DOUGLAS TÉLLEZ
Douglas Téllez Berríos nació en León, Nicaragua en 1971. Durante sus estudios de Ingeniería participó activamente en el ámbito artístico universitario. Obtuvo tres veces el premio Alma Mater en las ramas de poesía y narrativa en el IX y X Festival Artístico Interuniversitario. Colaboró en los boletines SIGNO y XILOTEOLT. En el 2002 el Centro Nicaragüense de Escritores publicó su obra primagenia Inscripciones en una pipa sagrada. Ha publicado en suplementos literarios y participado en talleres literarios impartidos por el poeta Ivan Uriarte. En el ámbito de las artes plásticas ha expuesto sus obras en Helsinborg (Suecia) y en galerias nacionales como Claroscuro (Granada) y el Centro Cultural Chino-Nicaragüense.
Douglas Téllez la primera voz singular aparecida a inicios de este siglo y sino que lo desmientan sus poemas (Delenda est, Nosotros ya conoceremos Nueva York y Fiestas patrias), aparecidos en Inscripciones en una pipa sagrada para los muros del Empire State y otros poemas (2003): voz apocalíptica del mundo moderno. Douglas Téllez. Poeta leonés, en tránsito perpetuo entre Nicaragua y Alemania.
Confesión de una distinguida
señorita de la atravesada o la calzada
A quien debe usted tremenda pinta
y tamaña gracia, bien podría confundirse
con una señorita de la calzada o la atravesada.
De donde desciende esa selecta estirpe
de bastardos.
En su sonrisa descubro el descaro y la malicia
del pirata inglés.
Y esos ojos y ese andar, ni dudar de
reputada dama andaluza.
No se hable más de sus ancestros.
Hasta el ojo más profano reconoce cuándo una muchacha
de su alcurnia viene de la calzada o la atravesada.
Y no del arrabal donde los puercos remueven
las lombrices que engordan en las heces.
Como usted con prodigioso encanto dice
“y allá a quien le dé corroncha que se rasque”.
EL RETORNO DE ODISEO
¿Valdrá la pena emprender
ese largo viaje de regreso a la vieja morada?
Tirar al mar el frágil barco de papel, con sus rotas velas
y padecer el insomnio de la incertidumbre.
Sin saber si la botella con el mensaje, que anuncia mi regreso,
ha sido arrastrada por las olas hasta la orilla de la costa /
anhelada.
A mi regreso, quizás hostil me ladre el perro
y no reconozca en mí a su viejo compañero de caza.
Quizás mi madre medio ciega me confunda con algún forastero.
Suele pasar cuando se ha vivido largos años fuera de casa.
Dalila
Como un puño vació esta
el pecho de Dalila.
Esta chica nunca supo de perdón.
Siempre soñando las aldabas
de la noche, conspirando en los pasillos.
Afi lando la tijera.
Amamantando a su victima.
Tierna y letal a las melenas
de la fi era.
¡Ay de ti Sansón
palos y cuernos te esperan!.
Las aguas de Heráclito
Me detengo en las márgenes del río
a contemplar las cambiantes aguas
de Heráclito…
Donde el tiempo pasa arrastrando
sus espaldas entre aristas de pulidas piedras.
Tanto me revelan estas aguas, con la sinfonía
de voces que consigo arrastra.
Rotos espejos donde se fragmentan
los rostros de mis padres y hermanos.
Mi sombra se tambalea con el lento fluir
de las horas, las hojas se desprenden de los
árboles, igual que nuestros rostros perpetuados
en descoloridas fotografías.
Tercos decimos ser los mismos:
“Mira, no he cambiado, sigo siendo el mismo
de hace 30 años”
Mi rostro más reciente, hace 30 segundos
se diluyó en la corriente.
El despertar de la ira
Bajo un arco de ebrias luciérnagas
te espera un mundo no tan vasto
como el mundo que hasta ahora conoces:
con océanos, montañas, ciudades, hombres y fieras.
Lejos de los dominios de tu corazón
y tu estancada sangre, la gente manosea
y maldice la ternura de tu nombre.
Las avenidas se levantan con sus tallos
de aluminio, cristal, acero y neón.
Se abren las ventanas, las puertas de los prostíbulos,
los portones de las cárceles, los cementerios
y los templos donde se comercia con sangre.
Arden óseas astillas, atizan la hoguera, donde descansa
el perol que hierve con líquidos metales.
Allí verás cómo se funden las monedas, como se les graba
la esfinge del verdugo, el perfil del tirano, la marca del asesino.
Nosotros nos morimos por esas piezas de colección,
nos encanta todo lo que huela a sangre y morbo…
Nos fascinan los nombres de los carniceros y suicidas.
Un día, te despojaran de tu nombre, inventarán uno que corresponda
con tu apariencia de animal doméstico o de incontenible fiera.
Pule tus uñas, agudiza tus pupilas, pronto te sorprenderá
la cacreca mano, enguantada con zumbido de revólver
o filo de matarife. No verás su rostro, ni el alto obelisco
de sal que se levantará en tu memoria.
Cualquiera podría dar el guantazo de mariposas:
el niño que salta del sombrero negro,
la liebre luminosa que chilla cada noche,
el muchacho insómnico que espulga los piojos de tus sueños,
el galante caballero de hepático vientre y sonrisa bonachona,
la dama que muestra su sonrisa luminosa mientras aplasta cucarachas,
la muchacha con sus claveles de papelillo chino,
los dones con sus cuernos de oro,
los niños que comen tinta y polvillo de pizarras,
los próceres con sus patillas de carniceros y sus trajes azules.
No te fíes, te espera un mundo donde andan sueltas
venenosas alimañas y temibles depredadores.
Afuera, hay un mundo que te espera.
Dentro, muy dentro de vos, va creciendo otro que apenas conoces.
Aquel verano del 91
El hermoso pargo rojo me miraba con los ojos donde
se perpetuó la muerte.
Yacía fresco sobre la piedra manchada de sangre.
Madre, se afanaba quitándole doradas escamas, abriéndole
tajos diagonales en los costados, embarrándolo de sal, tendiéndolo
al sol, donde no lo alcanzaran los voraces pájaros o los gatos
marrulleros. Llovía oscura arena y hedía a azufre.
Madre freía aquel hermoso pescado, hecho en trozos,
que saciaran la gula de toda su prole.
Llovía oscura arena y hedía a azufre.
Era un día de abril, sentados todos en torno a la mesa,
madre, repartía raciones de pescado, arroz y ensalada.
Yo regresaba de una guerra que nunca tuve.
Era abril, cumplía veinte años.
Madre, se jactaba de su sazó.
Gatos y perros a colmillo y garra se disputaban escamas y espinas
Yo regresaba y nuestro hermano partía a un lejano
país donde nunca llueve oscura arena, ni hiede a azufre.
Madre, sonreía, tras aquella máscara escondía una pena.
Aún la esconde entre su pecho de plumas.
Quizás viaje a la ciudad
Quizás viaje a la ciudad este verano.
Quizás no dé tiempo para recoger
todos los fragmentos de rotos espejos.
Quizás no logren volar los pichones a su abandonado nido.
Quizás mis manos ya no puedan rozar el césped y podar
las ramas de los almendros florecidos.
Quizás ya no me reconozca el perro medio ciego, aunque me
ladre o dócil mueva la cola.
Y los niños que dormían en los lactantes pechos,
serán rudos hombres con un cigarro en los labios,
con la mirada entorpecida por el trabajo en la fábrica.
Quizás esa ciudad que busco, ya no existe, solo es mi terca ilusión
por encontrar el viejo camino de regreso.
Devenir
Nunca alcanzó la otra orilla de la pista,
el autobús se detuvo de golpe y entre los pasajeros
hubo pánico. Algunos curiosos descendimos,
para ver la agonía del animal tirado sobre el asfalto.
Sangraba y daba patadas de moribundo como las
cucarachas que siempre mueren patas arriba.
Sentimos pesar por la noble bestia.
La semana siguiente pasé por el mismo lugar,
ahí seguía el caballo muerto, hirviendo de gusanos,
con los ojos devorados por los zopilotes, con las vísceras
verdeazules tendidas al viento.
Regrese nuevamente a aquel lugar,
del caballo sólo quedaban despojos,
un cadavérico esqueleto forrado con trozos
de tiesos cueros negros como en las películas del Western.
Aun merodeaban los zopilotes
y los gusanos se daban el último banquete.
En mi cuarto viaje contemple
una osamenta blanca, expuesta al sol,
dominando el paisaje, como una gótica catedral
que se alza sobre un jardín de zarzas.
No sé cuántas veces he hecho el mismo
viaje y me detengo en aquel lugar.
Del caballo no queda nada.
Las hormigas se pierden donde crece la hierba.
La pista es otra, los viajeros somos otros.
Olvidé muchas cosas, pero siempre
recuerdo la agonía y muerte del caballo
Quizás porque el destino de un perro,
un pájaro, una serpiente, una vaca, un caballo,
un asno, una flor o un hombre es el mismo.
Nuestra casa flota entre sus muros
Nuestra casa flota entre sus muros
no hay tierra firme dónde dejar caer
nuestras raíces.
Nuestra casa flota entre densas nubes
de plumas.
Tiene abiertas puertas y ventanas,
como agudos ojos que contemplan,
el resplandor de la luna sobre los tejados.
Nuestra casa, se aleja con el vaivén de las olas.
Los muebles, los retratos que cuelgan de sus
agrietados muros cantan su adiós
a la ciudad que un día los acurrucó en su regazo.
Los relojes tuercen sus agujas.
Lloran mis hermanos al pie de sus sombras encorvadas.
Mis padres dan pasos firmes hacia el abismo de los océanos.
El eco de sus sílabas vitales, retumba en la garganta
de nuestras óseas flautas.
Nuestra casa deambula en nuestros sueños,
poco o nada queda de sus columnas o vigas.
Nuestra casa solo es un leve soplo de
frases y canciones de cuna.
Algo que dijeron mis padres o melodías
tarareadas por mis hermanos en vastos solares
cercados con cardones, piñuelas y pulidas lajas
arrebatadas a la garganta de los rios.
Nuestra casa ya no es nuestra casa,
es una sombra, un trazo de luz cruzando
la vasta noche sin luceros.
Nuestra casa ya no existe.
Están las calles con sus pasos,
el solar con sus astros y caballos de madera
y el triciclo sin ruedas tirados sobre
los techos de zinc oxidado.
Todo está donde un día lo abandonamos.
Toda está, menos nuestra casa que ya no habita
entre sus muros, ajena a nuestros llantos.
Ah, nuestros corazones no entienden de partidas.
Se aferran a sueños e ilusorias posesiones.
Antropología
Reconozco nuestra edad
en las aristas de las piedras.
Ahí donde la furia de río
talló la punta de la lanza o el
áspero filo del hacha que bajo
el reflejo de la llama dio muerte
a la fiera.
Reconozco ese zumbido de plumas
con él se fueron nuestros primeros
anhelos. Soñábamos con destronar
a los dioses atrapados en sus torres azules.
Reconozco los ocasos clavando sus rayos
sobre el lomo de briosos potros de espuma.
Con ellos iban y venían el eco de los truenos,
las canciones del arrabal, las muchachas con
el corazón palpitando entre sus manos, después
de abandonar el arca de los cisnes desplumados.
Reconozco que cierro los ojos.
Que apenas logro distinguir un puntito oscuro
en la perspectiva que minuto a minuto es más profunda,
más distante como un túnel.
Sostengo tu manita entre mis dedos.
Llega el momento de reconocer
que también para nosotros todo termina.
Colgarán de museos antropológicos
nuestros cráneos, nuestros roídos trajes
y nuestros corazones enterrados en vasijas.
Textos del poemario inédito “Nuestras casa crece entre sus muros”
Etimologías
A este pequeño y oscuro cuarto
a partir de hoy llamaré mi hogar.
A estas gentes de hospitalidad
indiferente a partir de hoy llamaré
mis amigos.
A esta lengua (la cual no entiendo, ni me hago
entender) a partir de hoy llamaré mi lengua.
A esta ciudad hostil de altos muros sin ventanas
a partir de hoy llamaré mi ciudad.
Poco a poco voy asimilando los rigores etimológicos
de la palabra EXTRANJERO.
Algunas veces me he visto
Algunas veces me he visto muerto
(no hablo de la muerte a la que todos
temen y conocen ).
Hablo de diversas muertes de conciencias:
me he visto muerto de miedo,
me he visto muerto de risa,
me he visto muerto de verguenza,
me he visto bien muerto pero vivo.
Todas esas muertes cuentan,
a la muerte que mas temo y evado
es a la muerte por aburrimiento
sin poemas, sin paisajes, sin mujeres,
sin libros, sin cervezas, sin amigos o
un buen cuadro.
los domingos son los días más próximos
a la muerte.
Circus
Estamos solos, la oscuridad del espectáculo
nos condena, el payaso rojo me vapulea la mitad del ojo
y lloro…La contorsionista rígida me duele
con su celeque desnudez. El mago viejo sacó a un
hombre asfixiado del sombrero negro.
Las bailarinas devoran púberes miradas impúdicas.
El trapesista dio saltos mortales para la muerte misma
Todo terminó: el domador arrancó la cabeza del león
y la devoró. Todos aplaudimos satisfechos.
El acero de Toledo
“ Nosotros no hablamos “mal” el castellano:
hablamos “otro” castellano que no es lo mismo”
Las espadas de Toledo no son las mejores del mundo
si no aquella templada y oportuna hoja
que me ha sacado triunfante e ileso
al librar duelo de valor y filo.
Yo no Ezpañol aclaro.
Digo malas palabras con las cuales me hago entender.
Ignoro las tiránicas reglas del idioma
cuando enamoro a una mujer
cuando lleno de júbilo celebro y me embriago
con mis amigos o cuando puteo a mis enemigos
(Aclaro no tengo enemigos, yo soy mi peor y único enemigo)
Jamás me arrodillo ante las severas formalidades de los
grámaticos de púrpuras togas doctorales. Soy un ortógrafo
Sin límites. Yo no hablo Ezpañol, ni creo que en Toledo
se forjen las mejores espadas del mundo.
Arqueología Rupestre
Descifro arcaicos códigos
Expuestos en tirantes lienzos.
Bicromado lenguaje rupestre, símbolos
de nuestros primeros alaridos.
Victorias cantadas, fúnebres designios,
conjuros… Antes y después que luminosa
liebre saltará sobre el arcoíris.
Los inquisidores
Los inquisidores se niegan a morir
andan por ahí, disfrazados
de serios ejecutivos
proclamando la pureza de metales
corrompidos.
Juzgan. condenan, matan todo
Intento de llegar a ti.
Las muchachas del bulevar
A Bayardo Gonzáles
Querido Borges, nunca fueron nuestras
las mujeres amadas, que nos abandonaron
en la nostálgica víspera del holocausto.
Apenas guardamos sus nombres…
que la tradición inmortalizo en boca
del vulgo, e hizo de ellos letras de boleros
y tangos. Y nosotros ebrios amantes cantándolos
con rencor y ternura, bajo los clausurados balcones
del viejo suburbio.
Fiestas Patrias
Suntuoso carnaval
Trompetas, tambores
culos celeques,
pezones desnudos.
Espectáculo de circo ambulante
manchando la dignidad de los héroes
que yacen en olvidado sosiego
de flores silvestres.
Elegía a mi Abuelo
Batallo con mis recuerdos
para darte un rostro.
Aunque tu rostro sea igual
Al de todos los patriarcas,
Ya lo dijo Eunice: “Todos los
Viejitos se parece”, con esa frágil
gracia de papiros doctorales.
Sigo buscándote un rostro, apenas
guardo un vago gesto: tu mano leve
saludándome desde el Willy en marcha.
Poco o casi nada nos une, este instante
que para siempre nos separa, un hilo
de lágrimas perdido en la densidad del
polvo, la tristeza de mi madre.
Ahí, te reconozco, ese será el rostro
que guarde.
María Tudor
(Antonio Moro)
María Tudor conserva la palidez anémica,
la torpeza refinada y la mirada vacía
de las decrépitas noblezas europeas.
Las piedras y tocados no transmiten
calor, color o alegría.. La roja rosa
que María sostiene en una de sus manos
es lo único que emana un leve perfume
de vida.
La Coronación de Espinas
(Van Dyck)
Como una metálica máquina de muerte
cierne el viejo soldado la corona de espinas
sobre el cráneo del cristo anestesiado.
no hay drama, ni fatalidad en tal escena
apenas unas gotas de sangre como de alguien
Que accidentalmente se ha hecho una leve
herida en la cabeza… El resto, una perfecta masa
de armoniosos músculos y gestos, y un bobo que lucha
Con la ventana para figurar en la escena.
Cristo Presentado al Pueblo
(Quentin Metsys)
Quizás sea Califa o Herodes
quien presenta a un Cristo de lata
desde un balcón adornado con estatuas
Vivas. Abajo la multitud vocifera y maldice
junto a los centuriones con sus rostros
de ebrios y bobos… La lección de Metsys
está en las muecas, en los torpes gestos
de esas decrépitas caricaturas.
Textos del libro “Inscripciones en una pipa sagrada”
Confesiones de un caníbal arrepentido
“Soy Paul McCartney y soy vegetariano”
La serpiente se sacude con un puño de plumas entre las mandíbulas.
Ignora el nido y los cascarones donde estuvieron los pequeños petirrojos.
En los perfumados jardines isabelinos no hay repugnantes depredadores.
De las alcantarillas y aguas del Támesi emergen las ratas grises, arrastran
secas truchas voladoras.
“Soy Paul Mcarney, soy vejetariano”
Como legumbres frescas y tomo té con galletas de soya.
Doy de comer a las palomas que se cagan en la plaza de Trafalgar Square
y pinto las manchas borradas del leopardo.
Como todo Sir con espada, escudo, escopeta, caballo,capa, sombrero
y veloces mastinés.
Salgo tras la escurridiza zorra o lo fugaces patos que aterrizan en los lagos.
“De esto hace muchos años”…
Un día mientras pescaba…
Se iluminó mi corazón de protestante, remotas voces sacudieron
el aire húmedo, gritándome:
Help! i need somebody
Help! not just anybody
Help! you know i need someone
Help!
La boca del pez herida por el anzuelo, las burbujas de sangre manchando el azul
de la tarde….
“Mientras recogía al pobre pez me di cuenta: ‘Estoy a punto de matarlo, simplemente por el placer efímero que esto me aporta’.
Los mastines escarbaban la guarida de la fatigada zorra, seguramente temblaba
al escuchar el silbato y los disparos que convocan la estampida de la jauría.
Los patos caían al lago con los cuellos torcidos por los perdigones, leales los perros
se tiraban al agua para congraciarse con sus nobles amos.
Hubo pato a la Pekinese en la mesa de los señores.
El pez salta al agua, no sobrevivirá con ese tajo que le partió la boca.
He cumplido con las leyes divinas, he hecho mi acto de caridad,
he devuelto una vida a la vida.
Escucho voces remotas, dispersas en el bosque gritándome
desde la garganta de la serpiente.
Help! i need somebody
Help! not just anybody
Help! you know i need someone
Help!
“Fue como una iluminación para mí. Al ver a ese pez asfixiarse, entendí que su vida era tan importante para él, como la mía lo es para mí”
La tortuga avanza hacia la cámara, levanta vuelo, las luces de las antorchas
iluminan las veredas de los depredadores en el Amazona, la sabana africana y
el desierto australiano…
Los monos desollados parecen niños suplicando piedad al verdugo que blande
la navaja. Cuelgan las vísceras de sus vientres abiertos de un solo tajo.
Las cabezas de cerdos cuelgan repugnantes en las carnicerías bávaras,
Las piernas ahumadas, los jamones, los embutidos manchegos, las tiendas
de pájaros disecados, los traficantes de pieles y colmillos…
Las mujeres de Munich, Copenhague, Paris, Madrid, Milán, Roma, Londres, Berlín, New York y Viena.
Lucen felpudos abrigos en conciertos
y bienales, en galas de beneficencias a fabor de la protección de los osos polares y
las serpientes del Sahara.
Los filetes de tilapia importados de la cuenca del lago Victoria,
los filetes de tortuga de las antillas, los filetes de res de Uruguay
Brasil y Argentina…
Los huevos de codorniz, el caviar que consumí durante días.
Los salmones noruegos, las langostas, los sesos de monos…
He aquí a un arrepentido caníbal, a un depredador domesticado.
“Soy Paul McCartney y soy vegetariano”
Inscripciones en una pipa sagrada
www.euniceshade.com
Uno nunca termina de saber qué es la poesía. Ni siquiera leyendo las Cumbres del Idioma de Rodolfo M. Ragucci. Se me viene a la mente ese enorme ejemplar impreso en Buenos Aires en 1963, por una simple razón: si de nuestra lengua se trata, el trabajo de Ragucci, a pesar de su carácter antológico, es una obra de lectura obligatoria, no sólo por la arteria histórica del libro, sino porque sirve de antorcha para recorrer sin tropiezos los túneles de nuestro pasado u origen poético. Juglares, poesía popular, poesía culta, poesía lírica, poesía épica. Desde el Mester de Juglaría, esos primeros poetas de la España del siglo XII, esos poetas errantes, ambulantes, viajeros al son de la vihuela, siempre en la lengua del vulgo cantando versos propios o ajenos para ganarse la vida, pasando por la eras clásicas, seudoclásicas, de resurgimiento y de hoy, hasta un grupo excluido de versos de Netzahualcóyotl de Tezcuco o del Inca Pachacútec. Ni aún así termino de comprender qué es la poesía. Ni leyendo las variopintas y a veces aburridas definiciones librescas de la doctrina literaria, ni sometiendo al examen etimológico la palabra poesía.
Tal vez pueda experimentar la poesía mientras leo ese hermoso soneto de Rimbaud, Reve pour le hiver (Sueño para el invierno) o los primeros versos del Canto a mí mismo, de Whitman. Tal vez pueda experimentar la poesía al escuchar a un bardo declamar la perfecta, la primera estrofa del Perfil de Manolo Cuadra:
Yo soy triste como un policía
de esos que florecen en las esquinas,
con un frío glacial en el estómago
y una gran nostalgia en las pupilas.
Sí. Después de una estrofa así se me nubla la mente o mejor dicho se me emblanquece, y me turba y paradójicamente me tranquiliza una sensación, una paz extraña, como el vuelo nítido de un águila. Incluso puedo experimentar un cóctel de reposo, desahogo, liberación, nostalgia, lágrimas. Entonces, es en ese momento cuando pienso que no sé qué es la poesía y que nunca voy a terminar de saberlo, y que no me interesa saberlo. En vez de sentir curiosidad por saber racionalmente qué es la poesía, me da curiosidad experimentar con otro tipo de poemas o versos, me da por mantenerme a la caza de una o más líneas y volver a sentir lo mismo, o si tengo suerte, superar lo sentido y registrar un vuelo más excitante que el del águila.
Y a propósito de plumas agitadas, es aquí donde quiero empezar, precisamente con un batir de alas, con el vuelo seguro del primer poemario de Douglas Téllez, Inscripciones en una pipa sagrada, para los muros del Empire State y otros poemas. Poemario publicado hace ya unos años, tal vez cuatro o cinco, y que recién terminé de leer.
El acero de Toledo, el primer poema del libro, me parece la autodefinición del poeta: Yo no soy esto, soy aquello, yo hablo, yo digo y bajo esas condiciones espero que me lean. Téllez define su oficio y se ubica, o al menos eso pretende, en la línea rebelde de la poesía. Para muestra los siguientes versos:
Jamás me arrodillo ante las severas formalidades de los
gramáticos de púrpuras togas doctorales. Soy un ortógrafo
sin límites. Yo no hablo Ezpañol, ni creo que en Toledo
se forjen las mejores ezpadaz del mundo.
Entonces, a través de las legendarias espadas de Toledo, como símbolo colonial, es posible cuestionar y disentir de toda una tradición idiomática e histórica. Se trata del latinoamericano en la reafirmación de lo que cree que es su identidad, en la contraposición de “ese otro castellano”, de ese nuevo castellano al viejo idioma que nos “conquistó” hace ya varios siglos.
En Manzanas de California, poema dramático de una intensidad lírica espeluznante, el poeta alude a la difícil vida del emigrante latino en los Estados Unidos. Hay una parte que confieso me impresionó sobremanera, y tiene que ver con la forma poética que el autor utilizó, juzguen ustedes:
Tus manos de musgo ya no buscan la sed
de la tierra, se divierten aplastando
policromáticas lucecitas y puliendo líquidos cristales.
No puedo evitar ver a través de estos versos al nicaragüense uniformado de servidumbre con jabón, agua y esponjas limpiando una y otra vez los cristales de McDonalds en la madrugada. Y la situación se agrava con el dato escondido del poema, que no es necesario para apreciar su belleza, pero que sí impresiona a quienes conocen al protagonista de los versos: Allan Pallais, quien es también un poeta.
A partir del poema Delenda Est..., el contenido se vuelve más político o sociopolítico. Estamos en Nueva York. Es o fue once de septiembre y arden las Torres Gemelas. También estamos en Roma, la poderosa y despiadada Roma, envidiando la prosperidad de la bella Cartago. Creo que fue en tercer año de secundaria que vimos las guerras púnicas. Las tres guerras promovidas por Roma para destruir Cartago. “Delenda est Cartago” o Cartago debe ser destruida era la frase preferida de Catón, un censor romano, y según cuenta la historia, el político concluía sus discursos pronunciando siempre esas tres palabras: Delenda est Cartago. Y Cartago fue destruida. Para el poeta Téllez la historia podría ser cíclica, ya que en este poema, Roma es Estados Unidos y Cartago es Afganistán o el Medio Oriente en general. El bello Medio Oriente rico en petróleo:
Delenda est... susurran las prostitutas
de Manhattan y los sonámbulos maratonistas
del Central Park.
Delenda est... arde el cielo de Brooklyn y el Bronx
otra vez el alto cielo de Nueva York.
Hay dos poemas, “Los hijos de la usura” y “Nosotros ya no conoceremos Nueva York”, en donde Douglas Téllez plantea la venganza como otro móvil del genocidio cometido por los gringos. Luego del infame justiciamiento del World Trade Center, Bush habló de un programa de ataque al que bautizó como “Justicia Infinita”. Veamos los versos:
Saltan de felicidad cuando los misiles justicieros
describen siniestras parábolas en el cielo de Kabul
No hay lágrimas de cocodrilos en sus ojos, sólo risas
disfrutando la Venganza Infinita.
En el siguiente poema se reitera y en mayúsculas:
VENGANZA INFINITA claman los ofendidos patriarcas
del hurto y la usura, desde sus templos de mármol.
Egoísmo infinito, envidia infinita, arrogancia infinita, el poeta con su dedo apunta pero también siente la tristeza colectiva, la rabia sosegada, la resignación, la impotencia, el dolor.
Luego está el poema que da el título al libro: Inscripciones en una pipa sagrada..., dividido en cinco trozos. Leamos: Nubarrón rojo los Awaunageesuck, es obligación del lector consultar esta significativa palabra. Yo la encontré curiosamente en una página de los Testigos de Jehová. Cito literalmente:
“¿Cómo nos llamábamos antes de que llegara Colón? (...) Cuando se traduce la palabra con la que nos designábamos, y aún nos designamos, en cada una de las tribus, sin saber la que habían escogido las demás, siempre viene a significar lo mismo. En nuestra lengua (narragansett) decíamos “ninuog”, que quiere decir “la gente”, (en navajo, diné) “los seres humanos”. Así es como nos llamábamos. De modo que cuando llegaron los colonizadores (europeos), nosotros sabíamos quiénes éramos, pero ignorábamos quiénes eran ellos. Por eso los llamamos awaunageesuck, “los extraños”, pues ellos eran los extranjeros, ellos eran los desconocidos, mientras que nosotros nos conocíamos todos. Y nosotros éramos los seres humanos”.
Son palabras de Roble Alto, de la tribu Narragansett. Desde ese momento se aprecia con claridad el poema y el nubarrón rojo se convierte en un nubarrón de sangre. Desde ese momento podemos sentir el dolor indio, el dolor causado por los colonos ingleses y allegados.
En la segunda parte del poema encontramos a Tatanka Iyotanka, o Toro Sentado en español. Se trata nada más y nada menos que del héroe de los Sioux, de los Apalaches y de los Cheyennes. Toro Sentado es un valiente guerrillero, poeta y figura clave de la resistencia indígena en Norteamérica. Douglas Téllez celebra con nostalgia y orgullo el veinticinco de junio de 1876, cuando Toro Sentado y su ejército pusieron a los gringos en su lugar con la batalla que inmortalizaría el coraje indígena. La batalla de Little Big Horn, en donde murieron doce escuadrones y cinco compañías de estadounidenses, quienes ni siquiera con las armas último modelo de la época y bajo el mando del famoso Coronel George Armstrong Custer, pudieron con el valor y el poder de Toro Sentado y sus hombres. Cuenta la historia que las palabras de apertura a este memorable combate fueron: “¡Hoy es un buen día para combatir, es un buen día para morir: corazones fuertes, corazones bravos, al frente!”, gritó uno de los indígenas. El poeta Téllez también recuerda con tristeza el final de Toro Sentado siendo parte del show del salvaje oeste de Buffalo Bill, y después su lamentable muerte a manos de los blancos. Así, el poema de cinco estancias de Téllez mezcla historia con dolor, muerte y política, y discriminación, nostalgia, coraje y crítica:
No me pregunte qué fue de la pradera
donde ebrio de felicidad saltaba el búfalo
Nada del ayer existe...
sólo viejas cintas cinematográficas
donde siempre eres el malo.
A medida que avanzan las páginas del libro, el lector se encontrará con otro Douglas Téllez, en unas pícaro, en otras humorista o melancólico. Definitivamente hay más de que hablar sobre este poemario, espero que otro lector se entusiasme y encuentre aquello que mis ojos no pudieron encontrar, pero sobre todo espero que lo disfrute.
Inscripciones en una pipa sagrada... no es el típico poemario fru fru (esta última es expresión de Lemebel), no son los poemas rebuscados de un poeta incomprendido, es más bien el poemario de un hombre que comprende su época y su historia, que poco habla de sí y sus complejos (aunque nada malo fuese si lo hiciera), es un poemario que habla para sí y para nosotros del mundo y sus desaciertos. Los poemas de Douglas Téllez no están conformes con sí mismos, por eso nos apuntan sin miedo. Téllez es un poeta de cuero duro, afectado por la historia universal, y su poesía es y no es un por qué perdido en el insomnio. Por eso insisto, uno nunca termina de saber qué es la poesía.
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