lunes, 19 de noviembre de 2012

MÁRGARA AVERBACH [8470]




Márgara Averbach (1957). Escritora y traductora argentina. Doctora en Letras egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y Traductora Literaria de Inglés egresada del Instituto Superior de Enseñanza en Lenguas Vivas. Ha trabajado como docente de Literatura Norteamericana y, como traductora, editó más de cincuenta novelas. Se dedica al estudio de la literatura de las minorías étnicas estadounidenses y ha colaborado en varios medios periodísticos haciendo crítica literaria. Es autora de más de una docena de libros de literatura infantil y juvenil, entre ellos "Cuentos de arriba y de abajo", "Dos magias y un dinosaurio", "Cuentos de la brújula", "El año de la vaca", "La madre de todas las aguas", "Solo y su sombra", "Lo que cuentan los iroqueses" y "La charla". También escribió dos libros para adultos: "Aquí, donde estoy parada" (cuentos) y "Cuarto menguante (nouvelle). En la revista "Ñ" nº 457 del 30 de julio de 2012 publicó el artículo "El hombre que inventó el mundo".






Amor

Frenaste.
La ruta,
un tajo azul sobre la tierra
verde.
Verano.
El cuis cruzó
en un mundo donde no existen los autos.
Frenaste.
Miré la luz de tus ojos claros.
Era verano.

(poema premiado en el Concurso 1998 de Subterráneos)

      


       

HACIA AFUERA = HACIA ADENTRO

(Mención en el Concurso de H.I.J.O.S. y Abuelas de Plaza de Mayo
sobre Identidad. Córdoba, 2001)

I

Hacia afuera
Miro el espejo.
Sin acercarme,
desde la puerta de la habitación prohibida:
un movimiento lerdo
en los pies, el esfuerzo feroz
de la mentira.

No te enseñé palabras, espejo.
Imágenes apenas.
Lo menos posible,
para que me engañaras.
Era (yo decía que era) bueno
el engaño.
Ojos verdes,
manos de dedos largos,
las uñas quietas,
inocentes.
Una cintura
hecha al camino,
a la música fuerte.
A mi pequeño espacio.
Nada más.
Flotaba así, detenida en tu marco,
sola.
Todo,
todo estaba más allá
del silencio,
en otro barrio,
y yo andaba así,
fría,
los párpados cerrados.
A tientas.
Protegida.



II

Hacia adentro
Después,
hubo un sonido
en el vidrio.
Detrás de la plata encerrada,
de la luz que se dobla
hacia mi cuerpo,
que me devuelve.
Hubo un tono en el gesto.
Una mañana en que supe.
Ahí estaba:
esa cara grande, buena,
inclinada hacia mí como un sauce.
Desconocida
y no.
Perdida alguna vez,
en alguna parte.

Dos pasos más.
Hoy quiero ver de cerca
lo que fui,
lo que no soy.
Hoy, me atrevo.
El espejo es el mismo,
y yo
descubro un rincón
escondido
más allá de las sábanas.
Un cuadrado de soles
y de sombras
que no recuerdo haber puesto
allá arriba,
en el alféizar vertical de la ventana.



III

Hacia afuera
Allá afuera:
el mundo.
Cierro los ojos
y veo:
la noche falsa y eterna de la venda;
un médico de manos crueles;
el espanto
que va a la muerte,
arrastrado entre guardias;
púas sobre la piel
desnuda.
Así,
nací.
Supongo.

El supongo lastima.
Es un golpe en la nuca.
Un agujero sin ruido
que se me quiebra,
de pronto, en una esquina.
Sé que viene del mundo,
de afuera.
Yo
no lo quise.
Pero ella,
la que me llama en los diarios,
en la verdad oscura del espejo,
también viene del mundo,
de afuera.
Viene a mirarme
en esta ventana abierta.
Y yo sin querer, entiendo.
Entiendo todo.
Todo.
Hasta la rabia.
Hasta la espera.




IV

Hacia adentro
Soy,
fui ella.
Volví sin querer,
pateando puertas
para no volver.
Pateando palabras que me subían
a la fuerza,
desde abajo,
desde adentro.
Volví.

A veces,
nos miramos juntas.
Los ojos. El pelo.
Nos vemos sonreír.
A pesar de la grieta,
del eslabón quebrado entre las dos,
de lo que ellos quisieron matar
y no
mataron,
en el espejo,
nos acercamos.





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