Bai Juyi o Po Chü-I
(chino: 白居易, pinyin: Bai Juyi, Wade-Giles: Po Chü-i) (Xinzheng, Henan, China; 772 - 846) es un escritor chino de la dinastía Tang. Influido por el movimiento a favor de la lengua antigua de Han Yu, quiso regresar a una poesía más directa, más sencilla; se inspiró en canciones populares y se dice que se deshacía de todos los poemas que sus sirvientes no entendieran.
Bai Juyi nació en una familia pobre aunque culta de Xinzheng. A los diez años fue enviado por su familia a estudiar cerca de Chang'an. Aprobó el examen imperial en el 800.
Acerca del Ayuno del Monje Chu Chuan
Cuarenta años te sentaste mirando la pared,
Cambiando la nada por la vida de este mundo.
A las horas de las comidas, de vez en
A las horas de las comidas, de vez en
cuando te ríes de las campanas,
¿Cómo puedes ser tan libre de comer o no comer
El corazón en Otoño
Pocos visitantes traspasan esta puerta,
muchos pinos y bambúes crecen frente a los escalones.
El aire de otoño no entra por la pared del Este,
el viento fresco sopla en el jardín del Oeste.
Tengo un arpa, soy muy perezoso para tocarla,
tengo libros, no tengo tiempo para leer.
Todo el día en esta tierra de una pulgada cuadrada (el corazón),
sólo hay tranquilidad y no hay deseos.
¿Por qué debería hacer más grande esta casa?
No es útil decir mucho.
Una habitación de diez pies cuadrados es bastante para el cuerpo,
un Peck de arroz es suficiente para el estómago.
Además, sin capacidad para manejar los negocios,
recibo ociosamente el salario del emperador.
Ni planto un solo árbol de morera,
ni cultivo una sola hilera de arroz.
Sin embargo me alimento bien todo el día,
y estoy bien vestido todo el año.
Con una conciencia tal, y conociendo mi vergüenza,
¿por qué debería estar descontento?
En el estanque
Dos monjes budistas de la montaña
juegan al ajedrez, en el bosque de bambú.
Reflejan la luz los bambúes y no se ve a nadie;
de cuando en cuando se escucha el sonido de las piezas.
de cuando en cuando se escucha el sonido de las piezas.
El fin de la primavera
La flor del peral se comprime y se transforma en fruto.
Los pichones nacen de los huevos de la golondrina.
¿Qué consuelo ofrece la doctrina del Tao
cuando se enfrenta la mudanza de las estaciones?
Me enseñará a ver volar los días y los meses,
sin llorar enexceso por la juventud que muere.
Si el mundo transitorio no es sino un largo soñar,
poco importa si somos jóvenes o viejos.
Siempre, sin embargo, desde que mi amigo me dejó,
y viví en el exilio en la ciudad de Chiang-ling,
hubo un deseo que no he podido dominar:
y es que de cuando en cuando, por azar, vuelva a verlo.
Los crisantemos del jardín del levante
Los años juveniles me han dejado de una pieza,
y me han menguado los años maduros;
¡qué pensamientos tristes y solitarios me invaden
mientras visito de nuevo este lugar desierto y frío!
En medio del jardín me detengo, solo, largamente.
El sol está descolorido, gélidos el viento y el rocío.
La lechuga otoñal se retuerce y convierte en simiente.
Los árboles están cargados y marchitos.
Solo han quedado las flores del crisantemo,
que brotan aquí y allá bajo los setos abandonados.
Quisiera llenar un vaso con el vino que he traído.
Pero la vista de los crisantemos me detiene la mano.
En mis años jóvenes, recuerdo,
rápidamente pasaba de la tristeza a la alegría;
pero ahora, que la vejez se presenta,
los instantes de alegría son más raros.
Siempre me asusta pensar que cuando sea muy viejo
el vino más fuerte no bastará para consolarme.
¿Por qué os interrogo, tardíos crisantemos,
por qué florecéis solos en una estación tan triste?
Aunque sepa bien que no lo hacéis por mí,
quiero, a vuestra semejanza, lo poco que se pueda,
aplanar mi rostro.
La cuchara de plata
Mi corazón está acostumbrado a los destinos remotos;
no me resultó difícil abandonar mi casa.
Pero sí el dejar a la señotita Kuei:
por ella las lágrimas llenaron mis ojos.
La niña debe ser alimentada con muchos cuidados:
señora Tzao, le ruego que usted se ocupe de ello.
Por mi parte, he envuelto y he mandado una cuchara de plata:
¡come sin preocuparte, y piensa en mí cuando comas!
La vejez
Tú y yo envejecemos juntos;
veamos un poco: ¿cómo es esta vejez?
Los turbios ojos se cierran antes de que sea de noche,
la perezosa cabeza está despeinada a mediodía.
Apoyados en bastones, damos a ratos un paseíto,
o estamos sentados todo el día con las puertas cerradas.
No osamos mirarnos el rostro en un espejo claro,
no podemos leer los libros con letras pequeñas.
Cada vez más hondo es el cariño de los viejos amigos,
cada vez más raro nuestro trato con los jóvenes.
Queda una cosa: el placer de las charlas ociosas
es mayor que nunca cuando nos encontramos los dos.
Junto al río se yergue
la torre de treinta metros de alto;
por allí pasa una extensa
carretera de mil seiscientos kilómetros.
Contemplar el lejano horizonte
desde esta altura
me basta para confortar
la mente y el corazón.
Los correos no se detienen
a todo lo largo del camino,
los soldados se precipitan
hacia sus guarniciones.
En tiempos turbulentos
siento de manera especial
que es bueno estar ocioso.
Ahora que he pasado los cuarenta,
es verdad, no es demasiado pronto
para mi retiro.
Déjame que ahora limpie
los vestidos manchados de polvo.
Nunca es demasiado tarde
para retornar a los cerros.
en Poetas chinos de la dinastía T’ang, 1961
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