miércoles, 12 de octubre de 2016

JUAN AFANADOR [19.268]


JUAN AFANADOR

Nació en Bogotá, Colombia, en el año 1992. Estudió Antropología con opción en Creación Literaria en la Universidad de los Andes de donde se graduó con una distinción Cum Laude. Actualmente trabaja como Asistente de Proyectos en Corpovisionarios, un centro de pensamiento y acción sin ánimo de lucro que investiga, asesora, diseña e implementa acciones para lograr cambios voluntarios de comportamientos colectivos basándose en el Enfoque de Cultura Ciudadana propuesto por el exalcalde de Bogotá Antanas Mockus. Desde el 2012 ha gestionado y participado en espacios de reflexión y creación literarias en contextos universitarios y en el 2013 participó en el Taller de Poesía Los Impresentables, ofrecido por el Ministerio de Cultura de Colombia a través de la Red Nacional de Talleres de Creación Literaria – RELATA. Poemas suyos han aparecido en las revistas colombianas REC (revista de los estudiantes de Artes y Humanidades de la Universidad de los Andes) y Cabeza de gato, así como en la revista mexicana Ombligo y en la revista Conexos. Es fundador, director y miembro del comité editorial de la revista virtual de poesía Otro Páramo.




Presentamos una muestra del trabajo de Juan Afanador, joven poeta bogotano nacido después de los noventas, dueño de una prometedora proyección estética. Juan, además, es antropólogo y director de la revista virtual de poesía Otro páramo.


Por un instante

El agua corre entre los dedos
la luz del sol
avanza entre las ramas

por un instante
hay rejas leves en el mundo,
que filtran débilmente
y entresacan

y en ese rito
la luz es de repente distinguible
igual que el agua

tiemblan ambas ya visibles
evidentes

privadas un instante
de su inmensa vastedad
que las hace incomprensibles
a ojo humano

ahora caben en la vista
son tiempo deshilado.



SUEÑO TRAS LA HELADA

do you think there is anywhere, in any language,
a word billowing enough
for the pleasure
that fills you,
as the sun
reaches out,
as it warms you
Mary Oliver


Era de noche
y por tercos o confiados
no prendimos el fuego.

Tomamos en cambio pequeños tragos de alcohol 
completando nuestro cuerpo por turnos 
con porciones adecuadas 
de calor breve.

Y reímos como ríen los amigos 
a pesar del frío.

Cuando fue hora de dormir, 
nos repartimos el sueño 
que hacía tiempo se arrumaba a nuestro lado. 
Lo agarramos con las manos
—cada uno un pequeño terrón—
y entramos a las carpas con la esperanza 
de que al tragarlo
su recorrido inquieto 
nos permitiera menguar 
y concentrar en él nuestra presencia.

Pero el frío existía más que el sueño.
Y nos mantuvo presionados a la tierra, 
completos,
con su peso transparente.

El final de la noche fue una lenta batalla 
en que la conciencia se columpiaba

y el cuerpo se batía.

Hasta que el sol apareció,
cernió su calor sobre nosotros
—calor sagrado
que fue cayendo—

y produjo un temblor de agua 
al llegar a nuestra piel

y el sueño emergió de nosotros como un pez rojo
para alimentarse en la superficie

y borrar nuestros bordes, 
                                         finalmente,
y nadar hasta la tarde.



Una distancia

El tren va andando con su suave traqueteo
que mece a casi todos hasta el sueño
pero allá en la esquina, una madre y una hija
tejen la vigilia con sus cartas.
Es una pequeña perfección donde no cabe nada más
ni la oscuridad, que trepida por fuera.



La montaña

Para Jorge


Fuimos con un amigo
a caminar por la montaña
habíamos dormido
tres horas solamente
y la terquedad del sueño nos rayaba las cabezas.
Paramos en un claro
agotados
el viento había partido nuestros labios
y nos dolía hablar.
Entonces nos sentamos en silencio
simplemente
sobre la punta de unas piedras
en lo alto
y nos fijamos en las figuras
que armaban las hojas a lo lejos.
La naturaleza temblaba levemente
y nosotros temblábamos con ella
en un arrullo antiguo y verde. 
Hacía calor y él cerró los ojos
no sé qué pensó.
Yo pensé (unas aves negras
nos empezaban a orbitar)
que este momento era importante
y tenía un lustre propio
aunque la vida fuera larga e imperfecta.  



No hay escondite

De vez en cuando,
con una larga intermitencia,
pasa algún carro por esta calle vieja.
Yo miro las luces del semáforo
que brillan solitarias
entre el frío o el silencio
y no comprendo su persistencia.
Sé que su gesto es inútil y absurdo
que hacen señas para nadie
cambiando de color
como animales insoportablemente tercos
que buscan camuflarse y no encuentran
el color preciso de la noche
que buscan escondite y no lo encuentran
y siguen.
Yo intento avisarles desde la casa
para que se detengan
para hacerles saber que nada importa tanto

cuando veo mi reflejo en la ventana
y se me ocurre que tal vez
así de absurda es la vida:
hacemos señas para nadie
buscamos escondite, sin escondernos
y nadie nos avisa
desde una ventana.



Ritual

Cinco gotas
cada noche
sobre un espejo
sólo eso pedía el azar
como huellas de plata
abandonadas en la luna.
La cifra sencilla
que llevamos en la mano como un peso
sólo eso pedía el azar

y funcionaba. 



Otra rima

Dura menos un hombre que una vela
Eugenio Montejo


La cabeza que resiste su caída tercamente
y se sostiene
sobre las vértebras de la espalda

la llama que mantiene su peso sobre el pabilo
y balancea su figura de fuego
para no derrumbarse hacia la nada

son un mismo gesto torpe de la materia:
ambas se niegan a caer
alumbran un poco a su alrededor
y algún día han de extinguirse. 



Todo persiste

No se puede destruir a los fantasmas
solamente diluirlos
hasta que sean tenues ramas transparentes
que se posan en cualquier parte
que se agregan a cualquier grieta
y se mecen con el viento de la noche.



El silencio en las montañas

Veo las montañas de los Andes reposar
como bestias mitológicas
que sostienen el silencio sobre su lomo vegetal.
Son colosales, es cierto,
pero su enorme figura no se opone
a la vida endeble de los humanos.
No. Aceptan la cercanía discretamente
como criaturas acostumbradas al suelo y a las estrellas.

Entonces, sosteniendo una calma antigua,
compartimos el tiempo como una lenta bebida
hasta que todo se apaga
y sobrepasamos el atardecer
como quien da una zancada para esquivar la hoguera.
La noche nos rodea tal vez más inmensa
y en medio de su agua oscura
entiendo por fin mi tranquilidad:
existe la permanencia.


La mirada

Poner entre paréntesis
la belleza de este mundo
el nudo indecible que se forma
entre dos miradas
espacio secreto
donde los ruidos del mundo
olvidan de repente cómo entrar.






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