sábado, 16 de enero de 2016

GABRIEL GARCÍA TASSARA [17.912]

Gabriel García Tassara 

(Sevilla, 19 de julio de 1817 - Madrid, 14 de febrero de 1875), escritor romántico, poeta, periodista y político español.



Su padre, Gabriel Julián García Lucas, era contador principal de los reales ejércitos y veinticuatro del Ayuntamiento, y su madre, Teresa de Jesús Tassara y Ojeda, pertenecía a una ilustre familia andaluza; el padre murió muy pronto y la madre se casó en segundas nupcias con Manuel Barreiro y Manjón, jefe del Cuerpo de Artillería; su padrastro se preocupó por la educación del muchacho. Estudió filosofía y humanidades en el colegio de Santo Tomás de Sevilla, bajo la dirección del famoso latinista exclaustrado fray Manuel Sotelo, e inició estudios de leyes en Sevilla. Intervino leyendo alguna poesía en jornadas auspiciadas por Serafín Estébanez Calderón en el Liceo Artístico y Literario sevillano y publica su poema La Fiebre y una Elegía (1837) en La Lira Andaluza. También amistó con Salvador Bermúdez de Castro. Tras publicar alguna colaboración en El Artista, la revista del Romanticismo, se estableció en Madrid en 1839 para proseguir la carrera de leyes, que no terminó; allí entabló una sólida amistad con Juan Donoso Cortés y su círculo, formado por el marqués de Pidal, Pacheco, Pastor Díaz, Ríos Rosas y Francisco de Paula Cárdenas; fue periodista y colaborador en El Heraldo, El Conservador y Semanario Pintoresco, y luego cofundó y escribió en El Sol. colaboró además en El Piloto. Obtuvo acta de diputado en 1846. Le encomendaron la dirección de El Faro (abril de 1847-abril de 1848); en la redacción de este periódico amistó con su crítico literario, Manuel Cañete. En 1854 rechaza una embajada en Parma y Toscana y, al llegar otro gran amigo, el poeta Nicomedes Pastor Díaz (a quien había conocido en la redacción de El Correo Nacional), a Ministro de Estado con la Unión Liberal del gabinete O’Donnell en 1856, fue nombrado Tassara embajador plenipotenciario de España en Washington, cargo en el que estuvo diez años hasta que una queja hizo que le relevaran, y volvió a su país trayéndose la amistad de Seward; durante esa estancia hizo amistad con José Ferrer de Couto, el valiente director de El Cronista de Nueva York. En 1869 volvió a la carrera diplomática como embajador en Londres. A su vuelta publicó sus poesías. Fue un político de orientación conservadora, admirador de Juan Donoso Cortés. La revolución de 1848 le llenó de pesimismo, y la Primera República aún más. Aunque no se casó nunca, tuvo una hija natural de la poetisa Gertrudis Gómez de Avellaneda, a la que conoció en 1844; la niña murió a los pocos meses y el poeta no admitió que fuera suya. Recorrió España y se detuvo en Ávila, donde escribió un poema a la mística Santa Teresa. Al morir, sus amigos le dedicaron una Corona poética (1878).



Obra

Fue autor de artículos políticos y de un tomo de Poesías (1872) prologado por Juan Valera, compuestas entre 1839 y 1848 y publicadas la mayoría entre 1839 y 1842 en El Correo Nacional y en El Semanario Pintoresco. Muchos son poemas cívicos, otros son religiosos y algunos se hallan imbuidos de talante profético (sobre todo los de tema político, en los que se muestra apocalíptico, engolado y mesiánico) o satírico. Fue un gran humanista, muy inspirado como poeta pero revestido de la suntuosidad y grandilocuencia de los temas tratados, las grandes ideas en abstracto, los grandes ideales, aun vagamente sentidos. Es romántico en la forma y clásico en el fondo, con reminiscencias de Fernando de Herrera. Muchas veces, por su ironía y desengaño, recuerda a un José de Espronceda de derechas. Otros poemas son íntimos, con sentimientos de amor y melancolía. Dejó sin terminar el ambicioso poema Un diablo más. Valera lo apreciaba: "Harto menos estimado, comprendido y aplaudido de lo que merece", escribió; otros críticos le señalan como precursor de la poesía filosófico-social de Gaspar Núñez de Arce. Figura en la obra colectiva de Los españoles pintados por sí mismos con el artículo "La políticomanía", donde se opone al progreso del sexo femenino y pinta satíricamente el feminismo. Como humanista, tradujo a Virgilio, y también el Os Lusiadas completo de Camoens y algunas obras de Shakespeare.

Sus temas favoritos son las preocupaciones religiosas (La noche, Dios, Meditación religiosa, La fiebre, Las Cruzadas, Canto bíblico, El Cristianismo, Himno al Mesías) y políticas, que ocupan la mayor parte (Venecia, Napoleón en Santa Helena, Al convenio de Vergara, Al Ejército español, A la guerra de Oriente, A Roma, La Historia, A Napoleón, A la Reina Doña Isabel II, El Alcázar de Sevilla, A Mirabeau, A Quintana, A Don Antonio Ros de Olano, el importante poema de gran aliento Un diablo más; el soneto Al natalicio de Cervantes y la epístola que desde Ginebra dirigió a Carolina Coronado) y las inspiradas por la hermosura o la grandiosidad de la naturaleza (Al Sol, en sus dos versiones; Himno al Sol, Monotonía, El crepúsculo, En el campo, La tempestad, El aquilón, El día de otoño, A Laura, La entrada del invierno, Andalucía y el soneto Cumbres de Guadarrama y de Fuenfría).

Bibliografía

Ricardo Navas Ruiz, El Romanticismo español. Madrid: Cátedra, 1982 (3.ª ed.).
Mario Méndez Bejarano, Tassara. Nueva biografía crítica. Madrid, 1928.
Ricardo Gullón, "Tassara, Duque de Europa", en Boletín de la Biblioteca de Menéndez Pelayo, Año 22, núm. 2 (abril-junio de 1946), pp. 177-195.



Á DANTE


INVOCACIÓN DE UN POEMA.

Lasciate ogni speranza.

Sagrado Homero de la antigua Europa
Que apuraste en tu ardor hasta las heces
De la suprema inspiración la copa;

Dante inmortal que con los siglos creces
Y al rudo son de tu salvaje canto
A las generaciones estremeces;

Tú, que en las alas de tu genio santo
El Cielo recorriste y el Infierno,
Mansiones de la luz y del espanto;

¿Por qué la voz del hombre es ese interno
Lamento de dolor, hondo, infinito,
Inenarrable, inacabable, eterno?

¿Por qué la voz del genio es ese grito
Que resuena del mundo en la memoria
Como el ¡ay! de Luzbel al ser maldito?
Canta Moisés, y la tremenda historia
Canta del Cielo y del Edén vedado,
y al hombre despojado de su gloria.

Canta de los Profetas el sagrado
Coro, y sus misteriosas armonías
La historia son del primordial pecado.

Llora con llanto eterno Jeremías,
David vé á Dios ceñudo é iracundo,
Tiembla Jerusalén aiite Isaías.

Y Job, envuelto el rostro en polvo inmundo,
Á decir su dolor no encuentra nombres,
Y lanza un ¡ay! que aun estremece al mundo.

Canta Homero, profeta de los hombres.
Si los otros de Dios, el que esa lira
Te dio, ¡gran Dante! con que al mundo asombres.

Canta, y canta de Ilion la inmensa pira,
Y del Aquivo el funeral trofeo,
Y de los Dioses la tremenda ira.

Canta Esquilo, y nos canta á Prometeo,
La roca insuperable del destino,
Y el eterno buitre del deseo.

Prosigue el hombre su fatal camino,
Y cuando el mundo con su peso oprime
El Capitolio del poder latino,

Canta Virgilio, y si su voz sublime
Canta de nuevos siglos nueva aurora,
Roma asombrada con su canto gime.

Mas ¡ay! ya viene el que en los Cielos mora,
El que el Oriente y Occidente espera,
El que la triste humanidad implora,
¿Dolor?... ¿Siempre dolor? En su carrera
El Hombre-Dios exhalará un gemido
Que oirán todos los vivos cuando él muera;

Y será tu Evangelio prometido
La historia ¡oh Dios! de la miseria humana,
Escrita con la sangre de tu Ungido;

Y en visión iracunda y soberana
Verá San Juan ante sus turbios ojos,
Del caos humano y de la muerte hermana,

En la hora de los últimos despojos
La Bestia Apocalíptica triunfante
Del mundo apacentarse en los despojos.

Sucumbe Roma, la nación gigante,
Y corre desde el mudo Capitolio
Al Gólgota inmortal la Europa infante.

Cesa el canto oriental y el ritmo eölio.
No hay Moises, no hay Homero. Dante sube
De la suprema inteligencia al sólio.

Su canto oid. Arrebolada nube
De robusta y magnífica armonía
Le circunda la sien como á un querube.

Acaso ya tras la hecatombe impía
El hombre va á escuchar por vez primera
Un himno de esperanza y de alegría.

Ya alza los ojos á la ardiente esfera,
Ya resuena en su voz y en su alma late
La voz y el alma de la Europa entera.

Ya va á cantar el inspirado vate,
Ya retiembla la lira entre sus manos...
¡Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate!
¡Oh de la vida y de la muerte arcanos!
¡Oh terrífico adiós á la esperanza!
¡Oh sentencia fatal de los humanos!

¡Oh venganza de Dios! ¡Oh gran venganza
Cuyo eterno cuchillo de diamante
Ninguna mano á desclavar alcanza!

Tu Infierno es este mundo, ¡oh padre Dante!
Encima del dintel de nuestra vida
La tremenda inscripción ya está delante.

El mal hizo en la tierra su guarida,
El bien no es más que idealidad suprema,
Entre oscuros crepúsculos perdida.

Víctima de un recóndito anatema,
Huérfana de su Dios abandonada
Como las sombras de tu gran Poema;

De caminar y caminar cansada,
Un círculo de círculos corriendo
Como esos que corrió tu planta osada;

El eterno Cocito circuyendo
Por ver si un soplo de aquilón divino
Mueve la onda letal del lago horrendo;

Preguntando á lá sombra su destino
Sin más luz que la sombra que le espera
Como al principio al fin de su camino;

La humanidad ¡oh Dante! desespera,
La humanidad, la humanidad y el hombre.
Que el hombre es ¡ay! la humanidad entera.

Edipo no halla de su enigma el nombre,
Por los infiernos de su infierno gira,
y no hay visión allí que no le asombre.

Por eso ¡oh Dios! la humanidad suspira,
Y el genio, que es su voz, cuando la canta
Áyes arranca á su funesta lira.

Por eso hasta esa Musa sacrosanta
Del bien supremo donde está el arcano
Que en sus alas divinas se levanta.

Esa Musa de acento soberano.
La excelsa y refulgente Teología,
También es Musa del dolor humano.

¡Oh virgen celestial de la Poesía!
También ella es dolor... Mira á la ciencia,
La ántes pura y genial Filosofía,

Mírala revolcarse en su impotencia;
Carnal matrona de infecundo seno,
Jamas pudo engendrar una crëencia.

De ella está el mundo con sus siglos lleno;
Lo sabe todo, pero al hombre ignora,
y á remediar su mal le da veneno;

Y cuando suena la tremenda hora
De esas tormentas cuya voz retumba
Sobre esta Europa que en tinieblas llora,

Cual vil sepulturera, abrir la tumba
Del pueblo que murió dado le es sólo
Y llorar en la inmensa catacumba.

La Europa va á morir. Tú, sacro Apolo
Del Parnaso de Cristo, díme un canto
Que resuene en su vasto mauseolo.

Tú la cantaste ya cuando áureo manto,
Malla feudal, sacerdotal tiara
Ostentaba en el trono sacrosanto.
Yo idolatrando la veré en el ara
El espectro del oro y la fortuna,
De inspiración y de entusiasmo avara.

Entonces como ahora, allá en su cuna
Y en el lecho fatal de su agonía,
El fantasma tremendo la importuna.

Cantemos de la Historia la elegía:
Sol de la humanidad, de sus regiones
La idealidad se aleja cada dia.

En vano entre magníficos blasones
Renacerá, renacerá en su hoguera
El fénix inmortal de las naciones.

El hombre, ¡padre Dante! desespera,
Dobla la sien en la doliente mano,
Y abandona el timón á la onda fiera.

No inquiere ya el arcano. No hay arcano.
No ansía ya la venganza. No hay venganza.
No hay más que el himno del dolor humano,
Y el sempiterno adiós á la esperanza.

Julio de 1852.



Á QUINTANA.

Julio de 1851.

Cuando al rayar el dia,
Allá de mi lejana adolescencia,
El dios de la armonía,
Que es el dios de la humana inteligencia,
Su inspiración ardiente
Vertió en mi corazón, vertió en mi frente;

Sonó, sonó en mi oído
De patria y libertad un eco santo
De insólito sonido;
La voz del vate, del profeta el canto,
Que al ruido de tus olas
¡Patrio Guadalquivir! canté á mis solas.

No era, no, ya la Musa
Que triscando por riscos y por faldas
Tonos femíneos usa,
Y del dios del placer entre guirnaldas
Frívola adoradora,
Dios, hombre, mundo, humanidad ignora.

Era la gran Poesía;
La que del mundo en las remotas partes,
Como en la Grecia un dia,
Fué madre de las ciencias y las artes,
Voz del cielo en la tierra,
El himno de la paz y de la guerra.

Era la voz de un siglo
Que al nacer y al morir luchó iracundo
Con el feroz vestiglo
De la que fué superstición del mundo,
Y en generosa saña
«Sé España ¡España!» le gritaba á España.

Era tu grande acento,
¡Quintana! era tu voz que, en la sombría
Cárcel del pensamiento
Sonando y resonando, removía
Con versos como espadas
De España las entrañas ulceradas.

Pelayo, ardiente rayo
Contra el Islam y el oriental Califa,
El Cid, nuevo Pelayo,
Guzman, Bruto de España allá en Tarifa,
Padilla en sangre tinto,
A tu gloria fatal, ¡oh Cárlos Quinto!

Las del panteón hispano
Del austríaco Escorial turbadas sombras
Que á España dan en vano
Las banderas del mundo por alfombras,
Si tu ígnea fantasía
En ellas sólo ve la tiranía;

Aquellas sombras tristes
Del grande Emperador del Rey prudente,
Que al tribunal trajistes
De una infeliz generación que aun siente
Rodar por el vacío
La España, su esplendor, su poderío;

El infecundo nieto
De ellos en pos que la corona ingente,
No Rey, sino esqueleto,
Deja caer de la caduca frente,
Y á los Borbones fia,
Esqueleto como él, su Monarquía;

El pensamiento humano
Que arrebatado de ambición inmensa,
Arcano tras arcano
A los cielos robándoles, condensa
La palabra del hombre
El monumento que á la edad asombre;

España, en fin, España
Sacudiendo dos siglos de desmayo,
Y con la antigua saña
Blandiendo en las Termópilas de Mayo
La espada de Pavía
Que la herrumbre del ocio carcomía;

Tal fué tu gran poema
¡Himno de las batallas! ¡Armonía
De muerte y de anatema
Que de Bailen á Waterloo seguía
Con eco sobrehumano
De la Europa vengada al gran tirano!

¡Himno de las batallas!
De aquellas ¡ay! donde la fuerza blande
Sus bronces y sus mallas,
Y de aquellas también do en lid mas grande
Despliega su violencia
El guerrero sin paz, la inteligencia.

En la memoria mía,
Nunca olvidados, no, mas confundidos
En la honda lejanía
De los años en pos desvanecidos,
Tus cantos hoy se elevan,
Y el entusiasmo juvenil renuevan.

Mas ¡ay! ¿qué dejo amargo
Posa en mis labios el licor ardiente?
¿Por qué de su letargo
Quiere en vano salir mi torva mente,
Y enluta el alma mía
Nube de funeral melancolía?

Triunfó la independencia,
y la Europa triunfó; pero á la España
Se le arrancó la herencia
De la que fué su inmarcesible hazaña,
Y envuelta en sus pendones
La postrera quedó de las naciones.

Triunfó también un dia
La libertad; pero la Europa entera,
Cual vasta alcahicería,
Como inmenso taller do el oro impera,
Fabrica ciudadanos
Que están pidiendo y que tendrán tiranos.

¡Oh! si la musa heroica
Que cantó con trasportes sacrosantos
La libertad estoica
De Grecia y Roma en inmortales cantos
Volviese á la armonía,
Con su lira de bronce ¿qué diría?

¿Acaso contemplados
A la tétrica luz de lo presente,
Los siglos ya pasados,
Aquella España en cuya altiva frente
Tu rayo se blandía,
La misma maldición te arrancarla?

El fanatismo odiaste.
¡Pluguiese á Dios que aun fanatismo hubiera!
El himno que entonaste
Un fanatismo fué que en su carrera
Abrió cielos y abismos.
¿Qué es ¡ay! la humanidad sin fanatismos?

Ninguno ya, ninguno
Existe ya; ni el que ensalzó al Monarca,
Ni el que inflamó al tribuno:
Un Dios brutal el universo abarca
Desde el altar deshecho,
El Dios de la materia, el Dios del hecho:

Y en vez de aquella santa
Familia de los pueblos soberanos
Que libre la garganta
De los yugos de todos los tiranos
Imaginó el deseo,
El Bajo Imperio de la Europa veo.

Así en la acobardada
Roma Horacio cantó mientras la lengua
De Cicerón clavada
En los rostros guardados á tal mengua.
Tu última arenga hacia
¡Romana libertad! en tu agonía.

¡Oh ilusión venturosa
De una generación que se derrumba!
Nosotros, su ingloriosa
Posteridad, junto á su ilustre tumba
Pasamos sonriendo,
Su generoso error escarneciendo.

Nosotros, los espúreos
Hijos del desengaño que trocamos
Por mantos epicúreos
La toga consular que despreciamos,
Y á toda patria ajenos
Sabemos más pero valemos menos.

Y qué , ¿será mentira
Cuanto el hombre esperó? ¿será delirio
El genio que le inspira,
La virtud y el valor vano martirio,
Y el Dios que al hombre cría
El Dios de una perpetua tiranía?

¡Oh! no: vendrá la historia,
Y al legar á los siglos sus anales,
Dirá al fin tu victoria
¡Oh raza de tribunos inmortales!
Pueblos, guardad su herencia:
La fe en la humanidad fué su creencia.

Y tú que el vate fuiste
De esa tribu inmortal ¡noble poeta!
Y tú que enmudeciste,
Vencido no, mas desdeñoso atleta,
Y en sombra refulgente
Velas hoy con rubor tu anciana frente;

Si aún vive aquella musa
Que tú alentaste al despuntar su dia,
Cuando con voz confusa,
Vagando en el pensil de Andalucía,
Cantaba la infelice
Tragedia de Pausanias y Cleonice;

No temas que abandone
Las santas cumbres donde á ver se alcanza
El sol que no se pone;
Sol de la humanidad y la esperanza;
El sol que el hombre implora,
El sol del porvenir que está en su aurora.




Himno al Mesías

Baja otra vez al mundo,
¡Baja otra vez, Mesías!
De nuevo son los días
De tu alta vocación;
Y en su dolor profundo
La humanidad entera
El nuevo oriente espera
De un sol de redención.

Corrieron veinte edades
Desde el supremo día
Que en esa cruz te vía
Morir Jerusalén;
Y nuevas tempestades
Surgieron y bramaron,
De aquellas que asolaron
El primitivo Edén.

De aquellas que le ocultan
Al hombre su camino
Con ciego torbellino
De culpa y expiación;
De aquellas que sepultan
En hondos cautiverios
Cadáveres de imperios
Que fueron y no son.

Sereno está en la esfera
El sol del firmamento;
La tierra en su cimiento
Inconmovible está:
La blanca primavera
Con su gentil abrazo
Fecunda el gran regazo
Que flor y fruto da.

Mas ¡ay! que de las almas
El sol yace eclipsado:
Mas ¡ay! que ha vacilado
El polo de la fe;
Mas ¡ay! que ya tus palmas
Se vuelven at desierto
No crecen, no, en el huerto
Del que tu pueblo fue.

Tiniebla es ya la Europa:
Ella agotó la ciencia,
Maldijo su creencia,
Se apacentó con hiel;
Y rota ya la copa
En que su fe bebía,
Se alzaba y te decía:
«¡Señor! yo soy Luzbel.»

Mas ¡ay! que contra el cielo
No tiene el hombre rayo,
Y en súbito desmayo
Cayó de ayer a hoy;
"Y en son de desconsuelo,
Y en llanto de impotencia,
Hoy dama en tu presencia:
«Señor, tu pueblo soy.»

No es, no, la Roma atea
Que entre aras derrocadas
Despide a carcajadas
Los dioses que se van;
Es la que, humilde rea,
Baja a las catacumbas,
Y palpa entre las tumbas
Los tiempos que vendrán.

Todo, Señor, diciendo
Está los grandes días
De luto y agonías,
De muerte y orfandad;
Que, del pecado horrendo
Envuelta en el sudario,
Pasa por un Calvario
La ciega humanidad.

Baja ¡oh Señor! no en vano
Siglos y siglos vuelan;
Los siglos nos revelan
Con misteriosa luz
El infinito arcano
Y la virtud que encierra,
Trono de cielo y tierra
Tu sacrosanta cruz.

Toda la historia humana
¡Señor! está en tu nombre;
Tú fuiste Dios del hombre,
Dios de la humanidad.
Tu sangre soberana
Es su Calvario eterno;
Tu triunfo del infierno
Es su inmortalidad.

¿Quién dijo, Dios clemente,
Que tú no volverías,
Y a horribles gemonías,
Y a eterna perdición,
Condena a esta doliente
Raza del ser humano
Que espera de tu mano
Su nueva salvación?

Sí, tú vendrás. Vencidos
Serán con nuevo ejemplo
Los que del santo templo
Apartan a tu grey.
Vendrás y confundidos
Caerán con los ateos
Los nuevos fariseos
De la caduca ley.

¿Quién sabe si ahora mismo
Entre alaridos tantos
De tus profetas santos
La voz no suena ya?
Ven, saca del abismo
A un pueblo moribundo;
Luzbel ha vuelto al mundo
Y Dios ¿no volverá?

¡Señor! En tus juicios
La comprensión se abisma;
Mas es siempre la misma
Del Gólgota la voz.
Fatídicos auspicios
Resonarán en vano;
No es el destino humano
La humanidad sin Dios.

Ya pasarán los siglos
De la tremenda prueba;
¡Ya nacerás, luz nueva
De la futura edad!
Ya huiréis ¡negros vestiglos
De los antiguos días!
Ya volverás ¡Mesías!
En gloria y majestad.



























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