lunes, 17 de octubre de 2016

CARLOS E. QUIRÓS MENA [19.300]


Carlos E. Quirós Mena

Poeta. Originario de Pérez Zeledón, Costa Rica. Vive en San Isidro, San José, Costa Rica.
Ha publicado: Los pájaros tardíos. Editorial: Lean Poesía, Editores
Los autores y hermanos costarricenses Carlos Eduardo y José Francisco Quirós Mena presentan sus poemas en un mismo libro. Este se ha dividido en dos partes con dos portadas distintas: por un lado, Los pájaros tardíos; por el otro, El clavo que nos ata. En cada sección se presentan respectivamente 29 y 26 poemas .



En el prólogo comenta el escritor nacional Eric Conde: “El texto de Carlos y José Francisco es un canto a la esperanza que hurga en dos humanos: el del dolor y el de la felicidad”.


CUANDO LLUEVE

Con la tardes lluviosas
me gustaba escarbarle al silencio
la luz de los recuerdos,
ellos son el misterio del presente
y la comunión del mañana;
con la lluvia envejece el horizonte
y sangran los celajes en los cristales;
cuando llueve los pájaros se llevan
en sus plumajes el asombro de los
bosques.

Los días amanecen de pie en el alero
y la mirada entristece la sed de las montañas.
no queda espacio en el regazo del sol,
ni bodoques de luna en el espejo.

Cuando llueve,
la música del viento olvida
sus partituras en los rincones
y sangra huellas el párpado
en su dolor.

El labio es un fantasma
desangrado en la soledad
de los ojos.



DESDE LA VENTANA

La sombra del sendero
diseña la lucha de la distancia
sobre el argumento breve del celaje,
la voz del pájaro acrecienta la nostalgia
y el viento es solo un viaje irrepetible
en la joroba del silencio.

No queda lugar en el llanto de la noche
y la montaña se cubre de oraciones,    
que bajan llevándose las luz de los carbunclos.

A lo lejos la vida es un sueño herido
entre risas que se pierden bajo el eco,
de un cierzo angosto de ilusiones.

Las huellas arden en las manos
como lámparas de sal,
y sangran uñas las pupilas.

Desde aquí veo,
escucho
y palpo,
como revienta la elegía de la sombra 
que despierta la mañana.

Desde la ventana,
presiento el pájaro que arrodilla puntual
su lucha en el espejo.


AMADA

La lluvia amanecía de rodillas
en el silencio,
como una tarde esperando
la sombra del invierno.

Ya no cabe el canto de la llena
en la fuente antigua y sin recuerdos;
al camino le estorba la distancia.

Las aves remiendan la arcilla y el paisaje
con sus plumas pobladas
de nostalgias.

No se escucha ya el canto
amarillo del mediodía 
ni se humecta la piel de los relojes,
ni canta la risa del viento   
en los ventanales.

Amada,
Hay ausencias de acentos en las uñas, 
a veces pienso que la vida 
es solo el recuento de alas ya movidas,
un viaje de horas olvidado
en el bolsillo,
una maleta donde solo cabe
la sombra y la mirada.

La lluvia es solo tu paso habitante
en el rincón precarista del espejo.



TODO SE HA IDO

Con el paso de una tarde ansiosa de certezas,
y la mirada añeja de arrecifes,
en el ojo del poniente la sonrisa 
adelgaza la estatura de la luz.

No quedan voces, ni salmos
y en el pecho de los jilgueros
ya no cantan las orquídeas.

En las manos ensombrecen los violines
como espumas de estelas sin mañana,
y en la ventana no se escucha
la canción antigua de los peces.

Por el alero del silencio
se fueron los cisnes que tejían
su lucha en los aljibes,
con ellos se fueron
la risa, el fuego,
 y el sueño de las acacias.

También se ausentaron
los arrozales, los poemas
y la espiga que se bebía
la leche del espejismo.

Todo se ha ido,
tu cuerpo,
tus gemidos
y las noches del amor
que amanecían temblorosas
en el humus de tu piel.



ESTUVIMOS ALLÍ

Sobre el filo de una madrugada
que nos dejaba esencias de luz
en el cuerpo;
con el paso furtivo de las horas,
llenando de miradas,
el suspiro expectante del latido,
y el paso sigiloso de los neones
en la curva exacta y cadenciosa
del espasmo.

Allí estuvimos,
palpando la sangre arrinconada
en la estatura de la alcoba,
hundidos en el regazo del sudor
llenando de labios,
la inquieta perplejidad de las alfombras.

Estuvimos,
intangibles, exhaustos
bajo un vaticinio de golondrinas
vencidos en la piel.

Estuvimos allí,
esperando el desenlace de la luz
bajo un abecedario de gorriones,
bebiéndonos  la sed en el espejo. 



NO FUE NECESARIO

Traer el sortilegio del caracol
ni la brizna que colgaba  lágrimas
en los balcones,
tampoco su canto de espumas sin medida.

En el tiempo se siembra la esperanza
y el reloj es solo un duende disfrazado
en sus agujas.

Cierta es la escarcha de la espera
que amanece en la espalda del silencio
como un viejo arco iris poblado, 
de recuerdos.

No fue preciso,
remendar la ruta de los girasoles
ni el viaje prematuro de las gaviotas.

Por el vuelo misterioso de una tarde
se fue la piedra,
el sendero,
y el grito del viento en retirada.

La paz no sabe de rastros ni oraciones,
y el bálsamo se ausenta sin aves
en el pecho.

No fue necesario romper la música 
de las orquídeas,
ni la sonrisa que convoca mariposas,
sobre el espejismo de una noche
plagada de incendios en la piel.
    


CUANDO

Cuando las tardes se duermen sobre
la libertad de las manos,
y los horizontes sangran en la quietud
de los caminos,
la vida se desgaja como un arco iris
encorvado en la distancia.

No queda espacio en el ala del silencio
para sustraerle rituales
al grito de tu carne
que se llena de preguntas.

En la ausencia se mide la estatura
del ave y su sonrisa,  
y la veracidad del ojo olvidado
en los rincones.

El tiempo es un fantasma
urdido en el eco del regreso,
un viaje sin tiples en el alma.

La ciudad amarilla en soledad
y la sombra se echa al hombro
la silueta del espejo

Cuando llueve
trasplanto la nostalgia de tus labios
le lleno el nombre con sonrisas,
y le zurzo el pecho con palomas.



MAYO ES

A hurtadillas voy desgranando
la sombra de tu pelo,
el aire trae   
duendes de miel en el semblante.

Es noche en el párpado del espejo
y la lluvia amaga en la ventana.

Mayo es la espiga del invierno
y en sus cojines los amantes
se funden bajo el canto
vertical de los violines.

Tiene el olor celeste de los rincones
y la mirada- cuarzo de los cristales,
es el iris que pronuncia 
la voz de nuestras formas
bajo la luz de los susurros;
la puerta por donde se asoma
la complicidad del horizonte,
y el sitio donde embisten los luceros
la sed de las caricias.

Mayo es la estrategia del espasmo,
la silueta de tu cuerpo,
donde bebo la miel
de tus orquídeas.  
  
El oasis perfecto para  desabrochar
la vigilia de tu noche
bajo una prolongación de labios.

      

DESCUBRO

Al silencio le nacen aves en el alma,
y siluetas de mujer
le llenan los celajes al umbral.

En la ventana  revientan las glicinas
y se tejen de canciones los relojes.

No queda espacio en la mirada
de los peces,
ni surcos de luz para esconder
la risa de los abedules.  

En la brevedad de la hojarasca
encuentro que tus piernas son un incendio
de gorriones abriendo la humedad de la mañana.

En la calma caben la espera y las manos
que presagian la oración del camino,
y conspiran las canciones y los sauces.

Las tardes abarcan el rumbo y su distancia,
y no hay certeza en el sueño de la brizna,
que atisba el regreso de los cisnes.

Descubro en tus caderas
bajo la libertad de la noche, 
la rebelión de las hormigas
goteando entre las venas.  



PAISAJE II

El silencio de la lluvia
va llenando de instantes
el alma de la brisa,
y el otoño pasa haciéndole cosquillas
a la piel de los heliotropos.

Las horas dejan atrás el ademán
de la mañana en los cristales,
y el reloj solo es un viejo trillo
que atraviesa el acento de los caminos.

Con la mirada bajo el brazo,
el arco iris se lleva en su espalda
la humedad de los manglares.

Y el caracol embosca la brevedad
de las pestañas,
que presagian inciertas la curva
del espejismo.

Nadie sabe la tristeza de la lluvia
que amanece arrodillada
en la cicatriz del celaje.

Nadie sabe,
que su cantar se desangra
en las huellas del espejo.



LAS AVES

Las aves no vinieron,
ni sus plumas, ni su fe; 
con el vuelo emboscado
en su silencio,
y el viaje de horas despeinadas
se fueron

Con el rictus del último arco-iris
vaticinando sus plumas sin color
se marcharon con la complicidad
de aquel verano que sembraba
sombras en los ojos del paisaje.

En sus pajas dormidas quedaron
las tardes y los días,
como antiguos fantasmas en el aire.

En sus picos florecieron
oraciones y cantares
y salmos innombrables
que llenaban de sed 
la edad de los jazmines.

Las aves no sabían,
el abecedario de noches enjauladas
ni de alpistes de luz en los ramajes,

las aves tenían la virtud
de escarbarle la miel a la tristeza
que se asomaba sin nombre 
en la mirada. 
    


EL TIEMPO

En  el regazo del viento,
ya no se sientan las plumas
del pájaro que trasiega lumbres,
ni sonríen las espigas de las tardes
que se pierden en la efervescencia del sueño 

El tiempo no necesita esconder
el murmullo de su sombra,
ni las horas que se desgajan
en la realidad de la ausencia.

En las agujas envejece el horizonte
con sus trenzas de noches desgastadas,
las calles ignoran el paso
de las hormigas,
y la ruta sin luz del abejón.

No hay espacio en la boca del murmullo
para estivar las risas del espejo,
entonces los ojos se llenan de naufragios,
sobre la aldea azul de los cristales.

El tiempo no sabe de palabras,
tampoco conoce la identidad del caracol
que trasciende el labio del asombro.

El tiempo es el sueño de la piel
que amanece sostenido en las estacas
del camino. 



PERDONA SI ME DEJO

Y se quedaban nuestros ojos
al pie de aquellas tardes
como canciones arrancadas a la lluvia
bajo el rito de las horas.

Perdona si me dejo tu pelo
tu cuerpo de tactos y senderos
y tu sexo donde dormía mis siestas
bajo el plenilunio de tus labios.

Y las canciones arrancadas
a los violines de tus llanuras
mientras bebía la libertad de los cisnes.

La lucha anticipada en la trinchera
de una noche en vigilia   
y la escarchada humedad que dejabas
en el filo de mi estatura.

Perdona si me dejo el rasguño
del silencio que dejaste olvidado
bajo la llena de enero,
y la metáfora de uñas
donde escondías tus  recuerdos.

Perdona si me dejo,
el camino de lluvias
que se iniciaba en la brevedad
de tus huellas
y la fuga de gorriones
que nacía entre mis dedos,
al acariciar el fuego
de tu sombra extendida. 



DESDE AQUÍ

Mido la ausencia de la tarde
perdida en el abrazo del adiós
con un canto de horas peregrinas:
no hay lugar en el filo del reloj
para traer las hojas
del ultimo aguacero
sembrado en la ventana.

La luz  no cabe en la resaca del espejo
y la espuma no sabe de regresos;
por los arenales que olfatean la lucha
de las gaviotas.

La calma es un lamento de mares
olvidado en la pestaña ,
un salmo entristecido en la rodilla 
del viajero.
una canción  pálida de besos
el labio sin suspiros que tiembla
en la lejanía del mañana.

Por el pasillo del tiempo
deambula la mirada de las
sombras,
con su mochila de alas precaristas
bajo un cielo sin bridas ni llanuras.

Desde aquí,
respiro la humedad de las montañas 
y le siembro espejismos
al grito de la  piel
que trasiega carbunclos
sobre el lomo amarillo del
último celaje



NOSOTROS

Sé que bajo la sombra
un pájaro gotea la luz
del ojo que presiente
el hueso de la lucha,
es nuestro el grito de la piedra
bajo el nombre del plenilunio
donde se abre el broche del silencio.

Vos de pie junto al fuego del espejo
con la mirada subiendo por la voz del aguacero
cuando arrecia en la piel de los caminos.

Yo extraviado en la ermitaña soledad
de una canción carente de trinos y plumajes
como un río ahogado entre el musgo
de un viejo calendario de heliotropos.

En la sonrisa del barro no quedan
arados ni simientes
para embarcar las pestañas
de las tardes que intervienen
el viaje furtivo de los cristales
por los rincones de la lluvia,
ni deletrea el zapato
su indicio de asedios
en el perímetro del reloj,
cada minuto desangra
la quietud que aguarda temblorosa
en el pozo anaranjado del celaje.
Nosotros barajamos el murmullo de la brizna
que se lleva en el regazo
la antigua estatura de las manos
y el pan de sombras amanecido 
en nuestros labios.
Bajo el ojo de la distancia
agoniza la ausencia de los caminos
y arde la breve realidad
que se asoma por las rendijas
de un pájaro teñido de espejismos. 



LA NOCHE

La noche es un ave dormida
en la espesura de tu silueta
un camino de mariposas
descendiendo por los escotes de tu carne
como una canción de labios
inventada en el asombro de las almohadas,
un cuerpo de plumas incendiarias
que avistan la sonrisa del silencio.

Y estabas allí,
a la par de aquel pájaro de nubes
que tejía oraciones
en la espalda salobre del poniente,
con sus voces anaranjadas los celajes
emancipan la luz de los rincones,
en el pecho revolotean golondrinas;
y las manos transfiguran las esperas
y sus ritos.

Ya no queda lugar en la pupila,
y la piel es un viaje inadvertido
cruzando la veracidad de las sandalias.

Con un abecedario de nostalgias
bajo el brazo
atraviesa el umbral de las palabras
para inventarse costuras de luna
en la ventana.

La noche se desangra,
sobre el emboscado suspiro del camino.

   

MIRANDO AL MAR

Como duele la noche que penetra
la misticidad del mar
y el viaje de la arena
por la piel de los caracoles
no es necesario sentir el vuelo
de la espuma
por la mirada inconmensurable del ojo,
ni inventar el fuego del horizonte
en la ausencia del espejo,
con el susurro de los relojes
se cristaliza la luz de los candiles.

El mar es un velero donde
duerme sus nostalgias el regreso;
un graznido de arenas imposibles.

Al mar le duele su estatura de distancias
su forma de gaviota envejecida
entre las rocas,
y su regreso urgido de caminos.

Es el sueño enclavado en la mirada
de los amantes que se entregan
feroces en tus entrañas,
el labio olvidado en la costumbre,
el reloj de sal llamando sombras
entre resacas.

El mar es un barco abierto
en la sangre del silencio
un grito de alas extraviado
en los vitrales de la tristeza.  



CUANDO LAS TARDES DE MARZO

Descendían por el camino del instante
los relojes anunciaban el vuelo
de los zorzales en la ventana
de un lapso sin mirada.

Las tardes deletreaban su ritual 
de voces y gemidos
y en su pecho se encendían
las viejas canciones del espejo.

La brizna era un pasajero
con el alma habitada de acertijos,
un viaje de labios besando 
la carcajada del arco-iris
bajo un plumaje de nubes,
entregadas al borde de los sueños.

Cuando las tardes llegaban
en un carruaje de silencios
los ojos presentían incendios de luna,
en las manos inquietas y traviesas
del asombro.

Y traían naufragios de pan en sus espaldas,
los cuerpos sembraban en las alcobas
huracanes de sudor
que desertaban breves
por los rincones de la piel.



Y SOLÍAMOS

Traer la lluvia asida a nuestras pupilas
y remendar el horizonte con tactos y silencios      
para romperle la mirada a la distancia
con la pestaña abundante de espejismos,

El tiempo en las manos,
eran panes de luna para penetrar
la noche de los espasmos,
y sosteníamos el asedio de los cisnes
con la piel aferrada en nuestros cuerpos.

Bajo la noche habitada de violines
el celaje es un pentagrama
de palomas que anuncian
la sonrisa en los balcones.

Y solíamos pegarle metáforas
al unicornio de lunas
estibadas en la quietud de los vitrales.

Solíamos,
extraer la miel de los recuerdos 
y destrozar la virginidad de las palabras,
y escarbarle los huesos al asombro.



BAJO EL ASOMBRO

Las calles tienen el sabor de la espera
que se pierde entre las voces
del ave que trasiega la paciencia del reloj,
no hay lugar en la meditación del viento
ni cabe la risa en el espejo.

Una guitarra inicia la fuga del cristal
bajo la ausencia del viejo abecedario
de latidos,
en las manos amarillan  las agujas
y el tiempo no medido,
sangra la luna en el alero
de un lapso cargado de distancias.

Con la huella del último trino,
se reparten los plumajes
que se extienden urgidos de trigales;

en la voz del horizonte estallan
las noches y sus luces.

Al silencio de la lluvia le nacen
pecas de luna en el alma,
y remiendos de besos en la piel.

Bajo el asombro,
la noche de puntillas deletrea 
el pan de labios que revienta
la miel de los cristales.


CASI SIEMPRE

Casi siempre ignoramos,
la espiritualidad de la montaña,
y el húmedo canto de las aves
que cuelgan sus canciones
en el silencio del reloj,
no hay fe en las pestañas de los arrozales    
ni en el vuelo amarillo del mediodía.

Las calles pesan en el alma
y el aire huele a incendios
de serpientes en el paso de la huella,
en las manos el trigo se ausenta 
bajo una escopeta de remiendos.

Los transeúntes,
no conocen la sonrisa de los tulipanes,
ni el aroma hechizante de las orquídeas,
en sus ojos no brillan,
las noches encendidas de mariposas,

La ciudad es un río sin ideas,
un barquillo anclado en la soledad
de los inviernos,
un viaje carente de celajes,
donde todos omitimos    
el salmo de los viñedos.

Casi siempre olvidamos llenarle
de labios y abrazos,
al rostro celeste del espejo.



TE HEMOS TRAÍDO

La tarde cubierta de arenales
y la minúscula sed de las hormigas
que interpretan el misterio
del beso encendido entre aguaceros.

Con el ábaco del viento
se cuentan las historias del alma,
que le siembra esperanzas al tejado.

La lucha es un fantasma
que impregna la fe de los trigales
con el músculo certero del encuentro.     .

El reloj es solo un camino
moreno de distancias inconclusas,
un viaje repetido en las manos del silencio.

Hemos traído el plumaje del pájaro ermitaño
que descendía sin sombra entre los valles, 
y aquella lluvia que abandonaba 
su forma en la ventana,
  
Te hemos traído,
 la noche empedrada de glicinas
y un incendio de alas
para estibar la luz en los
remiendos del arco iris



A VECES LA LLUVIA

A veces venía la lluvia
a visitarme,
y me traía lugares y ciudades
distancias y veredas
entre sus alas,
no sabía de noches
ni regresos
por eso henchida de lunas
se desvelaba de rodillas,
junto al fogón.

Bajo el estupor de la ceniza
ponía preguntas en mis pestañas
y era el silencio un fantasma
de lapsos  idos.

A veces descendía por los pasillos
el alma,
con la mirada morena de golondrinas

Y barajaba sueños y luchas en los rincones.

Era una bitácora de espejismos
un dictado de uñas sosteniendo
la líquida extensión de las manos,
el espacio donde llegaban las aves
a descifrar el acertijo de su nombre.

A veces la miraba llegar con sus ojos
cansados de lejanías,
y su maleta repleta de nostalgias,
por un trillo de luciérnagas,
que apagaban la luz en el espejo.

A veces la lluvia,
merodeaba el asombro del abrazo 
y le cosía estacas de pan
a las cicatrices de los caminos.



Y TENÍAMOS

En el alma la ciudad entristecida
por la huella tardía en el rostro del asfalto,
y la música que dejaban los adioses
en las paredes de una tarde absuelta
en los renglones del ojo.

Bajo la prisa mueren los destellos
que conducen al éxtasis del paisaje
y las pestañas y los maizales.

En la fragua del instante,
el indicio manifiesta
acertijos y lunas convocadas, 
a la rebelión del pájaro
que cabecea en la plasticidad
de una imagen recurrente en el párpado
silente del asombro.

Y teníamos la costumbre de descubrir
el vuelo hipnotizado del caracol,
en las migajas de un sol carente
de remiendos en el pecho,
teníamos también,
la extraña necesidad de importar el tiempo,
y descolgar la noche que presentía fantasmas
en los balcones.

Teníamos la forma de amar la lluvia
que nacía en el bostezo del mediodía.



ESTÁBAMOS ALLÍ

Con la manos dispuestas 
a traer la lucha hasta la piel
a sabiendas de que en la brisa
nacían aves que nos llamaban
desde el alma.

Con la noche herida en la pestaña
transitaba el tiempo,
como palomas de leche que se entregaban.

El espacio era una alternativa,
el soliloquio del viento en el vitral,
el silabario de hojas bajo nosotros.

Cada beso era un espasmo de noches
escapando por una rendija de cisnes,
un despertar de astros en el entorno.

Estábamos allí,
piel a piel,
enmarcados por el eco del trigal
que se antojaba repetir
el roce de los labios en la quietud,
urgidos de uñas para encarcelar
la miel que se fugaba,
entre los dedos,
como caracoles de luz.

Estábamos allí,
desnudos de adjetivos
allanando la música 
de nuestros huesos.



SOLO ME QUEDA

Esconderle la luz al paso
de los cisnes,
y mirar de reojo el íntimo grito
que se enciende en el semblante.

En la escarcha que deja la fuga
del mediodía,
se asoma el asombro
y se estruja el itinerario de las uñas
que se aleja llevándose el paseo
de los sueños.

Las horas son panales de leche
sobre la circunstancial mirada
del arco-iris,  
un nido recio de lloviznas
bajando por el filo de tus labios,
como una partitura de aves
que se arrullan en los pliegues
del silencio.

En la ventana nace la vida,
y el árbol que lleva en su espalda
el evangelio de las chicharras;

y el unicornio que atisba 
el regreso del viento
por el empedrado del espejo.

Solo  me queda,
escribirle mieles y  algarabías
a los rincones atardecidos
en tu pecho indomable;

y encender con gorriones la leña
de tu bosque rosado.



LA PIEDRA

                              La piedra puede ser una mujer,
                              cualquiera                                       
                              como cualquier, mujer, puede ser una
                              piedra        


Por aquí pasó la piedra,
con el ángulo entristecido
bajo el nombre del asombro,
y su antigua historia de ríos y caminos,
y la risa embargada de metáforas.

La vio pasar,
la tarde vestida de lunas y guijarros,
y el loco farol del callejón;
sin canciones amanecientes
en su distancia dura de palomas.

Por aquí pasó una noche,
llevaba la prisa de las hormigas
en su espalda,
y una ceremonia de fuego
para incinerar la danza de los maizales.

Con la mirada enredada,
en el ritmo de un vals arrabalero,
y su elegía de silencios,
haciéndole trizas el alma y sus esquinas,

la piedra tenía,
el dolor de una mujer
que le increpaba a la vida
sus nostalgias.

Era como una espiral asombrada
en los arenales de sus huellas.

Un día desteñido de golondrinas,
no vino la piedra,
se fue con la plática del último aguacero
que se estrellaba en los vitrales,
y de su espíritu de granito,
nació una orquídea
que se bebió la luz 
de sus remiendos.  
  


AMO II

La inmensidad de tus delirios,
y el umbral de lunas que nace
bajo el labio
y el valle que mece tus pechos,
y el caracol que identifica
la llena y su naufragio,
en la tinta del silencio.

En tus ojos hay perlas interpretando
el viaje de la lluvia,
y ostras amando la estrategia del asombro,
en la piel se acuesta la estatura
del mar y sus confines.

Por eso amo la espuma,
y la geografía de tu cintura
que dibuja el pacto del reloj
en el rocío,
y amo la guerrilla que inventamos
en los ojales de la noche,
cuando luchamos cuerpo a cuerpo,
en la trinchera que cavamos
en la piel.

Entonces amo la luz diseminada
en el frente del espejo,
cuando vencidos caemos en las almohadas. 



LA LLUVIA

La lluvia es una canción de
pájaros enmascarados
en la prolongación del espejo,
un vuelo de tardes y mañanas
desfilando en la solidaridad
del arco-iris,
un viaje descolgado en
el asombro del plumaje
y la comunión de las manos.

La lluvia es un merodeo de alas de luz
uniendo la lejanía del viento
con la certera pestaña del sueño,
un despertar de peces en el alma.

 Nace en la breve
geografía del encuentro
donde discurren las manos;
como palomas que arriendan
su plumaje en los estambres
de un día sediento de caminos.

Con la lluvia regresan los duendes
al tejado,
y le crecen indicios y panes al grito del espejo,
bajo la lluvia copulan el trigo y  las luciérnagas
y se desgranan los ropajes del capullo.

La lluvia olfatea su distancia,
y le duele su sombra hincada en los balcones.  



COSTUMBRES

Ella tenía la costumbre de medirle
la luz a la distancia que temblaba
en la nervadura del silencio,
con sus ojos plenos de nostalgias,
por eso de sus labios salían
tardes y pájaros remendados
de senderos,
y metáforas y cisnes que rodeaban
la cintura de la noche;
en su sonrisa se dormían
las glicinas y los peces,
y la luna con sus pecas de algodón
recién nacidas.

Ella tenía una forma de traer
la luz del horizonte
a la esquina meridional de la casa,
y de reojo mirar la sombra que escondía
el espejo en los horcones del tiempo.

Era la oración del viento en el canto
de los trigales,
y la certeza de la lluvia descubriendo
la voz de la ventana,

Ella acostumbraba,
leer el lenguaje de los caminos 
con la mirada embetunada de golondrinas.
   


ELLA VENÍA

Ella venía con un ábaco
de golondrinas en la mejilla,
a contarle al espejo
de tardes, barcos,
sueños y astros
que llegaban puntuales
a la veracidad del reloj.

A la noche no le cabe
el ruido de la piel, 
que se derrama en el drama
del silencio.

A veces traía,
la suma de aves que presentían
su vuelo sin canciones,
en los rincones del viento.

A veces venía empuñando
las quejas de la lluvia
que  le asombraban el alma.



SOLO HACE FALTA

Solo hace falta traer trillos de sol
y gotas de pan
para intervenir el viaje del carbunclo
por la pestaña del atardecer,

 La noche es un silabario
de voces,
asombrando la cintura del camino;
un ave sedienta de plumajes
perdida entre las huellas.

El silencio asume su papel 
y se llena el alma de canciones
por eso amanece  inmersa
en el pentagrama del espejo.

Entonces hace falta el pan
la luz, el vuelo torpe del abejón
sobre la geografía de la cortina.

Solo hace falta,
acariciar el fuego de la lluvia
que regresa a correntadas en el alma.



CUANDO FLORECEN

Cuando en las noches florece la lluvia
con sus picos recién untados de leyendas
los balcones se llenan de nostalgias,
y las golondrinas maduran en sus nidos
la luz de los silencios.

La quietud empuña la fecha dormida
de la sombra,
y se lleva la identidad del caracol
que incendia la mirada.

Hay cánticos de pan en la sonrisa,
y pupilas nuevas en el dorsal del espejo,
la luz deja su huella en las manos
y la piel sin prisa 
se arrodilla en el rostro.

Cuando la lluvia florece
en los horcones del valle,
le nacen alas al trigo que
amamanta,
el remiendo de sueños
asidos en la piel de los asombros.



HAY

En las manos hay una espera
de aves para persuadir
la entrega de la lluvia
en el silencio del poro;
y una necesidad de amar
el roce de la luz
en la ventana.

Pero es que el reloj 
no sabe de lunas ni argumentos
y esconde la canción del vuelo
en la soledad del tejado;
ni sabe del lenguaje de la miel
en el iris del encuentro,
sus pausas no miden el peso
del labio en el asombro.

En la brisa hay una ausencia de gaviotas,
y un poema desteñido
en el atardecer de los labios,
es larga la huella del sendero
que se cubre de cenizas.

Sobre la joroba del camino
hay una presencia abierta
a la realidad de los umbrales,
y una sombra ardiendo
en los renglones del asombro.



TANTAS VECES

Tantas veces,
amanecimos con la piel
untada de trigales,
bajo la sombra del camino,
dibujando la estrategia del beso
con la avena de las manos.

A ratos inventábamos
el lenguaje del mar que nos
crecía en el labio
como abejas que amaban
la humedad de los celajes.

Por eso escribo la lluvia,
y su elegía
sobre un papiro ahumado de recuerdos,
lo escribo en el fogón, 
junto al valle de tu cuerpo,
donde me bebo gota a gota
la geografía de tu sexo 
y de tu piel.

Poblado de acuarelas
me reúno en la esquina 
de tu espalda
para escribirle al viento
tu cintura de almendra
entre mis dedos.

A la orilla del día,
en la aldea de tu falda
intersecan los violines y tus ojos
como una marejada de palomas.

Tantas veces he buscado
tu pubis  y tu cadera,
entre el viejo otoño
que viene por ratos a dejarme
su risa
en los pliegues de mis uñas

Tantas veces,
busque la luz de tu sexo
arrodillado en la raíz de la lluvia.
    


DEJARÈ

Que la montaña no intuya 
la edad de la lluvia,
ni se agriete el viento
en su viaje sin sigilos.

No será necesario,
presentir el suicidio de la luna
sobre el ramaje teñido de cocuyos.

El tiempo es solo una astilla
desangrando la luz de las palomas
que se marchan urgentes de semillas.

En el ojo del silencio se ven
los sauces henchidos de elegías,
y por el filo de la espera regresa
la tarde ansiosa de celajes.

Al final de la sombra el reloj
es un viejo amargo de ocasos
en la piel,
un viaje repetido en el clamor
de los bandoneones,
y la soledad una herida,

de peces que van consumiendo,
la estrategia de los caracoles
que se inclinan en la distancia.

Dejaré que al espejo le roben
su identidad,
justo antes de morir en el rostro
desbocado del silencio   



PAZ INTERIOR

A veces siento,
que el camino se adelgaza
en la mirada de la montaña,
como una canción bajando de puntillas
por la piel del espejismo.

Es invierno,
y las tardes se van alejando de la piel,
entonces amo su forma, su nombre
y su paz,
esa paz interior
que me deja la lluvia
cuando pasa descalza por mis ojos;
Es como un viaje de alas
que se llevan en sus voces la
miel de lo evangelios,
entonces admito
la sed de los peces asediando
la fe de la distancia
y la quietud de los terrones
que se angustian
con el paso del tiempo en el silencio.

Con la esperanza viene la victoria,
y se abren las orquídeas
con su aroma bajo el labio,
la luz es un remanso de cisnes,
un abrazo de sol en el espejeante
realismo del mediodía.

A veces pienso,
su voz,
la luz escarchada en mis manos
y su paz dormida en la libertad de mi pecho.



EL DOLOR

El silencio es un pájaro
sin sombra 
sin luz
sin nombre
sin fecha de dolor en el bostezo
de su vuelo.

Un día se echó encima la ruta
de los tulipanes,
y con la mirada inconfesa del viento
se escabulló por la esquina
del aguacero,
con un estandarte de relojes
desplegados en el vientre,
con sus pasos convincentes
de huellas en el alma.

A veces duelen sus pausas sin sol
y su ruta de voces
que amanecen descalzas
en los ramajes.

Adonde fueron a dar sus albas,
sus danzas de trigo que ardían
en el fogón del arco-iris.

De nada sirve el beso
que vaticinaba tu boca
ausente de menguantes.


     En la quietud mido
      la cadera del silencio,
      y la sangre de las palabras
    que revientan en los arenales
como un mar que muere
en el testamento del celaje.

El dolor es un incendio  de aves
un pañuelo de mariposas
agitándose en el filo del espejo.









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