Rubén Manuel Rivera Calderón
Poeta sudcaliforniano, México, nació el 22 de noviembre de 1967. Cursó la licenciatura en Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa. Ha participado en diversas publicaciones estudiantiles como Pido la Palabra y El Periquillo Sarniento (UAM-I). Colaboró en las revistas La Cachora, Alternativa, Colla y Panorama (UABCS), y en el suplemento cultural El Aleph (periódico La Extra). Ha ganado en tres ocasiones el Premio Peninsular de Poesía “José Alán Gorosave” (1988, 1997 y 1998); asimismo, obtuvo el Premio Estatal de Poesía Joven “La Paz 1992” y ganó los Juegos Florales “Margarito Sández Villarino”, de los festejos “San José 2000” (San José del Cabo, B.C.S.). La SEP y la UABCS publicaron su libro Torera de las aguas en 1996, en la colección de poesía Agua del desierto. Ha sido antologado en Tierra Adentro y en 2004 la UABCS, Praxis y Cuarto Creciente publicaron: Marina. Viaje por un cuerpo en ocho cantos. Fue Becario de Investigación del COLMEX, profesor de la Universidad Autónoma de Baja California Sur, jefe del Departamento de Planeación del Instituto Sudcaliforniano de Cultura y Director de Cultura, Acción Cívica y Social del H. XI Ayuntamiento de La Paz BCS. En mayo de 2004 recibió el Premio Estatal de Poesía “Ciudad de La Paz, 2004” con La Casa de Cortés, su más reciente publicación.
POEMA CON BARBILLA SOBRE EL BRAZO
Si un colibrí
se posa en uno de tus brazos,
hay que asumirlo:
acariciemos todo.
Qué importa si esas alas,
te convierten en zancudo, ángel o vampiro,
¿quién decide si la mosca es menos milagrosa que estas letras?
¿O si la palabra amor está hecha sólo de cuatro garrapatas?
Y para aquél que me arranca el corazón con que escribo,
reciba este regalo que soy yo
y se me escapa:
acariciemos todo.
Qué importa si se cuelan esos aires
que te dejan de poemitas en la calle
sin una cara cuajada de peces voladores,
sin un “aquí entre mares” que duplique sus fantasmas,
sin presentir los sueños de su nube indefinible,
sin volver a mirar al doble asesinato de sus ojos;
sin un alma primitiva, que la adivine en cada ola.
Aunque no lo mire nadie,
su barbilla se posa aún sobre mi brazo
y se queda en mi lugar
para que vuele.
Y seguimos pidiendo la palabra: DE TORERA DE LAS AGUAS
IV
Pero yo camino para atrás, como los cangrejos.
Mi estupidez
azul, desparramada,
se disuelve con esa otra estupidez
más azul y desparramada del mar.
Voy caminando hacia atrás
y mi rostro,
el de la espalda,
me desdice, se deslinda del paisaje, es tierra triste;
mientras el otro
ve cómo el horizonte devora nubes,
y ríe, ríe, ¡ríe!;
hasta que pare labios
y llueve sangre
riendo, riendo más, hasta la muerte.
Soy el cangrejo
que fuera del agua
se come por dentro.
V
Abandoné mis manos a la suerte que les depara tu cuerpo:
el mar es un destino,
ocasionalmente un beso.
Con los ojos llenos de distancia,
como si no supieras construir castillos en la arena
o jugar con tu pelota de sol,
sacaste las palabras de lo hondo.
Y el sol, hecho trenza,
quebró con su grito tu cintura.
VI
No hubo despedida,
simplemente enmudecimos
para escuchar cómo se alejaban nuestros pasos;
con la esperanza de oírlos
al otro lado del mundo.
IX
Por fin mi cuerpo, casi lago, casi espejo,
decidió romperse,
Antes de que me caiga encima la tristeza, como peste,
llévate contigo mis ojos
a donde no exista el llanto
que aquí la humedad
me va a pudrir el alma.
XII
El mar, a labio vivo, recorre mi memoria
y mis dientes dan con la insalvable distancia,
el límite de la carne,
el tú y el yo,
y la medida del agua y las ganas y la ventanilla del alma
se empaña,
impidiéndome ver el mar
que permanece aparte y se ríe,
como adolescente que ha perdido
una mano en sus bolsillos.
De lo cotidiano
En la taza, se me ahoga el café de esta mañana.
No le extiendo una cuchara,
no lo miro.
Se endulza, pensativo,
con mi silencio.
Cómo le hago para brincar este cerco de palabras,
y al pasar la hoja, desnudarte;
y ya sin metáforas que estorben,
cómo detengo a los versos en su sitio,
los sustantivos, los verbos, los gerundios.
Si la rima choca a la mitad de la estrofa, como un pájaro sin cielo,
sin un semáforo crepúsculo,
o un motel de árboles
para hacerte el amor.
Sobre el tallo del día
sigue mi voz abierta, deshojada, temblando;
se adentra en el aire
y en la médula del vuelo
se sostiene, inmóvil cometa, de tu mirada.
Las nubes de tu boca, lo confirman:
lo único imposible es no volar.
Irremediable
Esta mañana de irremediables cabellos y superiores ojos,
me agiganta el alma.
Grandes e hinchados, también los brazos,
me estorban;
son tontos y aburren
con todas sus ganas de estrecharte.
Cómo me gustaría tener una fogata espontánea,
de esas que todo lo queman de manera impertinente,
para, al menos, calentarme con mi cuerpo tatemado,
mientras espero al tuyo.
Cómo me gustaría apoderarme del aire
con un brinco de gacela.
Pero así, lleno de alas, y sin tocarte,
esta mañana de irremediables cabellos y superiores ojos,
me acalambra:
a mí me sobra tu ausencia,
colma el vaso de mi cuerpo
y derrama mi alma, inútilmente.
La casa
La casa coja de ventanas tristes,
de fachada adusta,
de gallinero solterón, abandonado.
La casa tonta que no come sopa,
que camina imprudente sobre la barda,
que llora por sus cachoras muertas,
sus hormigas,
su hojarasca.
La casa mala que trató de ahogarte en su pileta,
que apedreó tu infancia,
que te dejó castigado en el cuarto.
La casa del cinto y los golpes,
del alcohol y el divorcio,
de la nariz rota.
La casa muerta o divertida del domingo que te presta sus paredes,
que se deja vomitar,
escupir.
Un día te sacamos a empujones de la casa,
porque te negaste a ser coherente.
Por suerte llevabas las manos vacías
y pudiste atrapar mariposas en el jardín.
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