Mario Nandayapa
(Chiapa de Corzo, Chiapas; México 1965). Licenciado en Letras Latinoamericanas y maestro en Educación Superior, ambos por la Universidad Autónoma de Chiapas, y Doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Chile. Se ha desempeñado como responsable de diversos proyectos editoriales y actualmente es catedrático de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Chiapas, director de la revista autónoma de arte y cultura Sombra de papel, delegado en Chiapas de la Asociación de Escritores de México, y Presidente de la Asociación Civil Teochiapan: Señorío de los Chiapa. Ha publicado diversos libros de poesía, narrativa y de ensayo, así como también ha recibido distintos premios literarios.
Un hombre sabe levantar su casa.
Sólo después de haberla mirado tanto
comparando tantas puertas y ventanas
pisos y tejados y domicilios,
pasillos y escaleras,
porque siempre hay una escalera para llegar a la calle.
Esta ventana mira siempre hacia el poniente,
hacia los últimos restos de la luz que nombra la tarde.
Esta ventana se abre cada mañana
y despierta cada mañana porque alguien mira.
Todo es motivo de la luz.
El hombre que canta celebra
y su canto es su casa
cerca del cielo de sus palabras, porque canta,
cerca de todos los seres, porque canta,
cerca del sueño, porque canta.
El atardecer enseña su frente
pasada por el tiempo de una vida,
pensando que el otoño modifica sus alas
en el vuelo manso de ciertas gaviotas
en el ruido del mar sobre la arena
que cae desde un reloj ya sin olvido.
Un hombre que sabe hacer su casa
reconoce, primero,
la noche afuera de la puerta
y el día ciertas veces en la nada.
De la luz repasa el cristal y de la sombra el reposo,
establece contacto con las libélulas y hormigas,
con las hojas que piensan todo el tiempo en la lluvia.
La ciudad entrecierra sus ojos
ahora que hay menos mundo para la piel de este día.
La ciudad entrecierra su mundo
ahora que existe un atardecer en estas palabras.
Un viento helado reúne los
cuerpos que octubre había convocado a las calles
dispersa las cenizas de los muertos.
El tiempo sigue su curso
con la certeza de lo que crece inalterable,
mientras hacemos y deshacemos nuestras cosas.
Estas palabras resteñan cierta ausencia,
estas líneas que izan su vela de barco
mueven sus remos en el agua aciaga de la tarde.
Entre los pinos de la montaña se levanta la luna
como otra palabra que se dice a sí misma,
como una ceremonia que el atardecer
ejerce sobre la fascinación del mundo.
Es un momento entre las aguas de un día.
Es un lapso de belleza que lo inmemorial recrea
con invisibles manos
para la tarde en sus límites de niebla.
Vencerá, entonces, la luz de la palabra,
de la palabra que estuvo esperando esta puesta de sol
para atestiguar a favor del otoño.
Se levantará como un fuego
la declaración de las horas
que justifican la persistencia.
En el borde más suave del poniente
estas palabras acarician el plumaje del ave nocturna
y develan el amor de una nube sobre los árboles,
para responder a las dudas
con una tarde que es un anuncio lluvia,
una tarde alejándose como un vestido de novia
que la brisa del mar recuerda.
En mi mirada se van encediendo las primeras luces.
Ansiedad de lluvia
¡Ah! ese animal cimbra la tierra
merodea mi impulso con una ansiedad de lluvia
y uno reconoce el olor del miedo esa huella fresca en la ciénaga
y el miedo esta ahí recorriendo este maldito camino de hormigas
que llevan de la angustia a un suicidio crónico bajo la lluvia
¡Ah! ese animal acecha en la hoja que se desprende de la tarde
y un temblor dispersa la animalía de estas palabras
y confundido reto al animal en la trampa de la belleza
La lluvia no es impedimento para alzar los brazos como ramas
a lo ancho del camino que recorre el trópico en octubre
aunque esta lluvia se empecina en ahogar el canto de un hombre
de borrar las huellas del animal que se anticipa con derrumbes
El olor de tamarindo que florece confunde estos pasos
que rastrean huellas del animal que alberga desde adentro
donde mi palabra se entiende de frente con la muerte:
uno contempla los escondites del animal en el cielo
en el tercer giro que da el gato que guarda la noche
en los ojos del jabalí que se perdió de la manada
en la parte herida del río que eriza esa piel del agua
en el color rabioso del amarillo que lleva a la locura
en lo profundo del verde que esconde un grito de dolor
en el desprendimiento de una fruta que madura en la caída
en tu voz que repite el caracol que mantengo en las manos
en la sombra del árbol que humedece de hongos estas palabras
en esa mujer de pelo largo que se introduce en el caudal del río
y retorna en un movimiento del canto que anuncia su humedad
y ante el relámpago de la certeza cierro los ojos
/en esa cascada del orden
y asumo mi condición de árbol que no espera nada
/después de la lluvia de agosto
Sacar mi cuerpo del espejo del agua para que sea nube
es la primera decisión para perseguir al animal que me acecha
que irrumpe sin avisar como el salto de un sol en una hoja
entonces le permito que hable por mí soy su aliado
esa ave pesada de luz donde se oculta un arco iris triunfo del día
¡Ah! me irrita porque no puedo descifrar su lenguaje
con huesos de ranas violento los espacios cerrados
todo ocurre en esta selva que sólo ven los ojos nuevos
una piña, luminosa, sobre un lienzo como un deseo
Y el eco permite el diálogo de este hombre que se avergüenza
de su condición que lleva transparente al amanecer
expiración de náufrago ante su eminente caída
alza los brazos como ramas esperando a los pájaros de la lluvia
—estoy aquí y en otros lugares, una vez más—
rozando los tejados con un aleteo de ave negra que planea
es cuando la multiplicidad se abalanza en forma de animal
en esa convivencia de mis personalidades
está el equilibrista:
él que supera el hambre de los siete jaguares con mi muerte
él que domina el miedo al silencio con ocotes iluminados
frote que enciende la pradera de la memoria con luciérnagas
¡Ah! el animal se contempla a sí mismo con la luz de luna
en esa eternidad de sus movimientos una hoja se desprende
anunciando el ejercicio del poder que interrumpe la noche
con una lluvia por asalto en las inmediaciones de la vastedad
y no es la lluvia repitiendo la misma estrofa
es el canto de la desesperanza de un hombre que convoca
a todos sus temores cerca del cielo, porque canta,
todo es motivo de una muralla construida en la lluvia
personajes del bestiario de esta sensación
que iluminados retan al silencio con la fuerza de la palabra
como un ejército que invoca tu nombre
desde alguna montaña
Soy Caluca
y mi voz es una estalactita del tiempo
una piedra que mira a lo alto de la tarde
soy el primer hombre de barro de madera de maíz
soy el primer ruido de la quietud
en sus cuatro costados
soy el primer relámpago que esconde el grito
soy el que dice agua y un río se precipita
soy el que mira al mar en un caracol
ese estruendo que cae desde adentro de los siglos
he viajado en canoa por el caudal del inframundo
he desafiado a los guardias de la casa oscura
de las piedras cortantes
he nacido de la luna del asombro de la savia
del árbol de trece ramas
soy Caluca
y esta meseta es el centro del mundo
donde los animales la mujer el odio crece
este grito que siembra algo que no es un pájaro volando
este canto a la flor para que no se rompa al caer
este canto para que el papalote vuele
este canto para que nazca el tercer tallo de la enredadera
este canto da inicio a una danza al círculo
de la mujer por nombrar
este canto detiene a pleno vuelo el pájaro de Nandúa
Caluca Caluca Caluca
soy un saraguato que canta y reinventa al mundo
soy el vuelo que cae como una lluvia
soy el que dice pájaro y relincha un caballo
soy el que escribe pájaro como la primera vocal pronunciada
soy el que dice pájaro y se avergüenza de su creación
HOY MIÉRCOLES DE NEBLINA
Hoy miércoles de neblina,
es un día que su tenue claridad sobre el valle.
Desde un tiempo así, les escribo.
Es temprano para la edad de este marzo aciago.
Esperábamos la lluvia recién hasta mayo,
como le corresponde un invierno conocido
pero una de sus hijas halló puerto
en la tarde que a todos nos hizo guardar
la tibieza y el hechizo.
El tiempo a mediodía se quita algunas nubes.
El tiempo tiene pasaporte en la mano
para atravesar el país de la nieve
por eso la lluvia se despertó antes que el recuerdo.
Hay mujeres que parecen haber sido madres
para ser feroces,
hay hombres que parecen haber sido padres
para ser tenaces,
pero ser padre no significa morir por la vida
ni ser madre significa vivir por la muerte.
Una música vecina no tiene dolores de parto
y da alumbramiento,
logra vencer la serpiente
que se empecina en ahogar una canción.
El mundo así es la jaula de oro del pájaro
el mundo es así la piedra de toque del alba
que al atardecer desgrana de una mazorca infinita.
Pero detrás de ese mundo,
en el fondo de su memoria,
toda vida es un canto que podría esparcir fecundo
el viento, salvo la oscuridad del cansancio.
Si canta la estrella que resplandece
con la callada melodía de selva,
si se torna posible desquitarse el vacío de la desmemoria,
si la palabra resurge de sus cenizas,
mi corazón está en la luna de la noche sobre los árboles,
porque el río se debe a la inclinación de la montaña,
porque los días son invención de pura luz,
mi palabra acerca sus manos al mundo
para distinguir el tacto en sí de su evidencia,
el resurgimiento de la materia
asumir la con la condición de un invierno sin límites
en las inmediaciones de un mes ganado a la desdicha.
Esta soledad de palabras dispuestas al borde de una hora
es una puerta al cariño por la ausencia del agua.
Esta soledad es un momento alumbramiento su permanencia de braza.
La quietud es la perfección del movimiento,
el instante preciso en que la fecundación
madura su vuelo de pájaro.
Nada está perdido aún en el tiempo
cada quién, a su manera, es paciente hormiga
con las hojas de su árbol.
Este breve tránsito otra vez cambia el sitio
de su ser momentáneo en mí.
Estar en una habitación con el pequeño cielo
de una ventana
pasar por una mañana envuelto en su agua.
Atravesar un tiempo que gotea sus horas de marzo,
como regresando por un sendero de montaña,
saber que la grandeza es una altura
indomable para la ambición del objeto preciso.
Este cuerpo pasajero se despide con cada atardecer
simplemente va cediendo pertenencia al polvo,
a su callada materia de olvido.
La piel se mira en el reflejo de una tierra
que va resintiendo las sequías, los inviernos,
el breve lapso para admirar los árboles
que las estaciones desnudan o abrigan.
Es inevitable.
El ser de lluvia se convertirá de sustancia,
adquirirá otros dones.
La memoria será el recuerdo de un instante.
Y es que uno se acostumbra terriblemente
a las líneas paralelas que demarcan las calles,
las ventanas de un piso, los horarios que establecen
la necesidad de luz.
El hábito de la sombra atenúa la realidad
inscrita en los desprendimientos de una roca
que tiene acceso a un tiempo medido por un árbol.
Todo es una apreciación distinta
de movimientos impasibles alrededor de una pregunta.
El impulso vital de tomar aire
porciones invisibles de verdad
la comprobación de la existencia invariable
de un acto de nube.
La tarde ahora se deshoja de marzo,
de la lluvia caída de improviso
hasta las seis con un anuncio de campanas.
Después la ciudad se vuelve otra cosa:
un lugar para que las imágenes de un tiempo mejor
disipen la neblina.
En el silencio minucioso del poniente
se van despertando los acordes de una canción
sostenida por piedad la calma de los hombres.
Una ventana da al atardecer su brillo de pequeña cosa
iluminando donde hace falta.
Con este viejo cariño renovado ir cerrando palabras.
Mientras la ciudad se retira a su campo lentamente
bajo la influencia de la lluvia de este marzo.
La canción de la tierra es una ceiba
que piensa todo el tiempo en las nubes
la canción que espera es una plegaria.
El tiempo sigue renunciando a su permanencia
vaciándose a sí mismo en estas palabras,
pero sé que el fin de la vida es una música,
una melodía que celebra lo que dice,
naciendo en lo que depara el destino de una canción.
Otra vez ser el ave de paso sobre el mar,
otra vez ir de regreso mientras se dicen
algunas circunstancias del sol,
otra vez ser un aire liviano que recorre galerías
cruzando puentes que el mundo había olvidado.
Renace en la sutil constancia del canto,
ángel de la luz,
parte de una resonancia incesante.
El canto del día son los seres alumbrados
bajo la paciencia de un árbol,
el canto de la lluvia es la entrega de la tierra,
el canto del invierno es la pasión de una nube.
Todo canta por sus cuatro costados, todo piensa su parte de lluvia.
La luz más real es su pureza compartida.
Baldío deseo de morir la carne su ceniza,
la lluvia no espera nada y existe.
Hay una gaviota lejana hacia el ocaso
el vuelo exacto con un fondo de cielo.
Entonces el día se salva porque alguien canta
aunque el frío convoque a la ceniza.
¿Qué mejor plenitudes para el tiempo que pasa en un barco?
¿Qué mejor palabra una melodía donde reverdece el orden de este mundo?
Un pájaro canta en mitad de la tarde y la reinventa.
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