sábado, 8 de octubre de 2016

JOSÉ SUÁREZ CARREÑO [19.232]


José Suárez Carreño

José Suárez Carreño (Guadalupe, México. 1915 - Madrid, España. 20 de diciembre de 2002)

Escritor nacido en Guadalupe (México) en 1915, pero que se trasladó a Madrid en la adolescencia. Se da a conocer con Premio Adonais de Poesía que recibió en 1943 por su obra Edad del hombre compartiéndolo con Vicente Gaos con Arcángel de mi noche y Alfonso Moreno por El vuelo de la carne.

A finales de los años cuarenta, gana con Las últimas horas 1949 el premio Nadal. Esta novela marca con La colmena de Camilo José Cela y La noria de Luis Romero, el punto de partida para una nueva etapa dentro de la narrativa la Novela social española. La crítica fue unánime en su elogío a Proceso personal novela publicada en 1955. Con su obra dramática Condenados en 1951 consiguió el premio "Lope de Vega" de teatro. En lo personal participa en 1956, con Joaquín Ruiz-Giménez en la fundación del Partido de Acción Democrática.

Obras

Edad del hombre, 1943, premio Adonáis de Poesía
Las últimas horas, 1949 premio Nadal
Proceso personal, 1966
Condenados, 1951 premio Lope de Vega

Guionista de cine

Desarrolla también su actividad creativa como guionista de cine, en películas originales y en otras en las que adapta sus novelas al al forma de guion cinematrográfico:

Cabaret (1952), dirigida por Eduardo Manzano con guion de José Suárez Carreño y Eduardo Manzano.
Condenados con el guion de su obra teatral premio Lope de Vega, Manuel Mur Oti estrenada en 1953.
Fulano y mengano (1955), adaptación al cine de su novela Proceso personal con guion del mismo escritor y de Jesús Franco, dirigida por Joaquín Romero Marchent
Juicio final (1955), adaptación de la novela Las últimas horas. Fue llevada al cine con guion del mismo autor y de José María Ochoa, dirigida por José Ochoa.
Juanillo, mamá y papá (1957), de José Suárez Carreño y Giovanni d'Eramo
Proceso a la conciencia (1964), dirigida por Agustín Navarro con guion de Agustín Navarro y José Suárez Carreño.
Llovidos del cielo (1962), dirigida por Arturo Ruiz Castillo y guion de José Suárez Carreño y Arturo Ruiz Castillo.

Premios

Premio Adonais, en 1943 por Edad del hombre
Premio Nadal, en 1949 por su nóvela Las últimas horas
Premio Lope de Vega de teatro, por el drama Condenados (1951).



" La soledad de la noche es dura como la piedra de las rocas,
siglos mudos, oscura y lenta materia,
luz de luna sin destino, fría y sin amor desierta,
luz que se pierde en las hondas masas del frío,
la sierra sin nadie, la luna sola, en el bosque la madera,
el viento se pierde lejos, ave triste,
angustia lenta que no es el cielo ni el monte,
que no es carne, luz, ni piedra. "
                                         José Suárez Carreño





La tierra amenazada. Madrid; Ed. hispánica, 1943.



CAMPOS DEL FRENTE

    Son los campos.
Los campos ahora de nadie;
de la guerra.

    El llano se queda triste.
Dura y antigua la sierra.

    Rocas y surcos perdidos,
hoy sólo campos de guerra.

    No pasa nadie por ellos.
De vez en cuando se quedan
como ajenos a las balas
que en el aire van secretas.

   Por ellos, vamos luchando.
¡Campos de España en la guerra!



EL BARRO

   El barro no es un caballo,
un caballo hermoso, entero.
El barro es un buey muy grande,
pero ciego.
   Tengo manchadas las manos
de este barro sucio, espeso.
   Mis horas son como un árbol
que está caído en el suelo.
xxAquí está el barro, parece
que me resbala por dentro.
¡Barro es todo, todo barro,
desde la tierra hasta el cielo!



EL VINO

   El vino, ¿qué será el vino
cuando se bebe en la guerra?
Tiene dentro una memoria,
la sombra de una conciencia.
Beberlo es como un dolor,
un dolor que se sintiera
dulcemente como un eco
donde el alma se despierta.
   Si viérais qué flor caliente
pone en el pecho a cualquiera,
y cómo tiene, sombría
de sueños la cabellera.
   No sé qué tierra aparece,
no sé qué agua se refleja,
no sé qué aroma de plantas
regadas, verde gotea.
   Beberlo es casi soñar
cuando uno vive en la guerra.



EL DESAPARECIDO

   Ay, que nadie caminaba.

   y aquel soldado pasó,
ya de noche, entre las jaras.

   Su rostro moreno y serio
que la luna iluminaba.
y aquel andar duro y noble
de su tierra castellana.

   Ya nadie le ha vuelto a ver.
Ay, que nadie caminaba.



CANCIÓN IRÓNICA DEL INVIERNO

   El invierno es como un lobo
que a la Sierra se ha subido.

   El viento corre asustado,
por los pinares perdido.

   Y van los ecos lejanos
por las aguas de los ríos.

   El viento corre asustado,
y hace frío.



PAISAJE EN FORMA DE PINAR

   Este pinar de la sierra,
este pinarillo verde,
helado bajo la luna
tiene un aire que semuere.

   Apenas si se le oye
en la noche, lentamente,
moviendo dulce las ramas
pesadas de blanca nieve.

   Este pinar de la sierra
que yo cruzo tantas veces.



EL SOLDADO Y SU MUERTO

   Hermano. Mi triste hermano.
Hombre a hombre, ahora te veo.
…No sé que siento pasar
de irremediable por dentro.

   Los dos estamos aquí.
Los dos en tu cementerio.
Los dos estamos aquí.
Yo dolorido. Tú, muerto.

   Yo, sobre el suelo, penando.
Tú, cadáver, tierra adentro.

   Mi estatura es mi estatura.
La tuya es campo desierto.
Con el polvo de tu tumba
Trabaja mi pensamiento.

   …Los dos estamos aquí.
¡Oh, qué minuto tremendo!
…¡Está tu carne tan cerca
y, hombre a hombre, no la veo!

   La tierra -¡siempre es la tierra!-
pone su olvido por medio.



CANCIÓN DE LA SUERTE

   Ay, que ha pasado mi suerte
como una yegua espantada,
galopando duramente
entre la luna y el agua.

   Va la sombra de mi vida
como un fuego, huracanada.
Mi suerte sin su jinete,
golpe que no va a nada.

   La Muerte deja en el frío
su negra luz de fantasma.
Y una avecilla se pierde,
lentas de dolor las alas.

   ¿Adónde va mi destino?
Caballo en la madrugada.

   ¿Adónde va mi destino?
Silbo frío. Es una bala.



RECUERDO DE LOS MUERTOS

   Está la encina, solitaria y triste,
en la parda quietud de aquel terreno.
En el campo de peña miserable,
es un árbol desnudo, gris, tremendo.

   La única voz de los peñascos mudos
que ponen su dolor junto a los cielos.
La única voz que nace de esta tierra
es su tronco desierto, adusto, ciego.

   Yo pienso en hombres que aquí luchan.
Yo pienso en hombres que aquí han muerto.

   Vuelvo a mirar la encina solitaria,
los campos que se pierden a lo lejos.
Miro en los aires nubes que van sombrías,
miro el mudo torrente de los cielos.

   Aquí, sobre la tierra dura,
aquí sobre la tierra, han muerto.
Hombres que agonizaron, que perdían
la forma de su sangre sobre el suelo.

   Aquí, sobre los altos riscos
que en siglos y por siglos son misterio.
Aquí, sin árboles, sin hierba,
en la peña desnuda, están sus huesos.



EL PAREDÓN DE PIEDRA

   Oscura angustia tienes,
tú, paredón de piedra.
Tu mole silenciosa,
bajada a tajo, es ciega.
   
   Eres como un dolor
atroz, roca siniestra,
que te agolpas sombría
como una frente muerta.

   Ante tu borde mudo
algo de mí se despierta;
algo quisiera ser
tu delirio o tu fuerza,
cuajada eternamente
en esta gris materia.
   
Aquí estás tú, tremendo
de silencio y de piedra,
encerrado en el peso
sordo de tu tormenta,
pugnando con lo oscuro
que trabaja en la tierra.

   Oh, paredón sombrío,
catástrofe de piedra.
Oh, paredón sin nadie,
triste como la tierra.



CARNAVAL EN LAS ALAMBRADAS

   Bebamos. Bebemos
¡Que baile! ¡Que baile!

   Alegre el recuerdo
ha saltado al aire.

   ¡Que baile! ¡Que baile!
Y, ¿quién baila? Nadie.

   Solo el parapeto.
¿Quién hay adelante?

   La muerte sin rostro
pasa abstracta, grave.

   Silencio. La piedra.
…Ya no canta nadie.



LA LÍRICA TRADICIONAL EN LA POESÍA ESPAÑOLA DE POSTGUERRA 
(JOSÉ SUÁREZ CARREÑO)


SANTIA O FORTUNO LLORENS
BLANCA SEGARRA OÑA
Universidad Jaime I, Castellón

EN TRABAJOS anteriores nos hemos centrado en el estudio de la lírica tradicional en los poetas de la Generación del 27 así como en los cultivadores de la lírica galaico-portuguesa en la poesía de la inmediata postguerra.' Entre los incluidos en el cultivo del neopopularismo de principios de siglo debemos también recordar a José María Pemán, quien hubiera querido ser considerado como un poeta más del 27 y le dolía no serlo. No lo era por razones de discrepancias estéticas e intelectuales (formación, ideología, concepción sobre la poesía misma, aficiones, etc.). Hizo, no obstante, esfuerzos por acercarse al «clima» de la Generación. Ahí están como muestra sus poemarios A la rueda, rueda de 1929 y El barrio de Santa Cruz, del año siguiente, en donde encontramos versos de la lírica tradicional entreverados de ecos de Lope de Vega y, más cercanamente, de García Lorca y Alberti:


Al alba, mi amado, al alba
seré yo en el toronjil.
Si algo tenéis que decirme
muy callandito venid;


0 aquellos otros:


Misterio, silencio, calma...
La fuente que se lamenta
y en toda la calle alienta
como el recuerdo de un alma.


Los años treinta fomentan la politización de la literatura. La pugna ideológica de esta década cavó una trinchera insalvable, en la que cayeron muertos Federico García Lorca y José María Hinojosa (uno en cada lado). En una de cuyas orillas quedó Pemán, sin remisión para el 27. Luego, la obra de Pemán se enroló en el franquismo, hasta que en sus últimos tiempos adoptó matices filosóficos, lejos del neopopularismo del libro escrito en 1929, fecha, por cierto, muy propia de la Generación del 27.

Manuel Mantero en Poetas españoles de posguerra afirmaba: «La asimilación por extenso de la poesía popular o tradicional por los poetas del cuarenta es parca, excepcional».

A continuación, centra su estudio en la poesía de Rafael Montesinos y destaca sus rasgos neopopularistas. Existencialismo y vertiente social son las dos tendencias de la poesía de la década de los años cuarenta. La poesía popular, la lírica tradicional no se avenía con el sentir de la época, que transitaba caminos de expansión neorromántica e iniciaba una postura de denuncia social. La sencillez de la lírica tradicional exigía otro tipo de sentimiento, distinto de la poesía patética y de alcance mayoritario de la primera generación poética de postguerra.

Nuestro objetivo es presentar la poesía de José Suárez Carreño, más concretamente La tierra amenazada (1943). A fines de este mismo año obtiene, a la sazón, el primer premio Adonais con su obra Edad del hombre, ex aequo, con Vicente Gaos y Alfonso Moreno. Suárez Carreño, que también obtuvo en 1949 el Premio Nadal con su novela Las últimas horas, es un poeta, en la actualidad, desconocido. José Suárez Carreño,
cuyo nombre no aparece ni en las antologías actuales ni en nómina alguna de la poesía de postguerra, colaboró en las principales revistas literarias de esta época, Escorial, Garcilaso, Espadaña, Corcel y Poesía española. Sin embargo, La tierra amenazada supone, con el citado poemario de Gaos, un jalón notable y primerizo de la poesía existencialista en la poesía española de postguerra. Es nuestro intento, en esta ocasión, destacar del mismo las huellas y afiliaciones neopopularistas.

La tierra amenazada de Suárez Carreño aparece en una década marcada por las secuelas de la guerra civil española. Es un poemario transido de angustia dolorida y soledad de quien participa y sufre la misma:


Yo solo. Sobre un mundo
hostil, de piedra.
Yo solo, alto y sereno,
de centinela (p. IS)."*


Poesía existencialista en consonancia con los momentos histórico-políticos y con la estética literaria: Blas de Otero, Carlos Bousoño, José Hierro, Vicente Gaos... quienes, desde sus peculiaridades, claman e increpan a Dios ante tanto horror y sinsentido circunstanciales:

El hombre que soy es este
que la tarde desorienta.
Es este que va espacio
por un camino cualquiera (p. 60).


El profesor Antonio Vilanova en 1950 ya destacó el entronque de La tierra amenazada con el popularismo de Antonio Machado. Los versos de Campos de Castilla encuentran su eco en este poema:

Horas que pasan despacio,
una tras otra, siniestras.
Horas que se van y no
retornarán a esta tierra (p. 15).


0 en este otro:


Está la encina, solitaria y triste,
en la parda quietud de aquel terreno.
En el campo de peña miserable,
es un árbol desnudo, gris, tremendo (p. 40).

La tierra amenazada consta de treinta y nueve poemas divididos en cuatro partes de desigual composición. El título de los poemas nos adentra en ima visión pesimista y hondamente negativa: noche, muerto, soledad, desesperación... El yo poético, centinela en el frente, evoca y experimenta el tránsito del tiempo, del hombre amenazado y abocado a la muerte:


Son horas de centinela.
Tiempo en la noche, tan largo,
sin luz en su indiferencia.
Mis pasos vuelven y van.
Pasos que son de la tierra.

Horas que pasan despacio,
una tras otra,
siniestras.
Horas que se van y no
retornarán a esta tierra (pp. 14 y 15).


En los poemas de La tierra amenazada de Suárez Carreño encontramos además los típicos motivos de la lírica tradicional: amor dolorido, amor de ausencia, soledad, muerte, que participan, a su vez, de la ahistoricidad poética y algunos de sus elementos simbólicos: alba, pino, agua, serrana, viento, que pespuntean los poemillas más antiguos de nuestra poesía castellana.

Aunque los temas tratados más extensamente por Suárez Carreño en este poemario son los referidos a la soledad y a la muerte del yo poemático -tras el que se encuentra un soldado- también aparecen poemas en los que el yo recuerda, en el mismo frente de guerra, a su amada. En ocasiones, un amor no correspondido, en otras, un amor en la lejanía. «Canción Desesperada» es un claro ejemplo de ello:


Me muero de amor, me muero.
...
Si me vieras cómo estoy
de angustia seca por dentro
...
Las dos manos tengo ciegas,
que su luz era tu cuerpo.
Y dentro del corazón
estoy solo como el viento.
...
Pero la pena es la pena,
y este dolor que yo tengo
es pena sola, es peñasco
solitario en su tormento ( pp. 53-54).


Este es el dolor de amor que siente el soldado, un amor dolorido que le hace sentir las horas largas y silenciosas y, asimismo, la propia existencia insoportable y tormentosa.

Otro tipo de amor, inquieto y desde el recuerdo, asalta al mismo soldado en su solitaria estancia en el frente:


Que te busco con los ojos
y con al alma te tengo.
Lejana de mis caricias.
Cigüeña sola en el viento ( p. 46).

Mi deseo se hace pájaro,
y vuela sobre los pinos
para morir en tus labios (p. 47).


Ya no se trata sólo de un amor dolorido por la no correspondencia de la persona amada, sino un amor en la ausencia, por la lejanía de ésta. Persona que, aunque no en todos los casos, el soldado nombra. Nos referimos, efectivamente, a la «serrana» («Piropo», «Decir tristes»), figura de larga tradición popular literaria, a esa mujer tan amada por sus ojuelos «grandes y bellos», en cuyas descripciones se dota a los poemas de una destacada y apasionada sensualidad:


¡Qué desprecio de la luz
son, serrana, esos ojuelos!
Secreto de luna y agua
que se lleva solo el viento! ( p. 46).

Serrana, lo que te digo:
Yo soy un hombre, un soldado,
y tú una hoguera de carne
que me quema los sentidos.

¡Sombra de tus ojos grandes!
La misma luz perezosa,
lenta y fría, de la tarde (p. 47).


En la lírica tradicional, es motivo reiterantemente empleado la llegada del alba, que comporta desazón y la lejanía de los sueños. Este amanecer conllevaba la separación de los amantes tras una noche amorosa. En la «Canción del relevo» establece Suárez Carreño idéntico dolor en la hora castrense del cambio de guardia al amanecer, que acaba con los sueños amorosos del soldado:


El alba de las mañanas.
Horas de la noche fría.
Aquellos sueños de amor.
El ave que no volvía.
Todo queda y yo me marcho.
Queda mi angustia y mi risa.
Queda la tierra que he usado
y el agua que yo bebía.
¡Oh, viento que allá en las peñas
la madrugada rompía!
Tú, viento, sabes que yo
dejo aquí algo de mi vida ( pp. 70-71)-


En este poemilla, a su vez, alude Suárez Carreño a otro de los elementos más populares de la poesía castellana: el viento, al que el autor dota de vida y eficaz impresionismo en otros muchos poemas de La tierra amenazada:

El viento corre asustado,
por los pinares perdido.
Y van los ecos lejanos
por las aguas de los ríos.

El viento corre asustado,
y hace frío ( p. 27).


Y, en oposición a este viento asustado, lo describe en un ambiente expresionista y de tradición romántica. El paisaje abrupto se encuentra en consonancia con el sentir del poeta ante el enigma y misterio de lo que le circunda:


¡Madera de los pinares!
El viento es duro, resuena
hoscamente, como huesos,
con voz descarnada, muerta.
Claman las rocas, los picos,
la sombra que hay en las peñas.
Suenan las aguas saltando
y algo que no existe suena (p. 72).


Este viento, tan poderoso en ocasiones, es el que, a su vez, dará vida a otros muchos elementos de la naturaleza, de igual tradición popular: el viento como portador de los recuerdos vividos y de la persona amada:


Esta brisa de los pinos,
gracia que se va perdida.
...
Esta brisa de los pinos,
ay, si pudiera ser mía.
La brisa de los pinares
algo se lleva: mi vida (p. 48).


Al viento se le atribuye el poder llevar los secretos del amor imposible. Los ojos de la amada, más brillantes que la luz misma, son


Secreto de luna y agua
que se lleva solo el viento (p. 46).

La amada lejana es, a su vez,
cigüeña sola en el viento (p. 46).


En alguno de los poemillas dedicados a los pinares y a las arboledas de la sierra «La sierra resonante», el viento es el que actúa como medio de comunicación entre ellos:



¡Oh, pinos del Guadarrama!
Se mezclan con las estrellas
y suenan vagos, lejanos
mar levantando, madera
que pugna por separarse
en lo oscuro de la piedra.
¡Pinares del Guadarrama!
La voz del viento en la Sierra (pp. 51-52).


Por otra parte, el tema del agua, elemento siempre asociado a la vida, a la fecundidad, lo encontramos también en alguna de estas cancioncillas:


Que el agua de la lluvia
se va corriendo.
Yo estoy de centinela
y no me muevo.
¿ Que si estoy loco?
Sueño que voy contigo
y no me mojo (p. 45).


Esta «Cancioncilla tonta de centinela» constituye una recreación de la canción de vela de la lírica tradicional, en la que los ecos de García Lorca, tan frecuentes en La tierra amenazada nos resultan nítidos, una vez más. Citemos, entre otros, «Un muerto bajo la luna» cercano al «Romance sonámbulo» del poeta granadino:


Este rostro ya sin voz,
sin estatura, tirado.
Columna de soledad,
la luna baja su rayo
a la cara de este hombre
sin mirada, desolado.
...
La luna, con la luz pálida
de su rayo frío y claro,
hace más moreno el rostro
de angustia y frío mojado (pp. 30 y 31).


Junto a estos temas de la lírica popular tratados por Suárez Carreño en La tierra amenazada, habría que destacar también otros que aún deudores de la poesía tradicional, se deben indudablemente a la situación histórico-política en la que Suárez Carreño escribió este conjunto de poemas y a la que aludíamos al principio de nuestro trabajo.

Así pues, la soledad, por un lado, y la muerte, por otro, son temas sobre los que Suárez Carreño escribe, aunque de una forma muy singular. Singularidad que viene dada por el grado de generalidad o especificidad con la que estos temas son considerados a lo largo de este poemario. Encontramos un descenso de lo general a lo particular de acuerdo al tratamiento de los mismos.
Empieza, pues, por definir la soledad, mediante una imagen visionaria en la que los elementos puestos en semejanza guardan relación desde una óptica meramente emotiva e irracional. Es la emoción preconsciente que nos proporcionan ambos términos lo que posibilita la misma imagen:


Soledad: chabola
oscura de piedra (p. 17).

Continúa atribuyendo a la noche este sentimiento de soledad:


La soledad de la noche
es dura como la piedra
de las rocas: siglos mudos,
oscura y lenta materia
...
La Sierra sin nadie.
La luna sola (p. 36).


y termina describiendo la propia soledad del centinela que ha de pasar en el ñ'ente tan largas horas:


La tierra, ajena, se queda,
vasta soledad, sin nadie.
...
¡Solo en los campos. Dios mío!
Solo conmigo. Con nadie (p. 37).

o también

Nadie escucha.
Oh, soledad
donde el dolor es silencio.
Soledad como de piedra
con un grito amarillento (p. 77).


Horas de soledad en la noche, sufridas por el soldado en un lugar oscuro y misterioso, y que aportan una sensación de terror y miedo.
Sin embargo, más tétricas y horrorosas serán las descripciones referidas a la muerte. Suárez Carreño tratará de describir en estos poemas cómo siente la muerte el yo poético, no sólo la del ser humano en general, sino la de personas allegadas a él o la suya propia:


Un muerto bajo la luna.
Un muerto solo en el campo (p. 31). 


De esta muerte tan general, pasará a una muerte dolorosa, la de un compañero cercano y allegado a él mismo:


Hermano. Mi triste hermano.
Hombre a hombre, ahora te veo.
No sé qué siento pasar
de irremediable por dentro.
Los dos estamos aquí.
Los dos en tu cementerio.
Los dos estamos aquí.
Yo dolorido.
Tú muerto (p. 32).


De esta muerte de su hermano, pasará a preocuparse o simplemente, a plantearse la suya propia desde una consideración existencial:


¡Morir!... Tendré que morir 
pero no me importa nada (p. 76).

Y, finalmente, aceptará y asimilará su muerte

Nadie sabrá que la muerte
como un perro gris, tremendo,
con su lengua de metal
dibuja mi rostro muerto (p. 78).


CARACTERÍSTICA S TÉCNICAS

Junto a los temas arriba tratados, también su configuración formal responde a la construcción típica de la lírica tradicional. Una poesía sencilla y repleta de emotividad, «blanca, breve, Ugera, que toca como un ala, y se aleja dejándonos estremecidos, que vibra como un arpa, y su resonancia queda exquisitamente temblando».' Pese a su aparente
sencillez y facilidad compositivas, los poemas poseen una densidad de sentimientos y un marcado patetismo. Los estribillos, el paralelismo, las repeticiones proporcionan al poema una conformación cerrada y de fácil memorización. Los poemas de La tierra amenazada son, en su mayor número, breves, escuetos y, al mismo tiempo, formalmente trabados. Resulta, según terminología en la poesía actual, generalmente un libro minimalista, desprovisto de retórica y elementos superfluos. A ello se añade el uso de las técnicas irracionalistas. La tierra amenazada es, al respecto, un ejemplo de poesía singular. El poeta emplea un lenguaje imaginativo que le haría merecedor de un lugar destacado en la poesía contemporánea. Pese a su brevedad, es de justicia reconocer su altura poética debida al empleo de figuras literarias de naturaleza irracional y emotiva.

En los poemas «El desaparecido», «La voz lejana», «Canción irónica del invierno», «Carnaval en las alambradas», los estribillos ocupan lugar relevante y significativo.

En «El desaparecido» (p. 21) el estribillo «Ay, que nadie caminaba» inicia y acaba el poema, breve y escueto. En la mayoría de estos poemas, la sugerencia y alusión juegan un papel importante pues, como en la poesía tradicional, el poema aporta una atmósfera de misterio y de relato inacabado:

...
y aquel soldado pasó,
ya de noche, entre las jaras.

Su rostro moreno y serio
que la luna iluminaba.
Y aquel andar duro y noble
de su tierra castellana.

Ya nadie le ha vuelto a ver (p. 21).


El paralelismo es otra técnica que vertebra las composiciones de La tierra amenazada. Paralelismo morfosintáctico:


Metal tu voz en mi sangre.
Metal tu sangre en mi sueño (p. 46).


Paralelismo que introduce las estrofas del poema «Canción junto a los pinos» y del «Estar alegre es a veces» que se completa con los versos finales que contradicen lo aseverado en primer lugar:


Hay veces que la alegría
es tristeza sin decirlo (p. 29).


El contraste es, a su vez, la técnica que conforma el poema «Carnaval en las alambradas»:

Bebamos. Bebemos.
¡Que baile! ¡Que baile!
...
¡Que baile! ¡Que baile!
Y, ¿quién baila? Nadie (p. 68).


La concisión expresiva lleva a la eliminación de elementos oracionales añadiendo mayor enigma. La definición queda expuesta en su mayor esquematismo conceptista:


La soledad de la noche
es dura como la piedra
de las rocas: siglos mudos,
oscura y lenta materia (p. 36).

Soledad: chabola
oscura de piedra (p. 17).


En ambos ejemplos un mismo concepto abstracto (la soledad), ampliado en el primero (de la noche), viene definido con sendas imágenes visionarias en las que un mismo vocablo (piedra) se repite en los términos figurados. Ambas producen la misma emoción de dura y lóbrega pesadez. Idéntica imagen empleará en «Oscureciendo»:


Tengo el corazón ausente,
tengo la cara desierta.
¿Quién soy, solo por la tarde
poblada de sombra y piedra? (p. 59).


En otras ocasiones, como ocurriera en los poemas de Jorge Guillén, la escueta exclamación inicial estrófica («Hacia la tormenta», «El soldado y su alma») crea un clima emotivo que los versos siguientes se encargan de concretar. Y es la inconcreción un elemento fiindamental en el poema «La voz lejana», cuya pregunta, en estribillo, queda sin respuesta alguna:


Ay, esa voz que se muere,
¿de quién será?
Entre el frío de la nieve
quedará.
La luna de invierno, fría
hace el aire de metal.
¿De quién será?, que se muere.
Que se muere en el pinar.
Que se muere heladamente,
¿de quién será? (p. 22).


Tal vez sea este poema un ejemplo en el que podemos encontrar varios de los elementos de la lírica tradicional: comienzo abrupto, de queja reforzada por la pregunta que es la cantinela, un estribillo que sirve de quicio al poema. A continuación le suceden unos versos sinonímicos que refuerzan las ideas de muerte y soledad, para acabar con la constatación del hecho luctuoso en paralelismo con el nexo inicial, «que», popular
para concluir con la pregunta sin respuesta. Misterio y dolor.
Dejemos constancia, finalmente, de la aportación de La tierra amenazada a la lengua literaria. Encontramos, en efecto, imágenes de excelente expresión poética. Además de las ya anteriormente citadas, éstas:


La tarde es un vaso frío
lleno de helado silencio (p. 65).

Nadie sabrá que la muerte
como un perro gris, tremendo,
con su lengua de metal
dibuja mi rostro muerto (p. 78).


En «Canción irónica del invierno» Suárez Carreño construye un sencillo desarrolloimaginativo no alegórico:


-Término real (a) «invierno».
-Término figurado (b) «lobo». Éste ocasiona una proliferación trimembre de imágenes: El viento corre asustado (bi), perdido por los pinares (b2), sus ecos van perdidos (b3), con la reiteración de una imagen ya citada: corre asustado (b l).

En resumen, perdura en autores y obras de la poesía de postguerra la tradicionalidad lírica, aun prevaleciendo su honda angustia existencial y su intención confesional y profundamente comunicativa. Junto al tono desgarrador serpentea una poesía sencilla y arraigada en sus orígenes poéticos







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