Emilio Losada
Nació en Barcelona en 1972, pero a los siete años se traslada con su familia a Sevilla. Desde los 80 compone y toca en grupos de rock, década en la que empieza a escribir poemas y relatos, algunos de los cuales son publicados en medio mundo al resultar premiados en diversos certámenes internacionales. Tiene publicadas dos novelas, La quintaesencia suave (RD Editores, 2008; I Premio Guadalquivir de Narrativa) y Los ángeles rasos (Bitiji, 2014; segundo puesto en el II Concurso Internacional de Novela Contacto Latino, Ohio, USA). En 2010 crea y actúa como secretario en el Premio de Relato Corto Lar Gallego de Sevilla. En 2014 gana el XXIX Premio Andaluz de Poesía Villa de Peligros con el poemario Ventajas de estar en la ruina. Recientemente funda la revista literaria La Antibiótica (dedicada en su número 0 al poeta Fernando Cañas), que dirige y coordina y en la que colabora con artículos, relatos y poesía.
RECESO PALACIEGO DEL HOMBRE-GATO
Apartémonos del fuego
y hagamos sexo lento,
sin apenas movimiento,
y después déjame dormitar
sobre tu vientre,
alma hermana,
como en las lejanas noches
de miedo y descubrimiento.
Y es que hoy no tengo humor ni cuerpo
para narrarte hazañas bélicas,
esos devaneos míos
en campos donde no volverán a crecer flores
y los sauces se quedaron sin lágrimas.
No vengo con heridas abiertas:
tan sólo te ruego que atuses
mi pelo aún húmedo
con tus dedos de princesa
hasta la inconsciencia compartida,
que al rayar el alba
he de desenroscarme sutilmente de tu cuerpo,
besar tu frente
y dejarte escrito sobre la mesa
de los libros y del tiempo
que daría mis siete vidas por ti,
y puedo jurarte por todas ellas
que jamás he sido tan franco.
Todo lo haré despacio,
sin hacer el menor ruido;
me iré acercando a la ventana con sigilo extremo
y, antes de disponerme a deambular
por tejados-limbo
sin futuro ni amor,
miraré atrás y corroboraré una vez más
que no merezco tanta belleza,
que nunca podré guardarle fidelidad a nadie
mientras te piense.
Afrontaré el descenso
muy lentamente,
contendré la respiración,
lloraré con duelo.
Volveré con la lluvia.
UNA DEL OESTE
Le pregunté a la librera:
¿Dónde está la poesía?
Unos segundos de incertidumbre
y las carcajadas se nos empezaron a caer de la boca.
SU REFUGIO ERA LA LECTURA
relee la misma línea de texto decenas de veces
porque apareces constantemente en ella
aun sin que esté tu nombre escrito
y la concentración es imposible
tu persistencia insoportable
y cuando vuelve al principio
pronto se percata de que sigues allí
de la nueva intromisión
o más bien de que no te has ido
a veces se tapa los ojos
respira hondo
los abre de sopetón
y parece que no estás
pero cuando va a cantar victoria
tienes la osadía de aparecer sonriente tras alguna palabra
arrebatándole de nuevo el desahogo triunfal de la boca
su refugio era la lectura
hasta que te conoció
la lectura siempre fue el chamizo de granjero
en medio de la triste nada
al que correr a cobijarse
cuando estallaba la tormenta
y la ira
y sumergido en la lectura desaparecían los nombres
los malos tragos
y los ecos de los reproches
y leía hasta olvidarlo todo
chapoteaba sobre aquel papel mojado
de lluvia de nubes o de ojos
hasta no recordar ni quién era el que leía
su refugio era la lectura
pero tuvo la desgracia de dar contigo
y ahora se le ocurren multitud de estupideces
como ir a tu encuentro
postrarse ante tu engreída calavera
rogarte que te busques otra cabeza donde habitar
y cubrir llegado el caso tu apuesta
hasta se abandonaría a todo tipo de supersticiones
y de rituales absurdos
con tal de que de una santa vez
no vuelvas a los párrafos y a los versos
y que tu mutis sea categórico y definitivo
es preferible perder una biblioteca
en un incendio o por un exilio
que tu terrible insidia
y es que sus horas estarán contadas
si no cierra el capítulo
si no dejas de ser su estigma
y no vuelven a gritarle los libros
sólo los libros
ALCOHOL BLANCO
Alcohol; salario de estrellas.
Jacobo Fijman
es un somnoliento atardecer
de otoño en Sevilla
la ingesta indeliberada de algún que otro aguardiente
me insta a localizar una colección de versos
ésa y sólo ésa era la intención
pero muy pronto
esta vez quizá demasiado pronto
me puede el paisanaje
grupúsculos de vulvas imberbes
atosigan mis sentidos
por una calle Sierpes curada de espanto
en simétrico vaivén con las aves del tiempo
que rasan las seseras
presagiando el primer aguacero
de la temporada
los extremos
por su parte
se amenizan
tiznados hombres-estatua
alardean de estática impertérrita
frente a un conjunto de arpistas disléxicos
que tañen desganas ante una audiencia de tiovivo
engalanada con perillas desgarbadas al uso
que no tienen otra razón de ser que encubrir papadas
de pelícano borracho
irrumpe la lluvia
los previsores se jactan de tener al fin
ocasión de desplegar sus paraguas
como murciélagos las alas
incauto de mí
yo simplemente intentaba dar
con una colección de versos
pero ahora lo menos sangrante
es volver a diluirme en alcohol blanco
porque ya sólo aspiro
a guarnecerme de mí mismo
bajo este intempestivo ocaso
de las seis y media
en Sevilla
IDEAL EN UNA VENTA DE CARRETERA
El viajero lustra con una servilleta
los mugrientos cristales de sus gafas de sol
y el barman le pasa el paño a una copa
cuando ella irrumpe de repente
–medias de rejilla,
top ajustado a ras de ombligo,
labios bermellón…–,
sonríe a los presentes, saca unas monedas del bolso
y tararea À quoi ça sert l’amour?
mientras el tacón de su zapato izquierdo
aguarda impaciente a que la máquina
escupa el tabaco negro,
tras lo cual se larga sin más
con la misma indiferencia
con la que apareció hace tan sólo un minuto.
Ella ha entrado quizá para no volver jamás
donde es muy posible que el viajero
tampoco se vuelva a dejar caer nunca.
Y aquí no ha pasado nada: viajero y barman
siguen a lo suyo perfectamente conscientes
de que lo que tienen entre manos
es lo único en sus vidas
a lo que aún son capaces de sacar brillo.
VINDICACIÓN DE UNA ESTRELLA (Albada alamediana)
Salimos del pub
a eso de las siete de la mañana del viernes
doblegados, confusos,
visiblemente afectados.
Nos habíamos tirado,
caí de pronto en la cuenta,
prácticamente toda la noche
sin mirarnos a los ojos.
Hacía tiempo que no salíamos juntos:
yo solía regresar de aquella manera
del trasnoche de turno
y tú ya estabas en la cama dormida
o haciéndote la dormida,
acogiéndome calurosa
o ignorándome por completo.
Yo así tu mano desangelada
y te arrastré hacia mi buhardilla.
Sólo estábamos a cinco minutos
(ya sabes que precisamente por eso
tipos como yo eligen vivir en el centro:
para estar a no más de cinco minutos
de lo poco interesante que ofrece la ciudad).
Tú,
a los pocos metros,
te detuviste en seco,
casi mordemos la acera,
y soltaste mi mano.
Tenías la mirada ida
y triste…, muy triste.
Quizá aquélla fue la mirada más triste que te vi nunca.
Señalaste la parada de taxis
y me dijiste que querías ir a casa de tus padres.
Yo no pregunté nada,
simplemente me metí las manos en los bolsillos
y te acompañé,
y cuando al fin me miraste a los ojos
tras el cristal que te alejaba
supe que tu decisión era la adecuada.
Permanecí un rato allí ensimismado,
compendiando las escenas más significativas
de nuestra efímera relación.
Le eché un vistazo a la cartelera del cine Alameda
y no me quedé con ninguna película:
sólo seguía viendo tus ojos
tras el cristal del taxi.
Me puse al fin en marcha,
y antes de subir a casa
hice escala en el bar de abajo
para tomarme un par de aguardientes
junto a una somnolienta representación
de población activa que untaba legañas
y ansias de prejubilación en pan tostado sin amor.
El diario hablado de las ocho
informó de la muerte de Ray Charles.
No fue la única pérdida de aquella mañana.
VENTAJAS DE ESTAR EN LA RUINA
Antes de que se despierten,
el huésped procederá a esfumarse;
orinará sonriendo a la luna ruborizada,
se hará un hueco en su traje raído
y saldrá pitando
para materializarse en cualquier parte
donde aún sea permisible
seducir a las musarañas,
campar a las anchas del momento
y alardear de derrota
ante otra hoguera sitiada
por la imberbe prole del éxito.
Absorto en el contoneo obsceno e irrepetible
de las llamas con el viento,
aguardará paciente la inconsciencia
de sus anfitriones de paso,
se moverá con sigilo
y, a la primera escarcha,
nutrirá su cuerpo yermo
con las sobras del banquete
para afrontar,
como cada bendito día
desde que la razón
sucumbió al beso con lengua
del camino torcido,
un nuevo viaje tan baldío
como lleno de expectativas.
.
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