Francisco de Paula Sosa Escalante (2 de abril de 1848 - 9 de febrero de 1925), escritor, poeta, historiador, biógrafo y periodista mexicano. Nació en la ciudad de Campeche cuando ésta formaba parte de Yucatán. Hijo de José Domingo Sosa y Manuela Escalante. En su niñez fue compañero de aventuras de Justo Sierra Méndez; desde muy joven vivió en la ciudad de Mérida, donde estudió latín, filosofía, y jurisprudencia. En esa época se vinculó también con Ignacio Ramírez, "El Nigromante" y con el poeta Juan A. Mateos, quienes se encontraban en Yucatán obligados por una orden de Maximiliano de Habsburgo. A los 14 años publicó su primera composición poética y a los 18 editó su primer libro: Manual de Biografía Yucateca.
Falleció en la pobreza el año de 1925, en Coyoacán, barrio de la Ciudad de México, cuya calle principal lleva su nombre.
En 1864 fundó la Revista de Mérida, donde publicó sus primeros trabajos como periodista, sus artículos se centraron en críticas al gobierno local, por tal motivo fue perseguido y encarcelado en la prisión de San Juan de Ulúa. Después de 1869 fue liberado y se mudó al barrio de Coyoacán en la Ciudad de México, colaborando en la revista El Renacimiento con Ignacio Manuel Altamirano, así mismo colaboró con periódicos del estado de Veracruz, de Argentina y del Perú.
Político
Se pronunció como militante del Partido Liberal y en 1873 fundó en compañía de Vicente Riva Palacio el periódico El Radical. Tres años más tarde, por medio de publicaciones en el periódico La Libertad y en franca oposición a la reelección de Sebastián Lerdo de Tejada, apoyo la candidatura a la presidencia de José María Iglesias.
Se unió a la revolución de Tuxtepec, liderada por el general Porfirio Díaz. Durante el mandato de éste, colaboró en el Ministerio de Fomento. En 1909 fue nombrado director de la Biblioteca Nacional. Paralelamente fue diputado federal y senador por el estado de Guerrero.
Historiador
Fue miembro de la Real Academia de la Historia, de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, de la Unión Iberoamericana, de la Academia Mexicana de la Historia donde ocupó el sillón 1 de 1919 a 1925,6 y de la Academia Mexicana de la Lengua, a la cual ingresó el 31 de marzo de 1892 como miembro numerario ocupando la silla V, para posteriormente ejercer el puesto de bibliotecario de 1909 a 1914.8 Escribió diversas biografías de arzobispos de México. Se considera un defensor de los conquistadores españoles, resaltando los beneficios de la Conquista de México. Al igual que Carlos Pereyra, combatió el antihispanismo y la Leyenda Negra Española y se unió a las críticas contra el expansionismo estadounidense.
Poeta
El poema dedicado a la ciudad de México, escrito en 1869 en Mérida, Yucatán, para el la revista literaria El Renacimiento es representativo de su poesía. En la transcripción se dejó la ortografía original
México.
A mí amigo don Manuel Peredo:
Muy lejos de este suelo, cual perla primorosa
Guardada entre una concha de límpido cristal,
Rodeada de esmeraldas, osténtase la hermosa
Sultana de la América, señora de Anáhuac.
Parecen sus montañas de nieve coronadas,
De nácar grandes moles luciendo sobre el mar,
Y elévanse las otras cual mágicas oleadas
Que intentan de los astros los tronos escalar.
Es México, la vírgen risueña americana
Que tiene por espejos mil lagos de cristal,
Y tiene nubes bellas de palo y de grana
Que van sobre sus sienes doseles á formar.
Es ella quien por lecho disfruta mil jardines
De flores aromosas, de célico primor,
Y duérmese al arrullo de lindos colorines,
Y es ella quien al beso despierta del Señor.
Es México, la hermosa, la estrella mas brillante
Que osténtase en el cielo del mundo de Colon,
Mas grata y deliciosa que la onda susurrante,
Gentil como las hadas y tierna cual la flor.
Es ella quien cautiva, quien roba corazones,
Quien tiene para todos delicias y placer;
Es ella la que finge doradas ilusiones,
Deleites no soñados, amores del Eden.
Dejad que me extasíe pensando en ese cielo
Que dile sus encantos al triste trovador;
Dejad que yo recuerde mis horas de consuelo,
Dejad que yo suspire la dicha que voló!
Ciudad de los palacios, la cuna encantadora
De cisnes armoniosos que cantan el amor,
Si un ángel me prestara su cítara sonora,
Qué dulce fuera entonces el canto que te doy!
Tú fuiste del proscrito el suelo hospitalario
Que goces y ventura tan solo le brindó;
En tí vivi olvidado de su existir precario,
Y allá, bajo tu cielo, sus penas olvidó.
Tú fuiste el árbol bello, en cuya verde rama
El ave ya cansada, tranquila reposó,
Y tuvo con tu sombra la sola dicha que ama,
Cantar sus ilusiones, sus penas y su amor.
Tú fuiste cual la fuente que encuentra el peregrino
Que sufre los tormentos horribles de la sed;
Tú fuiste cual la palma que mira en el camino
El pobre caminante cercano á perecer.
Yo triste caminaba llorando mis dolores,
Al suelo doblegando cansada la cerviz;
Mas quiso mi destino que viese yo tus flores,
Tus bosques y tus lagos, y rime el porvenir.
Por eso te amo tanto, por eso mis cantares
Celebran tu grandeza, tu pompa sin igual;
Por eso mis suspiros cruzando van los mares
Y llegan á tu seno ay! tristes á posar.
Si un día de mi suelo aléjame el destino,
Oh México preciosa! yo al punto correr
En busca de tu cielo, tu cielo peregrino
Do mi alma disfrutaría delicias y placer.
Pues tú eres cual ondina, cual imágina sirena
Que arroba con su hechizo divino, angelical;
Pues t eres la coqueta que todos enajena,
A todos dás tus besos y tus caricias dás.
Aquel que entre tus brazos miró correr las horas,
Por mas que no le quieras pensando va en tu amor;
Por mas que sean tus besos caricias seductoras
Que luego nos infiltran la duda y el dolor.
Dejad que me extasíe, pensando en ese ciclo
Que dime sus encantos, sus auras de placer;
Dejad que yo recuerde mis horas de consuelo,
Dejad que yo suspire la dicha de ese Eden.
Además de ser un biógrafo connotado, Sosa Escalante propuso, en 1887, al gobierno de Don Porfirio Díaz, que se colocaran estatuas de personajes relacionados con el movimiento de la Reforma en el Paseo que lleva el nombre de tal época de la historia de México, sugiriendo dos por cada estado de la república.
"En 1895 se inauguró la primera parte de estatuas y jarrones que quedaron instaladas en el tramo comprendido entre las glorietas de Carlos IV y la del Monumento de Cuauhtémoc. Con el correr de los años, se fueron colocando el resto de estatuas en el tramo que va de Cuauhtémoc a la Columna de la Independencia y desde Carlos IV hasta la Glorieta de Cuitláhuac."
El proyecto del monumento a Colón, tal vez el primero para el Paseo de la Reforma, se produjo desde los tiempos de Maximiliano I; por iniciativa de Don Antonio Escandón se retomó la idea en 1876 y Sebastián Lerdo de Tejada designó al escultor francés Henri Joseph Cardier para llevar al cabo la estatua de Colón.
Obras escritas
Manual de biografía yucateca (1866)
El episcopado mexicano (1871)
Magdalena, (leyenda) (1871)
El doctor cupido (leyenda) (1873)
El monumento de Colón (1877)
Apuntamiento para la historia del monumento de Cuauhtémoc (1877)
Doce leyendas (1877)
Efemérides históricas y biográficas, dos tomos, (1883)
Biografías de mexicanos distinguidos (1884)
Galería de contemporáneos (1884)
Ecos de gloria (1885)
La Jerusalén liberada (traducción de la obra de Torcuato Tasso) (1885)
Los contemporáneos (1888)
Recuerdos (1888) (colección de sonetos)[1]
El Himno Nacional Mexicano (1889)
Noticias históricas (1889)
Las estatuas de la Reforma (1890)
Escritores y poetas sudamericanos (1900)
Breves notas tomadas en la escuela de la vida (1910)
Reconocimientos
Numerosas escuelas y bibliotecas llevan hoy su nombre, tanto en su estado natal, Campeche, como en el resto de México, particularmente la capital del país.
La principal arteria vial de Coyoacán en el Distrito Federal de México, donde vivió, lleva a manera de homenaje el nombre de Francisco Sosa.
Una de las estatuas que adornan el Paseo de la Reforma en la capital mexicana está erigida en su honor.
13 DE AGOSTO DE 1521.
Del bello Anáhuac la gentil señora,
La gran Tenoxtitlan que en oro y flores
La frente reclinaba á los fulgores
Del sol radiante que sus cumbres dora,
Ya es presa de Cortés; ya la invasora
Hueste que siembra por doquier horrores,
Los templos profanó, y en sus furores
Nada respeta, ni a mujer que llora.
Cayó el imperio que Tenoch un dia
Fundó á la orilla del sereno lago,
Y Cuauthemoc heroico defendía.
Callad! no importa! pues el aire vago
Difunde la tremenda profecía:
Venganza alcanzará tan fiero estrago.
LA MAÑANA.
Del sol la luz esplendorosa baña
Del monte altivo la argentada nieve;
La rubia espiga del trigal se mueve
Los vientos al llegar de la montaña;
El ágil labrador de su cabaña
Al campo sale tras descanso breve
Que no ha turbado torcedor aleve:
Pues que nada ambiciona y nada extraña;
La verde grama que tapiza el suelo
Ostenta, con orgullo, del rocío
Las blancas perlas que lloró la noche;
Se eleva el ave hasta el azul del cielo,
Gozoso corre murmurando el río
Y la rosa gentil abre su broche.
LA SIESTA.
Tras el regio festin de la mañana
De aromas, y de luz, y de armonías,
Parece que á tan dulces alegrías
Natura, tregua, por brindar se afana.
La vocinglera turba cortesana
De aves canoras, busca las umbrías
Soledades do corren mansas, frías,
Las aguas puras que la roca mana.
Los brazos de la ninfa encantadora
Busca el amante con febril empeño
Y ardiente jura que sin tin la adora.
Ella le llama con pasión su dueño,
Se embriagan con su dicha seductora
Y el ángel del amor vela su sueño.
LA TARDE.
La esmeralda del mar fulgente brilla
Al recibir del sol la luz postrera,
El nido busca el ave placentera,
Cantando el pescador deja la orilla.
En la humilde cabaña la sencilla
Y cristiana oración sube á la esfera
Como el sagrado incienso, porque espera
En el Señor y á su poder se humilla.
La vespertina estrella misteriosa
Diamante finge que sujeta el velo
Allí en la frente de la casta esposa;
La noche se aproxima en tardo vuelo,
Mece la flor la brisa rumorosa,
Todo es quietud en la extensión del suelo.
LA NOCHE.
Cual dama hermosa que el oscuro velo
Para acercarse á su adorado, toma
Y en él se envuelve, y tras el velo asoma
La luz radiante de su dulce anhelo;
Como el arrullo del amor el vuelo
Detiene apasionada la paloma,
Y envuelta de la flor en el aroma
Se lanza al nido de su dicha cielo,
Oculta así la noche en negro manto
Que el áureo polvo de los astros llena,
Viene y derrama su divino encanto.
Piadosa alivia del mortal la pena,
Las gotas seca de su acerbo llanto
Y brinda al corazon la paz serena.
CUAUHTEMOC.
Cuando el imperio por Tenoch fundado
Miró llegar desde el lejano Oriente
Como tremenda tempestad rugiente
Al invasor inícuo y desalmado,
De patriotismo y de valor dechado,
Con sed de gloria y entusiasmo ardiente,
Sublime te opusiste á aquel torrente
Y Anáhuac tuvo su mejor soldado.
¡Oh prócer inmortal! cómo fulgura
Tu nombre ilustre, de la patria gloria,
Tan grande cual tu propia desventura!
Los siglos al pasar, de tu memoria
No el brillo opacan, porque eterno dura
El libro sacrosanto de la historia.
CUITLAHUAC.
Brilla en su frente la imperial corona
Cuando de Anáhuac el sagrado suelo
Profana Hernán Cortés, y allí en el cielo
La tempestad sus nubes amontona.
Noble y altivo su valor pregona,
Funda en la muerte su mejor anhelo,
Y al ver que Anahuac entre sangre y duelo
Con horrendo fragor se desmorona,
Lanza sus huestes á la lid; resiste
Al hierro y al corcel del castellano
Que con empuje formidable embiste ....
¡Victoria! su denuedo sobrehumano
Grabó en la historia con la Noche Triste
La fama del heróico mexicano.
COANACOCH.
¡Oh rey alcohuacano sin ventura,
Del infame Ixtlixochitl prisionero!
¿Por qué en las horas del combate fiero
Así te respetó la muerte dura?
Tu noble cuerpo, de infernal tortura
Libre quedara entónce hasta el postrero
Instante del vivir, y altivo, entero,
Defendieras la patria con bravura.
Heróicos hechos de eternal memoria
Hubieran señalado tu camino,
El libro enriqueciendo de tu historia!
No así lo quiso tu fatal destino;
Mas nada amengua tu brillante gloria
Y eterno luce tu blasón divino.
CACAMA.
De Grecia y Roma los caudillos fieros
Que del tiempo á través admira el mundo,
Émulo en tí hallaron sin segundo,
De Anáhuac honra, y flor de sus guerreros.
Tu voz, aliento daba á los flecheros
En la sangrienta lid, y con profundo
Rencor, lanzaban al aliado inmundo
El dardo que embotaban los aceros.
Cautivo al verte tras feral combate,
Y atado sin piedad á la cadena,
No tu denuedo varonil se abate:
Desprecias el puñal, y con serena
Mirada, ves la muerte; ¡tu rescate!
¡Sola esperanza que tu pecho llena!
TETLEPANQUETZAL
Monarca de Tlacópam! no perdido
Quede tu nombre que esplendente brilla
De Anáhuac en los fastos, sin mancilla;
Salve tu gloria el implacable olvido.
Los hados fieros, por tu mal, vencido
Te dieron al soldado de Castilla;
Mas nada importa; sucumbir no humilla
Cual cae el roble por el rayo herido.
Al ver el suelo de la patria hollado,
Latió tu noble corazón ardiente
Y al combate corriste denodado.
Ciñó el martirio tu radiosa frente
Y tu nombre inmortal quedó grabado
De México en la historia refulgente.
XICOTENCATL.
La nieve de los años todavía
Estaba léjos de su altiva frente;
De sangre juvenil la lava ardiente
En su esforzado corazon corría:
Mas, prudente y sagaz, miró la impía
Invasion castellana, cual torrente
A arrebatar dispuesto en su corriente
La vida y honra de la patria un día.
Entónces dando su rencor á olvido
Se lanza con ardor á la pelea,
Al lado del azteca aborrecido.
Así con gloria su pendon pasea,
Y Xicotencatl al caer vencido,
En morir por la patria se recrea.
LA PARTIDA.
Del mar azul en la extensión la luna
Su luz difunde placentera y grata;
Como en espejo de luciente plata
Se mira reflejar sin mancha alguna.
En tanto, de la mísera fortuna
La rueda siempre veleidosa, ingrata,
Prosigue su girar, y me arrebata
A la beldad que amé como á ninguna.
Hiende las olas la velera nave
Que al alma roba su mejor tesoro,
A la que canta como trina el ave.
Y al ver que párte la mujer que adoro,
El dardo siento de la pena grave
Y el mar aumento con mi triste lloro.
TU VOZ.
Más dulce que la brisa que suspira
Al posarse en el cáliz de las flores,
Más grata que del prado los rumores
Cuando la luz en occidente espira;
Más tierna que los ecos de la lira
Con que cantan su amor los trovadores,
Melodiosa cual de tiernos ruiseñores
La triste queja que el amor inspira.
Llegó á mí tu voz; profunda pena
Mi desgraciado corazón sentía
Y el alma estaba de amargura llena.
De tu voz á la célica armonía
Volvió mi vida á trascurrir serena
"Como otros tiempos, cuando Dios quería."
RESIGNACIÓN.
No importa; sigue, mísera fortuna
Hiriendo sin piedad con tus rigores,
Y cual secaste las primeras flores
Que brotaron á orillas de mi cuna,
Seca así las demás; cuando ninguna
Mi senda alfombre ni me brinde olores,
El consuelo hallaré de mis dolores
En la virtud y fé que mi alma aduna.
Pasan los goces de la breve vida,
La amistad, el amor, cuanto hay de hermoso,
Y acaba el débil cual sucumbe el fuerte.
Mas el que lleva la virtud de egida
Feliz encuentra bienhechor reposo
En el seno tranquilo de la muerte.
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