lunes, 12 de noviembre de 2012

CLAUDIO ARCHUBI [8.365]



Claudio Archubi

Mar del Plata, ARGENTINA 1971. Es doctor en Física e investigador del CONICET. Trabaja en el IAFE (Instituto de Astronomía y Física del Espacio) y es docente de la U.B.A (Universidad de Buenos Aires). Colabora con las revistas “Hablar de poesía” (Buenos Aires), “La pecera” (Mar del Plata) y “Auca de las letras” (Alicante, España). Es columnista de poesía en el programa  “Moebius” de la FM virtual: “arinfo.com.ar”. Ha publicado “La forma del agua” (cuentos, editorial de la Universidad de La Plata, 2010), “Siete maneras de decir tristeza” (poemas, Lima, 2011) y “Sísifo en el Norte” (poemas, editorial Ruinas Circulares, Buenos Aires 2012). En el año 2010, ha participado como expositor en la feria del libro de Buenos Aires. En el año 2011 se realizó en Lima una muestra internacional de pintura basada en su libro de cuentos, el cual se ha presentado en Buenos Aires, en Lima, en la quinta región de Chile, y en Alicante, España. El autor ha obtenido la única mención de poesía de la editorial “Ruinas Circulares” (Buenos Aires, 2011) y ha sido invitado a participar como jurado en el concurso de poesía  de dicha editorial para el año 2012. 

página web: http://claudioarchubi.wix.com/claudio-archubi


La Lección de Manejo

1.

Padre.
Vayamos en el auto.

La ruta abre la noche para nosotros. A tu lado está Ella. Como la ruta, como la noche –siempre en
todas partes- Ella velará para que construyas atento nuestra meta.

Ahí, donde la Máquina es una prolongación de tu mano, algo se hace con la noche de fondo. Sobre mi cuerpo
adormecido por el motor profundo se edifica tu imagen.

Sigamos la línea blanca.


2.

La ciudad se abre en todas direcciones. Nosotros no. Vamos en el auto.

Hay que evitar entrecruzamientos, combustiones innecesarias, cambios bruscos –me dijiste.
A veces sobreviene el error. Tu cuerpo se detiene al borde de las vibraciones ígneas.
Mi cuerpo recibe los ecos. ¿Cuándo ha girado la Imagen?
Entre ambos se arquean las palabras, las que equivocaron tu cuerpo y el mío, como las hojas de un cuaderno sobreescrito.

Soy tu contratapa. Desprendamos las páginas. Giremos para encontrarnos.


3.

Intercambiaremos los asientos, pero cada uno respetará su sitio.
En derredor, la ciudad se abre confusa. Nosotros no.
La vida es una meta a cumplirse, me enseñaste; así lo has hecho, de palabra y acto,
y así lo hago.

Igual seremos derrotados.


4.

Me has recortado en cartulina, pero tu sangre se equivocó de camino.
Me has remontado al viento y ahora no desciendo.
Desde tu sitio señalaste algo. Has creído que podía verlo mejor.
He viajado más allá y ahora no desciendo.
He visto lo que nunca verás, pero nunca podré ver lo que siempre viste.


5.

Ahora giremos con cuidado. Hacia la semejanza.
Construiremos lentamente: vos, mi imagen; yo, la tuya.
Tierra y Viento pueden girar en consonancia.
“Soñemos juntos”, ah, la equívoca frase.

Construyamos, y acaso toquemos ese límite.


6.

Un día la lluvia era profunda, la ruta opaca. Íbamos todos de regreso a la casa. Manejaste con el limpiaparabrisas roto. Me enseñaste que aún así debíamos continuar.

Te pido que me esperes.
A ciegas, de regreso, hago ese viaje todavía.




Bonitas o del encuentro con la Bondad


Y delante de aquella visión indeleble, y envuelto en la inmensa y suave bondad difusa de la tierra verde, del cielo clemente y del pálido mar, involuntariamente uno cae de hinojos y de su boca sale aquella exclamación que salía de la boca de Ramón Lull, tal como la representan las viejas xilografías: «¡Oh bondad!» .
 (Raimundo Lulio. Francisco F. Billoch, Temas españoles No 90)


1.

Un día Ella me condujo hasta la playa y me mostró lo que había por hacer.

            –Afuera hay un mundo –me dijo, –está lleno de nieve. Con tu aliento debes derretirla.

            Yo no comprendí. Era invierno, pero apenas una fija llovizna desaparecía sobre la arena deshabitada.
            Me di vuelta y, desde entonces, sólo así pude verla: de rodillas y quieta, ofreciéndome su espalda.


2.

            –Mi cuerpo no importa –decía cada vez más fría bajo mis dedos. –Toca la nieve y aprende a atravesarla.

            Pero yo no comprendí.
            Miré en derredor, busqué en la llovizna el rastro de la nieve.
            Intenté apartar la arena –nuestra segunda piel, tan áspera–.

            Pero estaba en nuestro aliento.
           

3.

            Me dije: para encontrar –suelen decir– hay que cerrar los ojos.
            Y pensé en nieve tras la nieve.
            Y sospeché de una tercera nieve y de un camino.


4.

            Grandes acontecimientos picaron mi cuerpo, pusieron su fría espuma y su llovizna, desplazando lo no crecido. 
            Yo insistía.


5.

Años se perdían bajo mi mano. Livianos, blancos.
            Cosas pequeñas deshechas en lo abierto.
            Ella permaneció ahí, atravesada por el cansancio de haber visto.

            ¿Veía en mí la nieve?


6.

            Durante tanto tiempo estuve con los ojos cerrados, adormecido, intentando alcanzarla.
            Pero mi quietud era distinta: se apartaba hacia la Verdad.







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