sábado, 23 de enero de 2016

TOMÁS COHEN [17.994]



Tomás Cohen 

(Pelluhue, Chile 1984) estudió Musicología y Arte en la P. U. Católica de Chile, Historia del Arte en la New York University y Traducción del Tibetano en la International Buddhist Academy de Katmandú, Nepal. Actualmente estudia Filología Tibetana y sánscrito en Universität Hamburg, Alemania.

Tras formar parte de la Academia Literaria del Saint George’s College, fue becario de la Fundación Pablo Neruda el 2003. El 2014 participó en la Ashbery Home School y organizó una lectura bilingüe de Poesía Latinoamericana reciente en Brooklyn, NY. En Hamburgo, dirige la “Lectura del Puerto” (Hafen Lesung), un ciclo internacional de recitales multilingües de poesía y prosa, y es el editor chileno de la revista Asymptote. 



“Redoble del ronroneo”
(Pippa Passes-Buenos Aires Poetry, 2016)



cuando descanse mi cabeza en tu antebrazo
y ése no sea tu antebrazo
ni ésta mi cabeza

serás, sortija, el portal que no me saco,
la reina de una baraja

tu olvido comerá mi boca,
te habrás vuelto una canción

cadáver virgen a punto de la tierra,
en brazos de hormigas te cargaré miles de veces






A la velocidad del sonido

para Juana de Ibarborou

Hacia el rubor de rumbos anudados,
hacia su choque en un beso que encalla,
devolviendo minerales a las rocas
que mi río cuesta abajo arañara,
voy hacia antes, voy agua arriba
a verme verla
de pie en su pupila—
Pero clavo ni martillo ese día.
En la turba que dos bocas adiamantan
zumban moscos recados para el ámbar.
Pecas del granito, veo copos, y nadar
hojuelas de hierro a magnetita
por estratos del barniz de su mejilla—
Nunca, no, masca mi alicate
el alambre que su pestaña cosía.
Giro su primer molino de lenguas:
sin idioma, nos salpica el aspa.
Crujen al pálpito vagones
de ramos agonizantes en celofán y,
al son de un pétalo rajado,
una rama de coral derrocharía
cintas rojas por piernas o peldaños—
No, ni desborda su párpado
contra los barrancos que escalo
y muerdo y cargo.
La paz del vergel vicia la cerca,
mis latidos tiran piedras a sus lagos
y me veo verla,
de pie en su pupila,
bajo el techo alocado del gran árbol
que una sola semilla lenta explota.
Minutos, ¡más!, hondura del abrazo
con temblores de una flaca escalera de caracol.
Aún, sí, ojalamos
hebras mirada adentro—
Pero engancha el río, cuesta abajo,
mi carne de ropa, mi rostro de máscara
y mi pupila, sola, atrasada, trota, atrasada
con el trueno del relámpago en las manos.




Pasamanería

Pastor a goterones
de plomadas, de medusa,
sin hallar la cueva
te llueves, de bruces
y rosas lamentables
de papel que incendia
traman la frazada
de vello sobre el niño.
Pastor sin adonde
el balar huyera,
te refugias en la flauta
como si ordeñaras
y pisadas de ola,
venturosas en la arena,
espuman, abruman
instantes de hueso.
Niño lanudo, pastor seco,
¿qué tambor atruena?
¿Qué algazara
todavía vuelca estantes
y estampa antílopes en bicho?
Pastor manco, niño empapelado,
¡qué bombo en estadio vacío
apenas para circuir que ablanda!
¡Qué escabeche genital y veneno atento
no más para regar con monedero!
Del leopardo del suelo jaspeado por llovizna
que trepa sin garras, de manchas a vapores,
no distingo ya tu néctar estrellado
y del cadáver delantero a tu siga
va al mercurio un dolor de lingotes.
Momio adolescente, tallaste
tu milagro molesto como un leñador. Dale
con tu purga y durma, con tu disparate,
liquidación y aguacero—
Mas, todavía
la felpa de potro rellena a un conejo,
todavía, el pecho de fiesta que no invita,
idos los ladrones, todavía
ladra enrejado un corazón,
¿de quién?




Legado por un pelo

¿Un fósforo tomo o
una brizna de vaharido?
¿La brasa de abrazo
o un simple pelo caído?

Lo desenredo de un botón
como el cable a una audición
o como si abriera un viejo archivo.

Antes de tragármelo, lo miro—
Me enhebra y ahorca
su hilo de vino
color alazán que
no es ni fuera mío.

Por un prado entre cojines y latidos
que taladran mi corazón y mi oído
oiré galopar sin pozón su jamás, mío.



Primavera

La verdísima hoguera del trámite volado
hierve en su olla de follaje el caldo.
Derrama sed el cántaro, el canto echa su hedor:
se pintarrajea más primera vez.

¡A través! ¡A través! Niñita violadora
con paseo de clavel inmenso boca abajo,
con brazos en raíces —la muy semilla—
y a rastras las girantes nucas de esclavos.

Al redoble del ronroneo alza, riente,
las entrañas terrestres con ternura.
Es bomba de savia e inflación de fruta:
la glandular propulsión polinizadora.

Tras el agua en el aire, apenas lluvia,
y antes de la arena, casi nieve,
tras la caspa y la costra de agua lodo,
para el dado. Ficha en la casilla roja.

Iza antorchas contra frescos cavernosos
y pica niveles de arbusto en llamas.
Tras horas y estaciones mordiéndose la cola,
la mañana del año antoja adorar.



Salmuera

Sabes a mar, sabía el aire
que al agua más grande
íbamos para morir de sed.
Adentro, secreto e inmenso aire
que salaba en últimos besos
carne seca para el viaje arduo.
Inmensa, celeste herida
que el dejar de mirar abre,
sueltas nuestros días por años
como sabuesos o lágrimas.
Inmensa, celeste herida
que el dejar de mirar abre,
retiras al corazón de los ojos
como al verdor de las ramas.
Adentro, secreto e inmenso aire
de ti a mí, iba en nuestro beso
por dulzuras a un cuesco amarg.
Sabes a mar, sabía el aire
que nuestro fruto, como el sol,
inhalaba su rubor para caer.




Andarivel (Postludio)


No temamos: la muerte es así.

César Vallejo


Al fondo hay siempre arena

y negras lunas nuevas en las uñas.
Al final de mis bolsillos dados vuelta.
Cuando las frazadas mueven montes.

¿Es muy tarde
o muy temprano? Me hablo a ella
hasta que oyes.
                        ¿Quién anda? Asiento,
adelante, que el mar no es azul
si el cielo no lo mira.

Mira lo que traigo en mis bolsillos:
conchitas con tuercas, objeciones
destruidas y centellas de calma
y al fondo hay siempre arena.

Entra, fuera, al cajón del purgatorio
que lame la pelusa de mis bolsillos,
a trajinar donde
adaptadores inútiles y memorias externas
agusanándose entre cables
de admito a abjuro,
donde los recuerdos secos
se desdoblan y redoblan y bifurcan.
Aquí se hundió el mundo anterior.
Queda el agujero
de un amor cavado en la arena
(con las uñas) que sin querer
se va a saciar de cielo
y ser poza en blanco, bocado
de borrón y de espuma—
            Aunque mejor
            no. Yo paso.

¡Tú!, que alumbras mi asombro en escalones,
tú que en la ceniza eres aliento que sostiene,
ven al borde que se hunde, al librarme en tu nombre,
con mi nombre en tus manos
como dedos. Me miras,
con ojos de apuntes—
            Pero basta. Basta, ya
            me viro.

Palpa mis pausas, tus frutos;

el lápiz desaparecido tras la oreja.
El bolo que integraba con dolor a su ruedo
esquirla a esquirla los meteoros…
mi rimbombo. Estás aquí, espinario
o partero, a la orilla de una cama,
en la polvareda del cajón vaciado
junto a escombros como niños
en jóvenes sin adulto aún—
            Ya, ¡caramba! ¡Córtenla!
            Mi costal a rastras
            no da más.

Capea conmigo el valle de la indecisión

y las miserias del ardor y del frío;
los pliegues del plazo fantasmal
en que masco mis costras
y chupo de mis heridas;
baños con escritos de jabón sobre reflejo.
Tina interminable de mi vida estrecha,
vadearon por ti dos lejanos maderos
sólo para chocar y alejarse de nuevo—
            Sin baba, acabemos,
            si acabábamos
            cada vez.

Pronto, a muy tarde, dame

vuelta de papel donde no sepa
y ven conmigo bajo la tapa que se cierra,
tomados de las manos como páginas
donde la palabra fuego no queme.
Quedos, juguemos a la semilla
hasta que un rugido nos parta
como al mar del éxodo—
            Pero, ¡aún otro pedazo!
            Dale… está bueno,
            un episodio más.

¿No es muy tarde? No,
ya es muy temprano.
Queda el agujero
de un amor cavado en la arena
y el pleamar se acerca,
hunde el mundo anterior:
            ráfaga, trago de
            látigo, cuello a-
            trás, cénit en
            nadir.
            Fustiga el
            anca del planeta, el planeta
            vuelve a voltear. La gravedad
            retorna
y el haz de la mirada disuelto en más allá.

El mar partido a la vista del báculo
ruge al cerrar su episodio rojo.
El lomo dorado se traga un éxodo;
los ahogados no cuentan de tesoros.
Al fondo
queda este agujero que se inunda.
Recién montes, frazadas de arena
aterran esta poza todavía azul
donde el cielo sí acaba, te asoma—
            ¿Quién anda? El mundo,
alrededor.


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