jueves, 13 de agosto de 2015

GASTÓN ALEJANDRO MARTÍNEZ [16.796] Poeta de México


Gastón Alejandro Martínez

Poeta y compositor.

Nació el 18 de diciembre de 1956 en Ciudad Madero, Tamaulipas, México.

Es autor del poemario Solar de pájaros (CONACULTA, 1989), La Música (Ediciones Sin Nombre, 2006), El Horizonte (Ediciones Sin Nombre, 2006), Estación Árbol Grande (Ediciones Café Cultura, 2011.

Fue antologado en asamblea de poetas jóvenes de México presentada por Gabriel Zaid (Siglo XXI EditoresCONACULTA, 1989).

La mayor parte de la obra de Gastón Alejandro se encuentra inédita.



Estación Árbol Grande/Poemas 1976 -1982 
Jerez Zacatecas, Ediciones Café Cultura, 2011.


Birthday II

Que tristeza no tener un jardín
No exclamar en medio de mi cumpleaños:
¡Tengo un jardín!
 
Que tristeza no poder besarte
en el jardín que no tengo, querida mía
de ojos como jardines
 
Esta mañana
Algo me impulsa a estar alegre
De pie      (no en un jardín)
Esperando el tren
que me lleve a casa 



Abuelo

Para José Guadalupe Galicia

Hay cuatro o cinco verdes ahí, abuelo
Amarillean las paguas
a un lado del oscuro framboyán.
 
Se escucha el viento
que viene del río
El viento que se arma
en las profundidades
y alegra el nado de los perros de agua.
 
Usted, abuelo
Que cargó desde siempre
en vilo nuestra casa
Madrugó para barrer el polvo
y las hojas del otoño…
 
…arme otra vez el columpio
El grande, el de tubos rojos.

Quiero mecerme como en los tiempos
en que jugábamos
a corretear por las frondas unos tras otros
Cuando no éramos
hombres ni mujeres
Sólo cuerpos corriendo
a la caza de los deseos

 


Good times

¡La época de sol apenas empieza!
Levanto tu cuerpo desnudo
junto a la ventana
Caen de los árboles
los últimos racimos del día

No podrán con nosotros Virginia
La sal nos protege
Este profundo amor
Este delicado vino que sale de tu cuerpo
nos hacen inmunes

No conozco a los enemigos
No sé si curten pieles juegan cartas
Son buenos con el mundo
o hacen poesía

No podrán con nosotros
Te lo juro





Si me contara…

Si me encontrara usted ahora
¿Descubriría insomnios de otra vida
en estos ojos?
¿Crímenes de sinceridad sobre el cuerpo amado?
¿Poemas descuidados siempre en busca del fondo
Del final
De lo indecible?

Si me encontrara usted ahora
Un vago un chofer un marinero
Un mendicante de las sombras
El hombre que la amó 





Lanzo una flecha al espacio

Para Wacho

Vivo
Cagándome de miedo
pero vivo
Bien vivo

Ustedes de los próximos
o de los lejanos tiempos
¿Saben de qué estoy hablando? 




Epílogo de arena

Para HV

Arena humedecida por la noche
De cangrejos atentos y flores petrificadas
Arena de la aurora humeando al fondo
con un brillo de cigarros y amantes que regresan

Vuelo de garzas sobre las dunas
Albo abanico en los hilos del viento
Arena de vidrio del mediodía
que ayer navegamos sin pensar en nada
 
Arena de las últimas nubes
esparcida en el lomo del mar
 
Arena azul en la piel de los ahogados
Con su boca de espuma
Traídos a la orilla por las olas

Dulce tufo arenoso en el hueco
Que dejan los cuerpos bajo el agua

Huesos de arena donde quedó para siempre
la alegría de nuestra infancia
 
Castillos de arena con sus almenas y torres
Donde quedó nuestro corazón en su aventura
 
Senos de arena de la muchachas sin fortuna
Detrás de una sombra en las playas distantes

Límpido desierto más allá del mar y de los puertos
Arena infinita del país que perdimos
y al final del día nos quitamos de encima
para podernos vestir y marcharnos.





» Solar de pájaros
Ciudad de México, CONACULTA, 1989.


Quiero jugar

Quiero jugar,
Irme rodando, las manos abiertas
Contra el aire dulce de la ciudad,
Las piernas sucias
Pero los ojos limpios
Y el alma zumbando como un panal
Que flota por el monte.




Mirarse en la pared

Mirarse en la pared
Como vampiro en el espejo
Y pensar sin pasión, sin odio,
En los días que se van,
En el instante que esperé con ansia
Y me dejó con los brazos tendidos.





¡Oh, Stella! Mi amor.

¡Oh, Stella! Mi amor.
Agua limpia de mi ciudad.
Sueño en el sueño
De los valientes guerreros.
Daga para siempre hundida
En el vientre de los mutilados.

¿Qué puedo decirte yo,
Sucio recolector de negaciones,
Que no se pudra de inmediato
En el aire?

¡Oh, Stella! Mi amor.
Agua limpia de mi ciudad.
Sueño en el sueño
De los valientes guerreros.
Daga para siempre hundida
En el vientre de los mutilados.

¿Qué puedo decirte yo,
Sucio recolector de negaciones,
Que no se pudra de inmediato
En el aire?

No tiene caso escucharte.
Sé lo que cantarás,
Lo que me quieres decir,
Lo que escribirás siempre.
No, no tiene caso.
Nada tiene caso.
Hace mucho que tu voz me suena
Como huesos cloqueando
En el fondo de la guitarra.




Hay un cruce de caminos

Hay un cruce de caminos,
Un barrio enlodado más abajo,
Una brisa tibia
De muchachas limpias
Pasando por el río.
 
Hay un bosque de árboles dorados,
Una corriente muy alta, y tras los muelles
Una tormenta, un felino de nubes
Que araña la costa y riega peces
En la arena.




Las dos de la tarde

Boleros del ángel guardián
Se escucha un reloj.
Suena el teléfono en la recámara.
Yo soy un hombre herido dicen
Extrañamente desde la radio.
Circula un humor de perros
Resoplando de calor.
Abre el costillar de una tarde,
Un lunes, un sol que baja
Entre sábanas humeantes.
Un tren que silba, un tren
Que regresa con su ruido atroz,
Con su aceite triste
En medio de los cocoteros.

Hay un obrero dando voces,
Una enfermera que voltea
Tras sus pasos, desolada,
Una mujer que arregla su vestido,
Unos novios,
Los ojos de unos novios entrecruzándose
Sobre arañas invisibles.

Brilla un fondo ruinoso de máquinas,
El esqueleto de una casa,
Una casa de madera -1932,
Caen los últimos peces de la tormenta
Y un zumbido de insectos en los manglares
Abruma el atardecer.

Algo se despierta tenebroso.
Un suspiro largo.
Alguien se aburre lejos de aquí.
Alguien se despide en el auricular abandonado.
 
En el hotel más viejo del puerto
Un pecho amargo se rebela.
En su cama alquilada, revuelta.
En la arcilla de sus besos, un brasier.
Y en la tela sucia,
Sus últimos líquidos crepitando en las olas
Al borde de la boca ¿de quién?

Trastabilla una rata
En su paso incesante por mi cuarto.
Cae de la pared un pulmón viejo,
Entre libros desatendidos,
Entre botellas de cerveza.
Se escucha aún el reloj.
Me veo exhausto en el límite
De todas las cosas.
 
Por un instante
Quedo suspendido en el aire denso
De las entrepiernas que pasan.
 
El suicida en el vacío
Muere antes de tocar el suelo.

 


» La música
Ciudad de México, Ediciones Sin Nombre, 2006.



Así habló Richard Strauss/ 3

Una madrugada, ya cerca del despertar, conversé brevemente con mi abuelo, muerto hace algún tiempo. Hablamos mientras él trabajaba, inclinado sobre su banco de carpintero. Levantó el rostro para mirarme. No estaba triste, estaba en el centro del patio de mi infancia. Alzaba la mano y me miraba como tantas veces, cuando salía de la casa a despedirme. Una mirada sonriente y una sonrisa amarga. Su rostro preguntaba, ¿te volveré a ver?




Así habló Richard Strauss

3

Una madrugada, ya cerca del despertar, conversé brevemente
con mi abuelo, muerto hace algún tiempo. Hablamos mientras
él trabajaba, inclinado sobre su banco de carpintero.
Levantó el rostro para mirarme. No estaba triste, estaba en el
centro del patio de mi infancia. Alzaba la mano y me miraba
como tantas veces, cuando salía de la casa a despedirme. Una
mirada sonriente y una sonrisa amarga. Su rostro preguntaba,
¿te volveré a ver?




Beethoven

Mi hija toca su cello y llora por Beethoven,
acaricia la vieja madera
que sin embargo huele a tormenta fresca,
a animales bañándose en la luna.
Todos lloramos por Beethoven esa noche
después de buscarlo en solares baldíos,
entre la hierba del terraplén,
en las covachas que van dejando las estrellas.
Descorché una botella de la Rioja
y regué las entrañas de mis amores,
las cuerdas guardadas en tu vientre,
la tierra dulce con que están hechos mis hijos.

Dije entonces: no llore mi niña,
él regresará, siempre regresa,
no importa qué tan pobres somos
ni dónde mondarán nuestros huesos.

Pensé, ya sobre la madrugada,
Que la vida no fue nunca extraña,
ni el fulgor de la danza, ni las miradas.
Beethoven regresó y tocó las puertas
del destino, esta vez con sus puños,
con cuatro notas de sangre y huesos.
Cuando abrí la casa a la mañana
bebía su leche tibia. Sus ojos
ámbar nos miraron con malicia.
Mi hija al verlo dejó su llanto,
guardó su cello y nos fuimos juntos
como gatos a escuchar el mar.





Ravel

Juntos entramos en el bosque
donde lobos blancos
oficiaban a la luz de las luciérnagas.
Allí Dioniso era un gitano
y los faunos circulaban sacudiéndose las sombras.
Yo te amaba entonces
y no hubo un solo botón de tu cuerpo,
un solo Matisse de tu piel,
un solo balcón de tus huesos
que no rozaran los sátiros con su vuelo circular
y obsesivo.
Yo te amaba entonces,
mientras el dios mudaba de toro a cabra,
una cabra gorda, sacrificada para la cena,
y nadie allí sabía del principio o del final,
antes ya habíamos muerto y renacido
en noches y días innumerables,
llenos de amor, de celo y de crueldad.





Suites para cello solo/4

4

Aplasté a una araña.
He matado cientos de arañas
desde que estoy solo.
Las arañas de este mundo brincan.
Unas son pequeñas,
otras pueden oscurecer totalmente un sueño.
En el sueño no puedo pisarlas,
todo es negro y no amanece
aunque canten los gallos
y se escuche el lamento de los labriegos.
La araña salta y es la muerte.
No tengo miedo.

Hoy veo las cosas
como un niño arrugado por la lluvia.
En la pared de la cocina,
a una hora desconocida,
un bulto negro parece una araña soñolienta.
Es una camisa secándose,
colgada a un clavo,
camisa de soltero, seda de viudo
que descoyunta bestias multiformes
mientras respira como araña
y se acelera su corazón de araña.

Sonó el timbre de la casa sin timbre
y al saltar de la cama
aplasté a una araña que pasaba con sus hijos.
Me acompañaron bajo el zapato
hasta la puerta.
Me alegré, no era nadie.
Me puse a mirar la lluvia.

 

 
Suites para cello solo/6

En esta casa no hay servicio.
Regreso de mis asuntos a mi corazón…
¿y qué encuentro?
Un cementerio de guerreros,
tal vez Cruzados que volvían
de Tierra Santa.
Unos han caído bajo mis pies
indiferentes,
otros apostaron por un atajo
y perecieron barridos por el polvo;
otros cantaban por la mañana
y ahora yacen en su armadura,
aún tibios por el rayo de la tarde.

No importa,
todos los días aparece un nuevo ejército.
Un día serán los amos de la casa,
Cuando Polifemo no vuelva a despertar.





Suites para cello solo/8

El cuarto enorme y oscuro
guarda un piso arenoso
que excavan los cangrejos.
Estoy desnudo en su centro,
cantando y bailando para un público
de abejas asesinas.
 
No sé si Dios dormita
al fondo de mis pensamientos.
Las paredes se agrietan,
los gatos husmean
y llueve recio afuera,
tanto que los ojos me inundan,
se rompen los diques,
caen los huesos como arpas vencidas,
queda en el centro
una bolsa de sangre y sueños.
Los cangrejos excavan, excavan, excavan...





Sobre la tumba de Edgard Lee Masters

Fui el débil de voluntad, el brazo fuerte,
el payaso, el ebrio, el peleador,
y estoy durmiendo ahora en la colina.
 
Morí de fiebre,
quemado en la mina, muerto en un motete.
Amanecí ahorcado en la cárcel.
Caí del puente donde jugaba,
lejos de los chicos y la mujer,
y ahora estoy durmiendo,
durmiendo, durmiendo en la colina.
 



El marino baja de nuevo a la tierra

Para mi madre

Un esqueleto de metal podrido
custodiaba los huesos del marino.
Gusanos de hierro habían roído
la caja acerada y brillante
donde, cuarenta años atrás, guardaran su cuerpo.
No fui testigo de la exhumación.
Al llegar al pie de la tumba
sólo encontré aquel estuche tirado en la hierba,
como automóvil herrumbroso.
 
Los empleados del cementerio
trajeron de un cuarto de trebejos
una bolsa negra.
-Son los huesos del muertito- dijo uno.
-¿Quiere verlos?-
Del fondo de la bolsa
sacó una calavera,
llena de barro pero intacta,
el airoso calcio de un rostro de muchacho.
 
Acaricié su cráneo
y la alegría del encuentro imposible
fue siempre más grande que el dolor:
¡Hola, pa’, Capitán, mi Capitán!
 
Llevé aquel barro en mis manos
ese día hermoso y terrible
en que enterramos al abuelo
y los huesos del marino bajaron con él.
 



» El horizonte
Ciudad de México, Trilce Ediciones, 2006



Simpatgy for the devil

Vengan, señores, no desprecien mi invitación.
Yo también los he odiado largamente,
con ese amor rotundo del que odia
arrastrándose en silencio por su cuarto.
 
Vengan espectros, amigos míos,
bebamos ahora que aún se puede.
 
He sido culpable, el más grande si quieren.
 
He estado allí, a la hora de la desgracia,
como ave carroñera repiqueteando sus pechos
con el dolor.
 
Pero oigan esto: todos vamos a morir,
en verdad a morir, como sólo se puede morir
cuando se muere.
 
¡Vamos, hermanos! ¡No desprecien mi invitación!
Yo también los he amado como un enfermo,
he llorado sus derrotas y después de ofenderlos
he mordido mi lengua y golpeado mi rostro con los puños;
mas mi mayor pecado es no tener olvido.
 
Así pues, vengan, muchachos, bebamos.





Pessoa

Uno es la máscara, tras la máscara no hay nada. Algunas veces la máscara canta y el espíritu danza en la espesura del cuarto. Tras la noche está la máscara y tras la máscara no hay nada. Uno sueña, se parte todo el día, danza en la espesura del reino de la nada.





Dos historias breves de desasosiego


1

Porque no tengo un rostro
o lo tuve y se hizo humo
y el corazón late por tierras desconocidas
y en la tumba de mi padre no reposa nadie
(nadie reposa en la muerte).
 
Porque tengo todo el amor
y lo dejo sobre la mesa
y quedo dormido en la silla
ignorando al día que se pudre.
Porque vienen las lluvias y seremos arrasados
y soy un suicida que apenas se atreve
a patear su sombra
y estaré muerto cuando alguien lea esto
y se estremezca.

Porque no tengo un rostro
y nunca lo tuve y tras el humo sólo hay humo.
 

2

Fuera de mí y más yo que nunca,
oh ángel entre nubes, polvo dando tumbos,
 
perro del amor, lobo, saurio,
hombre con todos los rostros del vacío;
oh mar secándose lejos,
árbol de la muerte, lúcido, girando,
verdes aspas;
oh madre mía, estoy aquí y muero
y no puedo más;
oh niño, siempre niño, a ti te hablo,
sólo tú eres yo, sólo tú, nada, nada.

 


La canción de Lucía

Nuestras manos, Lucía,
nuestra risa en el patio de los puanes;
mi madre en el umbral,
pequeña como el centro de una almendra,
un mediodía implacable;
los barcos de periódico en el río
y tus senos, Lucía,
puros como el sereno en los guayabos,
tiernos como pálidos mantes,
ajenos como canciones hermosas
que jamás escribiré.
Y tus ojos, Lucía,
luceros en el horizonte
de un mar que invento y se evapora.

 


Verano

                     para mi madre

Aquí, entre estas maderas,
donde un ejército de sapos
arremete contra el relámpago
y los niños acechan en el sueño
el paso azul de un tren de lunas;
aquí, bajo las tejas,
algo parecido a la dicha
duerme tranquilo con los cuerpos.

 


Ojos de niño

Toda la luz, solar de pájaros, huesos de antiguos automóviles bajo el tamarindo, cachorros de león jugando en el terraplén, en el traspatio de la dama siniestra. Toda la luz, parvada de querubines en el guamúchil con su nube de dardos verdes, hollín en los ojos del mecánico ebrio, buscando a Dios en el vuelo irreal de los alcaravanes. Toda la luz un río, el vidrio donde pasajeros pobres se aprietan al amanecer y aspiran por las rendijas el tufo amargo de la dicha ajena. Toda la luz cegadora y púrpura de un pozo al que asoman los duros de la calle y tiran monedas de barro y se lanzan a la caza de todos los deseos. Toda la luz, muy al fondo de los cuerpos que se aman, de niños que bailan sobre las tablas del último sueño. Toda la luz diamante, la piel de las muchachas en la bruma que cruza el agua y no espera más que luz.

 

Good night

Verso, Vía Láctea, ¿para qué más?






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