Juan Manuel Mancilla
Nació en Santiago de Chile en 1980. Es Magister en Literatura, músico y profesor de Castellano y Filosofía. Durante la década pasada, algunos de sus textos fueron recogidos en diversas revistas literarias, hoy en día extintas, entre ellas: Crisálida, Ómnibus y Analecta bardótica. El año 2000 obtuvo Primera mención en el certamen de poesía organizado por la revista Humus (ULS). Desde 2005 ha trabajado en una obra unitaria denominada "Grabados", la cual es conformada por los textos El Arca, Baúl (Bordelibre Ediciones, abril 2015) y Testamento. En el 2013 editó el álbum Latitud Altitud. Actualmente compone música para obras audiovisuales y teatro. En el año 2014, Baúl obtuvo Mención honrosa en el Primer certamen de poesía inédita Stella Díaz Varín (Municipalidad de La Serena) publicado por Bordelibre Ediciones, en 2015.
EL BAÚL DEL POETA JUAN MANUEL MANCILLA
Entre la espada y el intelecto
Una aproximación a lo que guarda el Baúl
Alvaro Ruiz
La Serena, 2015
Juan Manuel Mancilla nos entrega este primer libro de poemas (in)titulado Baúl, que inicia en su primera parte –utilizando el género de la prosa poética– una sólida estructura, un andamiaje a todas luces racionalista, aristotélico, concibiendo la obra como un ente “con cabeza, cuerpo y cola”.
La obra se abre con dos sendos epígrafes que sirven de ganzúas en la lectura y comprensión de este libro, publicado por Bordelibre Ediciones, Colección Paso de Agua Negra, La Serena, 2015; el primer epígrafe pertenece a la destacada poeta serenense (y amiga no hace mucho marchada a la región de los descarnados), Stella Díaz Varín: (que sabiamente nos dice):
“Aún no me harás besar la tierra,
porque me estoy ejercitando como los sauces jóvenes,
he aprendido a beber el agua desde los ojos mismos de la tierra
y a mirar hacia abajo, sin conocer el vértigo
que produce la cercanía de la Osa Mayor.”
El otro epígrafe de esta obertura poética pertenece al escritor y poeta austríaco de origen esloveno, Peter Handke, que hace de inductor al paisaje fotográfico de Mancilla, y que así recuerda:
“Cuando el niño era niño,
no tenía opinión sobre nada,
no tenía ningún hábito,
frecuentemente se sentaba en cuclillas,
y echaba a correr de pronto,
tenía un remolino en el pelo
y no ponía caras cuando lo fotografiaban”.
Siempre he sostenido que la inspiración es un fogonazo, un relámpago que alumbra de pronto un estadio, la idea fundamental del poema, la abstracción y visualización de un todo poético, debiendo en consecuencia el poeta entregarse al rigor de la disciplina para poder desarrollar esa inspiración, que no es otra que la misma luz del fogonazo, la voluntad original.
Es así como observo este poemario, fruto de la perseverancia y el rigor que exige la buena poesía, que no necesariamente será críptica, sino abierta y comprensible al buen lector.
La trama, estructura y unidad de esta obra es el ojo de la cámara y el click del poeta que oficia de fotógrafo y congela la observación. El libro está dividido en tres partes: “Disparos al aire” es la primera y son las fotografías desenfocadas, las veladas, las instantáneas, las con flash, los negativos y las cortadas.
La segunda parte “Capturas del silencio” son aquellas fotografías subidas desde el iPhone, las photoshopedas y las eliminadas del muro, las que intrínsicamente llevan consigo un testimonio sobre la tecnología audiovisual contemporánea; los buenos historiadores, los buenos arqueólogos, siempre leen a los poetas de la época para comprender los tiempos pasados, y sin duda aquí Mancilla deja indeleble fidelidad a los tiempos que vivimos en Chile.
La tercera y última parte “Panorámicas del Espacio Nacional” reúne a aquellas imágenes fotomontadas, las que están en blanco y aquellas capturadas con zoom.
El libro cierra con un epílogo del poeta ecuatoriano Alex Schlenker, una reseña, un breve ensayo sobre esta obra Baúl, muy aclaratoria para la comprensión de lo que el poeta Mancilla construye, ejercicios intelectuales que a veces se alejan de la liviandad, de la poesía simple y profunda, para adentrarse en los ignotos territorios del conocimiento.
Hay en la tercera parte del libro, después de la hermosa traducción del Himno Nacional de Chile a una refinada versión poética a un inglés culto, un poema que me llama la atención y que refleja los inicios del neoliberalismo, engendro socio económico implantado en Chile para el mundo por los Chicago Boys durante los inicios de la dictadura de Pinochet, y que el poeta rescata con el título de “Ropa usada”:
“Deslavada encajonada arrugada desteñida
fletada en desembarcos: Un centavo cobre de
1974 en el bolsillo pequeño de una chaqueta
mezclilla Cowboy Levi’s Strauss bluejean azul con
el rostro de Kennedy: In God we trust: We too
Product from New York L.A. City; de Sri Lanka &
Vietnam también proveen…
Desde ahí con Bandera nueva o desbaratada
Made in Indonesia abusada encogida calcinada de
India también proveen… cerca del Ganjes
Metropolitano pasaron flotando un día urnas
Noches aquellos los que se despiden no sean los que se apiaden”
Un nítido recuerdo ideológicamente absorbido por una nueva generación de poetas que reivindican los valores libertarios de Chile, y a la vez un severo e introspectivo golpe al mentón al oscuro y triste año 1973.
Juan Manuel Mancilla tiene oficio, observación y música, tan fundamental en los misteriosos e inalienables códigos de Orfeo, que significan la poesía por excelencia, aquella invisible santidad que rinde culto a la belleza.
La Serena, 16 de abril de 2015.
ENTRETECHO
Vahídos tonos sin normas enmaderan compuerta
cielo peso estelas tez de nuez pasillo arriba previo al
patio pasada al anzuelo la hebra al pudor escalero al
suelo del espacio levitado: Cajas encerradas abiertas
o cargadas bolsas negras en árboles de pascuas ya
taladas marcos ropas papeles sin libretas; enfoco
documentos importantes tal vez no; sin escrúpulos
rapto en las cerchas tapizadas de vacío a media
tarde la morada inmersa en el imperio del polvo
condenando las arañas: Despechados del resguardo
en estas cosas el encuentro no sabido; la
permanencía del manto sin ahí desolada con la
turgencia suficiente que podría suspender la
vocación: Cuando la rutina desvistió a la costumbre
los hallazgos revelaron con blanco y negro el tránsito
invertido de los ambulantes que la casa saca; esta
omnisciencia alteró la información del ajedrez y a la
Troya en llamas que confundió al caballo cuando aún
no agujera de la hebra
JUAN MANUEL MANCILLA. LENGUA DE SEÑAS DE ENRIQUE WINTER
Se suele hablar de lengua de señas para referirse al medio de comunicación alternativo empleado por aquellos que por alguna causa no utilizan el código estándar.
Hablamos de lengua de señas también para referirnos al sistema que mediante el movimiento combinado de las manos genera mensajes decodificables entre quienes tienen la competencia suficiente para comprender e interpretar las señas hechas.
Direcciones y vías posibles al texto de Winter Lengua de señas (Alquimia, 2015) en donde una de sus imágenes es la de la lengua-voz trasladada a las manos, es decir: manos que hablan como de dedos que escriben. Invitación al lector a abrir el texto, su canto y su seña.
La iconografía de portada y contraportada muestran manos cortadas que inquieren y escudriñan. A vista cubierta, el lector entra no-vidente en este texto (imagen del vendado). La falta de índice se constituye como una seña invisible y muda que precisa el ingreso a la materia textual: tirarse al agua de una, entrar de golpe, de súbito y a tanteos en esta atmosfera poética, que es también selva enmarañada de palabras, las que provistas de alguna remembranza ancestral (imagen del indígena), con inclinación a lo adivinatorio-oracular (imagen del ave muerta mostrando entrañas) son herederas de un decir otro, cuyo primer poema pacta un recorrido por imágenes sucedidas trans-versales, que se propagan y multiplican esparciendo oleadas en onda expansiva sobre los sentidos de su recepción:
Despliega alas de serrucho
clavos entre las plumas brinda
a las luz de las velas
luego la roja
hinchazón de la vaina
y del cuchillo
tela rasgada.
Principios activos de serruchos, clavos, velas y cuchillos entre los pasivos de alas, plumas, vainas y telas que semejan el origen y entrada del lápiz con la tinta a la hoja abierta por la palabra. Un parto o iniciación poético ritual, incluso erótica y sexual.
En Lengua de señas asistimos como a un acto de poetomancia del lenguaje perdido en el tiempo ancestral. Vamos al pasado de una oralidad previa desasida de escritura gráfica-lógica, geográfica incluso, no obstante, el espacio que remite no es reminiscencia. Es reconstitución y referencia del hoy presente. Ejemplo de ello en la página 74, el soneto que es forma y género poético arcaico, actualiza su decir de señas con contenidos que remiten actualidad nacional-mundial, multinacionales y compañías en cuyos últimos tercetos leemos: “la ccu controla la cerveza// puma y adidas los estoperoles/ lan y sky en el cielo son dos cruces/ la vía láctea es de nestlé y soprole”, metáfora de sujetos y objetos prisioneros de la economía y su sistema de intercambio global y monetario. Remate y encierro del libre mercado en el encorsetado poético del soneto cuerpo.
Hay lengua en este libro (poema largo, no extenso) de señas, para dejarse llevar por esta marea de palabras mareadas, pistas que el hablante enuncia, huellas, marcas, registros que permiten, en tenue luz, establecer algún principio de identidad textual. Señas con las manos, con los dedos, ya manu-escribiente o digitalizando símbolos-palabras despojadas del ropaje del hábito, se muestran como cartas astrales, como estrellas no distantes que direccionan alguna ruta, alguna coordenada para la navegación lectora. Palabras que no signan el dato, el saber certero de la ciencia exacta de la brújula, menos aún la alcancía vacía que es la mal pretendida ciencia del lenguaje (académico).
En el texto las palabras colisionan, pero no chocan, se contactan para proseguir otros rumbos como aquellas masas inmersas y anónimas de meteoritos que se encuentran en algún punto aparte del universo-libro, se impactan generando espergesia de sentidos y dispersión, multitud en eclosión. Palabras en señas envueltas que no tienen el deber ser del decir, sino más bien, la intención pura o dudosa de sonar a algo. No decir, no hablar de lo específico, sino reverberar de algo, de lo múltiple, de lo atemporal, de intentar en distante cercanía ese decir sobre la memoria, el espacio y en ello, el tiempo. Ejemplo de esto es un diario que registra desde la página 60 a la 65 fechas y hechos como un calendario metapoético de datos sucedidos en el año 2013. Metalenguaje también presente hacia el lugar privilegiado y mitad del libro que bien podría funcionar como ars poética: “Si supiera como chupará la tinta la página treinta y dos y así/ sorbiera el sudor por una serifa en que las eses se sientan suaves como/ las imagino al paladearlas si subo por los muslos hacia la palabra precisa”. Juegos formales que activan la función poética del lenguaje con empleo de figuras literarias entre aliteraciones, paranomasias, guiños a la imprenta y a la tipografía. Diríamos como una manera de probar y comprobar la creencia en la parte física y concreta del lenguaje. División reafirmada de una verdad entre la fe y la certeza del querer decir (algo).
En Lengua de señas hay gestos: “hacemos tantos guiños que ya se nos cierran los ojos/ espiando a los queltehues en la cancha del colegio”, maniobras de búsqueda “por capas en el mar va poniendo”, quizás, señales de auxilio “uno elige una mano que atrapa un pájaro/ el pájaro es uno” o de alarido empañado en tímido ocultamiento. La imagen que sugerimos después de su lectura es aquella que lanzada la piedra a la orilla de un lago en su contacto con el agua se desliza en la superficie y a cada salto instaura ondas, movimientos sobre el agua líquida para desmontar y diluir su hazaña en la materia que después se queda muda.
Texto circular, que como en ouróboros, se encuentra y traga en sus extremos. El último poema “esta boca es un marco de la lengua de señas” es un final a modo de índice, una armonización de contrarios entre la entrada y la salida del texto que fusiona la totalidad de los poemas como un gran cadáver exquisito, una prueba más de que en Lengua de señas está el ejercicio escritural como poetomancia y metatextualidad, eso sí, esbozado en la seña y susurrado en la lengua, como un presunto azar, juego y duelo con el destino (final). En la solapa se consigna al autor de profesión abogado, vinculado a estancias becarias fuera del país, residencias en el extranjero y también en el ejercicio de traductor, datos que lo contactan con lenguas de otros contextos lingüísticos (anglo y germano), transmisores de lenguas extrañas, filiaciones que podrían influir en una “suerte” de pérdida y extrañeza de lenguaje materno y quizás buscando paternizar o recuperar el oficio del decir instaura otra y nueva creada a base de señas en este, su nuevo poemario.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario