Ventura Ruiz Aguilera
Ventura Ruiz Aguilera (nació en Salamanca; 1820 - falleció el 1 de julio de 1881) fue un escritor español, graduado en medicina por la Universidad de Salamanca.
En 1844 se mudó a Madrid donde se desempeñó como periodista y ganó gran popularidad con una colección de poemas titulada Ecos Nacionales (1849). En Madrid también se desempeñó como director del Museo Arqueológico Nacional. Murió el 1 de julio de 1881.
Durante su cargo como director del Museo Arqueológico, organizó comisiones científicas para adquirir objetos con los que aumentar la colección. Fue también el que comenzó la edición el año 1872 de la revista Museo Español de Antigüedades, dirigida por Juan de Dios de la Rada y Delgado.1 Fue miembro de la Academia de Buenas Letras de Sevilla, oficial del ministerio de la Gobernación, y redactor político en diarios como la Prensa, el Sueco y La Nación.
Obras
Otras obras suyas relevantes fueron:
Elegías y armonías (1863)
Sátiras (1874)
Estaciones del año (1879)
Europa marcha
El conspirador de á folio
Del agua mansa nos libre Dios
No se venga quien bien ama
Bernardo de Saldaña
Camino de Portugal
La limosna y el perdón
Flor marchita
La Patria
Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España
LA PATRIA [1]
I.
Queriendo yo un dia
Saber qué es la Pátria,
Me dijo un anciano
Que mucho la amaba:
«La Patria se siente;
No tienen palabras
Que claro la expliquen
Las lenguas humanas.
»Allí, donde todas
Las cosas nos hablan
Con voz que hasta el fondo
Penetra del alma;
»Allí, donde empieza
La breve jornada
Que al hombre en el mundo
Los cielos señalan;
»Allí, donde el canto
Materno arrullaba
La cuna que el Ángel
Veló de la guarda;
»Allí, donde en tierra
Bendita y sagrada
De abuelos y padres
Los restos descansan;
»Allí, donde eleva
Su techo la casa
De nuestros mayores...
Allí está la Pátria.
II.
»El valle profundo,
La ruda montaña
Que vieron alegre
Correr nuestra infancia;
»Las viejas ruïnas
De tumbas y de aras
Que mantos hoy visten
De hiedra y de zarza;
»El árbol que frutos
Y sombra nos daba
Al són armonioso
Del ave y del aura;
»Recuerdos, amores,
Tristeza, esperanzas,
Que fuentes han sido
De gozos y lágrimas;
»La imágen del templo,
La roca y la playa
Que ni años ni ausencias
Del ánimo arrancan;
»La voz conocida,
La jóven que pasa,
La flor que has regado,
Y el campo que labras;
»Ya en dulce concierto,
Ya en notas aisladas,
Oirás que te dicen:
Aquí está la Pátria.
III.
»El suelo que pisas
Y ostenta las galas
Del arte y la industria
De toda tu raza,
»No es obra de un dia
Que el viento quebranta;
Labor es de siglos
De penas y hazañas.
»En él tuvo orígen
La fe que te inflama;
En él tus afectos
Más nobles se arraigan:
»En él han escrito
Arados y espadas,
Pinceles y plumas,
Buriles y hazañas,
»Anales sombríos,
Historias que encantan
Y en rasgos eternos
Tu pueblo retratan.
»Y tanto á su vida
La tuya se enlaza,
Cual se une en un árbol
Al tronco la rama.
»Por eso presente
O en zonas lejanas,
Doquiera contigo
Va siempre la Pátria.
IV.
»No importa que al hombre,
Su tierra sea ingrata,
Que el hambre la aflija,
Que pestes la invadan;
»Que viles verdugos
La postren esclava,
Rompiendo las leyes
Más justas y santas;
»Que noches eternas
Las brumas le traigan,
Y nunca los astros
Su luz deseada;
»Pregunta al proscrito,
Pregunta al que vaga
Por ella sin techo,
Sin paz y sin calma;
»Pregunta si pueden
Jamas olvidarla,
Si en sueño y vigilia
Por ella no claman!
»No existe, á sus ojos,
Más bella morada,
Ni en campo ni en cielo
Ninguna le iguala.
»Quizá unidos todos
Se digan mañana:
«Mi Dios es el tuyo,
Mi Pátria tu Pátria.»
Epístola
(A Damián Menéndez Rayén y Francisco Giner de los Ríos)
No arrojará cobarde el limpio acero
mientras oiga el clarín de la pelea,
soldado que su honor conserve entero;
ni del piloto el ánimo flaquea
porque rayos alumbren su camino
y el golfo inmenso alborotarse vea.
¡Siempre luchar! . . . del hombre es el destino;
y al que impávido lucha, con fe ardiente,
le da la gloria su laurel divino.
Por sosiego suspira eternamente;
pero ¿dónde se oculta, dónde mana
de esta sed inmortal la ansiada fuente? . . .
En el profundo valle, que se afana
cuando del ario la estación florida
lo viste de verdura y luz temprana;
en las cumbres salvajes, donde anida
el águila que pone junto al cielo
su mansión de huracanes combatida,
el límite no encuentra de su anhelo;
ni porque esclava suya haga la suerte,
tras íntima inquietud y estéril duelo.
Aquel sólo el varón dichoso y fuerte será,
que viva en paz con su conciencia
hasta el sueño apacible de la muerte.
¿Qué sirve el esplendor, qué la opulencia,
la oscuridad, ni holgada medianía,
si a sufrir el delito nos sentencia?
Choza del campesino, humilde y fría,
alcázar de los reyes, corpulento,
cuya altitud al monte desafía,
bien sé yo que, invisible como el viento,
huésped que el alma hiela, se ha sentado
de vuestro hogar al pie el remordimiento.
¿Qué fue del corso altivo, no domado
hasta asomar de España en las fronteras
cual cometa del cielo desgajado?
El poder que le dieron sus banderas
con asombro y terror de las naciones
¿colmó sus esperanzas lisonjeras? . . .
Cayó; y entre los bárbaros peñones
de su destierro, en las nocturnas horas
le acosaron fatídicas visiones;
y diéronle tristeza las auroras,
y en el manso murmullo de la brisa
voces oyó gemir acusadoras.
Más conforme recibe y más sumisa
la voluntad de Dios, el alma bella
que abrojos siempre lacerada pisa.
Francisco, así pasar vimos aquella
que te arrulló en sus brazos maternales,
y hoy, vestida de luz, los astros huella:
que al tocar del sepulcro los umbrales,
bañó su dulce faz con dulce rayo
la alborada de goces inmortales.
Y así, Damián, en el risueño mayo
de una vida sin mancha, como arbusto
que el aquilón derriba en el Moncayo,
pasó también tu hermano, y la del justo
severa majestad brilló en su frente,
de un alma religiosa templo augusto.
Huya de las ciudades el que intente
esquivar la batalla de la vida
y en el ocio perderla muellemente:
que a la virtud el riesgo no intimida;
cuando náufragos hay, los ojos cierra
y se lanza a la mar embravecida.
Avaro miserable es el que encierra
la fecunda semilla en el granero,
cuando larga escasez llora la tierra.
Compadecer la desventura quiero
del que, por no mirar la abierta llaga,
de su limosna priva al pordiosero.
Ebrio, y alegre, y victorioso vaga
el vicio por el mundo cortesano:
su canto de sirena ¿a quién no embriaga?
Los que dones reciben de su mano
himnos alzan de júbilo, y de flores
rinden tributo en el altar profano.
En tanto, de la fiesta a los rumores,
criaturas sin fin, herido el seno,
responden con el ¡ay! de sus dolores.
Mas el hombre de espíritu sereno
y de conciencia inquebrantable (roca
donde se estrella, sin mancharla, el cieno)
la horrible sien del ídolo destoca,
y con acento de anatema inflama
tal vez un noble ardor la turba loca.
Jinete de experiencia y limpia fama,
armado va de freno y dura espuela
donde una voz en abandono clama;
de heroica pasión en alas vuela,
y en ella clava el acicate agudo
por acudir al mal que le desvela.
Si un instante de error cegarle pudo,
los engañosos ímpetus reprime,
y es su propia razón freno y escudo.
Sin tregua combatir por el que gime;
defender la justicia y verdad santa,
llena la mente de ideal sublime;
caminar hacia el bien con firme planta,
a la edad consolando que agoniza,
apóstol de otra edad que se adelanta,
es empresa que al vulgo escandaliza;
por loco siempre o necio fue tenido
quien lanzas en su pro rompe en la liza.
Si a tierna compasión alguien movido
vio al generoso hidalgo de Cervantes,
¡cuántos, con risa, viéronle caído!
Acomete a quiméricos gigantes,
de sus delirios prodigiosa hechura,
y es de niños escarnio y de ignorantes.
Mas él, dándoles cuerpo, se figura
limpiar de monstruos la afligida tierra,
y llanto arranca al bueno su locura.
Así debe sufrir, en cruda guerra
(sin vergonzoso pacto ni sosiego)
contra el mal, que a los débiles aterra,
el que abrasado en el celeste fuego
de inagotable caridad, no atiende
sólo de su interés el torpe ruego.
Árbol de seco erial, las ramas tiende
al que rendido llega de fatiga,
y del sol, cariñoso, le defiende.
Él sabe que sus frutos no prodiga
heredad que se deja sin cultivo;
sabe que del sudor brota la espiga,
como de agua sonoro raudal vivo,
si del trabajo el útil instrumento
hiende la roca en que durmió cautivo.
¡Oh del bosque anhelado apartamiento,
cuyos olmos son arpas melodiosas
cuando sacude su follaje el viento!
¡Oh fresco valle, donde crecen
rosas de perfumado cáliz, y azucenas,
que liban las abejas codiciosas!
¡Oh soledades de armonías llenas!
en vano me brindas ocio y amores,
mientras haya un esclavo entre cadenas.
Que aún pide con sacrílegos rumores
ver libre a Barrabás la muchedumbre
y alzados en la Cruz los redentores.
Que del sombrío Gólgota en la cumbre,
regada con la sangre del Cordero
sublime en humildad y mansedumbre,
mártires ¡ay! aún suben al madero
que ha de ser, convertido en árbol santo,
patria y hogar del universo entero.
Padecer es vivir; riego es el llanto
a quien la flor del alma, con su esencia
debe perpetuo y virginal encanto.
Amigos, bendecid la Providencia
si mandare a la vuestra ese rocío,
y nieguen los malvados su clemencia.
¡Qué alegre y qué gentil llega el navío
al puerto salvador, cuando aún le azota
con fiera saña el huracán bravío!
Así el justo halla al fin de su derrota
por el mar de la vida proceloso,
del claro cielo en la extensión remota
puerto seguro y eternal reposo.
El juramento
Indica hermosa del Antisana,
virgen del claro, lindo raudal,
a ti gacela, tarde y mañana,
remedio pido para mi mal.
¿Padeces? Duro pesar me aqueja,
tengo en el pecho yo no se qué:
cabritos, vaca, pacos, oveja,
todo, cuitado, todo dejé.
Y ahora vengo montes y valles
doquier llenando con mi gemir;
tedio a la aldea, tedio a sus calles
tengo, y al bosque pláceme huir.
Allí, al arrullo de las torcaces
mezclo sentido mi yaraví;
y ellas me dicen: «Hualpo, ¿qué te haces
siempre llorando? ¡Pobre de ti!».
Hasta del Ande las rudas peñas
pueden mis ayes enternecer.
Breves pasasteis, horas risueñas,
y ya me siento desfallecer.
¡Ay pobrecillo! (cómo suspira;
a mi alma mueve la compasión).
¡Hualpo!, recobra tu ánimo y mira
cómo te abates, fuerte varón.
Fiero te he visto con la turpuna
bando enemigo desbaratar;
y ahora ¡vergüenza!, que una por una
lágrimas tuyas vea brotar.
-Cora hechicera, cúlpame en vano,
cuando está enfermo mi corazón;
tócale, trae tu blanda mano,
¿oyes?, se agita, tienes razón.
¡Qué mal, oh Cora! Mal repentino;
lánguida miro, Hualpo, tu faz.
-Mal que me mata, mal que me vino
para quitarme mi dulce paz.
Pluguiera al Inti padre amoroso,
que ya en la tola durmiese, y ¡oh!
antes que. ¡Triste! ¿tu mal odioso
podría acaso curarte yo?
Tú solo puedes, púdica Cora,
júrame hacerlo. -Tengo temor.
-¿Callas? -Lo juro: dímelo ahora.
¿Qué mal? -Morirme por ti de amor.
A mi madre enviándole mi retrato
Yo soy el hijo que en modesta cuna
arrullaste con cánticos de amor,
mientras mi frente la apacible luna
bañaba con su tibio resplandor.
Ayer, feliz en apacible infancia
jugueteaba en tu seno con afán.
¡Cuán dulce entonces en la paterna estancia
era pedirte con sonrisa el pan!
Hoy, desgraciado, en apartada orilla,
herida el alma de incurable mal,
pido sólo la lágrima que brilla
en el puro semblante maternal.
Del placer en mi faz no hay un destello,
que la desgracia mi sonrisa heló;
la cana ya platea mi cabello,
y el negro rizo lánguido cayó.
Niño, cantaba al susurrar del viento
por las selvas vagando y el vergel;
joven, exhalo gemebundo acento,
me inspiro sólo en el dolor cruël.
Placeres de una infancia venturosa,
madre, delicias de risueño hogar.
¡pasasteis como sombra vaporosa
y un recuerdo dejasteis al pasar!
Recuerdo melancólico que hiere
doquiera el alma con arpón tenaz;
breve meteoro que al brillar se muere,
dicha que vuela en ilusión fugaz.
¡Y vivo solo y de tu vista lejos
es mi vida un acérrimo penar!
¡En ti, del sol muriente a los reflejos,
cuántas veces me place meditar!
Y súbito apareces a mis ojos
pura, risueña y ángel de un edén;
póstrome entonces a llorar de hinojos,
mi labio exclama con dulzura: ven.
Oh, si vinieras a calmar de tu hijo
la pena que le roe el corazón,
cual viene al alma en blando regocijo
de acorde lira inesperado son.
Mas, si la ausencia nos separa, ingrato
no creas, madre, al hijo de tu amor;
te envío allí mi pálido retrato
y con él un suspiro de dolor.
¿cuerdo o loco?
Hace días que en la Corte
no se encuentra el Soberano;
nadie sabe donde ha ido
y todos andan turbados;
preguntan, buscan, inquieren,
y se lo encuentran, al cabo,
entre rústicos metido,
y, desnudo de brocados,
ocupándose gozoso
en las faenas del campo.
-Volved a vuestras grandezas,
tornad a vuestro palacio,
señor rey -dijo un magnate-
que esa es vida de villanos.-
-Pues esa vida yo quiero,
que está exenta de cuidados;
no la vida de los solios
que impone grillos de esclavo.
Yo busco como las aves
la libertad del espacio,
el silencio de los bosques,
el aroma de los prados.
Mejor como el pan centeno
en duro suelo sentado,
que en las opíparas mesas
los faisanes y venados;
y, aunque duerma en paja humilde,
mi sueño es tranquilo y blando
sin que le turben recelos,
ni le amarguen sobresaltos.
La verdad, que nunca pudo
penetrar en mi palacio,
como aquí no encuentra vallas
téngola siempre a mi lado.
Y la alegría se ha hecho
tan mi amiga en estos campos,
que, sonriendo, a todas horas
se me lleva de la mano.
La corona de los reyes
tiene espinas del Calvario,
y hay cambrones que ensangrientan
en las martas de su manto.
No más luchas con la intriga,
basta y sobra de reinado.-
-Ved que hay lobos carniceros
en esos montes cercanos,
y reptiles venenosos
bajo esos ricos sembrados.-
-Qué más lobos que vosotros
que devoráis el Estado,
ni qué veneno más crüel
que el que escupió vuestro labio.
Idos a quemar lisonjas
en serviles incensarios;
id al escabel del trono
a sembrar punzantes cardos.
Idos, idos con presteza,
miserables cortesanos,
o, por Dios, que justiciero
he de haceros mil pedazos.-
A tan graves amenazas,
corridos y cabizbajos,
partieron los palaciegos;
y el rey, en gañán trocado,
tornó entonces con más bríos
a las labores del campo.
Escritores de aquel tiempo,
cronistas apasionados,
a ese príncipe prudente,
\'El loco\' le apellidaron.
Ved si su sabia conducta
merecía este dictado.
Así se escribe la historia;
¡ay del que fía en sus fallos!
Los nidos
¿Por qué con mano aleve destruiste
los nidos de las pobres Golondrinas?
Desoladas y atónitas ahora,
junto al alero con dolor se agitan,
buscando en vano la anhelada cuna
que tu malicia convirtió en ruinas.
Sin abrigo, sin techo hospitalario,
¿a dó irán esas tiernas avecillas?
¿A qué reír?
¿No sabes tú, hijo mío,
que ellas son mensajeras de la dicha:
que ellas traen ventura a la morada
que las brinda benéfica acogida?
Cada año, al asomar la primavera,
¿te acuerdas con qué amor las recibía?
Ora huirán llevándose consigo
la paz de nuestro hogar.-
-¡Bah!
tonterías
-le contestó el rapaz;- rancios consejos
que la razón no admite en nuestros días.
Mi primo, que es gran voto en la materia,
y, que ha cursado ya filosofía,
-nuestra caduca sociedad, me ha dicho,
reformas radicales necesita.-
Yo soy de igual sentir.-Guerra a ficciones,
que la ignorancia estúpida prohíja;
guerra a esos nidos que el error protege
por rutina, con sobra de injusticia.
Y además, si es molesta su presencia,
¿para qué quiero yo las Golondrinas?-
-Atiende bien: para el progreso humano,
las reformas son buenas, son precisas;
pero es mejor guardar (aunque lo sea)
el error que conserva y edifica,
que ahuyentar esas aves indefensas,
de tanta utilidad a las campiñas,
que, si quier por los bienes que producen,
deben ser respetadas y queridas.-
Dejad colgar su nido en los aleros
a las pobres errantes golondrinas.
Conspirar contra seres inocentes
es un acto de negra alevosía.
Los moluscos
Los moluscos se unieron a su concha
con tales nudos,
que, mientras vivan, sufrirán sumisos
su eterno yugo.
Los mundanos, pegados a los vicios,
¿serán moluscos?
Los dos ratones
-¡Albricias, albricias, madre!
-exclamaba un ratoncillo:-
Aquel gatazo implacable
que tanta guerra nos hizo,
va a ser pasto del León;
ambos reñían, lo he visto.
Ya no habrá quien nos aceche;
podemos vivir tranquilos.-
Cuando esto escuchó la Rata,
sin salir de su escondrijo
díjole: -Calla, tontuelo;
no digas más desatinos.
El orden de la natura
trabucas tú: ¿quién te ha dicho
que en lucha con otra fiera
quedara el Gato vencido?
¡Si no hay Tigre que le iguale!
¡Si es peor que un Basilisco!
Si vieras sus anchas fauces,
su diente de agudo filo,
sus corvas uñas sangrientas,
y su mirar vengativo;
si su vigor conocieras
como yo, pobre hijo mío,
juzgáraslo más valiente
y anduvieras con más tino.
Cuando él arquea su cuerpo,
y se relame el hocico,
y se le erizan los pelos,
y lanza fieros bufidos,
las mismas selvas se espantan
y se estremecen los riscos.
¡El León!
¡vaya un contrario
para tal animalito!
En echándole la zarpa,
de su corona hace añicos,
y si le aprieta el gaznate
me lo estrangula, de fijo.
Ven, pues, hijo de mi alma,
que si ese gato enemigo
volviese malhumorado
se te comería vivo.-
Estas palabras la Rata
al Ratoncillo le dijo,
y agarrado del pescuezo
se lo llevó al escondrijo.
En las bestias y en los hombres
el miedo abulta el peligro.
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