domingo, 23 de agosto de 2015

JORGE GUSTAVO PORTELLA [16.864]


Jorge Gustavo Portella

Jorge Gustavo Portella Ocharan fue un poeta y escritor venezolano de origen peruano. Portella nació en Lima el 5 de abril de 1973, y cuando era niño su familia se trasladó a Caracas, donde residió hasta el día de su muerte, casualmente el 5 de abril de 2011.


Fue profesor de las cátedras de Artes Gráficas y Diseño Periodístico en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas, dictó el taller de Escritura creativa para medios de la Escuela de Letras. Cursó estudios de pregrado y postgrado en la Universidad Católica Andrés Bello, donde trabajó como coordinador de Diseño y dio clases en las Escuelas de Comunicación Social y Letras de la misma universidad. Ha participado en festivales literarios y poéticos por todo el mundo, entre los que destacan Ardentísima (Murcia, España y San Juan, Puerto Rico), Cosmopoética (Córdoba, España), el Festival de Poesía de Bogotá, Feria del Libro de Valladolid (España), Feria del Libro del Palacio de Minería (Ciudad de México, México) y Versi y note (Instituto Cervantes de Roma, Italia). Murió el 4 de abril de 2011, próximos a cumplir los treinta y ocho años de edad.

Portella era licenciado en Relaciones Industriales y Especialista en Publicidad de la UCAB, donde cursó una maestría en Historia de las Américas. Participó en talleres literarios dirigidos por Miguel Marcotrigiano (Ucab, poesía), William Osuna (Fundarte, poesía)), Teresa Casique (Celarg, poesía) y Eduardo Liendo (Ucab, narrativa).

Obra poética

Sin intención de oficio, Editorial La espada rota, Caracas, 2000
Resquicios, UCAB, Caracas, 2002 (incluye los poemarios Cruel y El libro de los falsos navíos fatigados)
Ciudad sur, Municipio Arismendi, Nueva Esparta, 2002
Sin hábitos de pertenencia, Editorial Eclepsidra, Caracas, 2005
Compendio de Historia Natural, Ateneo de Calabozo, 2006
En tercera persona, El pez soluble, Caracas, 2006
Compendio de Historia Natural, Renacimiento, Sevilla, 2007
A corto plazo (Antología), Ediciones Baquiana, Miami, EE.UU., 2007

Antologías en las que aparece

Las voces de la hidra, Mucuglifo, Caracas, 2002
30/50, UCAB, Caracas, 2005
Voces nuevas, Celarg, Caracas, 2005
Del dulce mal. Antología venezolana de poemas de amor, Grijalbo, Caracas, 2008
La música callada, la soledad sonora, Casa de Poesía Silva, Bogotá, 2008

Narrativa

La diosa es un pretexto, Alfadil, Caracas, 2005
No repitas mi nombre, Rayuela, Caracas, 2006

Ensayo

"La máscara más frágil, una aproximación a la voz poética de Arturo Uslar Pietri", en Journal of Spanish Cultural Studies, NYU, 2007.
"Pequeño y no muy exhaustivo esbozo de la reciente poesía venezolana", en Revista Baquiana, 2006

Ediciones críticas

José María Álvarez, Los Prodigios de la cera, Selección y prólogo de Jorge Gustavo Portella. Ediplus, Caracas, 2008.

Premios

Premio de Novela Erótica Letra Erecta, 2005, por La diosa es un pretexto
Bienal de Poesía Francisco Lazo Martí, 2005, por Compendio de Historia Natural
Premio Nacional de Poesía Centenario de Luis Beltrán Prieto Figueroa, 2002, por Ciudad sur
Finalista en el Concurso de Novela Teresa de la Parra, 2002, por No repitas mi nombre
Premio Nacional de Poesía Tomás Alfaro Calatrava del Conac, 1999, por Cruel




La gente nace y muere

de niños     nuestras maestras
con las primeras piedras ya no vemos salida
y es tan poco el tiempo y pesa tanto

llegan algunos años y conejos
seducirnos y amarnos es un juego tras las vidrieras rotas

una mañana
aparece alguien como una roca plácida
no hay apuro

                                                    
la gente nace y muere



*



doblégate
que nada puede salvarme de mí mismo
y que tampoco nada es suficiente:
lo vivido lo roto lo que insiste
jamás este poema

“(Animales equívocos)”




Libro: Resquicios
Editor: Universidad Católica “Andrés Bello”, Caracas, Venezuela. 2002.  



(cruel)

Se dice fácil morir
se evidencia el error

aprendemos la verdad como un pasado amor
cuando dormimos con la muerte
la despedimos
y la dejamos dentro

cuando empezamos a morir
en la muerte de otros

hasta que se hace unánime



*



Volvemos de cada pérdida
sin armas   sin valor   y sin nostalgia
en ojos ajenos

hasta que somos únicamente muerte

voces inútiles en las esquinas
donde el recuerdo asoma sus borrachos
y la luz mestiza cede
como los ojos bajos de aquel primer amor

la muerte tiene tantas vidas
aún así nos sorprende




*




Pareces
un vagón del Metro
más pequeña   más frágil
como cristal cediendo lentamente

imposible decirlo al corazón mío
que nunca me despide

la noche es tu ciudad interminable
pero no eres ahora:
como un pulmón distante que apenas si respira
no me podías sentir

inevitable amor de último momento
desesperado   urgente

mi lugar




*



Dios sustituido

La sombra de la cruz oculta la figura.



*



Fatales navíos fatigados

Que se rompen, que no duran. En busca de los puertos se corroen y no evitan los cantos de pasadas sirenas. Su lucha, su ascenso y caída contra la desmemoria. Se fatigan los diarios tras la estela labrada con silencios. Pero cabe aprender tan solo de mareas, te mareas. Que te vencen. Pocas veces los nombran sus siluetas. Demudan, se agotan. Alguna vez un hombre insiste y el lenguaje es la fiesta. Luego el silencio.




(Sin título)

Déjala cerrar los ojos
olvidarse finalmente de sí misma

acepta su silencio

no la toques
no intentes despertarla

no evites su descanso

permítele morir
lento
como el sabor de un beso
al final de los labios.




*    


(I)

La rosa de los suicidas es fugaz. A veces simula una tormenta, o una caricia al viento, pero nunca se tiene. Es una diosa trágica, sucede sobre un verso, desaparece y otro hombre cae inesperadamente.



*    


(Nocturno)

"Todo hace el amor con el silencio"
Alejandra Pizarnik

Ella triunfa la muerte como una voz hermosa, huye de los carnívoros y se dispersa presa de un miedo atroz a mis destrozos. Pero llega. Vuelve, la voy a ser muy dentro de sus huesos, en el reflejo mediato de la carne entreabierta. No hay sangre, sólo felices mujeres estranguladas; le comento.
Crepita lo que no crepita en las voces. Estalla profundamente el pecho. Arden los poros asfixiados, ahogados, suicidantes. Ebrios, rotos, despellejados, unidos. Una luna benevolente los mira, los cubre. Los busca como las luces de caza. La luna de París acecha. Es de noche todavía, continuemos.





La diosa es un pretexto, de Jorge Gustavo Portella

Fragmentos de novela

Mientras las niñas juegan y corren por la casa, él decide mirar y aprenderse las piernas y el pecho sudoroso de Ángela. Como otras veces, deciden jugar al escondite: él hace trampa y ve hacia dónde se dirige Ángela, la busca rápido en el closet —siempre el mismo closet— y sin encender luces introduce su mano por entre la ropa colgada, ella espera nerviosísima de pie, tras el algodón y la lana de las chaquetas largas, espera y siente —como otras veces— la mano subiendo por el muslo, delicadamente, y la estúpida vocecita repitiendo “¿Quién será?”, continuamente. La mano —insidiosa como una serpiente— se demora en los débiles bellos del muslo, se extiende sobre ellos, los recorre, los dobla, parece arrepentirse y soltarla. “Sal”, dice y ella no responde, no sale. Lograda la aprobación, la mano vuelve más directa y sube desde la rodilla a los muslos, sube y voltea y sujeta la nalga con aprehensión, luego acaricia el borde de la ropa interior; ella como de costumbre la mueve un poco, la levanta y el roza esa oscura línea entre ambos músculos, esa zona donde las mujeres parecen no ser de hueso, él introduce sus dedos y roza la raja sin hacer daño suavemente, se deleita con sentir la piel temblorosa y erizada, como la piel del tambor, vibrando. Luego la mano se aleja y vuelve húmeda con algo más pegajoso que la saliva, vuelve. Apenas roza el muslo y deja algo de humedad, busca la delicada fruta en su entrepierna: la roza, la moja con ese líquido espeso, la roza por fuera, como siempre. Pero hoy será distinto, hoy la mano parece más enérgica, parece que alguien le hubiera enseñado métodos distintos; y la mano hoy guarda tres dedos y de pronto sin conmiseración introduce los dos restantes, ella vibra, tiembla, se desespera, ella casi llora de no saber, ¿que hacen esos dedos allí?, ¿por qué se introducen con esa blanda, equivoca ferocidad, continuamente?

El cuerpo de una mujer es algo inesperado, reacciona según su propio parecer y esta vez acepta la intromisión: abre los muslos de una manera que le daría vergüenza verse, abre las piernas y permanece incómoda, permeable; y los dedos más agresivos entran con insidia. Es algo forzado, como una herida repetida, algo pareciera a punto de romperse, algo de ardor y disfrute. No puede sino sentir un cosquilleo que acompañado al temblor y el ardor son de un disfrute inusitado. Las piernas se abren más y la mano parece algo equivoca, el cuerpo que la dirige parece temblar todo, como si algo tan fuerte como lo que ella siente le sucediera, la fuerza del cuerpo es mayor que sí mismo. La mano se detiene un momento y es Ángela la que decide, sin voluntad, moverse y ayudar a aquella mano olvidada por su cuerpo, ella decide moverse y forzar que continúe aquella intromisión. Segundos después, la mano sale más húmeda para volver completamente llena de aquel líquido tibio y pegajoso: delicioso dentro de la piel en carne viva de su entrepierna. La mano se mueve con violencia unos momentos, tan breves que podría contarlos, si pudiera, treinta, cuarenta veces, no más, hasta aburrirse. Una mano que la deja ansiosa abierta, roja, ardiendo. Una mano que sin más se aleja. Y el hermano de Flor, Hernán que grita ya a lo lejos que no iba a seguir jugando.

La diosa es un pretexto (Ediciones Alfadil, 2005)








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