domingo, 3 de mayo de 2015

JULIO HUBARD [15.836] Poeta de México


JULIO HUBARD STOOPEN 

Nació en la ciudad de México, el 29 de mayo de 1962. Poeta, ensayista, editor y traductor.
Estudió filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Fue profesor adjunto de Ramón Xirau. Becario en el Instituto de Investigaciones Filosóficas, y profesor de Historia de las Ideas.
Ha sido editor. Consultor en Aldus. Director literario de Tusquets Editores. Miembro del consejo del Fondo de Cultura Económica. Subdirector de Este País. Miembro del consejo de la revista Vuelta. Es maestro fundador de la Escuela Mexicana de Escritores. Miembro del Sistema Nacional de Creadores desde 1999.

Obra publicada:

Hacéldama, (poesía) Conaculta, 2009.
Sangre. Notas para la historia de una idea, (ensayo) Turner-Ortega y Ortiz, 2006.
Presentes sucesiones, (poesía) F. C. E., Letras Mexicanas, 1988
Una turba de gente adorable, (poesía) Universidad Autónoma Metropolitana, Margen de poesía #15, 1992.
Aristóteles & Hipócrates. De la melancolía, (ensayo) Vuelta/ Heliópolis, 1994.



TRATADO DE HERMANDAD

Dejo a mi hermano andar por propia cuenta al llamado
 del diablo. Soy de la estirpe de Caín, ¿qué puedo
 hacer…?
Al cabo, ya sabemos que no quedan muchos
 descendientes de la pobre línea del pobre Abel.
Porque son los dispuestos a morir, y mueren pronto y casi
 siempre jóvenes. Parecieran afectos a sangrar.
La historia omite, sin embargo, el modo en que los
 abelitas envejecen. No es cosa digna de verse.
Una bondad supina los mantiene lozanos muchos años.
 De pronto, un mal día, su hermosa piel sin manchas
 comienza a dar de sí,
comienzan a sobrar por fuera, a faltar por dentro, parece
 que les haya huido el ser del cuerpo.
Es el rencor. Ellos a ellos mismos, por dentro se van como
 royendo. Y envilecen.
Tanta bondad guardada. Y mansedumbre. Sus bestias
 quedan sin resguardo ni corral. Se vuelven fieras, es
 decir
las que domaron y ellos mismos, entre los huesos y la piel,
 porque el ser les huye. Y envilecen.
Aprenden pronto a maldecir y a codiciar. Perdido su rebaño,
 aman las armas, la milicia. Aman mandar y obedecer.
Les dura la bondad lo que las fuerzas de sus piernas y el
 humo catarral del sacrificio, si es que asciende.
Después se debilitan. ¿Le dije que envilecen? Pierden
 vigor, dejan de hundir la hoja del cuchillo entre las
 carnes de la bestia
y la asfixian. Que Dios me perdone, pero los he visto alzar
 chivos ya muertos de la carretera.
Pero el humo ya no les asciende, y cunde un tufo agrio y
 dulce. Como el rencor.

Tomado de Anuario de poesía mexicana 2005. (2006)




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