José Luis Vega
Nació en Santurce, Puerto Rico en 1948. Adolescente aún, publicó su primer poemario titulado Comienzo del canto (1965). Sin embargo, su irrupción plena en la poesía puertorriqueña está vinculada a su labor como fundador de Ventana (1972), revista que marcó un alejamiento deliberado de la poesía social entonces en boga en su país a favor de una escritura más atenta a sí misma y a la inmediatez de la persona. Signos vitales, su segundo poemario publicado en 1974 y el cuadernillo Las natas de los parpados / Suite erótica, del mismo año, recogen el tono y las inquietudes del poeta en el primer lustro de la década de 1970.
A estos le siguen otros libros de modulaciones varias como La naranja entera, celebración del eros y de lo femenino; Tiempo de bolero, exploración del archivo memorioso del sentimiento; Bajo los efectos de la poesía, invocación de los poderes del arte y la escritura; y Sólo de pasión / Teoría del sueño, donde convergen las entidades del sueño y el amor.
Letra viva, primera antología de sus versos, reúne lo fundamental de sus libros publicados hasta la fecha y da cuenta, además, de la obra en marcha del poeta hacia el logos de la convergencia, según decir de Julio Ortega.
José Luis Vega es profesor de poesía hispanoamericana en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río de Piedras. Actualmente es Decano de la Facultad de Humanidades de ese centro docente y Director de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española. Actualmente es el Director Ejecutivo del Instituto de Cultura Puertorriqueña.
Sus poemarios publicados son:
Comienzo del canto (1967), La naranja entera (1983), Tiempo de bolero (1985), Bajo los efectos de la poesía (1989), Solo de pasión. Teoría del sueño (1996), Techo a dos aguas (1998) y Sínsoras (2013), publicado en México por Seix Barral y Ediciones Callejón. De esta edición tomamos los textos. Por otro lado, la editorial Visor publicó en Madrid una antología de su obra, Letra viva (1974-2000), en 2002.
PALABRAS SON PALABRAS
A María Vaquero
Un poema es una plaza blanca poblada de palomas.
Una plaza cualquiera, con tal de que haya gente
que les dé de comer. ¿Recuerdas las sílabas antiguas
sobrevolando el aire de Zocodover? ¿O aquellas
que en la Mayor de Salamanca al frío
corrían a guardarse bajo los soportales?
¿Recuerdas las torcaces de Asturias
y las que en Cuba el viento echó de vuelta al viento?
¿Y el dorado cantón de San Millán
que abrigó los sonidos cuando apenas
si cañones tenían en las alas?
¿Las plazas de la Isla, las recuerdas,
una plaza ella misma sobre el inquieto mar
de las pronunciaciones? ¿Y el mar muerto del Zócalo
con millones de voces envueltas en sarapes de smog?
Así son las ubicuas picoteras.
En San José comieron de tus manos
en el patio vetusto de un hotel; en Managua
se asaron en sus jugos de pobreza; en la Plaza de Mayo,
fricativas, volaron de las bocas de las Madres
rumbo a los mármoles de La Recoleta.
Y en Asunción, con otras también dulces,
se juntaron volando con las tuyas.
Palabras son palabras, afirmaste,
pero ellas te contaron de sus marinerías
hasta colmar el yodo de tu copa
y dejaron oscuro en tu despacho
el enigma perpetuo del zureo.
A por ellas te fuiste en los aviones,
en lanchas, en tartanas, en camiones
repletos de verduras hasta el mar otra vez.
Hoy son ellas que vienen a tu nombre
como al lugar de las conversaciones.
Helas aquí en bandadas, las mansas, las ariscas,
las prohibidas, las nuevas y las viejas, las sabias,
las eméritas palabras: plazuela, placita, placeta,
placentuela, pleamar, plaza, poesía,
que las contiene a todas, y tú al centro,
echándoles maíz, panizo, mijo,
zara, capi, abatí, canguil, zahina,
echándoles al viento las doradas semillas del idioma.
ALEGORÍA DE LA MUJER DE LOS HOTELES SOLOS
Cierro los ojos y apareces
en la luz de la oscuridad.
Serás amor o serás muerte
o cualquier cosa que dirán,
pero en las noches de los hoteles
entras desnuda sin llamar.
Ni las metáforas te nombran,
aunque Marea tal vez te va.
Cierro los ojos y te expandes
hacia una luna de alquitrán;
cierro los ojos y me anegas
en otras aguas de más allá.
Abres tus piernas de bahía
y me convidas a zarpar.
Ya no es posible resistirte,
por ti me voy, por ti se van
los melancólicos a acostarse
en las arenas de la mar.
INVOCACIÓN A LA VIEJA RIMA
¡Señora de los sastres, son del loco,
a contrapelo de lo que dirán,
te invoco!
Venga a nos tu silvestre participio
y, a falta de mejor don o milagro,
danos tu vino amargo, tu pan magro,
espántanos la abulia con tu ripio.
Suelta la sierpe que tu cuerpo enrosca
y las madejas de tu oscuro rostro,
abre tu cola de marino mostro
y háblanos otra vez en lengua fosca.
Suenen los golpes duros de tu aldaba
y el secreto rumor de tus ensalmos;
ponte el sombrero de los trucos almos,
y acomoda las puntas en tu aljaba.
Muéstrese el esqueleto de tus números,
tu exacta cantidad, tu aquel ligero.
Entre todas tus cifras, sume el cero,
entre todos tus huesos, brille el húmero.
Más puedan tus milagros de tahúra
que los prodigios de una virgen muda,
y más tus cuentos de solar, bocuda,
que el cruel silencio de la piedra dura.
Baje tu lengua de pentecostesa
a acariciar el petalón reseco;
bésenos, como antes, con su eco
tu boca desdentada de princesa.
SÍNSORAS
Cuando muera, iré a la calle de la Cruz.
Bastará este deseo de viandante
y la eficacia del atardecer.
Iré a esa calle que de cielo a cielo
parte en dos la ciudad.
Sabré la cifra de sus adoquines
y por qué su inclinada geografía
me devuelve a Lisboa, a Éfeso,
a cierta esquina de Valparaíso
o a otros puertos translúcidos, sin nombre.
Bajo un paraguas, que nadie me verá,
descenderé silbando hasta la Dársena
donde fondea una barcaza oscura.
En las aguas pesadas y oleosas
habrá restos flotando a duras penas
y unos ojos exactos de aguaviva.
Será a la hora de soltar amarras.
A dónde iré cuando la noche caiga,
eso ya no lo sé.
_________
Desilusión de la quimera
Leyendo su poesía me adormilo:
transpongo un agua dnsa de unicornios.
Oigo la música de Mozart absoluta
y el canto seductor de la sirena, rozo
la espalda de Tiziano con los dedos, beso
criaturas de Galdós que hasta mí llegan
olientes a tocino rancio, auténticas.
La voz de Luis Cernuda me ha traído
al patio indecoroso donde
Verlaine ha prolongado su infancia con Rimbaud.
A veces un violín rompe mis ojos, otras
un oboe me conduce por túneles
en los que moran, pútridos, príncipes y prelados.
Sea salva la poesía sinuosa que a la Verdad
me vuelca mayor que Realidad:
la gracia que me alza
al reino momentáneo del delirio. O
¿acaso todo es sueño? ¿Quimera este poema?
Letra
Amor, amor, apúrate, practica
Que ni la flor del verso dura tanto
Y el fulgor es fulgor, sólo fulgor.
Escucha este bolero que te canto a capella,
Al oído, a tu nombre
Para ajorar la seducción:
Se vive solamente una vez;
Afinca en esta letra y dame el sí,
Esta nota preciosa de la encampanadura.
Amor, amor, apúrate, practica,
Atiende mi canción y besa, bésame mucho
Como si fuera esta noche la última vez.
Poesía y realidad
Cada vez más
Todo me parece prescindible,
Excepto la poesía.
Incluso las palabras que la acogen
Me parecen precarias y penosas.
La poesía es saber la Realidad.
De alguna forma oscura
Ser un punto en el círculo cierto del secreto.
Vendimias, vientos, vientres,
Volcanes, violas, veces:
Eso es la Realidad.
Imposible atraparla
En la fija sentencia del lenguaje
O en las flores del roble voluntario.
Sólo con la poesía
Podemos escuchar los engranajes;
Sentir, como en las venas,
La evidencia indirecta. Nada más
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