JAVIER VAYÁ ALBERT
Javier Vayá Albert (Valencia, España, 1973). Es escritor y blogger aunque ha desempeñado diversos trabajos ajenos al mundo de la literatura. Apasionado del mundo del cine ha colaborado escribiendo sobre el séptimo arte y literatura en diversos medios digitales como Cinetelia, Papel de periódico, Achtungmag, La huella digital, Astrolabium o Entre Tanto Magazine. Desde el 2009 administra el blog Actos invisibles en el que publica relatos, poemas y reflexiones personales. Su cuento “La fuerza de la costumbre” fue uno de los ganadores del concurso “Ciudad Mínima” y forma parte de la antología del mismo nombre coordinada por Alberto Chimal, Adelaida Míjar y Andrés Neuman. Ha participado con un relato en el número 13 de la antología Vinalia Trippers. Es autor del libro de relatos y poemas El peso de lo invisible (Ed Alacena Roja, 2014)
Nido
Anudamos un nido desnudos
nido que desanudas
desandando desnuda
nido y nudo que son nada
cuando lo desnidas
hasta que reanudamos
desnudos desnadas
te beso te rebaso
te reverso te reviso
me rebosas me besas
me rebabas revives
te verso me rebosas
te bebo me vives
te someto te sonsaco
rematas resacas
te entro y te salgo
de veras me devoras
me divides das vida
extraña te extraño
en mis entrañas
te derrites y derramas
te irritas y desparramas
te derrocas y rearmas
me desvivo y me desmuero
te desvistes me devastas
dices basta
me sometes me sonsacas
arremetes me arrebatas
divertida pervertida
totalmente vertida
Mensaje de Dios
Hoy recibí un mensaje de Dios
escribía recto
con renglones torcidos
de modo que lo envié
a la carpeta de SPAM.
Junto a la Viagra a buen precio
junto a la rusa que quiere conocerme
junto al prodigioso alarga-penes
junto al príncipe nigeriano desesperado
junto a las ofertas falsas de trabajo
junto a la oferta inigualable
de todas las compañías telefónicas
junto al método infalible para hacerme rico
junto al crédito inmediato
junto al aviso importante del Santander
junto a tus saludos desde el extranjero.
Pensé que allí se sentiría como en casa.
En el maldito paraíso.
Y vi que estaba bien.
La muerte de los poetas
Gil de Biedma se murió un lunes
Juan Gelmán un martes
Panero hizo de su cadáver su mejor poema
un jueves cualquiera
A Lorca lo asesinaron los perros
que ahora ladran democracia
un vulgar martes de Agosto
prostituyendo eternamente
la calima de bostezo veraniega
Lo mejor sería volarse la tapa de los sesos
esparcirlos sobre el folio en blanco
un domingo o el día de Navidad
el 4 de Julio o el jueves Santo
como último acto enteramente poético
como una victoria frente a la muerte
y su normalización burocrática
también por lo que tiene de gesto absurdo
de venganza y justicia poética
de clavo ardiendo y burdo intento
por alcanzar la suela de sus zapatos.
Fractura
Mi revólver está cargado
de lágrimas estériles
me he disparado al pie
en tantas ocasiones que el dolor
es un hermano siamés
pero ahora estoy tan roto
que los años se me hacen añicos
y ya no le encuentro gracia a la desgracia
no me da ni para un poema
funambulista del destiempo
impuntual de mí mismo
de tanto querer ser un poeta maldito
me convertí en un maldito poeta
al que a veces se le derrama
un verso torpe dejándolo todo perdido
mi única metáfora decente
es una mancha de tinta estúpida
inquietantemente parecida a tu figura
desnuda y ya en huida
y ahora la vida me toma la palabra
y el fulgor deviene en fractura
soy la caricatura de la circunstancia
el golpe demasiado bajo del karma
por andar siempre con la tristeza
pegada a la suela de las botas
me di de bruces con ella
en la primera sucia esquina del destino
quise vivir del cuento cuando
ni venía a cuento ni salían las cuentas
forcé tanto al abismo que giró la mirada
y ahora me doy cuenta que el cambio de presa
convierte al desprecio del lobo
en su peligro más dañino
El peso de lo invisible. Alacena Roja, 2014.
El peso de lo invisible, una obra inteligente que no deja indiferente a quien la lee. El libro es una mezcla de relatos cortos y poemas, que también incluye ilustraciones de Luisa Navarrete, la editora de La Alacena Roja, editorial que publica el manuscrito de Javier Vayá.
El peso de lo invisible es una miscelánea en la que podemos encontrar relatos de terror, fantásticos, de realismo sucio, reflexivos, narrativos o incluso humor, siempre bajo la idea de la importancia de lo invisible en nuestras vidas.
Es difícil quedarse sólo con uno de los poemas que Javier ha seleccionado para su ópera prima., pues todos demuestran la madurez de estilo de Javier Vayá y una consistencia poética envidiable. Lo que más me llamó la atención es que abarcan la temática social, el amor, el sexo o la propia existencia. Una macedonia de reflexiones en la línea de la perspectiva holística de El peso de lo invisible.
[http://www.entretantomagazine.com/2014/10/01/javier-vaya-el-peso-de-lo-invisible/]
Babel 3.0
Fuera
El pantagruélico titán derrite
asfalto y corazones en exactas
proporciones
compuesto por ojos compuestos
mosca gigantesca succionando
mierda a jornada completa
y sus correspondientes horas extras
multiplicación infinita de espejos
acogiendo inmutables
el genocidio cotidiano de pájaros
culpables de ignorancia
en cuestiones de ambición humana
estallido monótono de alas
estruendo sordo de libertad aplastada
dentro
como si solo lo malsano viviese
bajo un cielo artificial
habitado a diario por la muerte
se trafica con cifras
que alguna vez disfrutaron de nombre
se decreta el hambre
y se esclavizan sueños
a veces, si se alza la vista
y un amasijo de sangre y plumas
impide ver un futuro prometedor
se subcontrata la conciencia.
Apetitos
Dicen que para llegar
al corazón de un hombre.
hay que empezar por su estómago.
Así que en pro del feminismo
yo voy a comerte el coño
hasta que llegue a tu corazón.
Los que caímos
Hacía tiempo
que no veía uno,
o que no reparaba en ellos:
un pellejo amoratado y sanguinolento
reventado de suelo.
Con el pico abierto en grito mudo
eterno.
Y lo que pretendían ser las alas
como sarcástico recordatorio de derrota.
Recuerdo la aprensión y tristeza
que me producía verlos de niño.
Ahora lo contemplo
con la comprensión hiriente
del que reconoce a un semejante.
Sí amigo, yo también lo he intentado
y también he acabado en el mismo sitio
y mi corazón se parece demasiado al aspecto
que ahora tienes.
Le digo
y me marcho escuchando con desprecio
la música de la vida, arriba, en el nido.
La camarera
Hoy tras la barra no estaba La camarera.
En su lugar un joven rumano
deslizaba su cansada sonrisa
entre la urgencia del café de primera hora.
No he necesitado preguntar
se me ha adelantado el viejo parroquiano
que ha intercalado conmigo su tristeza.
Ya no trabaja aquí.
Una de esas frases cotidianas
que la gente acostumbra a soltar
ajenas a su condición de bomba racimo,
a la evidencia del cuchillo traspasando el corazón.
Me doy cuenta de que ni siquiera sabía su nombre,
pero era, sin duda, lo mejor de mi día.
Lo mejor de mis días.
Solo deseo que al menos exista una buena razón;
que contra toda estadística cruel
esta vez la locutora de la radio si dijera su número.
Que sorteara amaños y ganara por sorpresa
ese concurso literario.
Que por lo menos la recuperación económica
tampoco pudiera resistirse a sus ojos de castaño incendio,
y le regalara un trabajo acorde a sus estudios.
Que no se haya enamorado de cualquier gilipollas.
No sé, que le vaya bien, joder, solo que le vaya bien.
Que a ella, a La camarera, sí le vaya bien.
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