Omar Garzón Pinto
Natural de Bogotá, Colombia. Estudiante de Ciencias Sociales y profesor de Geografía e Historia en el Colegio San Basilio de su ciudad de natal.
Sus poemas han sido publicados en antologías, periódicos y revistas especializadas de España, Guinea Ecuatorial y varios países de Latinoamérica. Ha presentado su trabajo en diversos espacios y certámenes culturales, académicos y literarios de varias ciudades de Colombia. Entre los años 2011 y 2012 se desempeñó como tallerista literario de la Fundación Andrés Barbosa Vivas y ha trabajado, desde el 2008, como profesor de Humanidades (Geografía, Historia y Literatura, principalmente) en varias instituciones educativas de Bogotá y como promotor y difusor cultural de varias colectivos artísticos y fundaciones de la misma ciudad. Autor de los libros de poesía Faro desnudo, editado por la Liga Latinoamericana de Artistas (Bogotá, 2011), Flores para un ocaso, Liga Latinoamericana de Artistas (Bogotá, 2013) y Un poeta es un satélite en constante caída, Senderos Editores (Bogotá, 2015) Dirige el blog farodesnudo.blogspot.com
El fuego da la consistencia
Hubo un tiempo en que todo era sombra, yo también lo era.
Ella dijo mi nombre.
Fui palabra nueva, cuerpo deseado.
Hubo días en que todo era adverbio sustancial hasta que llegó también el adjetivo.
Los días acabaron y llegaron las desoladas noches
la profunda tristeza, la efímera risa, el silencio constante…
Hay momentos en que soy la palabra no dicha
como este poema exiliado que el mundo no oyó
como ese punto final que me niego a poner
y que tal vez muchos marchantes pongan por mi
algunos lustros arriba.
Habrá tardes en que mi nombre será la palabra que brota del prado
cuando la sombra del árbol sin hojas domine
sobre el camino que esconde la huella de la niña sangrante…
De cualquier forma, en cualquier boca, por cualquier medio
como sonido profundo que se llevan los vientos
o símbolo tallado que se oxida en la arena, eso soy:
La clave cifrada que unos pocos entienden
la placa de mármol tallada en las lenguas
que el mundo no escucha
Eso soy: El jarrón agrietado que se humedeció con el llanto y se forjó entre las bombas
la palabra que descubre las ruinas y que perdura en el ocaso del tiempo
las olas del mar como voces forjadas susurrando tu nombre a los hijos del viento.
Eso soy: La patria milenaria que todas las noches agoniza que todas las mañanas se levanta.
A Mahmud Darwish
Roque Dalton “GarCIA”
Tengo un país que me nace en cada herida, que me duele en todo el cuerpo.
Miro hacia el cielo y lo reconozco en mis ojos.
Un país que un día me abandonó
pero que me acompaña a cada paso.
Su recuerdo se hace cicatriz sobe mi piel.
¿Lo podías sentir, amor, lo podías tocar cuando rosabas mis labios con tus dedos?
No, n o podías. Te pasaba lo mismo que a mí:
Estiro mis brazos, le llamo, pero él se va.
Es su soledad la que me pesa.
Tengo un país que me duele en todo el cuerpo
un país que después de golpearme varias veces
hoy por fin me mata.
Más grande que el río es el hombre
Sí, lo sé. Llegará el momento en que mi voz no tenga asidero.
Mis dedos flotarán a la deriva desnudando a los náufragos
y mis huesos tratarán de hacerse luz de Luna entre los ríos.
Faltará mi cuerpo, faltará mi sombra en el paso de las horas
pero mis palabras ya sin carne, sin angustias, prevalecerá.
A Javier Heraud
Carta de amor a Cuscatlán
País mío: Si algún día te acuerdas de mí
te espero en el verso que no fue escrito
en ese que se oculta en los dedos que no te señalan
en ese que susurré a tus oídos y que el viento conoce
en ese que escribe la arena en la playa y que las olas se llevan
en ese que recitamos un día
y que ahora se oculta en la lluvia tardía.
Te espero, país mío, mi hijo
en el poema donde me nombras
en el exilio.
A la memoria de Mauricio Vallejo
Juana María y su arenga en el Tiempo
La única certeza que poseo es que mi cuerpo también es sal
y como sal tendrá que deshacerse algún día en el silencio.
Mi piel será la ausencia, mi hueso el rumor de la sangre que se seca.
Mi palabra: Polvo de Luna que fragmenta balas
El paso del viento entre las ramas.
A Delfina Góchez Fernández, in memoriam
Un poeta es un satélite en constante caída
Sé que caeré y también sé que mi cuerpo
se convertirá en ausencia derrotada.
Aun así, estoy tirado en el suelo
intentando unas líneas victoriosas que se reunirán
al reclamo irremediable de una muchedumbre
en una plaza.
Habré ganado entonces
porque caí como cualquiera
pero nunca me callé
nunca habitó silencio en mí
menos hoy que como última victoria
le grito tu nombre
a las paredes agujeradas
y mucho menos hoy que como última conquista humedezco
mi agitado pecho
con el rojo de tus labios y mi garganta
con el invisible néctar de tu lengua.
Mueren dos veces aquellos que no dicen nada
al momento de su siembra
y aquellos que no pudieron caer boca arriba
para encontrarse con tu rostro
antes que el frío
abrazo de la muerte en la espalda.
A Leonel Rugama
Confesiones en enero
1.
(COSOVEI)
¿Acaso se puede escribir un solo verso sin la agonizante
pero nunca faltante esperanza de verse reflejado en el poema?
14.
(GELMAN)
Cada palabra que decimos nos denuda.
Cada palabra que nos nace nos rescata de la muerte.
23.
(FONZ)
Mírame, poeta: aquí cuelga la estrella viajera
que encontró la refrescante sombra en la aridez del desierto.
26.
(PACHECO)
Se tiene la lucha, se tiene el desierto, se tiene la incertidumbre. En fin, el mundo.
Es necesario el oasis: Si no hay versos, no podremos dar un paso más.
28.
(LOO)
Todo poeta es una promesa mientras vive.
El camino se encargará de decirnos qué tan falsa era cada promesa.
El Evangelio según Sanmiguel
Nos enseñaron a arrodillarnos
cuando arreciaran los vientos del invierno.
Nos obligaron a rogar cuando la lluvia fuerte se posara
en nuestro pecho.
Aprendimos a temer al fuego
por causa de la danza de sus sombras.
y seguían: ni viento ni lluvia cesaban
a pesar de nuestras súplicas
y la llama y sus sombras
eran muy grandes ante nuestros ruegos.
“¡Crean, crean, hermanos!”
nos decían con las manos llenas
mientras nos apuntaban por la espalda con un puñal
como Abraham a Isaac.
Una vez nos dimos cuenta de la niebla
Aprendimos a no huir.
Así encontramos los ojos tristes de Moisés
entre las uvas fermentadas que impregnaban
/la embriaguez de nuestros labios:
Las aves moribundas
y la hedionda brisa citadina
son el eco de la trompeta apocalíptica
que debemos escuchar aterrorizados
o comiendo palomitas de maíz para distraernos
mientras ellos le roban gemidos infantiles
a la noche que esconden debajo de sus camas
para después humedecerlos con sus lenguas y sus ojos
con esos con los que también nos venden sus tierra prometida
más allá de las estrellas.
Los mismos ojos con los que Edith vio hacia atrás
antes de convertirse en la sal
de la que están hechos los detractores de Sodoma
que son también los que necesitan de Gomorra
para vender allí su evangelio de la muerte.
De roja sal están hechos sus atriles
sus argollas y vestidos.
De la misma con la que vendieron a Dios
cuando creíamos que él nos oía.
De sangra porque prostituyeron a Dios para llenarse las manos.
¡Un aplauso para los proxenetas del Cristo caído y del resucitado!
Un aplauso aunque nunca nos mostraron su costado
ni la planta de sus pies
ni las palmas de sus manos.
Nos impusieron cerrar los ojos
para entender el mensaje de los ríos
pero el mensaje de los ríos era muy confuso.
Entonces unos pocos nos aventuramos
A separar nuestras pestañas:
Vimos a los muertos pasearse en sus cauces
chocando con las piedras
desnudos
Sin rostro.
Entendimos que nada se llevan las hojas
cuando caen
y que no hay nada bajo el cielo que nos sea oculto.
Solo necesitamos entender el canto de los gallos
y el vuelo de las aves
en medio de tanto aullido
de tantos gritos
tantas luces de neón.
Nos enseñaron a desear el sonido de las monedas
cuando chocan entre sí.
Para ignorar la voz herida de los niños
para ignorar las nubes que no vio Adán
para ignorar las aves que salieron de los mares
para no ver la lluvia que rosó al borracho de Noé
para enterrar la lluvia al verbo hecho carne
ese que ahora necesita de tu ayuda
porque ya jugó su última carta:
Mandó a su hijo a morir por ti
y lo único que se te ocurrió
fue bañarlo en oro y colgarlo
de tu pecho. Ahora eres salvo.
Nos enseñaron a arrodillarnos para no andar la tierra.
Nos enseñaron a rogar para vivir a la sombra de otros hombres.
Nos enseñaron a cerrar los ojos para no ver nuestro reflejo en el agua
y así por fin poder matar a Dios.
A Tomás Sanmiguel
Natural de Bogotá, Colombia. Estudiante de Ciencias Sociales y profesor de Geografía e Historia en el Colegio San Basilio de su ciudad de natal.
Sus poemas han sido publicados en antologías, periódicos y revistas especializadas de España, Guinea Ecuatorial y varios países de Latinoamérica. Ha presentado su trabajo en diversos espacios y certámenes culturales, académicos y literarios de varias ciudades de Colombia. Entre los años 2011 y 2012 se desempeñó como tallerista literario de la Fundación Andrés Barbosa Vivas y ha trabajado, desde el 2008, como profesor de Humanidades (Geografía, Historia y Literatura, principalmente) en varias instituciones educativas de Bogotá y como promotor y difusor cultural de varias colectivos artísticos y fundaciones de la misma ciudad. Autor de los libros de poesía Faro desnudo, editado por la Liga Latinoamericana de Artistas (Bogotá, 2011), Flores para un ocaso, Liga Latinoamericana de Artistas (Bogotá, 2013) y Un poeta es un satélite en constante caída, Senderos Editores (Bogotá, 2015) Dirige el blog farodesnudo.blogspot.com
El fuego da la consistencia
Hubo un tiempo en que todo era sombra, yo también lo era.
Ella dijo mi nombre.
Fui palabra nueva, cuerpo deseado.
Hubo días en que todo era adverbio sustancial hasta que llegó también el adjetivo.
Los días acabaron y llegaron las desoladas noches
la profunda tristeza, la efímera risa, el silencio constante…
Hay momentos en que soy la palabra no dicha
como este poema exiliado que el mundo no oyó
como ese punto final que me niego a poner
y que tal vez muchos marchantes pongan por mi
algunos lustros arriba.
Habrá tardes en que mi nombre será la palabra que brota del prado
cuando la sombra del árbol sin hojas domine
sobre el camino que esconde la huella de la niña sangrante…
De cualquier forma, en cualquier boca, por cualquier medio
como sonido profundo que se llevan los vientos
o símbolo tallado que se oxida en la arena, eso soy:
La clave cifrada que unos pocos entienden
la placa de mármol tallada en las lenguas
que el mundo no escucha
Eso soy: El jarrón agrietado que se humedeció con el llanto y se forjó entre las bombas
la palabra que descubre las ruinas y que perdura en el ocaso del tiempo
las olas del mar como voces forjadas susurrando tu nombre a los hijos del viento.
Eso soy: La patria milenaria que todas las noches agoniza que todas las mañanas se levanta.
A Mahmud Darwish
Roque Dalton “GarCIA”
Tengo un país que me nace en cada herida, que me duele en todo el cuerpo.
Miro hacia el cielo y lo reconozco en mis ojos.
Un país que un día me abandonó
pero que me acompaña a cada paso.
Su recuerdo se hace cicatriz sobe mi piel.
¿Lo podías sentir, amor, lo podías tocar cuando rosabas mis labios con tus dedos?
No, n o podías. Te pasaba lo mismo que a mí:
Estiro mis brazos, le llamo, pero él se va.
Es su soledad la que me pesa.
Tengo un país que me duele en todo el cuerpo
un país que después de golpearme varias veces
hoy por fin me mata.
Más grande que el río es el hombre
Sí, lo sé. Llegará el momento en que mi voz no tenga asidero.
Mis dedos flotarán a la deriva desnudando a los náufragos
y mis huesos tratarán de hacerse luz de Luna entre los ríos.
Faltará mi cuerpo, faltará mi sombra en el paso de las horas
pero mis palabras ya sin carne, sin angustias, prevalecerá.
A Javier Heraud
Carta de amor a Cuscatlán
País mío: Si algún día te acuerdas de mí
te espero en el verso que no fue escrito
en ese que se oculta en los dedos que no te señalan
en ese que susurré a tus oídos y que el viento conoce
en ese que escribe la arena en la playa y que las olas se llevan
en ese que recitamos un día
y que ahora se oculta en la lluvia tardía.
Te espero, país mío, mi hijo
en el poema donde me nombras
en el exilio.
A la memoria de Mauricio Vallejo
Juana María y su arenga en el Tiempo
La única certeza que poseo es que mi cuerpo también es sal
y como sal tendrá que deshacerse algún día en el silencio.
Mi piel será la ausencia, mi hueso el rumor de la sangre que se seca.
Mi palabra: Polvo de Luna que fragmenta balas
El paso del viento entre las ramas.
A Delfina Góchez Fernández, in memoriam
Un poeta es un satélite en constante caída
Sé que caeré y también sé que mi cuerpo
se convertirá en ausencia derrotada.
Aun así, estoy tirado en el suelo
intentando unas líneas victoriosas que se reunirán
al reclamo irremediable de una muchedumbre
en una plaza.
Habré ganado entonces
porque caí como cualquiera
pero nunca me callé
nunca habitó silencio en mí
menos hoy que como última victoria
le grito tu nombre
a las paredes agujeradas
y mucho menos hoy que como última conquista humedezco
mi agitado pecho
con el rojo de tus labios y mi garganta
con el invisible néctar de tu lengua.
Mueren dos veces aquellos que no dicen nada
al momento de su siembra
y aquellos que no pudieron caer boca arriba
para encontrarse con tu rostro
antes que el frío
abrazo de la muerte en la espalda.
A Leonel Rugama
Confesiones en enero
1.
(COSOVEI)
¿Acaso se puede escribir un solo verso sin la agonizante
pero nunca faltante esperanza de verse reflejado en el poema?
14.
(GELMAN)
Cada palabra que decimos nos denuda.
Cada palabra que nos nace nos rescata de la muerte.
23.
(FONZ)
Mírame, poeta: aquí cuelga la estrella viajera
que encontró la refrescante sombra en la aridez del desierto.
26.
(PACHECO)
Se tiene la lucha, se tiene el desierto, se tiene la incertidumbre. En fin, el mundo.
Es necesario el oasis: Si no hay versos, no podremos dar un paso más.
28.
(LOO)
Todo poeta es una promesa mientras vive.
El camino se encargará de decirnos qué tan falsa era cada promesa.
El Evangelio según Sanmiguel
Nos enseñaron a arrodillarnos
cuando arreciaran los vientos del invierno.
Nos obligaron a rogar cuando la lluvia fuerte se posara
en nuestro pecho.
Aprendimos a temer al fuego
por causa de la danza de sus sombras.
y seguían: ni viento ni lluvia cesaban
a pesar de nuestras súplicas
y la llama y sus sombras
eran muy grandes ante nuestros ruegos.
“¡Crean, crean, hermanos!”
nos decían con las manos llenas
mientras nos apuntaban por la espalda con un puñal
como Abraham a Isaac.
Una vez nos dimos cuenta de la niebla
Aprendimos a no huir.
Así encontramos los ojos tristes de Moisés
entre las uvas fermentadas que impregnaban
/la embriaguez de nuestros labios:
Las aves moribundas
y la hedionda brisa citadina
son el eco de la trompeta apocalíptica
que debemos escuchar aterrorizados
o comiendo palomitas de maíz para distraernos
mientras ellos le roban gemidos infantiles
a la noche que esconden debajo de sus camas
para después humedecerlos con sus lenguas y sus ojos
con esos con los que también nos venden sus tierra prometida
más allá de las estrellas.
Los mismos ojos con los que Edith vio hacia atrás
antes de convertirse en la sal
de la que están hechos los detractores de Sodoma
que son también los que necesitan de Gomorra
para vender allí su evangelio de la muerte.
De roja sal están hechos sus atriles
sus argollas y vestidos.
De la misma con la que vendieron a Dios
cuando creíamos que él nos oía.
De sangra porque prostituyeron a Dios para llenarse las manos.
¡Un aplauso para los proxenetas del Cristo caído y del resucitado!
Un aplauso aunque nunca nos mostraron su costado
ni la planta de sus pies
ni las palmas de sus manos.
Nos impusieron cerrar los ojos
para entender el mensaje de los ríos
pero el mensaje de los ríos era muy confuso.
Entonces unos pocos nos aventuramos
A separar nuestras pestañas:
Vimos a los muertos pasearse en sus cauces
chocando con las piedras
desnudos
Sin rostro.
Entendimos que nada se llevan las hojas
cuando caen
y que no hay nada bajo el cielo que nos sea oculto.
Solo necesitamos entender el canto de los gallos
y el vuelo de las aves
en medio de tanto aullido
de tantos gritos
tantas luces de neón.
Nos enseñaron a desear el sonido de las monedas
cuando chocan entre sí.
Para ignorar la voz herida de los niños
para ignorar las nubes que no vio Adán
para ignorar las aves que salieron de los mares
para no ver la lluvia que rosó al borracho de Noé
para enterrar la lluvia al verbo hecho carne
ese que ahora necesita de tu ayuda
porque ya jugó su última carta:
Mandó a su hijo a morir por ti
y lo único que se te ocurrió
fue bañarlo en oro y colgarlo
de tu pecho. Ahora eres salvo.
Nos enseñaron a arrodillarnos para no andar la tierra.
Nos enseñaron a rogar para vivir a la sombra de otros hombres.
Nos enseñaron a cerrar los ojos para no ver nuestro reflejo en el agua
y así por fin poder matar a Dios.
A Tomás Sanmiguel
Noche en Bojayá
Al sur del Darién
los hijos de la tierra
observan, respiran, se estremecen,
en una pequeña iglesia,
el miedo y la zozobra también.
Se quita el ministro los hábitos;
tiene la cara pálida y fría.
De pronto… ¡Un estruendo infernal!
¡Decenas de voces
de mulatas como en parto
derrumban las paredes!
Fuego, lluvia;
Negros se vuelven los dientes,
de llanto se tiñe la brisa…
Una muñeca de trapo
en el altar…
Una puerta tendida en el suelo…
Lágrimas con olor a ceniza…
Árboles de selva húmeda…
Ríos en duelo…
Cuentan la historia
mientras llora un niño.
Soldado de permiso con premio entre los dedos
¿En qué momento un brazo
toma la forma de una hoja que cae?
¿En qué momento la partida de un barco
se divisa en lo profundo del océano?
¿En qué momento un hombre libertario
hace el papel de un inquisidor?
En el momento en que un dedo nocturno
mata a una paloma y le cierra los ojos.
En el momento en que un centinela
renuncia a su torre y se embriaga con oro.
En el mismo momento en que una guerra
se convierte en un hijo muerto.
Caso de bardolatría
Dije que este sería mi último verso leído,
pero otra vez mentí;
Lo mismo dice la muerte de mis noches,
ese viento no sé de donde,
no sé de cuando.
La muerte, como la poesía,
es un vicio que nunca llega,
que nunca termina…
Cosas de niños
Estuve en Alejandría.
Aprendí que el fuego quema conciencias
y no papeles.
Que el viento pasea cenizas de letras y voces.
Que el mar es testigo de lo que no sabemos
y una lanza nos mata todos los días.
Nos hacemos más fuego y menos gente.
Venas abiertas
Hoy espero bajo la lluvia.
No soy un árbol,
nunca lo quise ser.
Ahora mojado
entre las sombras
que me señalan,
pero tampoco luz.
Un trueno, dos, tres, cuatro,
¡Doce!
Y ninguno me cae encima.
Tan sencillo llorar
cuando eres fiel
a una existencia
que no es un árbol.
El mesón y la vida
Este refugio entre albahaca y azafrán.
Un techo manchado de aceite: aurora boreal,
que refleja el recuerdo mi infancia
con elegantes pinceles mojados
y voces prohibidas y flores abiertas.
Verde refugio; santuario nostálgico
donde me resguardo del mundo sensible,
del mundo de grises telas y paisajes opacos.
Me sumerjo en mi cueva afable,
lugar ideal de copas, burdeos y riojas;
De platos como pinturas rupestres
llenos de frutas desnudas por mis manos,
por mis dientes y mis ojos huraños
como putas necesitadas de verdaderos bríos
(tristes niñas miradas senilmente).
Olvido que soy porcelana,
un simple adorno de mesa quebrándose,
y, solo aquí, soy persona,
solo aquí puedo morir bebiendo tés
y riendo, pero al fin vivir de verdad,
recreando recetas en platos vírgenes,
levantando las manos como olas.
¡Gritar, fumar, morir!
Pero al fin vivir.
Piel
Piel, límite de la vana realidad
y frontera de sueños fugaces,
de clamores eróticos
y transparentes;
De corazones descarriados,
y brazos impetuosos
que colindan con deseos sin rostro
tristemente desconocidos.
Ignorante piel
la que consiente dedos errantes
y humedece labios con gemidos,
se compara con las rosas
pero no sabe que es el rocío,
se duele y grita con las olas
sin embargo no recita el canto
de los pájaros.
Encanta su silueta pronunciada y blenda;
finamente esculpida, suavemente marcada
por rocas hirientes. Ya no es piel,
es hiel,
es deseo,
es ídolo,
es blanco y es negro;
es cicatriz,
es tiempo pasado y presente;
Es vanidad, es barro y es espejo.
Es la parte inerte de la muerte.
Fragmento de tu silueta
Sabes a mañanas de delicados aromas,
a destellos de luz extraviados
en lo profundo del rocío matinal;
Sabes a labios cerrados
con la yema de mis dedos,
al canto del agua
que brota de un olvidado manantial
y se sumerge en la inmensidad de tu piel,
siempre tan distante, tan soñada…
Sabes a néctar, a sabia, al verde de las hojas
que se mecen con el paso de la sombra de la vida.
Hoy sabes a amor,
a espejo, a dos almas encontradas como
un galardón esperado,
y la lluvia… la lluvia siempre testiga
de tu silueta y de tu cabello,
como auroras sublimes.
Podría decir que mañana
sabrás a recuerdo,
a un sueño de jardines sicodélicos,
pero
tu nunca sabías, tus ojos nunca sabían,
siempre son, y tu voz nunca fue,
siempre es,
como un canto de paraísos desérticos
o estas líneas ¡o la nada!
Occiso II
Las estrellas se cubren
como el brillo de tus ojos
y la lluvia cabalga
mis labios secos
después de que sus ráfagas malignas
atravesaron tu vientre.
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