viernes, 13 de septiembre de 2013

ENRIC LÓPEZ TUSET [10.508]


Enric López Tuset

(Tarragona, 1983) 




MUCHAS GRACIAS
                                                                                                
                    A María Zambrano

La luz ha cedido en otra luz,
parece escaso y bello por escaso,
pero es la grandeza en la orilla,
que vuelve y dice "pero el amor".
Sólo quiero aventurarme a contestar
pero el amor es este atardecer.
Todo me envuelve en la capa de lo intenso,
me dejo caer en medio de este baile,
danzo como diciendo la verdad,
al menos una verdad que se queda.
En la orilla abro los ojos
y en los pies me pesa el cuerpo de felicidad.







EN LAS AFUERAS DEL ALMA

Desde aquí el principio, donde la boca muere antes que el llanto,
pero no es mi sitio, lo sé, es mi deuda:
es sólo un estigma del tiempo que empieza a sonar,
una estancia donde el verbo es una verdad imaginada -otro tiempo-.
Otro tiempo en el cristal, en la angustia, en las garras de la ceniza:
y cada día muero un poco más en las afueras del alma.

La paloma temblaba allí condenada por la definición misma del vacío:
inmensidad, gloria, mensaje, tu casa, la puerta, la sonrisa, amar.
Sobre el césped mi noche: ¿estuviste sola?
Estuviste sola y todo te pareció tan natural,
te pareció que resbalaba la niebla en mi figura diluida
con su nombre, con su lenguaje, con sus espacios, con su belleza -contra el hueso-,
y tú dijiste que todo estaba vacío, que le faltaba espacio, belleza…
Su lenguaje no lo entendías.
Así volví a conocer la inconstancia de estas viejas costumbre.

A veces me sorprendía en la mesa
calibrando un dibujo, mi víctima,
nuestra víctima ahora mismo sin vida, recogiendo cenizas a mi lado.
En las afueras del alma, la tristeza se olvida con sinceridad.








ARMONÍA

Todos heredamos algo de armonía,
algo virgen que aún no hemos visto,
algo de ese amor que preocupa al niño.
Desde aquí, inmediatamente, la certeza se comprueba,
la alegría se tuerce, y la soledad se respira portadora del cuerpo.

Todos tenemos alcance
para saber de la cronología del guijarro,
para encontrar convicción bajo un castaño inundado de frutos.
Lo hermoso bajo el continuo cielo,
la sangre en el prodigio:
en la mujer que me acerca sus brazos.
En tus brazos empiezo,
en ellos heredo quietud más que nunca,
en ellos constato inocentes espacios y muero.
Muero porque no nos queda nada más que amar,
eres mi milagro en vilo, ternura tan sólo,
así de exacta eres.







EPIFANÍA DE LA HERIDA

Eres dulce como antaño,
con los ojos entrenados por el amanecer.
Lado a lado el mar se repliega en tu voz,
cruje de vida.
¡Cómo me gustaría verte de nuevo asumida por la luz!
remoto milagro, larga palabra de la tarde.

Tus manos pronuncian mi cintura
por clara, por profunda.
Tan dorada es nuestra ropa tendida en la cama.






PRIMAVERA

Estás ahí, eres la espera de un nocturno,
y algo ha bebido de la silueta de un sueño.

Tal vez no quieras que esta noche canten los grillos
ni que las estrellas la hagan perfecta, sólo el azul,
el celeste de unas sábanas y algo de vino para cuando el gallo despierte
y susurre que aún la luz no es tuya.

Y no te sabes orientar, el balcón es enorme,
lo que admiras es enorme, hay poco vacío entre las entrañas.

Y al atardecer, mientras las rosas agolpan fuerzas,
deseas que me despierte.






PRÓLOGO

Vamos a suplicar ahora que estoy más cerca del presente,
no nos han vencido, y la nieve nos hace ver que muerde.

Me recosté hace un rato. Recostarme para buscar
tu atención en la necesidad del humo
y tu imagen en la de un calidoscopio.
Siempre me sorprende el verte ahí.

Vamos a suplicar ahora, en los dominios de la sensatez,
que llueva un poco, y que algo haga callar a los árboles.

Me recosté hace un rato. Recostarme para necesitar
de la ventana, de que me mojen las gotas la camisa,
y oler de ti en la humedad de la tarde.
Siempre gasto todos los olores antes de cenar.

Vamos a suplicar, ahora, a Dios
que beba un poco del océano y que me enseñe a andar.

Me levanté hace un rato
y mis piernas aún sentían tu carne en el trigal,
mis manos estaban aún húmedas de tierra… Mi cuerpo,
el cuerpo entero era un rastro de mañana,
sólo el silencio, sólo el dolor celeste de volverte a ver.
Espero la ceguera.






POEMA

Mientras mi mano recoge ciénagas del otro lado
mis ojos planean irse.
Se irán cuando el loto alcance la nube,
cuando esos valles de adobe vistan algo más que tiempo y agoten los susurros.
Se irán hacia la sombra de un sauce que proteja el padecer la tierra.

Mis ojos partirán y partirá, con ellos, el agua hacia el filo de una arista,
ambos buscando los aullidos que han caído entre la roca.
Ahora, aquí, lejos de la memoria estoy más cerca del loto.






CUANDO EMPECÉ A CAER

Cuando empecé a caer
nuevos sacramentos se inventaron para mí.
Entonces, amé el tuétano que soporta al viento:
me enseño a partir desde los ojos hacia sentidos presentes.

Caí y no supe de alabanzas ni de incertidumbre,
aún menos de las concesiones del infierno en un silencio caduco.
Sólo mantener el orden del fuego, del animal que nunca existió,
mantener tanta lluvia bajo mi pecho extinto,
y no supe acercar mi cuerpo hacia tanta espera.

Vivir en la caída, por útil que parezca,
no me dejó perpetuarme, condenado, en la suavidad.
Sólo avanzar el océano a la indiferencia.
Acercar mi mano al hueso, al valle,
al sueño colmado de ausencia y lluvia:
fue acercar este alud de fuego
a la misericordia y al miedo.






ÁNIMA

Del mismo modo, a media noche, brota el mar soñoliento
como te evoco a ti, como en ti desato ahora mi torpe alma.
Después me parecerá que todo se ha vendido, que todo yace delicado
en un banquete de cercanías incluso cuando no te vi llegar.

Si quiere, lo trágico puede arrancar de las estrellas su sombra,
su desarraigo inmortal hacia la profundidad,
donde las estancias velarán en silencio esperanzas prolongadas.
Si pudiera permitírmelo remontaría al frío,
a las mil llagas de la rosa caída
y no sentiría la agitación de las horas, el arduo vacío de la posibilidad.
Sería formidable poder vivir del amor, llegar a casa,
contestar a cierta pregunta sin oler el humor de la tensión:
puro amor, puro abismo que llora la verdad.
El término sabe la verdad, el camino sabe la verdad, ¿qué verdad?
¿Cuánto bosque ha de morir para que nada termine?

Buscamos la claridad cuando la pasión se apaga encadenada,
cuando entregamos en un cesto el nombre del cordero muerto.
Justamente es aquí donde dieron fruto las voces, la rudeza del peso,
el conjunto del secreto.

Son horas de beber lo intangible
y sólo me aventuro a un tilo cruzado por un halcón ausente,
a las notas que durmieron sin dar respuesta.
Es poco exhaustivo para el vértigo, para el pánico,
pero le sirve al amor propio,
le sirve al deslumbramiento para arremeter contra nada.

El milagro una sola vez, la existencia una sola vez;
los dedos mueren en solitario.

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