Diego Fallon
(Santa Ana, Falan, nació el 19 de marzo de 1834 y murió el 24 de agosto de 1905) Fue un poeta colombiano.De padre irlandés y madre colombiana, se trasladó a inglaterra , aunque también se dedicó a la música (tocaba el piano , el violín y la guitarra, y fue profesor particular). Cultivó la poesía en su granja, incluida en la corriente de la casa , fue recogida en parrafos. Algunos de sus poemas más conocidos son la luna, A la palma del desierto y Las rocas de suesca.
Aspectos importantes
Desde pequeño Diego Fallon quiso consagrarse a la vida religiosa y ser músico; sin embargo, tuvo que desistir de lo primero porque la Compañía de Jesús donde cursó sus primeros estudios, no lo admitió por ser hijo único varón, aunque, su vida se caracterizó por la devoción y la fe religiosa y casi tuvo que desistir de lo segundo porque su padre no estaba de acuerdo en un comienzo. Diego se graduó como ingeniero especialista en ferrocarriles, profesión que no ejerció. Prefirió entregarse a la vida docente, enseñando idiomas (dominaba el español,el latín, el inglés, el italiano y el francés), matemáticas, estética y música. Fue el primer maestro de piano de la Academia Nacional de Música de Bogotá y uno de los primeros profesores de estética del Colegio del Rosario.
Para facilitar el aprendizaje y para dar mayor extensión al conocimiento musical, creó y editó en 1885 por la Imprenta Musical de D. Fallon El Arte de Leer, Escribir y Dictar Música. Este texto consiste en 50 capítulos que explican su sistema alfabético e integran algunas de sus composiciones, cuestionarios, traducciones y equivalencias con el sistema tradicional. Entre sus composiciones se conocen “La Loca” y “La Vanguardia”; entre las obras traducidas para clarinete, violín, pistón, bandola y piano, se conocen “La Norma”, “La Lucía”, “El Trovador”, “La Traviata” , “La Hija del Regimiento Ana Bolena”; “El Elixir d’ Amore” entre otras. Diego no habría podido crear este nuevo sistema musical sin la ayuda de las matemáticas, el abecedario, la gramática y la métrica, involucradas estrechamente en sus lecciones.
En su familia siempre sobresalió el afecto y la armonía, su esposa era para él un regalo divino que amaba, respetaba y obedecía. Ella, mujer piadosa como la madre del poeta, era quien administraba el dinero, compraba el sustento e incluso el vestuario de Diego. Con seguridad la veía como un ángel, así como en “Reminiscencias” compara la mujer de su amigo Alejo Posse Martínez con un ser espiritual.
El poeta también sufrió la muerte de su padre en 1864 y la de su madre quien murió seis meses después de Tomás, por pena moral; pero no todo en su vida fue tristeza porque Diego era muy afectuoso y su piedad no se limitaba a su familia y alumnos, el poeta irradiaba cariño a sus amigos y desconocidos. Era normal encontrarlo dando limosna, relacionándose con las personas a las cuales valoraba porque estaban “bien amueblados por dentro” y contemplando la naturaleza que admiraba como obra divina.
La luna
Ya del Oriente en el confín profundo
La Luna aparta el nebuloso velo,
Y leve sienta en el dormido mundo
Su casto pie con virginal recelo.
Absorta allí la inmensidad saluda,
Su faz humilde al cielo levantada;
Y el hondo azul con elocuencia muda
Orbes sin fin ofrece a su mirada.
Un lucero no más lleva por guía,
Por himno funeral silencio santo,
Por solo rumbo la región vacía,
Y la insondable soledad por manto.
¡Cuán bella, oh Luna, a lo alto del espacio
Por el turquí del éter lenta subes,
Con ricas tintas de ópalo y topacio
Franjando en torno tu dosel de nubes!
Cubre tu marcha grupo silencioso
De rizos copos, que tu lumbre tiñe;
Y de la noche el iris vaporoso
La regia pompa de tu trono ciñe.
De allí desciende tu callada lumbre
Y en argentinas gasas se despliega
De la nevada sierra por la cumbre,
Y por los senos de la umbrosa vega.
Con sesgo rayo por la falda oscura
A largo trechos el follaje tocas,
Y tu albo resplandor sobre la altura
En mármol torna las desnudas rocas;
O al pie del cerro do la roza humea,
Con el matiz de la azucena bañas
El campanario blanco de la aldea
En su nido de sauces y cabañas.
Sierpes de plata el valle recorriendo,
Vense a tu luz las fuentes y los ríos,
En sus brillantes roscas envolviendo
Prados, florestas, chozas y plantíos.
Y yo en tu lumbre difundido, oh luna,
Vuelvo al través de solitarias breñas
A los lejanos valles, do en su cuna
De umbrosos bosques y encumbradas peñas,
El lago del desierto reverbera,
Adormecido, nítido, sereno,
Sus montañas pintando en la ribera,
Y el lujo de los cielos en su seno.
Oh! y estas son sus mágicas regiones,
Donde la humana voz jamás se escucha,
Laberintos de selvas y peñones
En que tu rayo con las sombras lucha;
Porque las sombras odian tu mirada;
Hijas del caos, por el mundo errantes;
Náufragos restos de la antigua Nada,
Que en el mar de la luz vagan flotantes.
Tu lumbre, empero, entre el vapor fulgura,
Luce del cerro en la áspera pendiente;
Y a trechos ilumina en la espesura,
El ímpetu salvaje del torrente;
En luminosas perlas se liquida
Cuando en la espuma del raudal retoza;
O con la fuente llora que perdida
Entre la oscura soledad solloza.
En la mansión oculta de las Ninfas
Hendiendo el bosque a penetrar alcanza,
Y alumbra al pie de despeñadas linfas
De las Ondinas la nocturna danza.
A tu mirada suspendido el viento,
Ni árbol ni flor en el desierto agita:
No hay en los seres voz ni movimiento;
El corazón del mundo no palpita...
Se acerca el centinela de la muerte:
¡Hé aquí el silencio! Sólo en su presencia
Su propia desnudez el alma advierte,
Su propia voz escucha la conciencia.
Y pienso aún y con pavor medito
Que del silencio la insondable calma
De los sepulcros es tremendo grito
Que no oye el cuerpo y estremece el alma.
Y a su muda señal la fantasía
Rasgando altiva su mortal sudario
Del infinito a la extensión sombría
Remonta audaz el vuelo solitario.
Hasta el confín de los espacios hiende,
Y desde allí contempla arrebatada
El piélago de mundos que se extiende
Por el callado abismo de la Nada!...
El que vistió de nieve la alta sierra,
De oscuridad las selvas seculares,
De hielo el polo, de verdor la tierra
Y de hondo azul los cielos y los mares,
Echó también sobre tu faz un velo,
Templando tu fulgor para que el hombre
Pueda los orbes numerar del cielo,
¡Tiemble ante Dios y su poder le asombre!
Cruzo perdido el vasto firmamento,
A sumergirme torno entre mí mismo;
¡Y se pierde otra vez mi pensamiento
De mi propia existencia en el abismo!
Delirios siento que mi mente aterran...
Los Andes a lo lejos enlutados
Pienso que son las tumbas do se encierran
Las cenizas de mundos ya juzgados...
El último lucero en el Levante
Asoma, y triste tu partida llora:
Cayó de tu diadema ese diamante,
Y adornará la frente de la aurora.
¡Oh Luna, adiós! Quisiera en mi despecho
El vil lenguaje maldecir del hombre,
Que tantas emociones en su pecho
Deja que broten y les niega un nombre.
Se agita mi alma, desespera y gime,
Sintiéndose en la carne prisionera;
Recuerda al verte su misión sublime,
Y el frágil polvo sacudir quisiera.
Mas si del polvo libre se lanzara
Esta que siento, imagen de Dios mismo,
Para tender su vuelo no bastara
Del firmamento el infinito abismo;
Porque esos astros, cuya luz desmaya,
Ante el brillo del alma, hija del Cielo,
No son siquiera arenas de la playa
Del mar que se abre a su futuro vuelo.
Flor Silvestre
Descubrimiento fatal nunca esperado,
va exprimiendo el corazón hasta la ultima gota,
gota de desesperanza que algun dia
fué feliz y fue confianza.
Ahi se ve oscuridad
donde había solo un poco de luz.
la voz que acariciaba llena de compación,
se convierte en la voz que nada calla,
voz que apaga la pequeña llama
que aportaba tan solo un poco de calor...
Pasan las horas, las noches,
cuestan murallas todavía creerlo,
solo creo en el vacio que me han hecho sentir...
Supeditando mis sentimientos
entre sus crueles actos,
rasguños al alma que hace esta vampireza
que lucia como flor silvestre...
Flor silvestre que callaba y escuchaba fiel y sincera.
flor silvestre que hoy me entero...nunca existió...
Las Rocas de Suesca
Coronados de pencas y de arbustos
Sobre altos precipicios suspendidos,
Ved de gigantes los informes bustos
En extásis eternos sumergidos.
Un gesto horrible allí petrificado,
Con nariz trunca y arrugada frente,
Decir parece al que le queda al lado
Que le pisa un callo eternamente.
De otro coloso en la entreabierta boca
Las águilas sus nidos han formado,
Y del labio inferior bermeja roca
Cuelga como la lengua del ahorcado.
Y sobre mí la mole vacilante,
Tenida allí por invisible dedo
Díjome con acento de gigante:
"Huye, mortal... ó sobre ti me ruedo.
A la voz huye vime en tal aprieto,
Que no hallando de pronto una tangente,
Resolvi descender por el cateto
De un triangulo de estratas adyacente;
Triangulo que en sus pardos murallones
Sustenta de otros mil masa confusa,
Y en antediluvianos mojicones
Apoya la musgosa hipotenusa.
Cruzan con la mirada el horizonte
Cuatro patriarcas de semblante duro,
A quienes miran del opuesto monte
Otros patriarcas de guijarro puro.
Y por saber si á conversar se prestan ,
- ¿Qué haceis ahí ?- pregúntoles en verso,
Y en mudo endecasílabo contestan:
"Aguardamos al fin del universo."
Escucho luégo, lo que apenas creo,
Cual el rumor del viento que se aleja,
Un singular y vago cuchicheo
Entre las altas peñas de la ceja:
Cuando hacia el sitio la atención dirijo,
De las abuelas miro inmóvil caravana,
Festejando con hosco regocijo
El fausto cumple-siglos de una hermana.
En la faz de ésta avinagrada mueca,
Con letras chibchas en los dos carrillos;
El moño, de aluvión y yerba seca,
De líquen el collar y los zarcillos.
Secas raíces que á los lados penden
Forman su escasa cabellera grifa,
Y tres cabras, que el riesgo no comprenden,
Le comen la capul á la cachifa.
Un pañuelo de musgo y lama verde,
Con prendedor de quiche al seno atado,
Remata el traje: lo demás se pierde
Tras un dosel en el peñón tallado...
Es fumadora la siguiente roca,
Y por cigarro tiene, aunque apagado,
En el rincón izquierdo de la boca
De un frailejón el tronco retostado.
A la sazón en el opuesto monte
Caliginoso nubarrón se asienta,
Y en sombra sepultando el horizonte
Va á desatarse en hórrida tormenta,
Cuando la zalamera fumadora
Al crespo nubarrón así interpela:
-¿Que manda, mi señora?
- Que me prestes, mi negro, tu candela.
Lanza la nube un rayo de su seno
Al frailejón entre la grieta fijo;
Tiembla la tierra al pavoroso trueno,
Y la abuela contesta: - Gracias, hijo.-
Y sigue en tanto el vago clamoreo,
Ora cual raudo viento que se aleja,
Ora cual soterrado campaneo
Entre las peñas de la torva ceja.
Pongo el oído atento, de sus voces
Oigo la cavernosa resonancia;
Llorar parecen los perdidos goces
De su inocente, submarina infancia.
-¿No recuerdas, Miocena, -exclama una-
Aquellos tiempos libres de pesares,
Cuando fué pabellón de nuestra cuna
El manto azul de primitivos mares?-
-Aun se remonta á tiempos anteriores,
Cara hermana Pliocena, mi memoria,
Y me pinta con vívidos colores
De nuestro origen la remota historia,
Cuando de nuestros cuerpos las sutiles
Desligadas partículas sin cuento,
En juegos y reyertas infantiles
Flotaron en el líquido elemento;
Y en la vieja Borrasca sus canciones
Entonaba, agitando aquellas riñas,
Con chinesco de truenos y aquilones
Desde afuera gritando: -¡Bailen, niñas!-
Hasta que la invisible superiora
Con su sorda llamada, desde adentro,
La madre Gravedad, habitadora
Del vasto mundo en el fundido centro,
Al fin á nuestros lechos nos atrajo,
Hizo cesar los juegos y las riña,
Cantando sin cesar y en tono bajo
Con rumorosa voz: -Duérmete, niña.-
¡Almas de la Cotopa y la Cocigua,
Y mama Chimba, y todas nuestras madres,
Que fueron ¡ay! la cordillera antigua;
Y almas de los inviernos, nuestros padres!
Hijo de la Cotopa dicen que era
El muchachuelo aquel tan consentido
Que de entonces lisiado de hervidera
No dejaba dormir con su ronquido.-
-¡Ah, sí! Cotopaxito, por supuesto:
Mi amigo fué, lo tengo tan presente;
Dicen que ahora con su hermano ha puesto
Hornos de fundición en Occidente.-
Mas del cimiento el rezongar profundo
Súbito escucho, herido de sorpresa,
Que á las cornisas, viejas como el mundo,
-Muchachas, -dice,- ¿qué algazara es ésa?.-
Enmudecieron todas un instante;
Mas luégo que el cimiento venerando
Tomó a dormir, la peña intermediante
Dió de ello aviso, y se siguió charlando.
SILURIA, la mayor, anciana austera,
Que de su clara estirpe vió la gloria,
Vivo guardaba de su edad primera
El recuerdo feliz en la memoria,
Que su prosapia sube hasta el más alto
Rango; porque PLUTÓN el Rey, la infanta
Doña TRAQUITA, el duque de BASALTO
Y el Príncipe GRANITO, cuya planta
Sonda la mar del subterráneo fuego
Miéntras sus sienes baña en los sombrios
Golgos del polo, todos desde luégo,
Según sus pergaminos, son sus tíos.
Y de esos pergaminos no se puede
Dudosa hacer la antigüedad presunta,
Que al herirlos, burlada retrocede
Del taladro tenaz la recia punta.
¡Mas contempladla! Sobre la ancha frente
En vano el Sol sus dardos ha lanzado,
En vano, al par, la lluvia disolvente,
El rayo, el aquilón la han azotado!
¡Ved! De sus cejas trazan la figura
Sendos cordones de erizadas pencas,
Y he visto fulgurar, en noche oscura,
Del cazador la hoguera entre sus cuencas.
Es de su alta nariz el bloque corvo,
Atalaya del buitre carnicero,
Que desde allí condena, inmovil, torvo,
Su presa á muerte en el lejano otero.
Su boca, agreste ermita donde vierten
Mortal sudor las piedras; do se llaman
Á iglesia los conejos cuando advierten
Que los hambrientos galgos los reclaman;
Y es sacristán de aquella gruta pía
Un armadillo, que á la mansa vieja,
Le ha perforado interna galería
Que comunica oreja con oreja.
Miréla. Alcé mi voz: -Augusta anciana-
Interpelé con hondo acatamiento-
A vos ruego contéis en lengua humana
Vuestra patria, abolengo y nacimiento.-
Viento improviso que del valle sube,
Penetrando en el hueco de su boca
De arena expele giradora nube
Y, libre su garganta, así la roca:
-El Oceano que hoy al Occidente
Dilata sus cerúleos horizontes,
Cubre de nuestro patrio continente
Los hondos valles, los altivos montes.
Esos montes, un tiempo esas llanuras
desde el bismo á la nevada cumbre
Ostentaron galanas vestiduras
De la Luna y el Sol bajo la lumbre.
Las celestes montañas que cruzaban
De confin á confin el patrio suelo
Por cima de las nubes perfilaban
Sus vastas cumbres sobre el tul del Cielo:
Cumbres que fueron trono soberano,
Régia mansión, en fuerzas opulenta,
Donde empuñó con fulminante mano
Su flamígero cetro la Tormenta;
Donde regaba arrebozada en nieblas
Sus jazmines el Alba veladora,
Y separaba el Sol de las tinieblas
Con su jardín de luz la rubia Aurora.
Los flancos sustentaban de la altura
De inmensas moles las pendientes rasas
Que revelaban ser por su textura
De primaria fusión enfriadas masas.
Allá - de imperio la mirada llena,
En ademan de enérgico tribuno,
Con sólo el mudo ceño el mar enfrena
Un basálito espectro verde-bruno.
Y acá - la faz de viso cristalino
Fija en la lumbre del lejano Oriente,
Un silíceo peñón, de su destino
El fin aguarda con serena frente.
Y el fin llegó; que fuerzas soterradas
Trabaron con el monte horrenda lucha
Que conmovió regiones dilatadas.
Se acercaba mi tiempo. Atento escucha:
De esa primaria sílice los bloques
Por el potente impulso destrozados
A la honda quiebra tras tremendos choques
En fragmentos sin fin fueron lanzados.
Con fragor en el fondo se azotaba
Más que fiero torrente, inmenso río;
Que en las venas del orbe rebosaba
De su pujante juventud el brío.
Las angulosas guijas al instante
Fueron por la vorágine sorbidas,
Y en tropel, al azar de la onda errante
A recíproco frote sometidas.
Y en barahundas cada vez crecientes
La turba de subácueos peregrinos
A tumbos fué salvando las pendientes
Y en los cuencos girando en remolinos.
Hasta de sus puntas y perfiles
Al violento volcar se desprendieron
Innúmeras partículas sutiles
Que á flote el rumbo del raudal siguieron.
Tal fué mi origen, el preciso punto
De do parte mi historia. La figura
De mi cuerpo infantil era disyunto
Corpuscular enjambre sin hechura.
Dé esa lid subacuática reñida
Por los bravos erráticos fragmentos,
Fuí yo la pétrea sangre difundida
En los senos de la onda tremulentos.
Era informe voluble muchedumbre
De undívagas moléculas que daban
Pálido viso de ambarina lumbre
Al diáfano cristal en que flotaban,
Y que mi germen fueron primitivo,
Como esas linfas fueron mi fortuna,
Aquella cumbre, mi linaje altivo,
Y ese cauce de pórfido, mi cuna.
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