miércoles, 12 de agosto de 2015

TRACI BRIMHALL [16.777] Poeta de Estados Unidos


Traci Brimhall  

Poeta. Nació en 1982, Little Falls, Minnesota, Estados Unidos

Traci Brimhall obtuvo una licenciatura de la Universidad Estatal de Florida, un MFA en el Sarah Lawrence College y un doctorado en la Universidad de Western Michigan.

Es la autora de Our Lady of the Ruins (W.W. Norton), escogido por Carolyn Forché para el Premio Barnard de 2011, y Rookery (Southern Illinois University Press), ganador del Premio Primer Libro de Poesía Crab Orchard Series en el 2009. Sus poemas han aparecido en The New Yorker, Poetry, Slate, The Believer, Kenyon Review, The New Republic, Ploughshares, y Best American Poetry 2013 & 2014.  Ha merecido becas del Wisconsin Institute for Creative Writing y de la National Endowment for the Arts. Actualmente es Profesora Asistente de Escritura Creativa in la Kansas State University.




Poesía norteamericana actual, preparado por Francisco Larios, poemas de Traci Brimhall. Our Lady of the Ruins  fue ganador del Premio Primer Libro de Poesía Crab Orchard Series en el 2009. Actualmente es Profesora Asistente de Escritura Creativa in la Kansas State University.
http://circulodepoesia.com/





Evangelio de las profundidades

El mar está sediento y la sombra de una ballena
se mueve bajo el barco, furiosa con las anclas, los arpones,
los pechos curtidos de la sirena de proa.

Y en la cubierta los marineros arrancan la carne
para llegar a la grasa, cortan la cabeza y drenan
el aceite.  Toda la noche sus manos sobre sus caras.

No por vergüenza.  No.  Tienen ampollas de sangre en las palmas,
pero sus muñecas huelen a mujer.  Mientras muere,
la ballena oye a su madre que canta a las dos millas,

a una braza de profundidad.  Ahora esto, sobre la estación implacable.
Ahora esto, sobre los sueños que surgen del roto corazón de la ballena,
que gime cánticos de azul zodiacal a los durmientes.

Hay tres canales en la oreja, dos ventanas,
Una voz que viene de la bella difunta.  Un himno omega.
Una mente que repasa entre golpes de martillos, la promesa

de música piadosa y enemigo común.  Las luces
se alejan cuando los hombres se meten a sus hamacas, con sus corazones traduciendo
el evangelio de las profundidades, preguntándose si en verdad oyen mujeres que cantan

verdes canciones de amor en el agua, o ángeles sordos que cantan antes de la guerra.
Mañana matarán a los pájaros porque hay demasiada música.
Mañana se levantarán con las manos llenas de suciedad.





The Sunken Gospel

The sea is thirsty and the shadow of a whale
moves below the ship, angry at anchors, harpoons,
the weathered breasts of the mermaid on the bow.

And the sailors on deck strip the flesh
to find the fat, they sever the head and drain
the oil. All night their hands on their faces.

Not from shame. No. There are blood blisters on their palms,
but their wrists smell like women. As it dies,
the whale hears its mother singing two miles away,

a fathom deep. Now for the ruthless season.
Now for the dreams rising out of the whale’s split heart,
moaning blue zodiac hymns to the sleepers.

There are three canals in the ear, two windows,
one voice from the beautiful dead. One omega anthem.
One mind editing between hammer falls, the promise

of a devout music and a common enemy. The lights turn
away as the men turn in their hammocks, their hearts translating
the sunken gospel, wondering if they hear women singing

green valentines in the water or deaf angels chanting before the war.
Tomorrow they’ll kill the birds because there’s too much music.
Tomorrow they’ll wake with dirt in their hands.





Jubileo

Ahora ya sé cuántas millas atraviesa mi sangre
cada año.  Ya conozco el hambre del mendigo—

el vacío entra en mí, mi cuerpo deviene
la caverna que busco.  Por las migas de carne

entre sus dientes, saco a rastras de su guarida la quijada
de un lobo muerto.  Estoy rojo y apestoso por la marcha.

Soy un animal de rapiña en llanto por el ángel
que con sus manos quebradas custodia el osario.

Estoy atormentado, bendecido.  Soy piedra, piedra,
no he temblado.  El amor me clava al mundo.




Jubilee

By now I know the miles my blood travels
each year. I know the mendicant’s hunger—

hollowness moves in, my body becomes
the cave I am seeking. I drag the jaws

of a dead wolf from its den for the meat between
his teeth. I am red and reeking with the journey.

I am a ravening animal weeping for the angel
with broken hands standing sentry over the ossuary.

I am harrowed, hallowed. I am stone, stone,
I have not trembled. Love nails me to the world.




El laberinto

Pagamos por recorrer el laberinto en el piso de la catedral,
por ingresar al círculo y ser transformados.  Tarareando

cánticos sin partitura, repetimos el relato para resucitar
la verdad.  Cada cántico es una absolución.

Cada réquiem un regalo para el Dios que hicimos en la imagen
de nuestro padre.  Las madonas tiritan en la oscuridad que nace

de sus mantos.  Nos advierten: debes confiar en lo sacro
que alberga tu corazón, o soportarlo, y continúan su paciente

ministerio a los pájaros que no gozarán consuelo, que repiten
los horrores que vieron en las bocas de las gárgolas.

No, el abismo no es infinito.  Acecha una media luz, incluso allí.
Pausamos a conocer la eternidad y sentir cómo la niebla sale flotando

desde hoyos en el techo.  Juramos ser buenos, amar
a nuestras madres, pero aun cuando mentimos a Dios,

él escucha.  Los muros silban su discreta advertencia.
El viento canta a través de agujeros de bala en las ventanas.




The Labyrinth

We pay to walk the labyrinth on the cathedral floor,
to enter the circle and be changed. Humming

unwritten hymns, we rehearse the story to resurrect
the truth. Every canticle is an absolution.

Every requiem a gift for the God we made in the image
of our father. The madonnas shiver in the nascent dark

of their robes. They warn us: you must trust what is sacred
inside you, or endure it, and continue their patient

ministry of birds who will not be consoled, who repeat
the horrors they saw in the gargoyles’ mouths.

No, the abyss isn’t infinite. A half-light lurks even there.
We hold still to learn eternity and feel snow drift

from holes in the roof. We swear to be good, to love
our mothers, but even when we lie to God,

he listens. The walls whistle their low warning.
Wind sings through bullet holes in the windows.





Albada y cuello roto

La primera noche que te ausentas de casa
las lluvias del verano sacuden las clemátides.
Yo entierro la mariposa nocturna que encontré en nuestra cama,
pelo una naba, áspera y sucia,
y me la como. El perro me trae una chotacabras gris
retorciéndose en sus amables
dientes.  Ella, aterrorizada, canta en la boca
del perro. Él me entrega en ofrenda el dolor de
su presa, y yo lo acepto. Escucho
los gritos de las crías, golosas en carencia,
esperando el retorno de su madre, a quien solo suelto
cuando ya estamos dentro de la casa.  Escruto
los presagios—la manera en que ella aletea frente a
las rosas mohosas de la pared empapelada significa
que todo puede perderse.  La manera en que roza el cielo raso
significa que se acerca una tormenta.  Deberías verla
en los inicios de su miedo, embestir
la ventana sin estrellas, su cuerpo es un dardo,
su cuerpo es flecha de nostalgia, quiere
estrellarse, como todos los desesperados,
no contra el objeto de su deseo,
sino contra la oscuridad que detrás se esconde.



Aubade with a Broken Neck

The first night you don’t come home
summer rains shake the clematis.
I bury the dead moth I found in our bed,
scratch up a rutabaga and eat it rough
with dirt. The dog finds me and presents
between his gentle teeth a twitching
nightjar. In her panic, she sings
in his mouth. He gives me her pain
like a gift, and I take it. I hear
the cries of her young, greedy with need,
expecting her return, but I don’t let her go
until I get into the house. I read
the auspices—the way she flutters against
the wallpaper’s moldy roses means
all can be lost. How she skims the ceiling
means a storm approaches. You should see
her in the beginnings of her fear, rushing
at the starless window, her body a dart,
her body the arrow of longing, aimed,
as all desperate things are, to crash
not into the object of desire,
but into the darkness behind it.




Preludio de una revolución

Nos acercamos a las rejas de la cárcel y pasamos cigarrillos
y mandarinas y yodo entre las barras.

Todo lo que pensamos que puede sanar a un hombre.  Asesinos nos
besan los dedos.  Mercenarios nos cantan canciones sobre una luz sin reflejo

mientras remendamos sus camisas.  Los matones bilingües recitan
lamentos en una lengua, y jóvenes mitos en otra.

Doblamos y desdoblamos nuestras bufandas y los hombres entrecierran sus ojos
ante la luz del sol, aturdidos por la esperanza.  A veces confunden

las paredes de su jaula con su piel.  A veces,
con el cielo.  Ven sus muertes en el sudor que oscurece

nuestros vestidos.  Para endulzar las horas compartimos escándalos
de la ciudad, de cómo los curadores sacaron del museo el corazón

de un elefante porque empezó a batir si cualquier enamorado
lo miraba, de cómo el forense encontró foxinos

nadando en los pulmones de una niña ahogada.  Ellos preguntan si es cierto,
si engrillaban esclavos uno a otro, en los barcos, para impedir que se suicidaran.

Decimos que nunca serán libres.  Nos advierten que una noche de
estas el juez despertará y su cama estará reverberando de

avispas, mientras al otro lado de la ciudad el celador contemplará
anonadado las polillas que lo rodean, y luego se dará cuenta de que él está en llamas.




Prelude to a Revolution

We go to prison windows and pass cigarettes
and tangerines and iodine through the bars.

Anything we think could heal a man. Assassins kiss
our fingers. Mercenaries sing us songs about unbroken light

as we mend their shirts. The bilingual murderers recite
lamentations in one tongue, and in another, young myths.

We fold and unfold our shawls and the men squint
into the sunlight, dumb with hope. Some days they confuse

the walls of their cage with their skin. Some days,
the sky. They see their deaths in the sweat darkening

our dresses. To sweeten the hours we share scandals
from the city, how curators removed an elephant’s heart

from the museum because it began beating when anyone
in love looked at it, how the coroner found minnows

swimming in a drowned girl’s lungs. They ask if it’s true,
if slaves are chained together on ships to prevent suicide.

We say they will never be free. They warn us that one
night soon, the judge will wake to find his bed alive

with wasps, while across town the night watchman will stare
stunned at the moths circling before he realizes he’s on fire.





Better to Marry Than to Burn

Home, then, where the past was.
Then, where cold pastorals repeated
their entreaties, where a portrait of Christ
hung in every bedroom. Then was a different
country in a different climate in a time when
souls were won and lost in prairie tents. It was.
It was. Then it was a dream. I had no will there.
Then the new continent and the new wife
and the new language for no, for unsaved,
for communion on credit. Then the daughter
who should’ve been mine, and the hour a shadow
outgrew its body. She was all of my failures,
my sermon on the tender comforts of hatred
in the shape of a girl. Then the knowledge
of God like an apple in the mouth. I faced
my temptation. I touched its breasts with
as much restraint as my need allowed,
and I woke with its left hand traced again
and again on my chest like a cave wall
disfigured by right-handed gods who tried
to escape the stone. It was holy. It was fading.
My ring, then, on my finger like an ambush,
as alive as fire. Then the trees offered me a city
in the shape of a word followed by a word
followed by a blue madonna swinging from
the branches. A choir filed out of the jungle
singing hallelujah like a victory march and it was.




Petition

In the temple, a pear blackens in a statue's palm.
Birds steal the grain. A man climbs the steps
holding his severed hand, but no miracle occurs.

His body refuses to reach out and claim what it lost.
A woman in a white dress waits to be overshadowed
as she plucks her eyelashes—one for the horses,

one for the rain, one for the hair on the back
of her lover's hands. She wants her virtue
restored, to return to a morning when her skin

was new and unwounded, when her mouth still fit
her mother's breast. You came to ask if it's true,
if angels weep until their faces become human,

and if the dead can escape their tombs, then—
You trap wind as it enters the statue's mouth,
and command it to rise, walk.

Traci Brimhall, "Petition" from Our Lady of the Ruins.










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