Vicente Piedrahíta
(Ecuador 1834-1878)
Poeta, diplomático y estadista, cuya prematura y trágica muerte ha sido justamente llorada como uno de los grandes infortunios que han caído sobre nuestra patria, condenada, al parecer, a sufrir -en muerte aleve o en ostracismo despótico- la pérdida de sus más promisores hijos, propios o adoptivos. Recuérdese a los próceres sacrificados del año 10; recuérdese a Sucre, el invicto e inmaculado; a García Moreno, a Pedro Moncayo, a Rafael Carvajal... y junto a ellos a este ínclito varón, cuya juventud, ávida de expandirse en las luminosas esferas del saber y la cultura; empezaba a dar tan ricos y sazonados frutos, cuando fue tronchada en la sombra por manos de irresponsables o perversos asesinos, incapaces de darse cuenta del mal que causaban, obedeciendo a no se sabe, si indignas e inhumanas venganzas, o consignas protervas e igualmente estúpidas.
No obstante su afán de cultura y sus grandes arrestos de escritor, se puede afirmar que su poesía quedó en ciernes. Obedeció al impulso romántico tan acorde con su generosa naturaleza, hecha a vibrar en torno a todo lo que significa misterio, infinitud, vastos horizontes, lejanías llenas de perspectivas fantásticas; es decir, a todo lo que anuncia libertad, vuelo amplio, espacios nuevos, esperanzas ilimitadas.
Eso le hacía también llorar amargamente, dirigiéndose a su amigo el poeta montañés Fernando Velarde, cuya vida conoció de cerca las desdichas que imponen, al ser dotado de alma, las limitaciones del mundo en que nos ha tocado vivir.
Pero no tuvo tiempo para encontrar su acento personal, y las poesías que nos ha dejado apenas pueden considerarse meros ensayos, anuncios de lo mucho que pudo haber realizado en una madurez reflexiva y proficua.
Como lo dice Vivar, «Piedrahíta tiene algo de los arranques del galanteador de buen tono que, de repente, en medio de sus fáciles conquistas, se siente atraído por la acariciadora mirada de unos grandes ojos negros». Destellos fugaces que, sin embargo, aquí y allá hacen resonar acentos en que su alma pura y apasionada se rebela inconfundiblemente romántica.
Su oscuro sacrificio fue, en la época en que se consumó, pérdida que hizo retrogradar a nuestro país, especialmente en su evolución política. Nos privó de un sucesor digno de García Moreno. Y quién sabe si se logrará aclarar -poner en descubierto- los móviles de la celada que se le tendió en la infausta noche del 4 de setiembre de 1878, justamente al tiempo que la ominosa dictadura que aherrojaba la nación hacía lo posible por perpetuarse.
El poeta
Dedica esta composición al cantor del Pico de Teide, Fernando Velarde, su admirador y amigo Vicente Piedrahíta
Nor second He, that rode sublime
upon the seraph wings to Ecstasy,
the secrets of the abysse to spy,
He pass'd the flaming bounds of place and time:
the living Throne, the sapphire blaze
where angels tremble while thy gaze,
He saw...
Gray.
I
Te dio aquilón su ráfaga tonante,
su furibunda turbulencia el mar,
la cascada su salto de gigante,
el abismo su trazo colosal.
Te dio su hervir el Cotopaxi horrendo, 5
el flamígero rayo su fragor,
el terremoto su ímpetu tremendo,
la trompeta final su vibración.
El águila su vuelo y osadía,
su elevación espléndida el zenit, 10
el universo entero su armonía,
su aspiración divina el querubín.
Te dio el caos sus sombras misteriosas,
sus arcanos la augusta eternidad,
el serafín sus alas fulgurosas, 15
y el mismo Dios su soplo germinal.
II
Grandioso genio, portentoso atleta,
cuando revienta en tu robusto seno
de tus pasiones el sublime trueno
¿dó no retumba su potente voz? 20
Cuando maldices a la tierra impía
y escarneces al hombre corrompido
¿quién no escucha en tu acento dolorido
del cielo la terrible maldición?
Cuando te elevas cual cometa ardiente, 25
y rápido el espacio luminoso
atraviesas en giro esplendoroso
¿quién no se siente arrebatar de ti?
¿Cuándo en las crestas de soberbios montes
tu vuelo agitas, águila altanera, 30
y allá en la cumbre donde el rayo impera
cantas del mundo el grande porvenir?
Sus senos te abre la creación inmensa,
su lenguaje te enseña misterioso,
y la tiara y el báculo precioso 35
de supremo pontífice te da;
y el himno sacro del amor entonas,
y escucha Dios tu cántico propicio,
y víctima y altar y sacrificio
le ofrece en ti la ingrata humanidad. 40
Fúnebres sombras en el alma llevas
pero a tu paso se reanima todo;
la suerte dones te negó y del lodo
perlas sacas de incógnito primor.
Al través del crespón de los pesares 45
tu augusta frente vívida radía:
¡misteriosa y sublime sinfonía
en las tumbas del lúgubre panteón!
Quizá la injusta sociedad te befa
y en ti el Señor la sociedad bendice, 50
la corrupción nefanda te maldice
y te ofreces por ella en redención.
El hombre imbécil de tu amor divino
se burla torpe, de tu ardiente anhelo,
y cual nube esplendente sube al cielo 55
el incienso inefable de tu amor.
III
¡Hijo de la tormenta! Cuando asorda
la tempestad la atmósfera inflamada,
cuando tiembla la tierra consternada
y el rayo miras a tu frente arder; 60
cuando contemplas, cual fantasma horrendo
levantarse la nube altitonante,
cual infernal dragón amenazante,
cual la sombra terrible de Luzbel.
Cuando el océano turbulento brama 65
y horrisonante hierve furibundo,
como hierve el infierno tremebundo
al soplo de la cólera de Dios;
cuando parece que los orbes todos
en cataclismo universal perecen, 70
y las tinieblas y el espanto crecen,
y es un inmensa abismo la creación;
tu espíritu más grande se sublima
y vuela audaz de la tormenta al seno,
tu voz retumba con la voz del trueno, 75
con el rayo fulgura tu mirar;
y al fragor de los vientos encontrados,
y al ímpetu veloz del torbellino,
en un carro de nubes el camino
vas siguiendo del rápido huracán. 80
Y tu alma llena la extensión del cielo,
y cree abarcar la inmensidad sombría,
y el mundo, en tu ardimiento y osadía,
en tus manos quisieras sostener;
y nada entonces sobre ti se eleva, 85
ningún mirar a tu mirar alcanza,
ninguna fuerza iguala tu pujanza,
ningún saber supera tu saber.
Y oyes, acaso, entre el estruendo rudo,
de la música eterna los acentos, 90
del infierno los míseros lamentos
y el terrible anatema de Jehová.
Y acaso entre las nubes tormentosas
al inmenso tu espíritu sorprende
cuando su soplo la borrasca enciende 95
y fulgura en tremenda majestad.
Y mientras tiemblan las feroces bestias
en sus lóbregas grutas escondidas,
tú sientes de entusiasmo estremecidas
tus entrañas al grito de aquilón; 100
y no te aterra el general bramido,
que atruenan más tu pecho las pasiones;
no te aterran los negros nubarrones
que es más negro y furioso tu dolor.
Y no te espanta el formidable rayo 105
porque es un rayo divinal tu mente,
porque arde tu cabeza incandescente
con el fuego vivifico de Dios.
Y más sacude tu ansiedad terrible
tu corazón, en incesante guerra 110
que los pinos robustos de la sierra
del volcán la espantosa convulsión.
IV
¡Alma de la armonía! ¡engendro hermoso
de la luz, el amor y la belleza!
A tu soplo feraz naturaleza 115
vida y galas ostenta por doquier.
Y en tus manos derrama sus tesoros,
en tu frente su rica lozanía,
en tu cantar su blanda melodía,
y en tu aliento el perfume del Edén. 120
Y con su manto espléndido te viste,
y con su brillo tu semblante dora,
te da el concierto de la gaya aurora,
del sol la augusta pompa en el zenit;
el suspiro armonioso de la tarde, 125
de la noche serena la tristura,
sus beleños de plácida ventura,
su cielo de diamantes y zafir.
Y eres entonces corazón y vida
de la creación, espíritu fecundo, 130
lengua sonora y férvida del mundo,
del canto universal el diapasón;
suprema inteligencia, alma infinita,
que la extensión abarcas, y el vacío
en tu ardiente y sublime desvarío, 135
lo pueblas con tu aliento engendrador.
V
¡Oh, quién alcanza a comprenderte nunca
cuando la excelsa inspiración te abrasa!
Mil veces necio el que conciba tasa
a tu rica, sin par fecundidad. 140
¿Quién pudiera seguir tu fantasía
en su vuelo magnífico, esplendente,
cuando soporta su agitada frente
el peso entero de la inmensidad?
¿Quién tus arranques comprender pudiera, 145
tus soberbias, bellísimas creaciones,
que giran rutilantes a millones
en el espacio inmenso de tu ser?
¿Tus criaturas de esencias inmortales
en ignorados goces embriagadas, 150
por un sol perennal iluminadas
en jardines más bellos que el Edén?
¡Oh! en tu arrebato sin igual, sublime,
del universo músico inspirado,
su brillante y magnífico teclado 155
sacudes con poético furor;
y unísonos sus ámbitos resuenan
con prolongada augusta sinfonía,
y en solemne inefable melodía
se inebria tu ambicioso corazón. 160
Pero, siempre insaciable, encuentras débil
la concertada voz del Universo,
que más te exalta tu robusto verso
que el canto acorde de Universos mil;
y más grandes conciertos anhelando 165
te transportas audaz al firmamento,
y al son allí del místico concento
haces también tus cánticos oír.
Y en medio de seráficas falanges
del Excelso penetras al santuario, 170
y del ángel tomando el incensario
el incienso le ofreces de tu amor.
Y cual gran sacerdote de los hombres,
de sus negras miserias condolido,
de majestad sagrada revestido 175
te ofreces por el mundo en oblación.
Y acepta Dios tu noble sacrificio;
la paz y amor y bendición y vida
descienden a la tierra redimida
de su horrible delito de impiedad. 180
Y tú también de tu piedad en premio
con la visión beatífica alumbrado,
de la aureola del justo circundado
desciendes como enviado celestial.
Y ministro supremo del Altísimo, 185
su gloria, su bondad, su omnipotencia,
predicas con la bíblica elocuencia
al obcecado mundo con fervor.
Y del lóbrego abismo en que ahora yace
la pobre especie humana sumergida, 190
de su blasón divino destituida,
en sacrílega guerra con su Dios.
Tú, encumbrarla pretendes esforzado
de la virtud, del bien a la eminencia,
do resplandezca su inmortal esencia 195
y se ostente en su plena magnitud;
y libre, sabia y opulenta verla,
su alta misión de progresar llenando,
uniforme y segura caminando
al templo de la excelsa beatitud. 200
Y el hombre con el hombre para siempre,
y con la tierra el cielo poderoso,
del amor con el vínculo precioso
estrechar en sublime comunión.
Mas ¡ay! pocos, quizá, pocos comprenden 205
tu idioma aquí, celeste peregrino,
y sigues solitario tu camino
cargando el peso enorme del dolor.
Mientras, allá, la humanidad prosigue
corriendo en su demencia furibunda, 210
y ora sube, ora baja, ora se inunda
en las amargas ondas de la mar;
ora blasfema de su Dios impía,
ora menguados númenes inciensa,
ora lo arrasa todo, ora comienza 215
de nuevo, arrepentida, a edificar.
VI
En este valle mísero de llanto,
en este áspero, inmundo, estéril suelo,
las puras flores que te diera el cielo
las ves ¡ay! tristemente marchitar. 220
¡Ay! en tu pecho por tu mal encierras
un inmenso tesoro de ternura
que filtra, gota a gota, la amargura
hasta tu ardiente corazón ahogar.
Hizo Dios de tu alma un foco hirviente 225
de exquisito y grandioso sentimiento,
y el amor infinito por sustento
a tu existencia borrascosa dio.
Y para amar con férvido entusiasmo
la libertad, la gloria y la grandeza, 230
para adorar la púdica belleza,
tu generoso corazón formó.
Hermosas, puras, tímidas mujeres
con fascinantes atractivos viste,
y en ellas ver en tu ilusión creíste 235
los ministros seráficos de Dios.
Y las amaste con febril delirio,
con ciega fe, con entusiasmo santo,
e hirvió en tu pecho el inspirado canto,
y alborozado el mundo te escuchó. 240
Y arrebatado de placer y gloria,
en inefables goces inebriado,
hallar pensaste al mundo transportado
el celestial, inmarcesible Edén.
Y realizados tus ensueños de oro, 245
cuando pintó tu rica fantasía,
el ideal que formó tu poesía
en su ascensión hasta el Supremo Ser.
Mas ¡ay! que en vez de tu pasión sublime
el infame comercio hallaste solo; 250
tras la mentida candidez el dolo,
bajo el velo modesto del pudor...
¡Silencio!...¡sí! que allá el infierno diga
lo que resiste a proferir mi lengua,
que es honrar la verdad, si causa mengua, 255
hundirla en el silencio del dolor...51
Genio divino desterrado al mundo,
tu alimento en la tierra es la amargura,
incesante buscando la luz pura
de tu perdida patria celestial. 260
Son tus gemidos vibraciones lúgubres
que al harpa eterna del pesar exhala;
ningún tormento tu tormento iguala,
no hay ansiedad igual a tu ansiedad.
Tus lágrimas destilan cuando lloras 265
la vivífica savia de tu vida,
y te deja una fibra consumida
cada histérico ¡ay! desgarrador.
Te devora tu misma inteligencia,
tu inspiración aumenta tus pesares, 270
y en tus más tiernos plácidos cantares
a pedazos se va tu corazón.
Mas, yergue altivo la soberbia frente
y el generoso corazón alienta,
que allá el grandioso porvenir ostenta 275
sus refulgentes senos para ti.
Y espíritu inmortal, siempre animando
los hombres que vendrán, tu pensamiento,
resonará tu poderoso acento
de la edad postrimera hasta el confín. 280
Quito, a 15 de octubre de 1855.
Amor y desesperación
¡Amar sin esperanza y con delirio,
comprimir en silencio una pasión...!
No puede el mismo Dios otro martirio
más terrible imponer a un corazón.
¿Por qué te vi, para tormento mío, 5
por qué un instante nos juntó la suerte,
¡ay!, si es verdad que mi destino impío
de ti me ha de apartar hasta la muerte?
El alma, apenas la visión primera
logró de tus hechizos adorables, 10
te idolatró febril, voló a otra esfera
y se inebrió en delicias inefables.
Lo porvenir y cuanto fue; el presente,
la gloria, la fortuna, el mundo, el cielo,
todo en tu ser lo abisma, y piensa y siente 15
que siempre fuiste su infinito anhelo.
Su luz, su numen, su virtud, su ciencia,
su encanto, su ilusión, su poesía,
que no es sin ti posible la existencia
y al universo el alma faltaría... 20
Fue que halló figurado en tu hermosura
el tipo eterno, su ideal divino,
y al corazón mostraba tu luz pura
el vaticinio interno del destino.
Te vi y por eso te adoré; ignoraba 25
tu nombre mismo, condición y estado,
pero una voz mentida me gritaba:
«¿Ves lo que el cielo para ti ha creado?».
¡Sarcasmo horrible de la suerte impía,
burla infernal que tarde he conocido...! 30
¡Ay! ¡para siempre adiós, oh tú que un día,
un solo instante, mi ventura has sido!
Dolor y amor sin fin, tormento eterno,
suplicio atroz de mi ideal divino...
¡Ángel... ¡tal vez! ¿fue el genio del infierno 35
y no Dios quien te puso en mi camino?
Oración
(En el día de mi natalicio)
En este día, como la aurora al mundo,
me mandaste, Señor;
yo te bendigo Espíritu fecundo,
Supremo Creador.
Dichoso o infeliz, Luz de la vida, 5
mi voz te cantará;
regocijada el alma o abatida
siempre te ensalzará.
En el dolor, que ilustra y santifica,
bendigo tu bondad; 10
en la fe, que enaltece y vivifica,
y en la augusta verdad.
Bendito Tú, que el llanto has bendecido
y la tribulación;
Tú, que muestras el cielo prometido 15
al pobre en su aflicción;
Tú, que inspiras al flaco fortaleza,
al soberbio humildad,
al avaro desprecio a la riqueza,
al impío piedad; 20
Tú, que hiciste atractiva la inocencia,
celestial el candor,
inflexible y severa la conciencia,
el deber bienhechor;
que enseñas a morir por la justicia 25
y la eterna verdad,
y al mundo dictas en tu ley propicia,
sublime caridad.
Bendito Tú, que impones la esperanza
y nos mandas amar; 30
Tú, que nos dices que la gloria alcanza
quien sabe perdonar;
bendito Tú, que has dado al sentimiento
inefable fruición,
al noble y elevado pensamiento 35
fuego e inspiración;
a los puros y ardientes corazones,
alteza y beatitud;
al alma, de tu ser revelaciones,
y gloria a la virtud. 40
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