domingo, 2 de agosto de 2015

ROSARIO GESELJ [16.675]


Rosario Geselj 

(1995, General Las Heras, Buenos Aires, Argentina)
Rosario Geselj estuvo a cargo de la sección Arte en  Revista Sandía (2014) y publicó en diversas plataformas digitales. Participó de varios ciclos de lectura en el Bar Cultural Emergente y La Vieja Guarida, así como también de un Slam de Poesía Oral en La Oreja Negra, leyendo textos y poemas de su autoría. Su obra poética aún permanece inédita.





Las horas

Ella seguía el latir de las agujas repitiendo
“cada segundo que pasa no vuelve”
La aterraba lo perecedero del momento
La muerte del instante
El miedo con que cada vida
Va hacia donde se agota
Sin pausas, sin remedio
Con la muerte como único horizonte
Como cuando los ojos corren hacia atrás
Y llenan su forma de cualquier aire
De cualquier viento que atraviese su
Recorrido de cada imagen que dé a su cuerpo,
Aquél que no se reconoce
Más que por antítesis de otros,
Aquél que no florecía
Más que con aullidos
Y se encuentra en espejos rotos
En esos que recubren la piel por dentro
Y se temen.
Ella seguía el latir de las agujas
El tiempo la espantaba
Porque le corría por encima de la mente
La dejaba bajo el suelo de lo que arde
Y en su fuego no se halla
Más que vacío
Construyéndose de memorias suyas
que eran de otro
Como mías
Como propias
Como un pánico de saber
Que todo está del otro lado
Pánico de no Ser
Y entre cielo e infierno
Entre el Uno y el Otro
En el centro donde el equilibrio se sostiene
Ella duerme profundo
Con un costado despierto
Intacta, intocable
Como si los camiones de los segundos
Jamás le hubieran arrollado el alma
Y nadie más marcara el latir de las agujas.





Invisible

Me penetra idílico, profeta, al confesar yo mi más oscura y pasada transparencia como carta natal, al conocer él los sitios donde vivo, donde pierdo, donde escapo. Me penetra sin consenso, adivinando, por haberme desnudado. Perdona el sedentario raciocinio que dificulta estas ventanas entregadas, perdona mis tantas: la Una que nace de mi vientre inmaculado abortándose a menudo, aquella otra que ha dejado libre acceso a mis rincones, sobre todo esa fuerza innata que me arroja a la incredulidad. Perdona mi vicio, mi lapsus inexacto, sin mi falta y con abismo, donde átomos se chocan y fusionan divididos, declarándole la guerra. Perdona la intermitencia que en este triángulo ya no cierra, mutante predilecta.
Asumo que busca mi presunto extirpado, mi tentación negada que se filtra en su deseo a simple vista, aún vestida de teoría, de farándula, aun borrando toda noción.
Asumo que desconoce más allá de la teoría, que de carne nace carne y sabe hundirme. Sé que muere, detrás de estos pasillos, mi esclavo al poseerme. Sé que jamás cedo al burlete cuando se me filtran, entre estas ventanas entregadas, quienes osan verme.




La muerte del instante 

Ella seguía el latir de las agujas repitiendo
“cada segundo que pasa no vuelve”.
La aterraba lo perecedero del momento
la muerte del instante
el miedo con que cada vida
va hacia donde se agota
sin pausas, sin remedio
con la muerte como único horizonte
como cuando los ojos corren hacia atrás
y llenan su forma de cualquier aire
de cualquier viento que atraviese su
recorrido de cada imagen que dé a su cuerpo,
aquél que no se reconoce
más que por antítesis de otros,
aquél que no florecía
más que con aullidos
y se encuentra en espejos rotos
en esos que recubren la piel por dentro
y se temen.
Ella seguía el latir de las agujas
el tiempo la espantaba
porque le corría por encima de la mente
la dejaba bajo el suelo de lo que arde
y en su fuego no se halla
más que vacío
construyéndose de memorias suyas
que eran de otro
como mías
como propias
como un pánico de saber
que todo está del otro lado
pánico de no Ser.
Y entre cielo e infierno
entre el Uno y el Otro
en el centro donde el equilibrio se sostiene
ella duerme profundo
con un costado despierto
intacta, intocable
como si los camiones de los segundos
jamás le hubieran arrollado el alma
y nadie más marcara el latir de las agujas.











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