Antonio Pérez Carmona (Venezuela, 1933-2006). Es uno de los más polifacéticos intelectuales venezolanos del siglo XX.
Nació en Escuque, estado Trujillo, el 8 de junio de 1933. Periodista, investigador de la historia indígena y crítico de arte, aborda con frescura y originalidad la poesía, el cuento, la novela, el ensayo y la crónica.
Desde muy joven se incorpora a las luchas sociales de su país, por lo que sufre prisión y torturas al final de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Luego de unirse al movimiento insurreccional de la década de los 60, se exilia en España.
Entre sus libros destacan los poemarios De la nostalgia (1983) y De la guerra y la ternura (2005); las novelas Paula (1986) y Cambises (1998); los relatos Hombres y tierra mágica (1982) y Muerte por agua (2005), así como los ensayos Los cuicas y sus herederos poéticos (1979) y Viaje por la poesía venezolana y el orbitar universal (2004), cuyo segundo tomo dejó inédito.
A pesar de la poca difusión de su obra, en el 2006, año de su muerte, había sido postulado por la Universidad de Los Andes al Premio Nacional de Literatura.
Infancia, nostalgia, memoria y ausencia, son los vasos comunicantes de una hermosa propuesta literaria hilvanada con un verbo elegante, profundo y de alto vuelo poético.
Alejado de movimientos y grupos literarios, Antonio Pérez Carmona estructuró, sobre la base de la recurrente referencia telúrica, nostálgica y mítica a su Escuque natal, una sólida y subyugante obra que espera se descubierta por los lectores de nuestro tiempo.
Destacados escritores como Juan Calzadilla, Dámazo Ogaz, Ramón Palomares, Adriano González León, David Cortés Cabán, Víctor Bravo, Pascual Venegas Filado, David Alizo, Héctor Mujica, Oscar Guaramato y Gustavo Pereira, coinciden en su valoración hacia la prolífica y obra de este creador venezolano.
El violinista
A Ramón Pérez,
mi padre.
No sé qué suave mezcla de árboles y estrellas
flotaba en aquel bosque,
que hoy, como crótalo de infancia
perturba mi memoria.
Desconozco ese paisaje de témpanos y vocales
navegando a piel de agua,
pero no puedo exiliar el reino de relámpagos
donde el extraño violinista abría doradas sendas
para sepultar la tristeza de la tarde.
Aún en este tiempo de horóscopos y viajes
de lluvias, sonidos y colores,
mis ojos como marchitas pasionarias en las sienes,
continúan aferrados tras la marcha nupcial
de ese remoto esplendor de pájaros y flores.
El poeta
A Julio Sánchez Vivas (+)
Lejano huésped de mi sangre infantil
que abrías soñadas rutas
en aquel universo de bosques y fragancias.
Inclinados aún yacemos sobre la comarca de antaño
poblada de abisinias y lirios de la noche,
donde tú, amado poeta, desterrabas al demonio.
Cuántas vueltas ha dado la rueda
y en las piedras y el musgo
flotan las notas de un país extraño
que nuestros ojos exiliados no pueden contemplar.
Oh caballero de ojos aguamarina
que nos sumías en el reino de la lluvia,
con los príncipes de la belleza,
esos que desaparecieron antes de los treinta años,
como los jardines en flor,
que nos hablabas del viaje sin retorno de Shelley
para asistir al aniversario de John Keats,
que unías el luto de Novalis, la soledad de Lautréamont
y la tristeza de los aedas malditos.
Lejano huésped de mi sangre infantil
los poetas se atan en la vida y en la muerte.
Retorno de la imagen
En el génesis del invierno conocí tu partida.
Fue en el comienzo de los grandes viajes nocturnos
cuando las aves eran las portadoras del tiempo.
Entonces invoqué: tus promesas, tus besos;
los paseos en el parque bajo el sol de noviembre,
las largas travesías al fondo de la noche,
los retornos felices a los días de mi infancia.
A la hora del bosque robaba tu sonrisa
cuando los grandes árboles retaban las estrellas.
¿Recuerdas? Era el tiempo de nuestra adolescencia
y estábamos signados de inocentes presagios.
Ahora la distancia me consume en historias,
en cartas empolvadas de relatos antiguos
que suelo contemplar a solas con la noche.
Helen
Cuando el sol ha madurado
y las esbeltas mujeres están teñidas de oro
y los pájaros dejan silbidos de tristeza,
entonces, Helen, no me queda otro pensamiento sino en ti.
Helen, la joven muerta en el desfile de los primeros vientos del invierno
y en el instante en que sobre las altas colinas rezaban los pájaros de octubre.
Helen, capaz de formar con el sol y la lluvia los más bellos dibujos infantiles,
de raptarse las nubes
y tender el arco iris sobre el mar.
Su manto de nostalgia cubría todos los rincones de la tierra,
golpeaba a las parejas de enamorados en los parques,
anunciaba suntuosamente las maravillas del sur,
erguida, como las aves que cruzan el horizonte y sonríen ante los extraños cielos.
Ahora, Helen, en medio de esta soledad que huele a sangre,
no me queda otro pensamiento sino en ti.
Pienso tanto.
En tu boca de paloma desangrada,
en tus ojos que hablaban con profunda timidez,
en tu talle de flor adolescente.
Pienso tanto, Helen, que quisiera cubrirme con el manto de nuestros antiguos tiempos.
Aniversarios
He cumplido tantos años
que cargo siglos sobre mis espaldas.
Me da tristeza recordar estos aniversarios, pues mi corazón en cualquier momento se paralizará como el de aquel robusto caballo que murió el verano pasado.
He cumplido tantos años, que guardo el esplendor y el ocaso de la vida,
la nostalgia y la alegría de este efímero tránsito frente al alba y las estrellas.
Sin embargo tengo a Helen y Alix, testimonios melancólicos adheridos como costras milenarias.
Helen, la pequeña adolescente, muerta cuando llegaban los primeros vientos del invierno.
Alix, el amor que siempre me acompaña aún en las soledades infernales.
He cumplido tantos años
que sólo me resta guarecerme en las memorias y en las hebras de la infancia,
asistiendo en estos aniversarios a mis propios funerales.
Eterna soledad
Sólo los muertos están en la soledad, tristes y olorosos a polvo,
en medio de un jardín antiguo cubierto de leyendas.
Sólo ellos están escuchando la amarga canción del tiempo
mientras en la tierra transcurre amor, nostalgia, ausencia.
La lluvia nos trae sus rostros dulces y lejanos,
perdidos en la memoria, en la distancia de los días,
esos muertos misteriosos que nos rodean:
muertos afables, hundidos en el silencio de las cosas.
Estamos en la tierra, estamos en el cielo, estamos en el tiempo.
Estamos penetrando a cada instante al reino de los muertos.
Somos los hombres que echamos una mirada al pasado,
allí donde el oleaje escribió bellas historias,
allí donde el corazón fue amor, paz;
donde únicamente hubo ternura para conquistar al mundo.
Ellos fueron nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros hijos.
Había resplandor y nostalgia en sus ojos,
Los muertos que duermen olorosos a polvo,
ocultos en la ciudad de la tristeza.
Como homenaje tierno hay una canción hermosa,
el réquiem del silencio en nieblas melancólicas,
el brindis del insomnio atrapando sus voces,
los muertos solitarios olorosos a polvo.
DE LA NOSTALGIA
Una existencia en el oleaje, tal la del náufrago que va empalmando sus brazadas en el aire, asido a las ramas de la infancia, de la juventud y la madurez, trepidado por los ecos de las cosas, seres y paisajes desdibujados, olorosos a tristeza, conforma esta atmósfera que invita, a través de un estilo cristalinamente descriptivo, a sumergirse en ese mundo lírico, pero no por ello menos brumoso y angustiado, que es el De la nostalgia.
Poesía ésta, la de Antonio Pérez Carmona, nacida de su soledad y de los elementos vivenciales como un enfrentamiento a la vida para esculpir el mensaje, nada órfico ni onírico, sino profundamente personal en lo circundante, triturado lentamente por la melancolía y la muerte.
En un lenguaje alado y denso a la vez, el poeta va englobando o tejiendo el levantamiento catastral de los aluviones que a ras de su niñez hasta hoy, están depositados en su memoria, en las concavidades misteriosas de su ser.
Y desde los bosques, el pozo, la noche, el contacto estremecedor con la pequeña ciudad, el conocimiento trágico de los grandes poetas y las oraciones a los amigos fugados al inmenso reino, se respira en este hermoso libro, una especie de vaho luctuoso, que como las fragancias nocturnas, aprisiona al lector.
Seguros estamos del magnífico reconocimiento que en el ámbito nacional obtendrá de parte de la crítica calificada, esta bella y auténtica obra poética De la nostalgia.
Dámaso Ogaz (1983)
De la nostalgia, del poeta Don Antonio Pérez Carmona
Al “huésped más puro y silencioso”
De la nostalgia es un libro profundo y conmovedor, donde las imágenes del pasado y el presente se funden para proyectar una visión integradora del mundo del poeta. En esa visión vemos su infancia resplandeciente y su adolescencia clara y nostálgica. Una nostalgia causada por la contemplación y reflexión de la vida, pues el poeta no se aparta nunca del recuerdo de familiares y amigos, ni del paisaje de su pueblo, ni de la flora y la fauna, ni de la noble convivencia cotidiana que enaltece de humanidad su obra poética. Llama la atención el sentimiento que subyace en cada palabra, el tratamiento de los temas y motivos que configuran la estructura total del libro. Con un lenguaje impregnado siempre de un intenso lirismo, Pérez Carmona nos muestra el camino más exacto para llegar al alma de las cosas: el amor como un oleaje relampagueante, la familia, los hijos, los amigos y las experiencias de la vida matizadas por una mirada amorosa y nostálgica. De esa nostalgia le llega como un manotazo terrible el sentimiento de la muerte y en la espesura del tiempo siente la silenciosa presencia de otros poetas (Keats, Shelley, Novalis, Verlaine, Baudelaire, Poe) como si fueran acompañantes en la continuidad de su poesía: “Somos los hombres que echamos una mirada al pasado, / allí donde el oleaje escribió bellas historias, / allí donde el corazón fue amor, paz; / donde únicamente hubo ternura para conquistar el mundo”, nos dice.
Y es que lo que hallamos en la poesía de Pérez Carmona es el hallazgo de un lenguaje que trasforma nuestra percepción del mundo y de la vida; el sentimiento de una expresión poética que deja en los ojos el permanente asombro que nace de lo más hondo del espíritu como aquel “himno gigante y extraño” que quería Bécquer que fuera la poesía.
De la nostalgia representa la imagen de ese himno que transforma nuestra manera de sentir la realidad y en cuya esencia la vida del poeta resplandece igual que “esa frágil ave del paraíso” que va por el cielo de sus versos.
David Cortés Cabán
Nueva Cork, 22 de marzo del 2007
I PARTE
DE LA NOSTALGIA
“Los dioses destinaron a los míseros mortales
a vivir en la tristeza”.
La Ilíada. Canto XXIV
AQUELLOS DÍAS LEJANOS
A Heberto, Nelson
y Alfredo Pérez Carmona,
mis hermanos
I
Henos aquí, hermanos del alba y del ocaso, donde flota el amor y el dolor, la luz y el llanto.
Henos aquí, en este tránsito hermoso y terrible donde la aurora se besa con la noche para proclamar la historia efímera del hombre.
Porque si grito al mundo mi canto, que yo poeta, solitario y dionisíaco, creo
que es de maravilla, no estoy sino asistiendo como actor a una farsa para
imponer la belleza a golpe de herida lacerante.
Traigo a vosotros un teatro cincelado en imágenes, con arabescos fastuosos,
máscaras y escenarios ridículos.
Es ella una pieza fascinante, pero triste como la partida de la madre y de la
amada.
Sin embargo hablaré en este primer acto de cosas dulces, de recuerdos frágiles,
para no destruir la esperanza y las rutas del ensueño de quienes adoran al planeta tierra.
Porque yo poeta, cantor y dionisíaco, tiro a la oscuridad, a lo remoto, la
muerte y la soledad, enarbolando las banderas del amor, de la nostalgia y la
victoria.
II
Ignoro el espectáculo del día cuando eclosioné en fruto
y mis padres me inscribieron en el correr de los años para darme arquitectura
material.
Hubo el festejo solemne: un brindis tan semejante al del ciego que recobra la
luz para quedar deslumbrado ante el paisaje matutino.
De esa historia nada sé, pero posiblemente armé una fábula de sonrisas, de
besos, de gritos y jolgorios.
Mi madre campesina y mi padre desbocado juntáronse en viejas tradiciones
para colocarme un nombre totalmente contrapuesto a mis futuros devaneos
anárquicos y báquicos.
Confieso que nunca he tenido rencor contra ellos, y ni el fuego y ni las
cascadas de mi espíritu, han tocado los límites de esa amable pureza.
Sentí los primeros encantos en sus manos y sus voces, y de pronto se me abrió
el mundo de la infancia, convite de pájaros y albercas, de mariposas y
“caballitos del diablo”.
Había un jardín silvestre y un bello “pan de año”, un pozo donde minúsculos
peces jugaban al amor.
Una senda abierta que concluía en la casa de La Viuda, quien nos
alimentaba con pomarrosas y dulce de toronja.
Extraña estampa donde la soledad cantaba la oración más triste.
Por eso cuando furiosamente aniquilado por la angustia, me cruzo en un patio
de malabares y jazmines, siento un horrible palpitar hacia los años idos.
Y me pregunto: ¿Dónde estará el plato decorado con lotos y mujeres japonesas?
Y escucho el llanto y las palabras de la niña que hablaban del padre moribundo.
Fue el encuentro inicial con la nostalgia y el manto de la lluvia.
Ah infancia, maravillosa y encantadora infancia, únicamente empapada por
esas gotas de vinagre.
Infancia que murió en un viaje neblinoso, en un camino inmensamente
melancólico.
III
Mi abuelo tenía los ojos azules y narraba que había venido de un lejano país.
En las tardes color vino me tomaba entre sus piernas y dejaba escapar sus
risueñas historias.
Una noche enmudeció y me llevaron a besar su rostro, pero no vi su mirada
bondadosa.
Después tocole ese extraño viaje a mi hermana que tenía los cabellos de trigo.
Y les advierto, hermanos del alba y el ocaso, que siendo niño tuve grandes
deseos de morir.
¿Habéis visto acaso un niño macerado en el dolor?
Y esta fue la primera herida de mi infancia, y ella continúa presente en una
nave gris que designan nostalgia.
Barca de pájaros jumíes, sin bosques ni albercas, ni narcisos ni perfumes.
Gigantesca catedral de música y oraciones lacrimosas,
de altares pintados con mi sangre,
de cuerpos y memorias perdidos en el vacío.
IV
Después vino el hallazgo de la ciudad.
Mi madre absorta, hundida entre el humo y los falsos sortilegios
y yo descubriendo los colores de exóticas naciones en libros arbitrarios.
Atrás habían quedado el musgo y las cigarras, los azulejos y las brujas,
que no obstante aparecían en las lluvias y relámpagos de junio.
Pero yo, ingenuo adolescente, iba transitando otros reinos, otros ámbitos.
Conocí, por ejemplo, en la margen del río, las flores del sexo
y fui ángel y lobo en esas ceremonias de espumas, alcoholes y manzanas.
V
Hubo la cita en el invierno y me presentaron a los héroes.
Vi a Alejandro, hermoso príncipe de veintiún años, conquistando toda Persia.
Vi las más bellas mujeres rasgándose las vestimentas de tul en una danza de la maravilla y la poesía.
Pero el hijo de Filipo díjome que era infeliz.
Y hablé con César y éste me confesó su soledad.
Napoleón, ebrio de amargura en Santa Elena, negose a narrarme sus victorias y su gloria.
Y al fin, cortando las espesas nubes, divisé a Bolívar.
Y a gritos que estallaban en el cielo, le exigí el relato de lo eterno.
Y Bolívar, mi padre, con tono melancólico, expresó: Mirad mis ojos tristes
porque los hombres jamás aprenden la lección de la vida.
Y desapareció, fragmentándose en espejo de colores.
VI
Este es el primer acto del teatro innavegable,
porque bien podría abrir las cortinas con la presencia de la muerte.
Pero hace un tiempo exquisito, intervalo no apto para cadáveres y fantasmas.
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