Juan Jesús Aguilar
Poeta, narrador e historiador.
Nació el 19 de febrero de 1945 en Tampico, Tamaulipas, México.
Es autor de los poemarios, El séptimo texto (Voces de Barlovento, 2005), La gata sobre el tejado caliente (Edición Café Cultura/ITCA, 2000), Feracidad del trópico (ITCA, 2000), Libreta de dos manos (El Caballito, 1983).
También ha publicado obras de ensayo, crónica e historia, y colaborado en revistas especializadas, suplementos y periódicos.
En el año 2000 obtuvo el XIV Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta y el XII Premio Estatal de Poesía Juan B. Tijerina en 1999. También ganó en su primera edición, el Premio Estatal de Poesía de Tamaulipas 1984.
» Feracidad del Trópico
Ciudad Victoria, Tamaulipas, Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes, 2000. 82 pp. (Colección Milenaria. Serie Poesía).
Flor de Libra
Pudieran ser los tragos no servidos
Las copas rotas de tanta espera
Las botellas vacías
Los días que no vivimos
Pueden ser las luces encendidas
Las mismas qué apagamos a suspiros
Pero no puedo hablar de ti ni de nosotros
Desde este tono grave que levanta
mi desempleo y tu ausencia
Quiero decir
como antes
Escribir el deseo en las paredes
Buscar tu cuerpo bajo las piedras de un solar baldío
Pronunciar las palabras que te nombran
Mencionarte en el alba
Y esto no puede ser
amor
Sin ti en las calles
Con las noticias frescas de la muerte
Frente a este puesto de dudas y temores
¿Adónde fue el poema?
Flor de Sagitario
Masticando un pan duro las encías
Desde esta obscenidad del sin trabajo
Con el hambre de otros
De la casa al café y a la cantina
Un juego de tres bandas sin qué apostar
Un lerdo merodear del abandono
Despliegue de alas rotas
garras sin ave
Nave sin ancla
Velas agujereadas
La ciudad
Promesas de la primera piedra un día
Herrumbre entre rieles de tranvías desmantelados
El puente que quiere ser colgante
Colgado en el traspatio
Ciudadano del óxido vacante
Olvidado en el moho de esta cárcel
Exiliado del hombre a la basura del hombre
Apriétale las tuercas al poema de hierro
Húndele los tornillos hasta el tope
Poesía rechinante en los baldíos
Échale aceite al verso consonante
Sácale punta al lápiz con las uñas
Enciéndenos los soles
¿Adónde vamos
Vida?
¡Ven y sálvanos
Muerte!
Nocturna imagen
Como sacarse negra espina
clavada en la intimidad de los ojos
esa presencia revela este deseo congénito
secreto a mí mismo
Te reconozco
oscura visita
tierna criatura
hay un color que oscila en la memoria
y un olor a marisma en el ambiente
llama con formas de mujer
¿serás la muerte?
En esa luz
Vecina
están sus ojos
ocultos en su atmósfera divina
y cae su voz sobre sí misma
nocturna imagen de amazona
interminable
Visitación calcárea
desnuda criatura ojos adentro
ahora que su ventana me reclama
de afuera hacia adentro
Estamos vivos
estamos espejismos
en una historia a medias
fascinante
como la flama atónita del fuego
en las tibias esquirlas de la brisa
y como el sol frente al espejo.
Fuegos de un fuego oculto que calcina
al calor de dos cuerpos al abrazo
la visión se hizo carne
una brasa la noche.
Entre crines del humo tabernario
tú el fantasma con ojos sobre de mí
quemadura en mis manos
Yo el árbol frente a ti.
La brasa se entretiene en su agonía
la agonía es una mancha
gota de tinta negra
donde yazgo.
Pero… ¿y será la noche?
¿En verdad es la noche?
¿No la nocturna imagen donde caigo?
¿Sólo la noche y muero en solitario?
No sé si voy despierto
Afuera hay murmullos de una lluvia
Lluvia solar que del cielo lanza palabras
como truenos y rayos.
Por alguna cavidad velada del cerebro estás goteando
En el jardín central del corazón te depositas
Mujer petrificada de tanto contemplarte
Piedra de la locura
debo extraerte
antes que hagas columna.
Visión observándome desde el espejo
De algún cristal roto en el cielo
caen astillas al espejo del lago
y en el fondo me miro acribillado.
Las mañanas grises han sido el ritmo desde aquel día.
Guarecerse por enésima vez de una lluvia
bajo cualquier fronda aquí y ahora
un rezo grave
responden rezanderas
al murmullo del viento en la hojarasca
contrapunto en el llanto
los tambores cansinos pecho adentro sincopados
hay un secreto aéreo en las oraciones que flotan.
Las oraciones que no puedo escuchar
son un secreto terrenal.
Los Cantos Gregorianos son divinos
Los clérigos son hombres como Homero
Cae el agua en el agua
como mi pensamiento en mis pensamientos.
Ser un ahogado que en dos diversos mares resucita.
Pareciera una procesión de monjes y son visiones
a media luz sobre el escenario en la luna del espejo.
Cada cual cumple su papel con impecable exactitud
y la mañana gris es permanente.
Sólo en el anarquista hay santidad
-la santísima Muerte canta
y va segando el campo de cabezas.
Mientras miro obcecarse en su aroma
a las flores porfiadas en su color
la humedad de la tierra nos invade a pausas desde los pies
y debajo del follaje de un sabino
nos miramos sin ti por la primera vez
y es para siempre.
Un saldo de amor a tu favor se sale del espejo
y se contempla atónito,
se han perdido unas letras de cambio
firmadas con mi sangre.
Podría jurar que es de celofán esta lluvia si la oyera
pero moja mis cabellos y mi rostro
mis brazos y mi cuerpo
todo
penetra por mi cráneo
hasta humedecerme la memoria
y se mete en mi pecho para lamer mi corazón.
Ahora la escucho crepitar
Podría creer que se trata de esa lluvia pertinaz
si el sol no me incendiara con sus brazos
si no calara debajo de mi cráneo
hasta encenderme los recuerdos
y no perforara mi pecho
para consumir mi corazón.
Quisiera decir es la primera lluvia
como es el mismo sol
si al no escucharla estuviera seco
y por la noche la luna no fuera esta arenilla
adentro de mis ojos desalados.
Tú puedes jurar
creer
y decir lo que te plazca.
La voluntad de alzar aquí una copa de anís
y comenzar a beberlo en esta misma mesa
para terminar el trago con un veneno allá
dejando un vaso en aquella mesa rota
con tal de encarnarte involuntario en unos brazos
y recorrer a una mujer con este tacto
luego de rodar mis ojos por su cuerpo desnudo
y escucharte en su voz que me nombra
y navegar mis labios en su piel
sería como una lluvia intempestiva de rayos solares
sobre mi cabeza como hojarasca que murmura
y cayera de pronto una centella.
Eres el agua que se despeña del altísimo mar
y se criba en tierra.
Soy el aire donde la nube se hiere las manos
cuando la lluvia deja sus uñas
por asirse al cielo.
Somos la imagen frente al espejo.
Sin gabardina ni paraguas mientras dura la lluvia
los transeúntes me miran
y una vecina que ha pasado presurosa
creyó que esperaría a tu sustituta.
Nadie sabe que los dos nos esperamos uno al otro
debajo del follaje del sabino.
Las nubes del diluvio no se han secado aún
Y hay atabales que anuncian la trompeta del arcángel.
Las gotas insistentes crucifican a un hombre
y no sucede nada en realidad debajo de aquel árbol
no quieren ser martillo sobre clavos
ni prueba ni castigo
los he visto encajarse a mis pies y
manos
mientras afuera llueve
estás dentro de esa tumba
y te imagino que imaginas esto frente al espejo.
» El séptimo texto
Tampico, Tamaulipas, Voces de Barlo-vento, 2005. 87 pp. (Premios del Golfo, 1).
Gira la tierra contra las manillas del reloj.
Gira la tierra contra las manillas del reloj.
Con el viento al revés sobre un cantil
la tela del mar ahora se rasga.
Hay una barca trayendo la esperanza.
Los remos astillados se desgajan.
El filo del viento hace de vela hilachas.
Esa barca al garete en el vaivén del oleaje
se hunde en el brillo de mis ojos hasta el fondo.
Encendido en la espera
como un cirio consumiéndose
estoy frente al viento.
¿Dónde estás, amada amiga enamorada?
ESTA QUIETUD de signos espirales
ESTA QUIETUD de signos espirales
fragmentos de polvo en nueve ergástulas.
El testimonio para nadie
ventisca apenas del olvido tenaz
frágil corriente rota del río memorial
agonía de los pasos
éxtasis del obstáculo y el salto
del recuento de alucinaciones.
Apagado en la impaciencia
como el tren de vapor que llega a su destino
estoy en un agujero del polvo escarchado.
¿Adónde van a dar las horas gastadas?
Hay luces que nadie enciende ni apaga…
polvo de sombras
Hay luces que nadie enciende ni apaga
… polvo de sombras
la bóveda celeste
cosmogonía del aire embovedado
misterio sostenido en el misterio
silencio perpetrado en sonoro arcoíris
a través de los prismas soledosos
más-menos años el instante es eterno…
Hay luces que nadie enciende ni apaga…
polvo de llamas
Hay luces que nadie enciende ni apaga
… polvo de llamas
fragmentos del Infierno
suspendido en la magia de la magia
cosmocronía del polvo iluminado
los cráteres lunares de la luna
las manchas de la luz inexistente
herida en las puntas de una estrella…
Hay luces que nadie enciende ni apaga…
polvo de polvos
Hay luces que nadie enciende ni apaga
… polvo de polvos
noche apuntillada
un estilete de nocturno hierro
vacía el fuego de mis ojos…
… un filoso puñal de negra llama
atraviesa mi cuerpo de ceniza
… un cuchillo de sombras destaza mi luz
acogotada por muros de ónice-acerina.
¡Cosmofonía del fuego amurallado!
Bajo una lluvia de rayos solares
el huracán flamígero
azota al día entorchado de sombras
desgaja sueños de alabastro…
… tañe en el diapasón la eternidad…
… furia de ríos de brasas desbordándose…
se sale de la playa un mar ardiente
y me contemplo ahogado
en un diluvio de luz…
Hay luces que nadie enciende ni apaga…
las estrellas
Hay luces que nadie enciende ni apaga
… las estrellas
pechos de iluminados
al morir dan contra el cielo
porque les cierran las puertas
y abisman el trasfondo
del sin fondo
de la noche…
Hay luces que nadie enciende ni apaga
… una estrella al caer
se hizo sombra
y arrastrándose
llegó a un árbol
y trepó
en la rama más alta
aquella mancha
rasguñando al Cielo
se hizo crisálida…
… En manos de teresa
… En manos de teresa, apenas piel de luz,
dejé polvo de fuego, su tacto me marcó, qué bienvenida,
las manos de Teresa, al llegar del primerísimo abandono,
entre los muslos de Isabel, mi exilio primigenio,
la ruptura, en manos de Teresa,
aquel primer cordón de esta primera herida,
y uncido en sangre, bañado en llanto, eran las manos de Teresa
hundidas en macizo dolor de funestas alegrías,
las manos de Teresa en todo lo recién nacido aquel invierno,
después de aquella entrega frutal del verano del 44,
las manos de Teresa entre calor de besos, de brazos, de voces
en las tersuras de Isabel, primer asilo,
eran las cinco de la tarde del 19 de febrero del 45,
apenas piel de luz, en las benditas manos parteras de Teresa…
… Polvo de sol bajo los pies
… Polvo de sol bajo los pies,
agua de cielo espumante sobre el cuerpo,
primeros contactos de Natura con mi piel,
y yo con ella,
ojos prendidos desde entonces
de los verdes del mar, todos los verdes,
de los azules vientos, todos los azules,
todos los verdeazules de los azulesverdes,
y yo con todos,
verdes y azules, polvo de sol
goteando en las uvas los pechos de mujeres,
agua de arena dorada en lluvias solares
escurriendo en el trigo de las pieles,
y hubo la sirenilla en la mirada acuosa,
qué primera mujer, ahogada en oleajes de mis ojos
ahogados por primera vez en la mujer,
por vez primera siempre una mujer a fondo…
… También el río, sus piedras vagarosas
… También el río, sus piedras vagarosas,
el canto presuroso de las aguas,
una primera vez, el mismo río, el mismo canto,
las mismas piedras, una primera vez,
en cada vez, río de Heráclito,
y las flores, las primeras flores,
hiriéndome los ojos, aromando gozosas los colores,
sus colores no terminan de uncir a las pupilas
ni acaban con la herida a ojos adentro,
no deja de aromar
y sus pétalos no concluyen jamás de deshojar,
rumor de los follajes, fragor del huracán,
cocuyos en estrellas,
polvo de entonces en las grietas de mis ojos…
II … Se oía aquel cascotear
… Se oía aquel cascotear
de las aguas en el bote encallado
al fragor del amar, se escuchaba el tropel del ganado
en la tierra sin cercos, al bramar el amor,
y tu vientre, océano abierto cuerpo adentro,
recibía gozoso las aguas bravas y ardientes de aquel río…
… Aún te miro vestida de contento
… Aún te miro vestida de contento
para contenta volver a desnudarte
como sólo tú sabes hacerlo,
cuánto rumiar de hormigas en el sexo,
cómo los ojos piensan desde afuera hacia adentro,
qué atmósfera, ¡por Dios!
Sin el rigor de las formas
apasionada sin tortura, dúctil suave violencia,
qué conjugar unívocos gerundios de vida
en la muerte en el amor inmortal sin celestinas,
la noche, follaje sin destino…
4 Qué días, ¡por Dios!
Qué días, ¡por Dios!, de juego en charcos
de aquel balandro de madera y jarcias empujado por el viento,
cuántos días ha.
Qué días, ¡caray!, de amor en tanda,
de aquella novia de piel de zapa oculta
sangrando la arcilla de mis manos,
cuántas novias ha.
Qué días, ¡carajo!, de comerse las uñas,
de esa espera del día más día sobre mis días.
cuántas uñas ha.
Qué vidrios enterrados.
Qué astillas en los ojos… cuántos vidrios y astillas ha…
Qué cuchillo qué mano qué odio en este instante me acuchilla.
6 Las manos me ayudan a sujetarme,
Las manos me ayudan a sujetarme,
escurre entre los dedos la música recóndita del pecho,
y cuando no pueda dominarlas, qué irá a pasar.
Quién tañerá las cuerdas marginadas.
Estas manos puestas en todo y en nada,
¿me pedirán que muera con ellas?
Quién sabe. Las manos que no se cansan de amar
no se darán por muertas,
¿se alzarán águilas triunfantes y luego de arañar a Dios
descenderán aves heridas?
Estas manos, yo no sé,
las conozco tanto que luego me confunden ebrio de mi tacto.
Quién asiló ese río de mariposas
adentro de su vientre.
Quién asiló ese río de mariposas adentro de su vientre.
Se despertó el santuario.
Se iluminó el sendero del más viejo bajel
navegante sin rumbo en ensenadas
entre cintas de niebla.
Aquella luz pastora inmaculada.
Aquella cueva.
Aquella Clave de Sol a mitad de la noche.
El musgo de su costa avizorado por miríadas de estrellas.
Luciérnagas del semen inmanente
lejano de altos partos dolorosos.
Aquella tarde brotando en la hojarasca.
Nuestros cuerpos quitados de las prendas
vestidos y calzados en sus pieles
bajo frondoso parasol de verdes hojas.
Tus ojos.
Mis ojos.
Nuestros ojos
abiertos a esa luz hasta llenarse
cerrarlos al hartarse de nosotros.
Tumbados a la sombra de esa acacia
cernidos ya los soles en sal de lunas llenas.
Un hongo en aquel médano.
En los días más días de mi tarde
fuimos sólo un silencio entre las dunas.
Después de aquel remar mi cuerpo al delta de tus muslos
siguiendo aquella luz que escapaba entre las juntas de tus piernas
abiertas con la proa de este viejo bajel deshabitado
después de haber quitado las amarras
a un muelle en abandono.
Y apagando los faros de las ínsulas
panales de avispas danzantes cubrían la cubierta.
Las colmenas de abejas
sus celdillas
eslabones de miel
hacían cadenas.
Sediento de mí mismo
despertaba de un sueño
metido en otro sueño
¿Sesean sueños soledosos cuerpo adentro?
IV Proclive a desviar el camino
tras unos buenos muslos.
Proclive a desviar el camino tras unos buenos muslos.
Sin prescripción el deleite es un delito insaldable entre los puros.
Proscrito de las buenas costumbres amatorias
se va de regazo en regazo más allá de la vil muerte y la civil.
Qué le vamos a hacer amado amor de gato.
Un instante no más.
No se ama con raíces en la cama.
El amor de semillas languidece.
Sólo un poco en ti.
De carne y espíritu amaré
aquí y ahora mientras dure esta luz del universo.
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