Wilfred Owen
Wilfred Edward Salter Owen (18 de marzo de 1893 - 4 de noviembre de 1918) fue un poeta y un soldado inglés. Su mentor Siegfried Sassoon fue una clara influencia en su chocante y cruda poesía acerca de los horrores de la Primera Guerra Mundial, que contrastaba con la percepción general que se tenía de la misma. Entre sus obras más conocidas figuran "Anthem for Doomed Youth", "Dulce Et Decorum Est", “Insensibility”, “Strange Meeting”, “Futility” y "The Parable of the old man and the young".
Wilfred Owen fue el mayor de cuatro hermanos. Nació en Oswestry, Shropshire (Inglaterra), el 18 de marzo de 1893; perteneció a ancestros ingleses y galeses. Por aquella época vivía junto a sus padres, Thomas y Harriet Susan (Shaw) Owen, en un confortable hogar, propiedad de su abuelo. Cuando éste murió, la familia se vio forzada a mudarse a una casa rural situada en las calles de Birkenhead, una villa del distrito de Wirral.
Fue educado en el Instituto de Birkenhead y en la ahora conocida como Wakeman School donde recibió una sólida formación académica. Dejó la escuela en 1911, y entró en la Universidad de Londres aunque sin honores, pues sus estudios se vieron afectados por la pérdida de su tío y modelo a seguir Edgar Hilton. Además, trabajó como tutor particular en Francia antes del estallido de la Primera Guerra Mundial.
Servicio militar
En 1915 ingresó al ejército, y un año después recibió el cargo de subteniente (en pruebas) en el regimiento de Manchester. Empezó los años de guerra con un carácter alegre y optimista pero tras dos experiencias traumáticas, el rumbo de su vida cambió para siempre. En primer lugar, fue alcanzado por un mortero de trinchera que le hizo aterrizar sobre los restos de un compañero. Poco después, quedó atrapado durante días en una vieja trinchera alemana. Debido a estos dos eventos se diagnosticó que sufría de trastorno de estrés postraumático y fue enviado al Hospital de Guerra Craiglockhart de Edimburgo para ser atendido. Ahí conoció a otro poeta, Siegfried Sassoon, quien le dio ánimos y lo ayudó con problemas estilísticos, trasformando por completo su vida.
Después de un periodo de convalecencia, Owen regresó a las funciones del regimiento. En 1918, fue enviado a Ripon donde compuso varios de sus poemas, entre los que se encuentran “Futility” y “Strange Meeting”.
Homosexualidad y relación con Sassoon
Wilfred Owen siempre mantuvo a Siegfried Sassoon en una posición de héroe. Tras ser dado de alta en Craiglockhart, Owen se asoció con miembros del mundo artístico en el que lo había introducido Sassoon, como Robert Ross y Robert Graves. Andrew Motion escribió sobre la relación de Owen con Sassoon declarando que la homosexualidad del segundo le permitió a Owen poseer una ideología y un estilo de vida que encontraría naturalmente simpáticos.
Varios incidentes de la vida de Owen han llevado a algunas personas a la conclusión de que era homosexual no declarado y de que Sassoon lo atraía no sólo como poeta más experimentado, sino también como hombre. Tales incidentes fueron, por una parte, las declaraciones de Robert Graves y Sacheverell Sitwell (a quien también conoció personalmente), quienes afirmaban que era homosexual, y por otra parte, el homoerotismo como elemento central en muchos de sus poemas. A través de Sassoon, Owen fue introducido en un sofisticado círculo literario homosexual, en el que se hallaban Robert Ross (amigo de Oscar Wilde) y Osbert Sitwell, entre otros. Estos contactos aumentaron su confianza a la hora de incluir elementos homoeróticos en sus trabajos.
Poesía
Owen es considerado por los historiadores como el principal poeta de la Primera Guerra Mundial. Sus inicios en el mundo de la poesía llegaron a la temprana edad de diez años. Poetas románticos como Shelley o Keats fueron una gran influencia en sus primeros trabajos. Sin embargo, sus poemas más famosos (“Dulce et Decorum Est” y “Anthem for Doomed Youth”) surgieron del profundo efecto que hizo su amigo y consejero Siegfried Sassoon; como resultado, la poesía de Owen llegó a ser más aclamada que la de su mentor. Su poesía cambió radicalmente en 1917, después de salir del hospital. Como parte de su terapia, el doctor de Owen, Arthur Brock, alentó a éste a trasladar sus experiencias, particularmente las oníricas, a sus poemas.
Miles de poemas fueron publicados durante la guerra pero muy pocos tuvieron el beneficio de un patrocinio tan fuerte como los de Owen. Y es la influencia de Sassoon, entre otros motivos, lo que aseguró su popularidad, junto con un resurgimiento del interés en su poesía en la década de 1960, en la cual llegó a incumbir a más público. Sólo cinco de sus poemas habían sido publicados antes de su muerte. Sassoon, junto con Edith Sitwell, ayudó posteriormente a garantizar la publicación de la colección entera.
Muerte
En julio de 1918, después de un periodo de recuperación, Owen volvió al servicio activo en Francia, pese a que podría haberse quedado en su casa de servicio indefinidamente. Esta decisión la tomó cuando Sassoon, que había recibido un disparo en la cabeza en un fuego amigo, se vio forzado a volver a Inglaterra durante el resto de la guerra. Owen vio como su deber relevarle en el frente para poder seguir contando los horrores de la guerra.
El 4 de noviembre de 1918, irónicamente justo una semana antes de que acabara la guerra, Owen cayó abatido durante el cruce del canal Sambre-Oise. Su madre recibió un telegrama que le informaba de su muerte el Día del Armisticio. Actualmente, Wilfred Owen se encuentra enterrado en el Cementerio Comunal de Ors y algunos de sus poemas ocupan un lugar destacado en el Réquiem de Guerra del compositor Benjamin Britten.
Dulce et Decorum Est
Encorvados, como viejos mendigos con sus bolsas,
torcidos, tosiendo como arpías, maldiciendo en medio del barro,
le dimos la espalda a los inquietantes fogonazos
y avanzamos con dificultad hacia nuestra lejana base.
Los hombres marchaban dormidos.
Muchos habían perdido sus botas
y rengueaban en sus zapatos de sangre. Todos tullidos, todos ciegos;
ebrios de fatiga; sordos al silbido de las cansadas
5.9 que quedaban atrás mientras se alejaban.
¡Gas! ¡Gas! ¡Rápido, muchachos! Un éxtasis de incertidumbre.
Ponerse las ridículas máscaras justo a tiempo;
pero aun hubo alguien que gritaba y tropezaba,
luchando como un hombre quemándose con fuego o cal…
Borroso a través del cristal empañado y la espesa luz verde
como debajo de un verde mar, lo vi ahogarse.
En todos mis sueños, bajo mi mirada inútil,
se hunde ante mí, boqueando, asfixiándose, ahogándose.
Si en algún sueño sofocante tú también caminaras
detrás del camión al que lo arrojamos,
y vieras sus ojos en blanco,
su cara agarrotada, como un demonio enfermo de pecado;
si pudieras escuchar, en cada sacudida, la sangre
subiendo a borbotones de sus corrompidos pulmones,
obscena como el cáncer, amarga como el vómito
de repugnantes úlceras incurables en lenguas inocentes,
amigo mío, no repetirías con altanero idealismo
a los jóvenes ardientes sedientos de gloria,
esa vieja mentira: Dulce et Decorum est
pro Patria mori. **
octubre, 1917- marzo, 1918
Wilfred Owen, Oswestry, Shropshire, 1893- Canal Sambre-Oise, 1918
version © Silvia Camerotto
Imagen de First World War Poetry Digital Archive
** Quinto Horacio Flaco (65 a.C. - 8 a.C.), Carmina, 3, 2-13
Dulce et Decorum est
Bent double, like old beggars under sacks,
Knock-kneed, coughing like hags, we cursed through sludge,
Till on the haunting flares we turned our backs
And towards our distant rest began to trudge.
Men marched asleep. Many had lost their boots
But limped on, blood-shod. All went lame; all blind;
Drunk with fatigue; deaf even to the hoots
Of tired, outstripped Five-Nines that dropped behind.
Gas! Gas! Quick, boys! – An ecstasy of fumbling,
Fitting the clumsy helmets just in time;
But someone still was yelling out and stumbling,
And flound'ring like a man in fire or lime. . .
Dim, through the misty panes and thick green light,
As under a green sea, I saw him drowning.
In all my dreams, before my helpless sight,
He plunges at me, guttering, choking, drowning.
If in some smothering dreams you too could pace
Behind the wagon that we flung him in,
And watch the white eyes writhing in his face,
His hanging face, like a devil's sick of sin;
If you could hear, at every jolt, the blood
Come gargling from the froth-corrupted lungs,
Obscene as cancer, bitter as the cud
Of vile, incurable sores on innocent tongues,
My friend, you would not tell with such high zest
To children ardent for some desperate glory,
The old Lie; Dulce et Decorum est
Pro patria mori.
POEMAS DE GUERRA
traducción y notas de gabriel insausti
EXTRAÑO ENCUENTRO
Imaginaba haber salido del combate
por un profundo túnel, excavado hace tiempo
en la roca por mano de titanes.
Pero también allí gemían, apiñados
durmientes, cuyo sueño temía importunar.
Luego, al hablarle, uno se puso en pie: miraba
hacia mí fijamente, con ojos compasivos
y una mano que alzaba como en gesto de dádiva.
Por su sonrisa conocí aquel hosco lugar,
en su mueca de muerte supe que era el Infierno.
Un enorme dolor afligía a aquel rostro
pero no había sangre que filtrara la tierra,
ni estruendo de rifles, ni gemido de obuses.
«Amigo—dije—aquí no hay nada que llorar».
«Nada—respondió él—salvo el tiempo abolido
y la desesperanza. Cualquiera que fue tuya
fue también mía un día: busqué sin freno alguno
la hermosura mayor que en el mundo cupiera
y no está en unos ojos serenos, ni unas trenzas,
sino en algo que burla la huida de las horas
y no sana su herida nada que sea del mundo.
Porque por mi alegría han reído los hombres
y de mi oscuro llanto algo ha sobrevivido
y debe ahora morir: la verdad nunca dicha,
la pena de la guerra. Ahora a muchos hombres
contentará lo que nosotros malgastamos
o, tal vez, descontentos, lo verterán en vano.
Pasarán con la urgencia atroz de una tigresa.
Nadie romperá filas, aunque se retroceda.
Busqué siempre el dolor, pero encontré el misterio.
Busqué siempre el saber, pero encontré el dominio:
perder el paso de este mundo en retirada
a vanas fortalezas carentes de murallas.
Luego, cuando en la sangre se atascaran
los tanques,
lavaría las ruedas con un agua muy dulce,
incluso con verdades demasiado profundas,
y daría a mi espíritu rienda suelta, sin freno
y sin herir a nadie, terminada la guerra.
Hay hombres que han sangrado sin tener
ni una herida.
«Yo soy, amigo mío, aquel al que mataste.
Te conocí en lo oscuro, pues tenías el gesto
con el que ayer hundiste en mí tu bayoneta.
Intenté, sí, esquivarla, pero estaban heladas
y dormidas mis manos. Durmamos, pues, ahora…».
Réquiem de guerra (fragmento)
¿Qué fúnebres tañidos se ofrendan para estos que mueren como ganado? Sólo la ira monstruosa de los cañones...y el rápido tartamudeo de los rifles pueden escupir una apresurada plegaria. No hay para ellos remedos de oraciones, campanas o voces de lamento. Sólo los coros estridentes y demencialesde las ululantes bombas...y los clarines, llamándolos desde sus oscuros cuarteles. ¿Qué cirios pueden encenderse para despedirlos? No en las manos de los muchachos, sino en sus ojos, brillará el sagrado resplandor de los adioses. La palidez en las frentes de las muchachas será su mortaja. En lugar de flores estará la dulzura de mentes silenciosas. Y cada crepúsculo será como un lento cerrar de postigos.
Wilfred Owen. Los tambores del tiempo. Editorial Funambulista, febrero de 2016. Introducción de Carles Llorach-Freixes. Traducción de Carles Llorach-Freixes e Isabel Cruz.
EL ENTRENAMIENTO
Ni esta semana ni este mes me atreveré a tumbarme
lánguidamente bajo los tilos o una dulce sonrisa.
El amor no ha de besar mi pálida tez bronceada.
Milla tras milla, mis labios exhaustos sorberán el espacio;
ansiaré sólo ricas viandas, y mi renombre será
la pura belleza de la velocidad y el orgullo del estilo.
En los descensos, fríos vientos me saldrán al paso
estremeciendo mi desnudez ardiente, pero, mientras tanto,
nadie más habrá de verme hasta que lleve mi corona.
UN MAYOR AMOR
No hay labios más rojos
que las piedras manchadas con los besos de los muertos ingleses.
El cariño entre amantes y amados
parece una afrenta al amor puro de estos soldados.
¡Oh, amor, tus ojos pierden su encanto
cuando veo otros en mi lugar cegados!
Tu esbelta estampa
carece del fino temblor de las piernas y brazos cortados a cuchillo
que van por ahí dando tumbos
donde a Dios no parece importarle,
hasta que el indómito amor que llevan dentro
los detiene en la extrema decrepitud de la muerte.
Tu canto no suena tan suave...
aunque recuerda la brisa, murmurando entre las vigas del desván...
Tu querida voz no es pura, clara y vespertina
si se hace querer tanto
como las de aquellos a quienes ya nadie oye,
ahora que la tierra ha acallado sus lastimosas bocas que tosían.
Y tú, corazón mío, jamás ardiste tanto ni latiste tan fuerte u hondo
como aquellos corazones agrandados por las balas;
y si tu mano se ve pálida,
más pálidas están todas las que tu cruz
arrastra a través del fuego y del hielo:
llora, llora si puedes, ya que no podrás tocarlas.
YO VI SU HONDA BOCA AMORATARSE
Yo vi su honda boca amoratarse, caer en lo más hondo,
como un sol que declina en su última hora.
Contemplé la magnífica retirada del adiós,
entre nubes, medio radiante medio encapotado,
y el firmamento de sus mejillas enardecido por un último esplendor
Y en sus ojos,
la fría luz de las estrellas, muy viejas y muy tristes,
en diferentes cielos.
Wilfred Owen. Los tambores del tiempo. Editorial Funambulista, febrero de 2016. Introducción de Carles Llorach-Freixes. Traducción de Carles Llorach-Freixes e Isabel Cruz.
EL ENTRENAMIENTO
Ni esta semana ni este mes me atreveré a tumbarme
lánguidamente bajo los tilos o una dulce sonrisa.
El amor no ha de besar mi pálida tez bronceada.
Milla tras milla, mis labios exhaustos sorberán el espacio;
ansiaré sólo ricas viandas, y mi renombre será
la pura belleza de la velocidad y el orgullo del estilo.
En los descensos, fríos vientos me saldrán al paso
estremeciendo mi desnudez ardiente, pero, mientras tanto,
nadie más habrá de verme hasta que lleve mi corona.
UN MAYOR AMOR
No hay labios más rojos
que las piedras manchadas con los besos de los muertos ingleses.
El cariño entre amantes y amados
parece una afrenta al amor puro de estos soldados.
¡Oh, amor, tus ojos pierden su encanto
cuando veo otros en mi lugar cegados!
Tu esbelta estampa
carece del fino temblor de las piernas y brazos cortados a cuchillo
que van por ahí dando tumbos
donde a Dios no parece importarle,
hasta que el indómito amor que llevan dentro
los detiene en la extrema decrepitud de la muerte.
Tu canto no suena tan suave...
aunque recuerda la brisa, murmurando entre las vigas del desván...
Tu querida voz no es pura, clara y vespertina
si se hace querer tanto
como las de aquellos a quienes ya nadie oye,
ahora que la tierra ha acallado sus lastimosas bocas que tosían.
Y tú, corazón mío, jamás ardiste tanto ni latiste tan fuerte u hondo
como aquellos corazones agrandados por las balas;
y si tu mano se ve pálida,
más pálidas están todas las que tu cruz
arrastra a través del fuego y del hielo:
llora, llora si puedes, ya que no podrás tocarlas.
YO VI SU HONDA BOCA AMORATARSE
Yo vi su honda boca amoratarse, caer en lo más hondo,
como un sol que declina en su última hora.
Contemplé la magnífica retirada del adiós,
entre nubes, medio radiante medio encapotado,
y el firmamento de sus mejillas enardecido por un último esplendor
Y en sus ojos,
la fría luz de las estrellas, muy viejas y muy tristes,
en diferentes cielos.
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