Edgar Khonde
Nació en la Ciudad de México el nueve de agosto de 1979.
Poeta de musas variopintas, gusta del fernet-branca, la literatura y la buena comida. Se ha desempeñado en los más comunes y los más extraños oficios por diversas regiones de nuestro país.
Ha ganado un par de premios internacionales y es autor de los libros Breve intención (LTE 2006), Desde el observatorio (LTE 2007), Alicia la de las maravillas (GE 2008), De ser soldado y otros poemas (CCE 2009), Sie7e (CLC 2012) y Las chicas que caminaban en zancos (EL 2013).
Ha colaborado en diversas publicaciones como La risa de la hiena, Lenguaraz, Generación, La Jornada, así como en publicaciones virtuales, sitios de medios independientes, entre otros; se ha desempeñado también en radios públicas, comerciales y por internet elaborando cápsulas de corte literario. Hace algún tiempo participó en un recital de acordeón en el CC España de la ciudad de México, y aunque nunca había tocado dicho instrumento, fue bien recibido por la crítica. En sus ratos libres, musicaliza fiestas, ve películas en su proyector y le escribe cartas a Alicia.
Si Edith Piaf hubiese aceptado caminar conmigo
bajo la lluvia
Qué tuvo de mágico París
Cuando recorriste con la voz sus rúas...
Escucho un viejo disco de acetato
A través del silencio de mi cuarto
Siento un antiguo aroma
Que bifurca las horas
Y confunde al tiempo
Con el polvo que se cierne sobre
Los álbumes de las fotografías ancianas
Bebo un suspiro
Estiro mi diacrónica memoria
Al momento final de la canción
Que me estremece
Cuánta saudade
Dirían los marinos lusitanos
Cuánta nostalgia es posible
En una copa de vino
Yo no caminé contigo
Ni supe de la luz en tu mirada
Ni supe del primer poema
Que aquel hombre en la barra
Deslizo bajo tu mano
Ninguna lluvia
Nos acompañó hasta la puerta
Que en una calle parisiense
Hizo las veces de sepulcro
Ahora comprendo Edith
Como la pluvia en tu lengua
Punza un dolor agudo
Y que mis graves pasos
Sólo me hunden
En la arena del disco de acetato.
La balada de los caminantes
Sentí miedo
cuando el aullido
sonido negro
trepó hasta mi frente
miré pero supe que mis ojos
no encontrarían luz
ni aldaba que sujetara puerta
ni luna que sugiriera sombra
no corrí
para apresurar la horda
no articulé palabras fútiles
llegaron ellos a su tiempo
con pasos que tardaron siglos
hincaron con poder sus fauces
y mi carne corrió entre sus bocas
los muertos
pensé
no bastaría conmigo
para saciar su hambre.
Canta quedito
Entro desnudo en el contorno de la sombra
Camino despacio y cuento uno, dos, tres,
Cuatro direcciones de su centro al silencio.
Vago gris en la anchura del tiempo,
En las primeras horas como lluviosas tardes,
Me canta la muerte quedito, la sombra
Viene por ti, de lejos sus pasos fríos.
Y huyo de una pared a la otra, temo
La vela que contagia de luz a la noche
La muerte canta quedito, la sombra viene
Por ti, mis ojos diluvios, mis temblorosas manos.
Quieta desde una esquina me reduce
A su cuerpo y susurra canciones de cuna
Quiere que yo me duerma, quiere que se me olvide.
Canta quedito la muerte, ¡ay Edgar viene por ti!,
La sombra con sus jinetes.
Silva en mi cara la luz otra de sus despedidas
No me dejen a oscuras no quiero escuchar el canto
¡Ay Edgar viene por ti!, sus pasos se oyen cerca.
De solo ni estoy conmigo y solo me voy quedando
La sombra me encuentre solo y solo me encuentre ella
En un rincón de mi cuarto, ¡ay Edgar!, viene por ti
Para llenarte de tierra los labios.
PARAFRASEO A LEONARDO NECESARIAMENTE
Parafraseo a Leonardo
sí, tampoco mi trabajo
tuvo la calidad que debió haber tenido
he ofendido por lo tanto a la humanidad
y quizás a Dios
qué mierda llegar a casa con los zapatos mojados
para encontrarme líneas pobres
líneas como las mías que apenas son un balbuceo
encontrar los platos sucios del desayuno y la comida
descubrir que las cucarachas no terminaron con las sobras
allanar la osucuridad de mi cuarto y no atraverme
a encender la vela por pena a mirarme en el espejo
quedarme sin luz tirado en la cama
sin gana de llorar
sin fuerza para tomar una pluma
ni sentarme frente a la máquina de escribir
pero no culpo a nadie
sólo yo y mis fantasmas somos los indolentes
que nos hemos creído poseedores del lenguaje
así que si me lo permiten
y aunque no goce ya de ese derecho
disculpen si me retiro
habrá ya otros poetas que merezcan el aplauso.
SE ME OLVIDÓ QUE IBAS A VENIR DEL MAR
Como la marea que se traga las huellas del amante desahuciado
Me dijiste que vendrías para salvarme de tanta muerte
Del ocio de quien espera en vano a una mujer y se queda
En el intento de capturar la arena y asirla
Entre los puños, así me dijiste que volverías
Entonces no hubo vesubios que no intentaran ahogarme en ceniza
No hubo maremotos que no me cubrieran la vista
Pero esperé en la playa aunque Circe nunca cejó en el empeño de querer devorarme
En medio de huracanes yo me quedé como fiel monolito pascuense
Esperando vuestro retorno
Pero lo olvidé
Se me perdió tu piel
Extravié mi deseo
Se quedó oculto en las eras del mundo
Se volvió fósil
Encerrado en el carbón y el hidrógeno
Se me olvidó que ibas a venir del mar
Por eso Lourdes, no te reconozco.
NO SÉ SI HAYAN VENIDO
no sé si hayan venido
pero tocaron fuerte
y derribaron el silencio
y despertaron al bebe
y camuflados por la noche
se llevaron los libros
quemaron los papeles
voltearon la despensa
y se miraron al espejo
y se orinaron en el suelo
y trataron de arrancarme de la pluma
no sé si hayan venido
porque en los titulares
ninguna protesta
y las pantallas tampoco dijeron nada
pero en el caso infinitesimal
que hayan despertado al bebe
y derribado al silencio
y orinado en el suelo
no pudieron arrancarme de la pluma
ni traído ninguna peste.
¿EL SILENCIO?
Un muro
que trae todas las voces contenidas
los rasgos de la infinitud de hablas
de reyes, legionarios, caballeros
De la península al estrecho
del esclavo que compuso una plegaria
la niña balbuceante, el nigromante bardo
que fueron una y mil noches contadas
(La cantidad de los posibles fonos
que el artífice de lenguas comprendía
en una Babel ya muy lejana
La cualidad de distintivos
el mar que se interpuso al continente
y la tierra que elevó sus montañas)
Los cuadernos donde cuevas
se intentó dejar la herencia de oraciones
esculpidas en el más ralo elemento
Y las nunca registradas
objetos del estudio del profeta
la voz del primer día
o la primera noche
la garganta en el grito
de quien dijo ser el hombre
¿pero el silencio?
dónde queda después de la palabra
Manifiesto en Re
En el futuro le diré a la mujer amada que ni soy un hombre ni un aprendiz de brujo. Salto de la cama porque el colchón se ha quejado de mi cuerpo solo; ando desnudo por el cuarto intentando no sé qué verso, pero uno que me salga de las tripas y el hígado. Uno que salga con celos y caricias, y no le dé miedo de ocultarse en la vitrina de los diplomas a la flojera. Mis neuronas en huelga se niegan a decir otra tontería más; que mi corazón vague por el fracaso y mi alma a ver dónde vaga porque ya no hay espacio en la oficina. El sedentarismo de mi psique cortó raíces y vuela cometa de literarios senderos. Por si acaso maullaré como gato y, confesaré a cualquier fémina candidata que lo mío es tan vasto, que seguramente saldrá corriendo y no querrá regresarme ni un beso; y qué decir de mis llamadas a deshoras y mis reclamos por ningún motivo y mis tormentas abrasantes y mis brutos labios y mis manos en una anatomía desquiciante y mi fe en los ojos y mi pasión en los lugares no-íntimos y mi tos de perro y mi no-saber mentir y mi dormir casi nunca y mi buscarla en el viento. En el futuro le diré a cualquier Eva aspirante: aunque seas la mujer de mi vida, te faltan güevos para amarme.
Porque tú estás en la banca de junto
En el momento que mi bolígrafo ceda a la tentación, mi goma deje de encubrir mis dudas, el papel soporte las embestidas de mi orgullo, mi mano se convenza de terminar una línea, mi ojo se concentre sobre la cuadrícula, en ese instante, mi corazón podrá contarte sorbe su arritmia.
Un bote salvavidas
Un bote salvavidas como tu boca, como los sonidos que reptan hacia el piso de arriba en busca de participar en los fragmentos de la novela que se construye cada noche en la tibia cama de este semidesierto que es tu casa, de estas escaleras tan obstáculo, de estas paredes blancas y tus lágrimas. Un bote salvavidas como tus muslos, como tus caderas que explotan entre mis manos y su vaivén que anuncia una lluvia de palabras tronantes, relámpagos que atizan en la tierra seca y tu cara, y tus labios ceñidos a mi espalda, a mis piernas, a mi pecho, a mi cuello. Y labios de narración donde hay un bosque conquistado por versos de poetas ciegos, poetas que cansinos arrastran en un idioma casi extinto terribles soledades e inoperantes estrofas. Un bote arrebolado que en el sol se vuelve histeria e inunda con su enrojecimiento mi piel que una vez te tocó y te supo, mapa y geografía de un discurso de un libro que ordena la vida y sus muertes. Un bote largo, canción de trovadores del sur de tu patria, un bote tan largo océano salvaje que traes con tus corrientes monstruos pintados por Paul Gauguin que en Panamá se cruzó con Hunter S. Thompson para emborracharse sobre el canal y tratar de detener en un instante toda la belleza (o sus fantasmas al menos). Un bote salvavidas como tu vientre en el cual me contengo y me salvo, y me salvo y me silencio y te descifro antes de que Caronte me eche por la borda. Un bote salvavidas como tu aroma y tu ofrecerme tu boca.
IV
Sí, desde que te dije que me detuvieras mis avioncitos de papel porque tú eras mi cielo, me hice no solamente tu creyente sino incluso un profeta de tu templo. Pero cuando bajé del tren, y me encontré entre los abrazos en medio de los muslos de Cesárea tuve que reconocer que había más de un cielo. Me volví politeísta, pero no, nunca podrás decir que soy ateo. Tú todavía eres mi cielo.
V
¿Y si prometemos encontrarnos antes del fin de la película de nuestras vidas? Aunque sea sólo para contarnos qué ha sido de nosotros sin nosotros.
VI
Cuando mis abuelos me querían privar de algo, o cuando yo mismo lo extraviaba mi tía Gabriela solía decirme “se lo comió el ratón”, entonces yo me resignaba y dejaba de buscar, de pedir, de exigir. Me imaginaba al ratón como un ser omnipotente que podía desaparecer las cosas de la vida sin prestar el menor reparo en la tristeza que ello pudiera causar. Todavía hoy tengo cuentas pendientes con esos pinches ratones porque a estas alturas de mi vida sigo perdiendo cosas, sigo perdiendo gentes, a estas alturas de mi vida lo que me pesa es que sigo perdiendo amores.
VII
Tú ya sabes que un día se me van a acabar las ideas, las palabras y con ello la poesía y las cartas; un día seré tan común como todos esos hombres que te amaron.
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