Fausto Leonardo Henríquez
Nació en La Vega, República Dominicana, el 20 de noviembre de 1966. Pbro. de la Congregación de la Misión. Poesía: CLARIDADES, 1994; SUCESIONES, 1995; LA SEDUCCIÓN DEL AIRE, 1999; LA OTRA LATITUD, 1999; y MUESTRA POÉTICA, 2002; ANTOLOGÍA MAYOR DEL MOVIMIENTO INTERIORISTA, 2007. Fundador y Editor de la revista CriticArte. Miembro Titular y Dirigente del Movimiento Interiorista de cuya Comisión Intelectual forma parte. Columnista permanente de opinión de La Prensa hondureña. Fundador de un grupo de creación literaria por internet, elfausto@yahoogroup.com // Blog: www.faustoleonardoherniquez.blogspot.com - Antologado en Juego de Imágenes, de Frank Martínez, Isla Negra Editores, 1995; La Creación Interiorista 1997; El Interiorismo 2001, El Ideal Interior 2005; Poesía Mística del Interiorismo, 2007, de Bruno Rosario Candelier.
AURORA
Descorro las cortinas de la noche,
Oh, Anacaona,
para que alumbre en tu frente
la diadema de tu mañana y agiganto
las esquinas de las casas
como barcos a la deriva,
empañetando de claridad
las paredes de tu porvenir ardiente.
Abro el portal al Cid flamante
para que con Tizón
venza carriones de tenebrosidad
y miedos agrestes que secuestran
la conquista de tierras aún sin poblar
en el cenit
de tus pupilas caribes.
APOLO
Tengo fama de oblicuo, y es verdad,
de oscuro. Acéptame, bandeja de plata,
tronco de la cultura americana.
Ni en Delfos sentiré mejores brisas
y suaves miradas como en ti,
ínclita ciudad.
Recíbeme, pues, tierra
de parajes verdes y conoros arroyos. Son indignos
mis pies de pisar tus gloriosas llanuras. Admíteme
como a un ciudadano más, y polinizaré las artes
de tus hijos, y voy a estremecer de ritmo
el campanario de tu alma primada.
EMPLUME
"...Encima de lágrimas camina en busca de sus hijos la gran peregrina".
(O.R. Castillo)
Plumas le están creciendo a América;
plumas de gaviotas, de cisnes y de libertad.
Le veo brillar los ojos
como un pobre
que sonríe con la esperanza
en los labios, de fe colmados.
El día que alces vuelo, América,
saltarán de alegría las piedras,
y llorarán, felices, los muertos
que se fueron esperando, impacientes,
esta hora dorada.
Cuando te vea hacer pinitos en el aire,
estudiando la gravedad y el vacío,
los árboles aprenderán a caminar
por sí mismos y te ofrecerán
las mejores ramas para que asientes
tus patas blancas y anides entre los follajes
del tiempo y puedas dar a tus hijos el oro
hurtado a tu ilusión.
HORA PUNTA
Un hormiguero humano puebla
la gran avenida. El semáforo, como brasa encendida,
detiene con su barrera de sangre,
en el borde de la acera, al pelotón que, impaciente,
militarmente parado, armado de una feroz prisa.
Al otro lado de la negra calle aguarda, de frente,
listo para emprender una batalla
de hombros y trompicones en el paso de cebra, otro pelotón.
Pitan los taxis. Cambia a verde la luz : dos ríos
desembocan entre sí formando un remolino humano.
Observo la confusión, linda confusión
de la ciudad posmoderna. El semáforo continúa dando órdenes,
vuelvo los ojos al rededor.
Fluye el gentío. El bullicio penetra
esta hora aguda. Poco a poco se va apagando
con el girar de la tierra que gira
sobre su cintura.
CALIXTO Y MELIBEA
«De tal modo se amaban que,
siendo dos en amor,
sólo eran uno en esencia»
(Shakespeare)
Una joven pareja sentada en un banco
del parque central, toman el uno del otro
la miel que las abejas del amor en sus labios
produjeron de silvestres miradas
de amíbal, miradas que eran flores
sedientas de tacto y caricias.
Hay chopos otoñados en su derredor
y su amarillor corona su entorno con excitante
brillantez. Mientras consumen las últimas brasas
la gente que transcurre, con disimulo, mira y no mira.
Se enciende el sol y sus rayos pasan entre los follajes
creando lagos minúsculos de luz en el concreto pasadizo.
Las dos tórtolas, mientras, se miran a los ojos. No,
quiero decir : se besan a los ojos.
Juntan su frente, y retozan,
breves, con sus narices.
Y sonríen.
SALMODIA
Fui a la orilla
Del río a salmodiar
Con las espumas.
Amaneció.
Salí del sepulcro
A toda prisa.
La montaña callaba en la bruma.
Los pinos balbucían en mis oídos
El quejido del bosque. Mi espíritu
Se revistió de claridad.
Llegó la tarde en un rucio
Y en su herida galopaba mi
Hambre de cielo.
Ella cayó frente a mí, desvanecida.
Creí que era mi espíritu. Toqué mi voz. Vivía.
Los cerros umbríos
Inundaron de incienso el altar de Hera.
Cayó sin suplicar la tarde.
Y en el aire quedó
Una pira de gemidos.
ORFANDAD
Nos asalta la noche.
No sé cómo puedes andar
Sobre espejos. Nos confunde el mar.
He hallado, aquí en este valle, un espacio
Para las cavilaciones.
Hilvano eternidad,
Huérfano de aguas más hondas,
Y profanado de umbrías
Soledad.
Reclamo el barro húmedo
De la infinitud, vientos
Caídos de corceles de niebla.
Mis ojos gravitan, sacudidos por la noche,
En un orbe increado.
GOLONDRINAS
Las golondrinas cargan
en sus espaldas el fardo
de un llanto fosilizado.
El aire ha sido sometido vilmente al dolor.
Desde que el hongo atómico
paralizó la sonrisa de miles
de estrellas, sentimos
una culpa redonda.
Desde Hiroshima
hasta la punta de la penca
de este fecundo, pero duro peñón de años
se han repetido análogas fugas
de gases hidalgos, amantes de la vida, ¡ejem!
Gimo. Grito. Pienso. Respóndeme, luna,
¿cómo es posible que te hagamos
tantos visos metálicos de maquiavelismo?
¿Por qué tiene pena tu rostro pardo?
El mar está triste,
inclusive el sol.
ENIGMA
Rueda el ruido, dando a los muros
con su frente. La tenue luz
de los túneles parpadea, amarillenta.
El batir de tacos conjuga
el enigma de una civilización que va
más aprisa que el reloj, la brisa o el sonido.
Ando por estos meandros bajo tierra
porque intuyo un final en el que, montado
en el tren que va hacia lo azul,
hacia el grito del diamante,
encontrará colmado el vaso de mi voz, ya madura
como la redonda luna parda.
Todo es oscuro aquí dentro,
confuso el horizonte, miope el salto.
El ciego sigue las sendas sonoras,
las vibraciones de sus sentidos, yo, como el ciego,
me aventuro al asombro.
De “La otra latitud”
UNA ARDILLA EN EL DEVENIR
Como una ardilla que trepa el tronco del devenir,
ligera y ágil, clavando sus lunas diminutas
y nuevas en la corteza
que sangra recuerdos y reaviva
y crea hojas verdes que el viento celoso
sostiene entre sus manos, así, silencioso,
me siento en esta nueva estancia, al amparo
de una cordillera de sueños.
Traje una guitarra para deleitar mi soledad,
inventar de la nada un ser sonoro,
un llanto de color, un rizo o un iris.
Sí, aquí estoy, con mi instrumento ágil
aguijoneando la blancura del silencio,
tratando de diluir
la nieve con mis palabras.
El fuego arde en mis dedos sin consumirse,
como una hoguera de aceite
por los dioses asistida.
En mi nueva residencia deambulo
tocando el timbre de mi alma
para provocar un río de versos que inunden
el cauce de un rayo de luz, de una mirada perdida
en un pensamiento
o de una ardilla que trepa el árbol del devenir
con rauda impaciencia de serenidad.
TEMPLO DE LOS ANHELOS
El mundo, allá, al otro lado de la niebla,
oculto detrás del espejo,
del tiempo acezante, es un chalet edificado
sobre alas azules, un templo donde todos los anhelos
brillan como el oro.
Desde este ilimitado mirador, en el que se debate
el mar de mi ser undoso, oteo el hallazgo
de un tú en la penumbra de mi intuición.
Un relámpago me ciega la vista y la rapta.
SONORA PRESENCIA
Hay un ruido tenue
en la oquedad vedada de mis íntimas veredas.
Posiblemente sea tu sonora presencia
que se debate en los entresijos
de las huellas dactilares del alma,
o en las pupilas de la noche hueso.
Hoy ha pasado el día ebrio de espíritu,
como si no buscara más fin que sollozar de alegría
bajo la copa de tus delirios de agua.
Debo ascender como el incienso hasta la cúpula
poblada de ancianas plegarias.
Desata el hilo blanco de mis años, y córtalo.
TENTATIVA
En el interior de la montaña
que se yergue en los recónditos
temblores de los instantes
que se escapan imperceptiblemente,
allí, indefenso como una hormiga
ante un río impetuoso,
busco una luz que me mire o una mano
que, calurosa, se prenda de mi vestido
y me traslade al mundo inmortal de las alondras.
Un nudo corredizo ata mi mirada,
posiblemente es el riesgo que existe en
quien quiere ser un ángel
y no una sombra.
ANGUSTIA
En la sutileza
de tu sombra de elípticos balbuceos,
lealmente prendido a ti,
insomne océano de olas,
deshago y rehago mi angustia.
Pienso cómo el tiempo se ahueca,
cómo mi cuerpo se inmaterializa
en sus laberintos
de arácnidos recodos.
El ser, oh el ser,
se me comprime la existencia
en una masa de niebla, como si fuera yo
un objeto que cae y resuena indefinidamente atormentado
por el ruido de mis sentidos de metal.
La angustia se me hace piedra en el alma.
De “La metamorfosis del sueño” (N.Y..)
EL CASTIGO
En brazos me sacarán
de esta jungla de túneles los vigilantes
de silencios petrificados.
Caerá sobre mí el peso del horror, el metal
del sonido y abrirá mi frente
por haber andado descalzo sobre los vidrios
de las tinieblas.
Con un látigo me azotará el eco de los trenes
que huyen de la luz. Jamás el sol
dará su resplandor a los vagones que transportan
la muerte a punto de estallar.
Nunca debí entrar a los intestinos
de la ciudad más alta del planeta, ni rastrear
las huellas de la soledad en lo más profundo
del suelo.
Mi experiencia es semejante
a la de un velero que hincha el viento,
pero que el mar rompe entre sus fauces blancas.
ESPECTROS
Sumergido en las arterias de New York
olisqueo el rastro confuso
de cuerpos que se pierden como fantasmas
en la oquedad del ruido negro.
Crisálidas de acero sueñan una metamorfosis
no de pavesas de átomos de metal ígneo,
sino de claridad.
El silencio cruje, carbonizado,
mientras se muerde la esperanza las uñas largas.
Nunca sale de las tinieblas quien no percibe
el aroma de la luz.
Arriba el mundo crece hasta el cielo,
absorbiendo el líquido de las nubes. Abajo mueren
las ilusiones, las miradas.
De “El ángulo de la hermosura”
I
Idílicos parajes,
los colores reían, atracción sibilina,
acariciaba mi alma.
Cristalizabas en todo.
Sonoro recuerdo,
sensación de frescura.
Es “suave tu risa”.
II
Doncella, brillan tus ojos.
Tu ternura excita los follajes,
exalta silencios.
Tu mirada anima a los montes,
despierta sombras.
Doncella, me seduce, no lo que pareces,
sino lo que tú eres: Belleza.
III
Te busco, Beatriz.
Escalo tu mirada. Vence tu alma.
Por ella, todo, hasta las raíces
de mi árbol.
IV
Hago alianza contigo.
Has bajado descalza, blanco el vestido,
hasta mí.
El aliento que me vivifica te vio.
Me hiciste pasar a tu jardín,
y, allí, sin poseernos, quedamos prendidos.
V
Cruzas frente a mí.
Asciendes hasta tu residencia.
La música es rumor de compases,
lluvia haragana de la tarde.
VI
Ojos ingobernables
escapan tras la gacela de la Belleza.
Museo de luz el iris.
Milagro grande a mis ojos
verle el rostro a la Belleza,
el sonido.
VII
Desgasto mi voz,
esmalto la palabra. Música tus aleteos,
acordes insaciables.
No niegues audiencia a mi pluma,
a mi lira. Cíñeme el alma con la aurora.
Hazme sentir el calor, el silvo del ruiseñor.
VIII
Belleza te doy la desnudez,
los sentidos del alma, abiertos.
Deseo encontrarte con lo último.
Olvidado de todo me sumerjo
en tus corrientes interiores,
allí el mundo se torna cercano,
iluminación.
IX
Lluvia, septiembre, brilla el sol.
Te cubre el arco de las promesas.
Mojados los pies llevas.
Te vi arder en el crepuscular otoño
de los chopos.
Multiplicaste el oro fundido
de la tarde en el lago.
Fuiste Flora, rubor de savia, frutal sueño.
El arroyo perpetúa, faladoladamente, tus pasos.
X
Con tus alas agitas los pensamientos.
Salto a la eternidad, breve en tus brazos.
Tensas mi voz,
provocas la melodía, el iris.
XI
Belleza, fragua de oro en el ancho océano.
Belleza, lo insólito del arrullo; asombro
desnudo del río, limpio e inocente.
Belleza, diamante asaltado por la luz;
rostro tallado en divina piedra.
XII
Semblante sumergido en el espejo,
exposición en el aire,
perfil supralineal, el ángulo de la hermosura,
lunar infinito.
A mí llega, álbea, auroral,
suspirando por mis sentidos.
Simple salta,
fuente de luz insaciable.
GOLONDRINA
Día tras día navego en las cavidades férreas
de New York, peregrinando
como una golondrina en el desierto
de sonrisas ausentes, adivinando
hacia dónde sopla el viento
para seguir sus suaves corrientes seguras.
Subo, bajo, salgo, entro, mas no llego a la
plataforma de la iridiscencia. Será que no hay
una estación para subir al sol, al vértice
del Empire State.
La belleza está manchada de grafitis,
rota como una porcelana.
Es árida la palabra si sale de las cuevas,
de los raíles subterráneos y negros.
Confundido como un grano de arena
en la extensa playa, me hallo
en esta selva amazónica de subsuelo. Aquí
abajo hay vida, pero no sé si estrellas.
FIGURACIONES
Un gran rugido se cierne de la subterránea
tubería por donde las sombras
deambulan desvaídas, tibias, escuálidas.
Hondo llanto el hierro tritura, voraz. Manos
que un día fueron enarboladas
por el tiempo, aquí yacen, rotas,
al filo de lo imposible.
Ojos con la retina caída claman, vidriosos,
desorbitados, un milagro de los cristales.
Creo que un día lo que circula por los rincones
ignotos de las venas abiertas
de estos umbríos senderos
de la subterraneidad neoyorquina
saldrá como un rayo o como un pez,
vibrando febrilmente.
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