist on Mount Victoria, the place
I take my bursting heart on autumn mornings
So gorgeous I almost believe that beauty’s 
All I need to know on earth, that my song
Can be without weariness, fever and fret. 



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