viernes, 20 de septiembre de 2013

MARA PASTOR [10.542]


Mara Pastor 

(San Juan, PUERTO RICO   1980) 

Poeta, editora y traductora. Ha publicado los poemarios Alabalacera (2006), El origen de los párpados (2008), Candada por error (2009) y, recientemente, Poemas para fomentar el turismo (2011). Su trabajo aparece en diversas antologías tales como  Red de voces: poesía contemporánea puertorriqueña (2012), Hallucinated Horse: New Latin American Poets (2012) y  Mi país es un zombi (2011), entre otras. Su obra ha sido incluida en revistas y periódicos tales como Radiador, Mandorla, Gaceta Literal, Los noveles, En Rojo, Letra en Ruta, Katatay, Transverse y Serie Alfa. Ha participado en lecturas y festivales de poesía en Cuba (Feria Internacional del Libro, 2012),  México (Caracol Tijuana, 2011; Carruaje de Pájaros, Chiapas; Vértigo de los aires, 2009), los Estados Unidos (Poéticas para el Siglo XXI, Universidad de Texas, Austin, 2011) y Puerto Rico (Poetry is Busy, 2009). También ha publicado ensayos y reseñas en Boston Review, Justzine, Gaceta Literal, El Roommate, Claridad y Primera Hora. Su obra ha sido parcialmente traducida al inglés, francés, portugués y catalán.  Actualmente termina el doctorado en la Universidad de Michigan (Lenguas Romances y Literatura con concentración en Literatura Latinoamericana).




Amerizaje un lunes de abril

Todos los lunes se puede amarizar
si se está en el aire, si te encuentras
diciendo cosas como una azafata
que descontrola a su tripulación.

Qué ve en aquella isla, ¿un trajinero
con la boca abierta?, es la noche, ¿qué pasa
si la escupo?, se calla la noche, es decir
se acaba la poesía, la canción, la cena.


Bocarnada

descarno al caracol sin molusco
con que decoraba a veces las paredes
a veces a mí

esto es solo una manera de decir boca o muerte
idioma de minúsculas
que imana alegatos pequeños
en las lenguas

devuélveme aquella
madera con que te veneraba.

no está en la contención
y sin embargo tampoco está
la fe en los contenidos

a veces las palabras para sujeto
están sujetas a cambio
y cambio la sed por el agujero

de alguna alcancía con pupitres

encima de todo, extraño los ácaros

extraño la apatía con que nos dirigíamos al parque

las contraportadas y sus árboles
de sombra plateada
en las listas de las revistas


Flora numérica

Ciento setenta y tres de cada mil mujeres
se llamaban Rosa en Alabama

en el mil novecientos cincuenta y cinco.

Una de ellas se sentó en un autobús
que nos llevó a todas a un futuro de posiciones

y museos pero con una idea de justicia
que rondaba las costuras de la automovilística.

(Hubo Rosas que no contaron en el censo
porque recién habían cruzado la frontera
o habían germinado).

Una niña que nació por cesárea y no lactó
fue la última en llamarse Rosa
en el mil novecientos ochenta y nueve.

Ese mismo año dejaron de nacer Rosanas.

En la década del ochenta se extinguieron las Rosario.

En el mil novecientos noventa
ninguna niña se llamó Rosemary.

En el dos mil cinco, una de cada mil mujeres
en todos los Estados Unidos se llamó Rosa.

Hay residuos del Big Bang en las rosas,
residuos de radiación, hay menos abejas
en el planeta polinizándolas, hay menos Rosas.


Moho

Los carros de mi casa tenían los retrovisores pegados con silicona
porque no había dinero para repararlos.
Los espejos fragmentados como en un rompecabezas mal hecho.
Cuando mirabas por ellos veías a conductores ebrios, mujeres golpeadas,
adolescentes maquillándose, niños olvidados en los asientos traseros,
parejas camino a los moteles o a la iglesia, asesinos vestidos de empresarios,
veías monjas serias que miraban hacia el frente,
al vecino evangélico gritándole a la esposa,
yerberos capsuleando, novios recién casados, ambulancias,
músicos camino a los conciertos en el anfiteatro,
transacciones de droga, de armas, de huesos,
veías plátanos verdes traídos de dominicana
y piñas gigantes más dulces que la miel,
veías volkys de colores, los contabas y poco a poco desaparecieron,
veías cañas de pescar, tablas de surfear,
las varetas de madera con las que enmarcaba el padre
y que los amiguitos de la escuela llamaban escopetas,
veías a los policías que querían multarnos por ir rápido, por ir lento,
por ir con los retrovisores rotos pegados con silicona,
veías la heroinómana en el semáforo que se quedaba pidiendo monedas
cuando los carros mohosos aceleraban para llegar a la casa,
a la escuela, a la universidad, al trabajo.
Retrovisores rotos, movilidad enmohecida por el salitre
mar por todas partes, reflejo de fractal en aguacero,
posibilidad de yunque, de ave costeña, de yagrumo,
de flamboyán como hemorragia del camino.
En los carros mohosos de mi casa se hicieron pequeñas revoluciones
amorosas y escolares, pronuncié correctamente la palabra periódico,
conduje rápido por las autopistas y la ruta panorámica,
me escapé al grito de Lares y a veces vi fantasmas,
en los retrovisores de los carros mohosos
vi los ferrocarriles dándole la vuelta a la isla
y los rostros de la gente asomados por las ventanas de los vagones
sin que nadie se quejara de no tener aire acondicionado,
vi a mis tíos sin cinturón yendo por la número uno
antes del accidente que hizo llorar tanto a mi madre
y a mi abuelo subiendo la ventana automática
como si fuera un gran adelanto para la familia.
Porque el pasado de esta isla sólo puede verse en un retrovisor roto con espejos mal
pegados: recuerdos enmohecidos que están más cerca de lo que parece.


Los que vuelan

Los que vuelan
(aves de rapiña, los pilotos, los turistas, las moscas, algunos globos, algunas balas
perdidas en el aire, algunos en jaulas que vuelan pero no lo saben)
tienen un avión por dentro
lleno de japonesas y yo sentadas en la misma fila
hablando como en una rama.

Los que vuelan llevan en el aliento un pájaro.

Todos mis despegues sólo quieren saber pico, ala, manubrio,
asiento al lado de ventana,
composta, helio.

La sed
     en los aviones
                 no se compara
                 con la sed 
                 en las islas 
                 debajo del plumaje  
                 anidados 
                 la sed en los parques 
                 la sed de los conciertos 
                 la sed de los muertos 
                 de sed.

En ese nido  
que flota  
en el agua 
se nombran aves
                     que tampoco pensé 
                     decir en tantas latitudes.

A veces 
se tiene sed 
en el aire,  
y a veces en la escalera  
de una casa que no es la tuya,  
pero es              tan nido.  

Afuera del pájaro  

digo los nombres  y  la lengua vuela. 

Pájaro que cae

Han pasado cosas rotas
como si la suerte fuese un error
que nos cae en la cabeza.
No hablo de accidentes.
Hablo de que ayer era otra
que decoraba una casa en un sótano
con imágenes de época
(la decoraba con mi
fijación a las revistas).
Tengo una abuela que muere
y tampoco me refiero a eso,
pero entro en la ducha
y me imagino el poema fúnebre
que le he escrito desde siempre,
desde que sé que la belleza se muere
y que mientras muere se deshace
como el error de un pájaro que cae.






(Texto leído en la presentación de Sal de magnesio -Astrolabio, 2015- en la Feria del Libro Independiente, en la librería Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, mayo 2015)


Esto es una presentación.
La presentación de un libro de un libro de poesía.
Sal de magnesio es el nombre que las reúne.

Esto es una presentación.
La presentación de un libro de un libro de poesía.
Sal de magnesio es el nombre que las reúne.

Sal de magnesio se me presentó como un mantra y un espejo.
Sal de magnesio se me presentó como un mantra y un espejo.


Presentación de Sal de magnesio.
No se incomoden, no seguiré repitiendo estas frases que no son poesía, más bien les explicaré por qué he iniciado así esta presentación.

Mi primer acercamiento a Sal de magnesio fue en formato pdf, así que lo que leí fue  la maqueta de impresión que contiene  dos libros. No pude separarlos así que me puse a leerlos como si fueran uno solo.

Cada poema lo leí dos veces, repetida estaba la portada y el epígrafe de Dulce María Loynaz:

La criatura de isla trasciende siempre al mar que la rodea y al que no la rodea. 

La criatura de isla trasciende siempre al mar que la rodea y al que no la rodea.

Les quiero entonces contar sobre esta lectura.

¿Por qué la repetición  en Sal de magnesio me  fue tan incitante?

Este libro contiene palabras precisas, calmadas, necesarias justo por su recurrencia e hilaridad. Sal de magnesio es como un telar y en este presente tan fragmentado no es que falten palabras—hilos sino más bien manos que las sepan tejer.

Algo recurrente es aquello que vuelve a ocurrir o aparecer después de un intervalo, es algo que se repite. Y bien sabemos que ninguna repetición puede aspirar a ser idéntica a la anterior. Bien sabemos que ninguna repetición puede aspirar a ser idéntica a la anterior. Mara repite palabras y siempre dice algo distinto.

Tienes razón Mara, algo de hipnótico tiene tu libro.

Dice Sal de magnesio:
Soñé que era mi cumpleaños y acariciaba el pelo canoso de una mujer joven.
En un intervalo de microsegundos el formato pdf me obligó  a leer:
Soñé que era mi cumpleaños y acariciaba el pelo canoso de una mujer joven.
Entonces aquel sueño que vino a la cabeza, el cumpleaños, la caricia, el pelo cano y la juventud se significan de otra manera aunque entre una y otra lectura haya mediado algo poco menos grande que un instante.

Cuando tengan el libro en su manos repasen cada poema  más de una vez  antes de pasar de página, verán como se encuentran con mantras, espejos o péndulos hipnotizantes.

Presentar un libro es ofrecerlo.
Darlo, proponerlo, colocarlo, traerlo al presente.

Les presento a Sal de magnesio, lo hago como se presenta al mejor amigo.

Se presentó la lluvia después de una larga sequía. Se presentó Sal de magnesio después de una tormenta.
Se presentó el niño de nalgas, fue un parto complicado.
Se presentó Sal de magnesio de cabeza, espalda, ombligo,  codo, torso.
El parto continúa porque si hay algo cierto es que es el lector aquel que  escribe la obra una y otra vez.

Cuando Mara me invitó a presentar este libro escribía yo un texto sobre el tiempo, la velocidad, los fragmentos y la posibilidad o no de darle un sentido a la historia con el futuro tan desprestigiado. Entonces dejé ese texto a un lado y me puse a leer Sal de magnesio sin pausa alguna,  a mirarlo con el tiempo encima, no porque tuviera prisa sino todo lo contrario, digo que con el tiempo encima porque  lo leí con ese tema rondándome la cabeza. Gracias Mara,  porque Sal de magnesio curó mi mirada pesimista y recordé algo que la voracidad del  día a día nos hace olvidar: en la poesía habita la posibilidad de otro tiempo, otro ritmo, otra velocidad.


          
Mara escribió esto sobre su propio libro en otra presentación en la que me hubiese gustado estar no sólo porque fue en La Habana sino en un lugar preciso de la isla cuyo nombre homenajea a la autora del epígrafe de este poemario Dulce María Loynaz. En aquella presentación Mara dijo:

Es por la sal de magnesio que no escuchamos los sonidos debajo del océano. La sal de magnesio desinflama y cura montón de males. Quise hacer un libro desinflamado, un libro con silencios y distancias, como las que produce la sal de magnesio.

Será por ello que  Mara escribió en este libro:

esta distancia
era necesaria
para ver cómo despierta
el trébol morado
con el sol.

Mi abuela usaba sal de magnesio para las plantas, a esos tréboles morados les hubiese echado sal de magnesio sin saber bien la razón científica, y es que estas sales ayudan a acelerar el proceso de desdoblamiento de las moléculas de clorofila.

En casa las sales de epson  servían también para las uñas encarnadas.

Dice Mara:

un beso que no recibí
se hizo bisagra

Y entonces habrá que pensar en los besos que no son bisagra sino uña encarnada.

Dice Mara:
hace tan solo un mes
estaba en la ciudad
donde el agua hacía
que se me cayera el pelo
allí tampoco
me crecían las uñas.

Hay quien se inyecta sal de magnesio para reducir la intensidad de los calambres y dicen que es buenísima para la arritmia ventricular, es también laxante y si se hacen nebulizaciones ayuda a los asmáticos.

Basta pues de consejos pragmáticos y regresemos a la poesía:

me sumerjo en sal de magnesio
nada escucho

Y entonces pensamos en la idea de sumergirnos para no escuchar nada, o mejor dicho para escuchar aquello que merece ser escuchado, porque con tanto ruido hacen falta los silencios .

Vuelvo a Mara:

el agua de esta ciudad también está contaminada
aún así las mujeres toman baños de tina.

Así es, tomamos  baño de tina prolongados en donde para colmo, metemos a bañar a nuestras hijas.

Ya casi acabo, me quedan cinco cosas por decir.

Las primeras cuatro las dirá Mara y la última también:


cuando desembarcar no es una opción
y tampoco quedarse en la nave.

(20)
*
lo seguí como a un oráculo a la inversa

(42)
 *
este lugar
que nos estamos inventando
tiene elementos que no aparecen
en la tabla periódica

(74)
 *
pero tiene que llover
para que haya hongos
tiene que llover

(66)

Estas palabras hiladas logran nombrar, mejor que muchos análisis políticos, el momento presente en que no es una opción desembarcar pero tampoco quedarse en la nave.

¿Cómo se sigue a un oráculo a la inversa? ¿Cómo encuentran acomodo las preguntas y respuestas?

Y sí, estamos inventando elementos que no aparecen en la tabla periódica ¿cuándo llegarán lo que puedan clasificarlos? ¿buscamos ser una parte más de la tabla periódica?

pero tiene que llover
para que haya hongos
tiene que llover.

Ay Mara, que forma tan precisa de nombrar el movimiento, la transformación y lo  incesante en la reproducción de la vida.
                                       
Última cosa por decir, poema en la página 45, dice Mara :

acercándose el libro al rostro
como para soplarlo
como para soplarle todas sus palabras.

(45)

Y haciendo honor a mi versión en pdf voy a repetirlo:

acercándose el libro al rostro
como para soplarlo
como para soplarle todas sus palabras.

(45)

Acerquémonos a Sal de magnesio para soplarlo, echémoslo a la tina, ya dependerá de cada quien si se sumerge o flota, si se prefiere inyectado o tomado, si alguien espolvorea sus tréboles o pone a remojar  lo encarnado.

.

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