sábado, 8 de agosto de 2015

FERNANDO POMAREDA [16.723] Poeta de Perú


FERNANDO POMAREDA

(Lima, 1980) Nací en uno de los barrios más antiguos de Lima y de Latinoamérica. Luego estudié literatura, hasta que me aburrí. Ahora vivo en la ciudad de Cuzco. 

Ha participado en los libros Cieno (LLuvia Editores, 2001) y Pachamama Club (Estruendomudo, 2007). Fue director del
Festival de Poesia Novissima Verba junto con Alvaro Lasso desde el año 2001 hasta el 2006.

Poemarios: Lurigancho, Lima, Estruendomudo 2010 y Esta máquina mata fascistas, Lima: Editorial Estruendomudo, 2015.





Balas sobre Lurigancho

La casa no se quemó cuando la dejé y nadie vino a verla. ¿Acaso le dijiste a alguien que me iba? ¿Acaso le diste las llaves a tu hermana? ¿Al abuelo? Sería bueno hacerlo antes de que alguien llegue y desordene lo que fue: el gato durmiendo en el fondo de la silla, aunque ya no pueda cuidarnos de lo que suena detrás de la cocina o de lo que corre detrás de la puerta. Anoche sonaron balas y yo quería quedarme en la mitad de la cama y en la mitad de ti ¡Qué no se levante nadie! ¿Quién anda por ahí?. Ellos corren muy de cerca.
La abuela me muestra el hueco en el techo diciéndome que el tigre lo ve todo. ¿Pero acaso me verá en la mitad de ti? Que no se levante nadie por que ellos están corriendo.
Te pregunto nuevamente por alguien y te dejo. Afuera la luna se ha caído tras una bomba y todos podemos jugar a escondernos: las balas serán para otros más necesarios cuando me vaya a dormir.



Mamacha

En casa de los abuelos comer chancho es buena señal. Chancho que no come caca ni hace pluajj. Chancho que pasea por Canto Grande. Chancho que no es de poesía, sino de eucalipto y cajitas de lagartijas. Cajitas de corazones. Cajitas de muebles. Café con leche y cola de chancho. Mamacha de color castaño ya no podremos vernos. Ya los corrales se han roto y tus nueve trenzas se han ido. Una cana por 10 céntimos, una historia por 25 años. Y las nueve novias que se escaparon de nosotros. Mamacha de color castaño las avenidas han ido cambiando desde el último paseo. Nuestros jardines se han hecho citas bibliográficas y en cada calle eres una cajita de golosinas. Mamacha de color castaño será mejor ya dormir y pensar que aún no nos han llamado para el café con leche y la cola de chancho. Vayamos a dormir para que nadie venga, para que la calle no se venga. Ni los señores ni el policía. Ni el chancho que se muere o el pluajj que nos empuja y nos caga la historia. Mamacha, mamacha de  color castaño, ya vámonos a dormir.




Santurantikuy

Si me compras un santito, esta noche el balsero irá hasta tu casa. Te llevará un vestido nuevo y un tocadiscos para que puedas colgar el televisor en la ventana. Venecia dejará la tarde entre las góndolas a cincuenta euros y plantarás jacintos a la orilla de la playa. Si me compras un santito, mañana te veré corriendo otra vez descalza entre la yerba. No habrás perdido peso ni sabrás de lugares remotos ni de amantes barbudos. Solo serás una niña que planta jacintos al estilo veneto de los ochenta.




A donde los gallinazos no llegan

Monsieur Balthus llega temprano a la casa de Monsieur Basquiat. Toca el timbre una vez. Toca el timbre una vez más y vuelve a intentarlo. Parece que nadie quiere abrirle la puerta después de haber sido acusado de pornografía infantil. El mundo del arte se está haciendo un negocio peligroso desde los hechos en la casa amarilla. Y a él, solo le han quedado las calles de Lurigancho. Piensa en Jean Michel transformándose en un ángel mientras su gato le chilla. Insiste con el timbre una vez. Insiste una vez más y vuelve a intentarlo. Cansado y con frío, decide caminar hasta alguna esquina y volver cuando su nuevo ángel ya esté listo.




Si hubiera un metro en Lurigancho

Al hombre bala le gusta sentarse en las estaciones del metro para sentirse en casa. Pero en Lurigancho no hay metro. Y ya nadie se incendia así mismo, desde que los manuales de poesía contemporánea nos han enseñado a olvidar el amor. A su lado una secretaria se sienta a mirarlo. En su perfil cree descubrir al joven de ojos azules que siempre mencionan los manuales: su amor que ahueca las manos y las joyas. Las putas negras y salir de casa en verano. Pero lo que siempre olvidan los manuales en cualquiera de sus ediciones es lo que la señorita secretaria alcanza a tipear: al niño salvaje, cuando llega la tarde se le queman los pies.




20 años

Pía era gris. Nunca uso ropa de moda. Jamás un cosmético. Nada. Tan solo un trapo con el que Pía limpiaba sus zapatos antes de dejar la casa. En realidad pía era un ángel oculto tras unos lentes oscuros. Una carne gris y una nube de tabaco. Un ángel que andaba mezclándose entre la gente con la clara intención de no importarle a nadie: cada pie con cuidado y en secreto. Y cuando ya todos subían al cielo Pía retornaba a casa. Guardaba su nube en el armario. Sus lentes juntos a la lámpara y su cuerpo al borde de la cama. Luego cogía el mismo libro de siempre y lo leía hasta caer en la cuenta de que nada era lo mismo. Porque Pía era así de gris. Como un ángel camuflado que se ríe de nosotros.




Private

What about me, señorita de Varsovia –repetía el balsero cada vez que pasaba por la tienda. What about me, señorita de Varsovia– repetía el muchacho cuando paseaba con su madre por los escaparates. What about me, señorita de Varsovia – tendré que repetir una y otra vez hasta que tus ojos por fin se harten de tanta gente y tu piel se harte de tantas manos y tu pelo tan oscuro se harte de ser tan extranjero. Entonces señorita de Varsovia, cuando nadie más te quede enfrente y tu lugar empiece a ser otro te volveré a decir como si fuera el balsero o el niño o la madre: what about you, what about you.





Duérmete niño

Esconde tu navaja antes de entrar a la cama. Mira de frente, mira hacia atrás. Luego salta por la ventana, pero no dejes de sonreír. ¿Ves? Nadie se ha dado cuenta.
Siempre me dijiste que detrás de todo balcón las viejas guardaban triciclos. Mentiroso.
Detrás de los balcones solo quedan ollas viejas y pajaritos muertos. ¿Volverías
a contarme una historia? Hemos aprendido a robar nuestros regalos. La comida está caliente, tu navaja está caliente.





Boleto de Ida

Mujeres de Oxapampa despidiéndote en sandalias. Olor a café en taza de losa y una buena tarde para usar un sombrero. Tu propia versión de Gardel: música de carretera hasta La Parada. Luego una esposa, luego cerros con cantinas.







Esta máquina mata fascistas de Fernando Pomareda
Lima: Editorial Estruendomudo, 2015

Por Carlos Villacorta 

En el año de 1941, el famoso cantante y compositor Woody Guthrie en un pequeño departamento de Manhattan escribió en su guitarra la siguiente frase “This machine kills fascists” como una manera de protestar contra la maquinaria alemana que había arrastrado al mundo a una de las peores guerras que ha sufrido nuestro planeta. Guthrie, por supuesto, hacía referencia al poder de la música como una manera de enfrentar y de resistir contra una forma de violencia social y económica que estaba aniquilando a los países europeos. Setenta y cuatro años más tarde es retomado en Perú para dar título al potente segundo libro de poesía de Fernando Pomareda (Lima, 1980).

La máquina de matar fascistas inicia con un epígrafe que, desde la poesía, nos irá respondiendo a la interrogante mayor que el libro plantea. “Desgraciado mono, / jovencito de Darwin” dicen los versos escritos por César Vallejo, con quien Pomareda establece su segundo diálogo. Así la canción de protesta norteamericana y la poesía peruana de vanguardia se entrelazan para darnos luz sobre estos fascistas contemporáneos contra los que hay que enfrentarse.

El libro está dividido en dos secciones. La primera de ellas, dividida en tres partes, da nombre al poemario. A ella que le sigue un intermedio de dos páginas y finalmente concluye con la sección “5 poemas de amor fascistas”. En la primera sección, Pomareda nos revela la primera verdad para comprender su práctica poética: “Te has cansado de usar escaleras para llegar a los dioses. Ellos tienen una cara como tú y el mismo cuerpo día tras día” (13). Efectivamente, en la poesía contemporánea latinoamericana, la relación entre el poeta y el mundo sublime o el mundo de las Ideas como le llamaba Platón, ha desaparecido. No existe más el poeta como demiurgo, como traductor de ese mundo ideal de la palabra perfecta que puede captar la esencia del mundo. Todo lo contrario, solo nos queda ese mono cansado que es el ser humano, cansado de no haber alcanzado cierta iluminación celestial. En este mundo, el poeta recalca que nuestros dioses y nuestros santos son como nosotros, seres de carne y hueso, así como los fascistas, que nada tienen de divino. Es ese cansancio el que permite un nuevo conocimiento: “Cansado de los que deciden, de los que tocan el hombro con su bandera de estrellas, con su cara negra, blanca, amarilla y roja, y te dicen que has muerto” (141).

De esta manera, la primera parte de la primera sección se enmarca en los espacios de la memoria, donde el poeta recorre con su máquina poética su niñez y su adolescencia, por Barrios Altos y Lurigancho, barrio al que le dedicara su primer poemario “Lurigancho” (2010), su mudanza al Cusco y sus viajes al primer mundo concretizado en Canadá. El recuerdo lo hace escribir ese momento de más violencia que tuvo el Perú durante el último conflicto armado:


“Mientras tanto, en Vilcashuamán, las 
cruces se hacían banderas amarillas y 
rojas, y nos mostraban la última frontera
del Perú: sobre las viejas calaveras de 
nuestros padres bailaremos, sobre las
mismas remendas de Ayacucho nos
tocaremos, sobre los repetido nombres 
que llegaron de lejos, de muy lejos, 
beberemos la chicha hasta olvidarnos 
quiénes fuimos ese año de mil novecientos 84.”


En la violencia de los años de la adolescencia y de la adultez temprana, el poeta encuentra sosiego en la amistad con otro joven, el poeta Santiago, con quien también recorre Lima, como lo hiciera Enrique Verástegui con José Lezama Lima en su primer libro “En los extramuros del mundo”, o Luis Hernández cuando escribe que ve llegar a su viejo barrio al poeta inglés Ezra Pound. Así, Pomareda reconoce en el amigo poeta su incapacidad  para usar la Underwood 5, la máquina de la poesía; la casa del poeta como un refugio, la amistad más noble en una ciudad que parece haber olvidado soñar.

La última sección de esta primera parte es un canto de protesta contra los fascistas de este mundo. ¿Pero quiénes son aquellos que conducen la máquina del horror? Pomareda señala al ser humano inequívocamente como un ser fascista y así lo inscribe al referirse al Baguazo, incidente reciente de la historia peruana donde la comunidad amazónica de Bagua se enfrentó a la policía y al ejército defendiendo sus tierras contra la ilícita explotación de petróleo que el gobierno de turno había permitido de manera corrupta con empresas extranjeras. Pomareda utiliza al Allpa Machari, un ser mitológico que cuida a la Madre tierra, como un testigo de la violencia del neoliberalismo peruano e internacional que asesina a sus ciudadanos y explota sus tierras sin respetar sus derechos como parte de la nación peruana.


“El Allpa Machari brinda (57 cm y 76 cm)
en la acuarela oscura (roja, azul, verde, 
amarilla del 5 de abril) y los hombres avanzan
sobre las flechas y gases, detrás del nuevo alimento
para el que cuida la Tierra: 33 muertos, doscientos 
heridos (dicen) y un oficial que todavía busca
los ícaros del río” (35)


El intermedio del libro nos da un descanso. Presentado a dos páginas, y sobre un fondo negro simulando ser diálogos del cine mudo, Pomareda nos presenta dos frases en quechua: “Piru llactapi takishani waqaspa” y “Ch’askakunaq wasinpik’a manan llaki kanchu” que significan “En el pueblo del Perú cantando y llorando” y “En la casa de las estrellas no hay tristeza”. Ambos textos, bellamente escritos, nos proponen al quechua no solo como un lenguaje de resistencia sino como un lenguaje poético de posibilidades expresivas aún no incorporadas en nuestro bagaje cultural. Es a través del quechua que Pomareda establece una relación con Carlos Oquendo de Amat, otro poeta de la vanguardia quien escribiera “Se prohíbe estar triste” en su cinemático libro 5 metros de poema. Pomareda, desde el otro lado del ecrán, escribe en quechua respondiendo a Oquendo, que en ese wasi o casa que es el firmamento andino, no hay tristeza sino canto puro que es llanto porque las lágrimas son de alegría.

Finalmente, la sección final “5 poemas de amor fascista” plantea el único amor posible en esta tierra violenta. Dice en el primer poema de la sección: “Bésame. Cierra las ventanas, para que el mar de Lima no se vaya. Deja que los mercados se quemen y que las combis se lleven a la gente” (45).  El encierro parece ser la única salvación para el amor del joven poeta, un amor que escape de la violencia citadina que vivimos hoy. Efectivamente, Pomareda nos confirma que es difícil encontrar el amor en esta ciudad, pero que también es otra máquina de resistencia frente a la máquina económica de la opresión gubernamental o extranjera. Al final, es tiempo de alejarse de la máquina escritural como se puede apreciar en la contraportada del libro en la que un perro se marcha por un callejón dejando abandonada una  máquina de escribir. El poeta ha cumplido su cometido. Es tiempo de que ustedes, queridos lectores, se acerquen cuidadosamente a este hermoso poemario escrito con la rabia y el amor de quien vive y sueña en esta casa de las estrellas que es todo nuestro país.

Miraflores, 1 de Agosto de 2015







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