ABEN AL-JATHIB (Ibn Al-Jatîb)
Abû ‘Abd Allâh Mwhammad ibn Sa’îd ibn al-Jatîb Lisân al-Dîn al-Salmânî.
Político, historiador y poeta.
Nació en Loja, Granada en 1313. Murió en 1374.
(Traducción de E. García Gómez, publicada por la revista <>, II (1934), pp. 185-195.)
De una familia originaria de Córdoba, recibiría su primera educación de su padre y otros eruditos de la época, haciendo el tradicional aprendizaje primario, compuesto de la enseñanza islámicas, gramática, poesía y ciencias naturales. Su padre, ‘Abd Allâh, se traslado a Granada, para entrar al servicio del soberano príncipe de los Banû Ahmar (nasríes), llegando a ser nombrado superintendente o encargado de los almacenes de víveres. El mismo pasó sus primeros años en esta ciudad, e hizo sus estudios bajo la dirección de sus más importantes educadores, siendo discípulo predilecto del célebre médico Yahyâ ibn Hwdsail, cultivando las ciencias filosóficas y adquiriendo importantes conocimientos en medicina. Fue muy aficionado a las letras, siguiendo los cursos de los más destacados literatos y gramáticos, y desarrollando una excelente poesía y prosa, de acuerdo con el mejor estilo árabe. Fue desde muy joven cuando manifestó sus grandes dotes de poeta y espistológrafo, no teniendo en esta última materia rivales en su momento.
Su padre, que como ya señalábamos, estuvo al servicio de los nasríes, perdería la vida a manos de los invasores cristianos en el año 1340, invitando el gobernante nasrí a Ibn al-Jatîb (que tenía por entonces veintisiete años de edad), para que ocupara el puesto de secretario en el departamento de correspondencia (diwân al-inshâ). Por este tiempo compuso unos versos en honor del soberano reinante, Abû al-Hachchâch (Yûsuf I), que circularían por el reino andalusí. Para compensarle, el sultán le tomó a su servicio y le incluyó en el número de los escritores que trabajaban en palacio bajo la dirección de Ibn al-Chayab.
Vengo a Agmât y reverente
Miro y beso tu sepulcro,
Sultán magnánimo, faro
Que dio clara luz al mundo,
En tus rayos, si vivieras,
Me bañaría con júbilo.
Y mis poesías mejores
Fueran el encomio tuyo;
Ora postrado de hinojos
Sólo la tumba saludo.
Egregiamente descuella
Entre circunstantes túmulos.
Cual tú de reyes y vates
Descollabas entre el vulgo.
Siglos ya sobre tu muerte
Pasaron y tu infortunio;
Pero guardas la corona,
No te la quita ninguno.
¡Oh, Rey de muertos y vivos!
Tu igual vanamente busco,
Que no ha nacido tu igual
Ni nacerá en lo futuro.
Ibn al-Chayab, que sería considerado como el primero de todos los poetas, prosista y filólogos de Al-Andalus, fue el mejor preceptor de Ibn al-Jatîb. En la caída de Muhammad III y con el asesinato del poderoso visir Muhammad ibn al-Hakam, sería escogido Ibn Jaldûn para el puesto de secretario imperial, cargo que desempeñaría hasta el año 1348, fecha en que Abû al-Hachchâch lo eligiría para el cargo de visir con todos los títulos y privilegios. Con el ejercicio de estas funciones daría muestras de una gran habilidad, y sus relaciones epistolares y diplomáticas, respecto a los príncipes vecinos y soberanos de África, le hacen merecedor de grandes elogios mostrando un talento admirable. El sultán granadino le favorecería con toda clase de distinciones, autorizándole incluso a designar los candidatos para los cargos públicos de la admiración, a los que nombraba buscando privilegios para sí mismo. Todo ello haría que Ibn al-Jatîb reuniera una fortuna considerable.
Por el año 1354 Abû al-Hachchâch sería asesinado, mientras se encontraba en la mezquita, el día en que terminaba el ayuno legal, para asistir a al salat, y en el momento en el que éste se inclinaba haciendo la reverencia ( suyud), un hombre se precipitó sobre él y le asestó una fuerte puñalada por la espalda, falleciendo instantáneamente. Pronto sería proclamado soberano el príncipe Muhammad V. Durante este período sería el liberto Ridwân, que ejercía los cargos de general en jefe y tutor de los jóvenes príncipes de la familia real, quien realmente gobernara Al-Andalus. Tomó por lugarteniente a Ibn al-Jatîb, dándole una total participación en las tareas de gobierno, gozando la administración de una gran prosperidad y estabilidad política. Una de las grandes virtudes como político sería la de poseer unas excelentes cualidades para la diplomacia: Ibn al-Jatîb recibiría la misión de trasladarse a la corte merinita de Abû Inân, para solicitar el apoyo de este príncipe contra las armas extranjeras de los castellanos-leoneses. Ibn al-Jatîb se presentó en dicha audiencia regia, adelantándose a los visires y jurisconsultos que formaban parte de la embajada, y dirigiéndose al propio Abû Inân solicitaría permiso para recitar, de forma literaria, su misión, antes de entrar a parlamentar. El príncipe accedió a ello, y el embajador, puesto en pie, comenzó de esta forma:
¡Vicario de Allahj! ¡ojAllah el destino aumente tu gloria todo el tiempo que brille la luna en la obscuridad!
OjAllah la mano de la Providencia aleje de ti los peligros que no podrían ser rechazados por la fuerza de los hombres.
En nuestras aflicciones tu aspecto es para nosotros la luna que disipa las tinieblas y, en las épocas de escasez, tu mano reemplaza a la lluvia y esparce la abundancia.
Sin tu auxilio, el pueblo andaluz no habría conservado ni habitación ni territorio.
En una palabra, este país no siente sino una necesidad: la protección de tu majestad.
Aquellos que han experimentado tus favores, jamás han sido ingratos; nunca han desconocido tus beneficios.
Ahora, cuando temen por su existencia, me han enviado a ti y esperan.
El sultán meriní encontró muy hermosas estas palabras, respondiéndole al embajador: No regresarás a tu nación y a tus compatriotas sin que tus deseos sean satisfechos; te doy permiso para sentarte. A continuación colmaría de mercedes e infinidad de regalos a los miembros de la embajada y, antes de despedirlos, les concedió cuanto solicitaron. Uno de los antiguos profesores de Ibn Jaldûn (narrador de la biografía de Ibn al-Jatîb), el câdî kserife Abû al-Kâsim, que formó parte de esta comisión, le señaló a aquél, al hablar de tal audiencia, lo siguiente: Es la primera vez que se ha visto que un embajador consiga el objeto de su misión, antes de haber saludado al sultán, a cuya corte había sido enviado.
No tardó en ganar el título político de doble visir (Dhû al-wizâratayn), que tradicionalmente se concedía a los visires con poderes ejecutivos. Su influencia en la corte y su riqueza provocarían la envidia de los cortesanos, y uno de sus discípulos, el poeta Ibn Zamrak, de la escuela malaquita, conspiraría contra Ibn al-Jatîb, acusándole de herejía, debido a los postulados sufitas que éste profesaba. Fue exiliado a Fez, de donde no tardaría en volver a su puesto. Otro de los sucesos más destacados de su vida sería la experiencia que vivió en África, con motivo de acompañar a Ibn al-Ahmad o Muhammad V, en su exilio a la corte del califa merinita Abû Salem, quien los recibió con una magnifico cortejo y con gran dignidad: hizo subir a un trono, colocado frente al suyo, al exiliado monarca nasrita, recitando a continuación Ibn al-jatîb un poema en el cual suplicaba a este monarca que le prestare auxilio. El sultán de Ifriquiyya prometió sostener a su huésped y, mientras llegaba el momento de su restauración en el trono andalusí, le colmó de honores, instAllahndolo en un espléndido palacio, proveyendo de igual forma las necesidades de todos cuantos formaban el séquito del monarca andalusí.
El ex visir Ibn al-Jatîb llevaría durante algún tiempo una vida muy agradable, gozando de los favores y la atención que le otorgara el sultán merinita. Solicitó así mismo recorres las ciudades y comarcas de Ifriquiyya, para conocer y visitar los monumentos y recoger la historia de sus antiguas formaciones sociales. Obtuvo el permiso consiguiente, llevando consigo cartas recomendatorias en las que se invitaba a los administradores y gobernadores a facilitarle medios y obsequiarle con regalos, reuniendo Ibn al-Jatîb una gran fortuna. Igualmente, y por recomendación del sultán merinita, le fueron devueltas las posesiones que éste tenía en la campiña de Córdoba.
Mientras el monarca andaluz destronado permaneció en¨África, ibn al-Jatîb estuvo separado de él, residiendo en la ciudad de Salê, hasta el año 1362, en que Muhammad V recuperaría nuevamente el trono. Envió a buscar a su familia, que había dejado en Fez, haciéndole el encargo a Ibn al-Jatîb para que les acompañara y protegiera hasta Andalucía. A su llegada a Granada, fue muy bien acogido por el monarca y restablecido en el puesto que anteriormente había ocupado.
El príncipe merinita ‘Utmân ibn Yahyâ ibn ‘Umar, al servicio de los reyes de Granada, fue uno de los personajes que más laboró por el regreso a Andalucía de Muhammad V y, una vez conseguido, se vio beneficiado de la confianza del príncipe, actuando como auténtico gobernador de esta parte de Andalucía. Pues bien, Ibn al-Jatîb sintió indignación por la confianza que le otorgaba el príncipe. Mostrándose temeroso de los peligros que a su juicio envolvía la presencia de estos príncipes merinitas, logró que el sultán andaluz participase también de estos temores, y resolviera tomar medidas de precaución. En el Ramadán del 764 (años de 1363), ‘Utmân y su familia fueron encarcelados y poco después expulsados del país.
Ibn al-Jatîb quedaría como gobernante y administrador único de aquel reino andaluz, obteniendo plena confianza del sultán granadino para las tareas del gobierno. Todo ello provocaría que los familiares del príncipe y otros cortesanos comenzaran a levantar contra él todo género de intrigas y calumnias, fundamentalmente referidas a su concepción materialista de la vida, que confesaba en su ideología sufí. En un principio, el sultán andaluz no prestó oídos a estas insinuaciones; no obstante, Ibn al-Jatîb, advertido de estas conspiraciones que se urdían contra él, llegaría a concebir la idea de abandonar la corte andalusí, en busca de seguridad.
El sultán merinita ‘abd al-‘Azîz, que gobernaba por entonces en Ifriquiyya, le era deudor de un importante servicio: el haber encarcelado a uno de los príncipes que había iniciado una revuelta en el Magreb en contra de su gobierno. Como señalamos, Ibn al-Jatîb encarceló a este príncipe, con lo cual obtuvo toda clase de favores del sultán merinita, ofreciéndosele incluso un importante puesto en la corte de Fez.
Entre tanto, Ibn al-Jatîb era presa de las mayores inquietudes, debido a las noticias que le llegaban sobre las malas artes de los cortesanos y sus continuas intrigas para indisponerle con el soberano andaluz. Le pareció notar que el sultán había comenzado a darles un cierto crédito, e incluso notó una cierta indisposición con respecto a él, decidiendo resueltamente abandonar la corte granadina y pasar al África. Hizo, pues, que se le diera la misión de inspeccionar las fortalezas que cubrían la parte occidental del reino andaluz de Granada, y partiendo a la cabeza de un escuadrón de caballería, que tenía a su servicio, se encaminó a su destino acompañado de su hijo ‘Alî, que era afecto al sultán. Cerca de Gibraltar envió unos regalos al gobernador de la plaza para comunicarle su presencia. Este oficial, que había recibido ya instrucciones del sultán ‘Abd al-‘azîz, saldría al encuentro de tan ilustre visitante, facilitándole la marcha a Ceuta, Ibn al-Jatîb recibiría de los administradores de esta fortaleza todos los honores de rigor, viéndose colmado de atenciones Acto seguido, tomaría el camino de Tremecén, para ir al encuentro del sultán merinita en esta población (1371/2). A su llegada, fue recibido a caballo por los principales oficiales y representantes de la corte; el mismo sultán le acogería con la mayor celebridad, velando por su seguridad y bienestar y dándole el mismo trato que a los miembros de la familiar real. Apenas se hubieron cruzado los primeros saludos, enviaría el sultán a uno de sus secretarios para que lograra del soberano andaluz la autorización para el traslado de la familia de Ibn al-Jatîb, cosa que así se hizo.
A partir de este momento, la corte de Granada comenzó a hervir en contra del antiguo visir, publicando en todos los tonos hasta los menores deslices en que había incurrido durante el período de su gobierno, siendo considerado a todos los efectos como fugitivo. Estas intrigas hicieron mella en el ánimo del monarca andaluz, que daría crédito a las acusaciones que sobre algunos de sus discursos se hacían, resaltando de ellos su carácter materialista y sufita. El soberano de Granada encomendó a uno de los câddíes esta causa, llegando a declarar por un acto formal, jurídico, que aquellos escritos eran propios de un infiel (kâfir). El sultán ‘abd al-‘Azîz y exigiera el castigo para el refugiado. El monarca del Zagreb, aunque partidario de la contrarreforma islámica, gozaba de gran amistad con Ibn al-Jatîb y no podía desatender los derechos de hospitalidad que anteriormente le había brindado, respondiéndole al câdî con estas palabras: Puesto que conocíais esos crímenes, ¿por qué no los castigasteis cuando se hallaba entre vosotros? En cuanto a mí, declaro que mientras esté bajo mi protección, nadie le molestará con motivo de este asunto. No sólo colmó a Ibn al-Jatîb de mercedes y atenciones, sino a sus hijos y también a los andaluces que le habían acompañado en su viaje a África.
En el año 1372, muerto ‘Abd al-‘Azîz, los merinitas dejarían la ciudad de Tremecén, regresando al Zagreb, cosa que también haría Ibn al-Jatîb, enrolado en la corte de Abû Bakú ibn Ghazi, regente en la administración. Cuando llegó a Fez, compró allí numerosas tierras y construyó excelentes casas, con hermosos jardines.
Ibn Jaldûn, en otra parte de su obra, refiere de esta forma la muerte de nuestro importante político y literato:
A principios del año 776 (1374) el sultán Abû-l-Abbâs llegó a apoderarse de la Villa-Nueva, capital del imperio, se dejó gobernar por su visir, Muhammad b. ‘Utmân, que tenía por lugarteniente a Sulaymân b. Dâwûd. Proclamado sultán en Tánger, se había comprometido con Ibn al-Jatîb, ministro tránsfuga que había excitado a ‘Abd al-‘Azîz a intentar la conquista de Andalucía.
Después de haber abandonado la ciudad de Tánger, el sultán abû-l-Abbâs tuvo un encuentro con las tropas de abû Bakú b. Ghazi bajo los muros de la Villa-Nueva, tras de cuyas murallas habíanse refugiado, viéndose obligadas a sostener un sitio. Ibn al-Jatîb comprendió entonces el peligro que le amenazaba y se encerró en la ciudad con el visir. El sultán, habiéndose posesionado de la plaza, dejó tranquilo a Ibn al-Jatîb por algunos días; más luego mandó arrestarle por consejos de Sulaymân b. Dâwud. Este ministro profesaba a Ibn al-Jatîb un odio mortal: cuando Ibn al-Ahmâd (Muhammad V) estuvo refugiado en África, había conseguido de él la promesa formal de que, una vez restablecido en el trono, nombraría a Sulaymân comandante de <>. Sentado nuevamente en su trono este ibn al-Ahmad, Sulaymân solicitó de él cumplimiento de lo ofrecido; pero Ibn al-Jatîb se opuso a ello, razón por la cual Sulaymân regresó a África abrigando contra Ibn al-Jatîb un odio secreto que suspiraba continuamente por la revancha.
Cuando el sultán de Granada tuvo noticia de que había sido arrestado Ibn al-Jatîb, envió una comisión presidida por Abû ‘Abd Allâh b. Zamrak, que le había sucedido en el cargo, el sultán de Marruecos mandó que Ibn al-Jatîb compareciera ante una comisión compuesta de altos dignatarios y consejeros de Estado. Acusado de haber insertado en sus escritos algunas proposiciones malsonantes, fue encarcelado después de haber sido sometido a la tortura. El Jurado deliberó luego si procedía además imponer la pena capital por las dichas proposiciones. Algunos jurisconsultos votaron por la muerte, dando así ocasión a Sulaymân de saciar su sed de venganza. Por órdenes secretas de éste, algunos miserables que tenía a su servicio reunieron por la noche una gavilla de gente asalariada, a la cual se unieron los enviados andaluces: forzaron las puertas de la prisión y estrangularon a Ibn al-Jatîb. Al día siguiente se le enterró en el cementerio de la Puerta de Mahruk, y al otro día se descubrió que el cadáver había sido sacado de su tumba para hacerle desaparecer por el fuego: hallábase extendido al borde de la fosa, con los cabellos consumidos y la cara ennegrecida por la acción del fuego.
Se le enterró nuevamente, y así terminaron las desdichas de Ibn al-Jatîb. El público se indignó por tal infamia, y no vaciló en atribuir esta escandalosa profanación a Sulaymân b. Dâwûd, a sus criados y demás dependientes de su administración.
Durante los días de su prisión, el desventurado Ibn al-Jatîb se preparaba a bien morir; aún tuvo el valor suficiente para coordinar sus ideas y componer muchas elegías sobre el triste fin que le esperaba. En una de estas composiciones se expresa así:
<<¡Aunque estemos cerca de la parada terrestre, nos hallamos ahora alejados de ella! Habiendo llegado al lugar de la cita /sepulcro/, guardamos silencio /para siempre/.
Nuestros suspiros se han detenido repentinamente, bien así como se detiene la recitación de la oración cuando se ha pronunciado el Konut.
Aunque éramos antes poderosos, ya no somos más que osamentas; en otro tiempo dábamos festines, hoy somos el festín/de los gusanos/.
Eramos el sol de la gloria; pero ahora este sol ha desaparecido, y todo el horizonte se conduele de nosotros.
¡Cuántas veces la lanza ha derribado al que lleva la espada! ¡Cuántas veces la desgracia ha abatido al hombre feliz!
¡Cuántas veces se ha enterrado en un miserable harapo al hombre cuyas vestiduras llenaban numerosos cofres!
Di a mis amigos: ¡Ibn al-Jatîb ha partido! ¡Ya no existe! ¿Y quién es el que no ha de morir?
Di a los que se regocijan de ellos: ¡Alegraos si sois inmortales!
Tan trágico fin tuvo Ibn al-Jatîb, cuya privilegiada naturaleza, y su incansable actividad se entreveró de forma solicitada por dos fuerzas distintas que tiraban de él a la par: los ideales políticos y las luchas despiadadas y muchas veces cruentas de la época, y los dulces goces en el cultivo de las letras. Tal era Ibn al-Jatîb, cuya memoria debe conservar Granada y Andalucía con auténtica veneración.
Las producciones históricas de Ibn al-Jatîb, así como sus ensayos filosóficos, poesías y demás obras literarias son numerosísimas.
Entre todas ellas sobresale por su importancia la titulada El círculo, que versa sobre la historia de Granada. La obra fue escrita en el año 1369, de la cual Gallagos tiene un códice que debió escribirse en el año 1489. También se conserva un compendio de la Ihâtâ, realizado en el año 1319 por el egipcio Muhammad Badr al-Dîn Bistaki, muerto en el año 1429, y que la escribió con el título Markaz al-ihâta bi-udabâ Garnâta (El centro del círculo acerca de los literatos de Granada). Es una obra en ocho volúmenes, de la que existen redacciones más breves –quizás realizadas por el mismo autor-. Se presenta como un diccionario de biografías de personajes de Granada, o que simplemente pasaron por dicha ciudad. Dispuesta siguiendo el orden alfabético de los nombres, y dentro de cada nombre aparecen los personajes citados por categorías sociales; primero, los reyes y emires; a continuación, los magnates; y finalmente, aquellas personas que descollaron en algún campo determinado: câdíes, jurisconsultos, tradicionistas, poetas, etcétera, dando incluso muestras de sus poesías. Todo ello está compuesto con un estilo muy florido y ampulosos, propio del carácter y profesión que ostentaba Ibn al-Jatîb, alabando sobremanera a su patria andaluza, de la cual estaba muy orgulloso. En la redacción del diccionario puso a contribución toda clase de fuentes, en número muy elevado, entre las que, por señalar alguna, citaremos la siguiente: /Bayân al-mugrib, Muktabis, Mugrib/.
Otra de sus obras sería El libro del complemento que, como señala su título, sirve de complemento a la obra anterior, y que se encuentra en la biblioteca de El Escorial, con el número 1.674.
Otro de sus escritos sería el conocido por Las vestiduras bordadas, que se trata de una obra que compila la historia de los califas de Oriente y otras noticias de la historia de Al-Andalus y de África. Existen dos ejemplares de esta misma obra en El Escorial, con los números 1.771 y 1.772 (v. Camiri, tomo II, p. 177).
Esplendor del plenilunio, trabajo histórico de Ibn al-Jatîb que trata de la dinastía nasrí (nazerita o nasrita), texto que también se encuentra en la biblioteca de El Escorial, con el número 1.771 bis. La obra está dividida en cinco partes: la primera contiene una descripción de la capital del reino granadino; la segunda trata de su provincia y principales comarcas; versa la tercera sobre los gobernadores y príncipes que la rigieron; en la cuarta expone las cualidades y costumbres de sus habitantes; y la quinta estudia la sucesión de los reyes nasríes y cuanto en ellos encuentra digno de mención.
Yerba olorosa de los cátibes o secretarios y apacentamiento de las cosas que acontecieron, que se encuentra en El Escorial, con el número 304 bis. Estos escritos fueron realizados precisamente para ayudar a los funcionarios y, en especial a los secretarios (cátibes), formando esta obra, que constituye un manual epistolar, un conjunto de modelo de cartas del que pueden valerse los secretarios a la hora de redactar escritos oficiales. En realidad, lo que hizo Ibn al-Jatîb no fue sino reunir un conjunto de cartas que él mismo había escrito por el año 1368, y distribuirlas con cierto orden y clasificación en diez capítulos: primero, modelo de cartas con elogios o exordios debidos; segundo, epístolas amistosas a recién casados o a príncipes; tres, cartas para celebrar victorias o bien el feliz regreso de algún amigo o señor; cuarto, peticiones de auxilio contra enemigos; cinco y seis, para agradecer obsequios y fortalecer la amistad; siete, ocho y nueve, que ser refieren a cartas de consuelo, de súplica y de acción de gracia por favores recibidos; y, finalmente, el diez, que contiene modelos de epístolas para conseguir que las amistades sean estables y duraderas. Todas las cartas gozan de un estilo ampuloso y rítmico y muchas de ellas figuran en la segunda parte de las Analectas de Al-Makkarî.
Evacuación de la alforja sobre lo agradable del viaje o emigración a país extranjero, en cuatro tomos, refiriéndose a numerosas ciudades de las que da noticias, mencionado igualmente a sus sabios, bibliófilos y bibliotecas. Esta obra se encuentra en El Escorial con el número 1.15.
Viaje a África y su regreso a Andalucía. Es una disertación histórica en la que el autor refiere las peripecias de sus viajes y las felicitaciones que recibió por esta empresa. De igual forma señala la magnificencia de las ciudades andaluzas en relación con lo conocido en África, así como del carácter extraordinario de las instituciones nacionales andaluzas y de lo visto en el Magreb.
Excelencias de Málaga y Salé. Con este parangón Ibn al-Jatîb quiere demostrar las excelencias de Al-Andalus, incluso desde el siglo XIV, marcado ya por la decadencia y por una persistente dominación de los reinos extranjeros peninsulares, y de las corrientes ideológicas e invasoras. Igualmente, señala la enemistad pertinaz que en aquel período existía entre los andaluces y los bereberes, mostrando nuestro autor un auténtico sentimiento antibereber. Ello es explicable debido al carácter contrareformador que dominaba en Berbería, a la actitud estrecha y dogmática de sus escuelas islámicas, y al gusto por los proyectos imperiales que marcan este período. Ibn al-Jatîb aparece en esta obra marcado por un fuerte nacionalismo andaluz, juzgando de una forma crítica tanto a los líderes musulmanes africanos como a los cristianos peninsulares. A su juicio, los mulûk al-tawâ’if (reyes de taifas) andaluces fueron gatos haciéndose pasar por leones, que llevarían nuestra formación nacional andaluza a la mayor de las ruinas; respecto a los líderes cristianos dice, refiriéndose al Cid, que fue enemigo de Dios, que no evitó la matanza de niños y mujeres tras la conquista de Valencia, y lo mismo fue el maldito tirano extranjero, Alfonso VI.
En este opúsculo, de gran valor por sus datos geográficos e históricos, Ibn al-Jatîb enfrenta y compara dos ciudades: la andaluza Málaga y la magrebí Salé, y aunque él mismo señala desde el principio que no existe punto de comparación, ni posibilidades de parangón entre ambas ciudades, como tampoco lo existe entre Andalucía y Berbería, sin embargo establece varios puntos, a través de los cuales poder constatar la magnificencia de Málaga y de la nación andaluza. Enaltece de Málaga la inexpugnabilidad de sus murallas, la industria que en ella florece, la fertilidad del suelo, la fama de que goza, la prosperidad de la ciudad; ensalza a la población malagueña, su vida económica, el esplendor que alcanzó su gente, así como sus edificios más señalados y sus hijos más ilustres; todo ello para acabar proclamando que Málaga " lleva ventaja por su hermosura y perfección, por la belleza de su aspecto y el acopio de riquezas, por sus trémulas umbrías y sus hijos ilustres y, en definitiva, por la exquisitez de sus gentes, industrias y labores ".
Vengo a Agmat y reverente
miro y beso tu sepulcro,
Sultán magnánimo, faro
que dio clara luz al mundo,
en tus rayos, si vivieras,
me bañaría con júbilo.
Y mis poesías mejores
fueran el encomio tuyo;
ora postrado de hinojos
sólo la tumba saludo.
Egregiamente descuella
entre circunstantes túmulos.
Cual tú de reyes y vates
descollabas entre el vulgo.
Siglos ya sobre tu muerte
pasaron y tu infortunio;
Pero guardas la corona,
no te la quita ninguno.
¡Oh, Rey de muertos y vivos!
Tu igual vanamente busco,
que no ha nacido tu igual
Ni nacerá en lo futuro.
¡Oh tú, el Elegido!, antes de la creación de Adán
y antes de que se abrieran las puertas del universo,
ya el Creador había alabado tu naturaleza,
¿Cómo, después de esto, no alabarla puedan las criaturas?
¡Oh! ansiedad caritativa que sufro,
hoy excita mi cabalgadura.
Hoy derramó la sagacidad mano con mano
y consiguió el tormento.
Brilló mi alma para dejarse guiar entre aquella tumba
refugiándose en la inseparabilidad de la vigilia
y estremecerse por la morada.
Mendigué a la noche la luz del alba,
¿Acaso tiene ella que levantarse?
Del Señor de los Profetas me enamoré, ¡Oh generosos!
y se elevó mi buena estrella.
Me encendió su amor, se trastornó mi mente
dejando al descubierto mi delirio
Cuántas noches vencí a la luna
y las estrellas del cielo lo ignoraron.
Dios guarde y vigile nuestra noche.
cuando juntos estamos!,
se olvidan de nosotros el tiempo y el espía
Ojalá el río de los dias no corriese
al alba, Dios nos proteja.
¡Califa de Dios!
¡Ojalá el destino aumente tu gloria todo el tiempo que brille la luna en la oscuridad!
¡Ojalá la mano de la Providencia aleje de ti los peligros
que no podrían ser rechazados por la fuerza de los hombres!
En nuestras aflicciones tu aspecto es para nosotros la luna que disipa las tinieblas,
y, en las épocas de escasez, tu mano reemplaza a la lluvia y esparce la abundancia.
Sin tu auxilio, el pueblo andaluz no habría conservado ni habitación ni territorio.
En una palabra, este país no siente sino una necesidad: la protección de tu majestad.
Aquellas que han experimentado tus favores, jamás han sido ingratos; nunca han desconocido tus beneficios.
Ahora, cuando temen por su existencia, me han enviado a ti y esperan.
¡Aunque estemos cerca de la parada terrestre, nos hallamos ahora alejados de ella!
Habiendo llegado al lugar de la cita, guardamos silencio para siempre.
Nuestros suspiros se han detenido repentinamente, bien así como se detiene la recitación de la oración cuando se ha pronunciado el Konut.
Aunque éramos antes poderosos, ya no somos más que osamentas; en otro tiempo dábamos festines, hoy somos el festín de los gusanos.
Éramos el sol de la gloria; pero ahora este sol ha desaparecido, y todo el horizonte se conduele de nosotros.
¡Cuántas veces la lanza ha derribado al que lleva la espada!
¡Cuántas veces la desgracia ha abatido al hombre feliz!
¡Cuántas veces se ha enterrado en un miserable harapo al hombre cuyas vestiduras llenaban numerosos cofres!
Di a mis amigos: ¡Ibn Al Jatib ha partido! ¡Ya no existe! ¿ y quién es el que no ha de morir?
Di a los que se regocijan de ellos: ¡Alegraos si sois inmortales!
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