miércoles, 5 de agosto de 2015

ARELY JIMÉNEZ [16.703] Poeta de México


Arely Jiménez 

Aguascalientes, México 1992. Estudiante de Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Fue becaria del Curso de Verano para Jóvenes Escritores 2012 de la FLM en Xalapa, ese mismo año ganó el Premio Nacional de Poesía “Desiderio Macías Silva”. Fue becaria de PECDA Aguascalientes 2013-2014 en la categoría de Jóvenes Creadores. Le gustan las jacarandas.





Viene lo ausente
a ensombrecer mi ventana.
Qué diminutas las huellas,
los pies de los fantasmas aún vivos,
qué delgada el ala metálica de la memoria,
traza constelaciones
en este fruto oscuro
que me avergüenza de tan enrojecido
y sincero.
Ahora lo hiere vivamente el silencio.
Es verdad:
no le había temido a la noche,
porque brillaba más el recuerdo de la luz,
que la luz misma.





Mirada

‘But I loved Narcissus because, as he lay on my banks and looked down at me,
in the mirror of his eyes I saw ever my own beauty mirrored.
Oscar Wilde


Déjame plantar flores.
He nacido Narciso para tu frente.
Déjame inclinarme
sobre  las pardas corolas líquidas
para reflejarme en tu alma sepia,
ahogada y encontrada hermosa
por tus aguas.





Abulia

Es sábado,
los corazones duermen.
En el aire pesa una respiración onírica.
El sol  imprime con la amplitud de un bostezo
su sombra en las cuencas entrecerradas.
El cansancio se lleva sobre los hombros
como un abrigo soberbio.
Hay que justificar el sueño,
no vale ser  sábado si no ha sido toda la semana,
si el tiempo no deja estrías
y el moho finca su densidad en la pleura.
Dios no espera visitas,
es el día para pisar
el musgo bajo los párpados,
alcanzar el horizonte:
la larga línea del agotamiento,
y esperar que  se yerga en cubo,
que florezca desde su somnolencia.
Es sábado,
los corazones, con salvedad,
descansan.






Monólogo

Y en verdad me pregunto de qué ha servido
ser una cuerda tensa,
apenas un dedo, una nada en pie
frente al desastre,
haberle puesto la otra mejilla al dolor
y creernos por un momento su igual
retarlo a hundir más sus fauces
en la carne del sueño, de la esperanza
y verla destazarse en un grito,
en nuestro propio puño
que se cierra hasta alcanzar el hueso
para preguntarle “dios mío, por qué”
para inventar en ese instante mismo un dios,
porque hace falta que alguien lo sepa
sepa de este íntimo desgarramiento,
tan puro como pura nos has parecido una sonrisa
y tan digno de ser piedra y nube y sol y árbol,
porque no se ha encontrado aún la ecuación
que lo reduzca a nuestra mínima ciencia
y lo haga curable
para volver esos golpes ineludibles
en una gripa,
un dolor de estómago,
un diente de leche.





Memorial


I

Vine a Xalapa para no saber de mi padre
que moría a lo lejos,
vine a buscarme entre la neblina.
Vine huyendo de la muerte
pero encontré
el otro extremo de un hueso.


II

Mi madre dice que el verdor
se me quedó en los riñones,
como un musgo que los mata
mientras los llena de vegetación.
Mi madre afila en su lengua la misma amenaza,
de la que ya no hay nada qué temer
porque lo peor ya vino.
Ya vino la sed, este divorcio del agua.
Ya está acá el enfermo condenado
a ser su propio homicida,
a lamentarse de sí mismo
y a recibir todos los reclamos
porque no hay otro a quien reprocharle.
Mi madre afila un memento mori
un carpe diem, un eco de Kavafis
ella dice:
¿Qué acaso yo te dije que te fueras?
¿Te pedí que no creyeras en ningún dios?
¿Te pedí que imitaras a las piedras?
Y valen muy poco todos los hilos
que destejen las moiras,
y vale tan poco el índice de dios aplastándome
y no es nada este verdor contenido
como una fiera hambrienta de mis órganos.


III

Soy demasiado joven para decir: quiero  volver a Xalapa antes del final. Soy demasiado ingenua, todavía estoy a los pies de mi propio cuerpo, todavía no descifro su idioma.
Tampoco he podido descifrar los eufemismos de los médicos, las palabras perdidas en sus miradas. Me miran: mi cuerpo es sólo una cifra, roja o con asteriscos a un lado. Todo está mal, dicen al fin.

Soy demasiado joven, pienso.







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