Rebeca Urbina Balbuena
(Lima, Perú 1983)Administradora de la UPC, con estudios de Literatura en la PUCP. Divide su vida entre su mejor poema, llamado Vicente, sus quehaceres literarios y su trabajo en un banco. Formó parte de talleres de poesía dirigidos por Carmen Ollé, Miguel Ildefonso y Victoria Guerrero. Participó en el Festival Enero en la palabra, en Cusco, en el Festival de poesía de Lima y en diversos recitales de poesía en Lima.
Este año obtuvo el Premio Scriptura que otorga la Comisión de escritoras del PEN Internacional del Perú y el Centro Cultural de España, gracias a lo cual fue publicado su primer poemario "Camping en el país de las maravillas", el cual acaba de obtener el Premio Luces del Diario El Comercio en la categoría Poesía.
Boceto de Teología
“El arte de hacer dioses”, rezaba el anuncio. Nos dieron
cubos de barro y nos mostraron una carta estelar.
Charles Simic
Nunca me costó creer en Dios porque siempre me gustaron los cuentos. Los paisajes exóticos, los animales en el arca y los nombres antiguos hicieron de la Biblia uno de mis cuentos favoritos.
Mi primera duda de fe: si la serpiente que le ofreció la manzana a Eva sería la misma bruja que se la dio a Blancanieves muchos años después, cuando ya existían ropas y espejos.
Mi segunda duda fue por qué la manzana hizo despertar a una y dormir a la otra.
También me pregunté cómo pudieron ceder tan fácil ante una manzana, existiendo frutas mucho más ricas como las fresas, los mangos y las chirimoyas.
Una noche le hice estas preguntas a Dios durante mis oraciones antes de dormir.
Él se rió y luego me dijo que era solo un cuento, que yo podía cambiar las frutas, animales y nombres si me provocaba.
Al verme sonreír me hizo un guiño y cerró la ventana con un solo soplido, para que no me resfriara.
Ese día entendí por qué tiene tantos nombres alrededor del mundo. Seguro se los inventaron otros niños como yo.
Fotografía de alcoba familiar
Tres cuerpos. El de mi madre se incorpora algunas noches de invierno, a eso de la una de la mañana. Luego de unas partidas de canasta o telefunken, el cuerpo exige un descanso. El de Minerva, pequeño y escurridizo, sólo salta a mi cama cuando me cree dormida. Durante sus crisis de carencia de afecto, se rasca, araña la tarima o ahoga sus aullidos. El mío, inquieto y trasnochador. Nunca completa las ocho horas de sueño recomendadas; queda más lejos aún de la marca cuando las costumbres de los cuerpos con los que cohabita, logran interrumpir su conteo corporal.
El de mi madre y el mío son cuerpos de filiación carnal, familiar y genealógica, que se reafirmó voluntariamente. Comparten la misma temperatura, el mismo tipo de sangre y, si sé distinguirlo, similar humor. Solemos compartir el sueño desde que tenía seis años, después de la separación tácita de mi padre, las continuas mudanzas y el camarote en casa de mis abuelos; excepto las noches veraniegas, otras fuera de casa y ciertos arranques de rebeldía. Ambas aprendimos a respirar al mismo ritmo, a respetar el lado habitual de la cama, a convivir con el mismo olor. Comprendimos, que ese hilo invisible que nos unía era más resistente de lo que creíamos.
Para mi madre puede significar una cama sin el doloroso espacio vacío. Para mí, cierto deseo tibio de no dormir a solas.
Minerva matiza el cuadro o lo distorsiona: dependemos de su humor o sus signos de falsa preñez. Una noche podemos ser sus amas; otra noche, sus crías. Para ambas situaciones, le favorece nuestro calor. Busca un lugar calientito cercano a nuestros cuerpos, tarda en acomodarse, se acurruca y gruñe, asiente.
Tres cuerpos en mi cama se ven como un cuerpo en mi cama.
Ronroneo
Nada me enternece más que observarte desde mi balcón.
Eres un animalito tan curioso.
Puedes caminar en dos patas con destreza
pero te cuesta tanto caer de pie.
Como todo animal de costumbres,
recuerdas el camino de regreso a casa
y cada noche te veo volver.
Más de una vez pude oler tu temor
cuando me miraste directo a los ojos.
Pobrecillo, tan frágil e indefenso.
Tan necesitado de cariño y de calor.
Guardo mis distancias para no asustarte
y cuando quedas dormido abrazando una almohada,
yo salgo a conquistar la noche en los tejados.
Descansa tus ocho horas, hombrecito,
mañana podrás seguirme adorando.
De repente, se desbordó la paz
como una coca cola
“De súbito, estalló la guerra. Se abrió como una bomba de azúcar…”
Marosa di Giorgio
De repente, se desbordó la paz. Brotó como una Coca Cola
agitada a inundar las calles. Primero, creíamos que era navidad;
después, vimos que no había papanoeles en los techos. El aire olía
a pastel recién horneado. Se diluía el smog, negro de vergüenza.
Los cláxones entonaban sinfonías de Tchaikovski. Las billeteras abrían sus guaridas
a las hojas y a los caracoles. El doctor curaba con un respiro
hondo. Se oían murmullos risueños, suspiros en las esquinas.
Los ojos se hablaban unos a otros. Los pasos no tenían sed.
Pero un dolor de mandíbula se extendió como epidemia, el aire puro
dificultaba la respiración y la calma resultaba incómoda.
A los pocos días, la paz se volvió insoportable. Toda la ciudad
juntó esfuerzos, la desviaron a un hoyo profundo y tapiaron
la salida con extremo cuidado.
De esto ya hace mucho, antes que se vendiera la Coca Cola en plástico.
TOC
- ¡Gracias!
- Por nada…
- Gracias
- Por nada.
- ¡Gracias!
- Por nada…
Padezco de una variable de trastorno obsesivo compulsivo asociada al lenguaje. Pronuncio la palabra gracias alrededor de 500 veces al día. Es un número considerable para una persona de pocas palabras. Esta compulsión podría ser considerada como un simple exceso de cortesía; pero esta tesis se desbarata por la incoherencia de varias de estas repeticiones. Fuera de las ocasiones en que agradezco atinadamente, suelo decir gracias, por ejemplo, al abrir la puerta. También lo hago al ser empujada por alguien caminando con prisa o más de una vez al casi ser atropellada por un auto que avanzó en luz roja. Mis labios están agrietados por morderlos cada vez que reparo en estas repeticiones sin sentido.
Estoy intentando incorporar una técnica de consistencia a estas gracias desubicadas.
Gracias por nada
Gracias por nada
Gracias por nada.
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