Otilio Carvajal Marrero
(Cuba, 1968). Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Ha publicado los títulos: Libro del Profanador (Poesía) (Ed. Capiro 1998), Oda al pan (Poesía) (Ed. Ávila 1999), Los navíos se alejan (Poesía) (Ed. Ávila 2000), Prohibido soñar en esta casa (Poesía) (Ed. Ávila 2001), Thank giving day (Poesía) (Ed. Vigía 1997), Pájaros de noche (Teatro) (Ed. Ávila 2002), Condenados (Teatro) (Ed. Capiro 2008), Ponme la mano aquí (Novela para jóvenes, Ed. Oriente 2000), El libro del holandés (Novela para jóvenes, Ed. Ávila 2002), Dime con quién andas (Novela para jóvenes, Ed. Oriente 2005), El libro más triste del mundo (Novela para jóvenes, Ed. Capiro 2006). Entre sus premios literarios más significativos se encuentran: José María Heredia (Teatro), Manuel Navarro Luna (Poesía), Regino E Botti (Teatro), José María Heredia (Poesía), Eliseo Diego (Novela para jóvenes), Fundación de Santa Clara (Poesía y novela para jóvenes), Ediciones Vigía (Poesía), Beca José J Milanés (Teatro), Raúl Gómez García (Poesía), Beca Ciudad del Che (Novela para jóvenes), Premio Poesía de Primavera (Poesía), Premio Raúl Doblado (Poesía), Fundación de Santa Clara (Novela para jóvenes). Es profesor único del taller de Formación Literaria El viajero. Ha participado en más de 50 antologías de la poesía y la narrativa cubanas e hispanoamericanas publicadas en Cuba, España, Argentina, México y EE.UU. Ha colaborado con varias publicaciones periódicas y revistas especializadas de Cuba y el mundo hispano entre las que destacan La Gaceta de Cuba, Revolución y Cultura, Unión, Umbral, Signos, Sic, Alhucema, Huasi, Norte, Viga, Videncia, Islas, Imago, Diacrítica, etc. Es miembro del Consejo de Publicaciones de la Editorial Capiro, de las revista Umbral y Árbol Invertido.
Guajiro
Ya no importa ser fiel o ser hermoso, ponerse unos chanclos de cuero,
querer que la muchacha se asome a la ventana, o que la muchacha
se asome a la ventana después de leerse People en Español
o un periódico donde se hable del Atolón de Palmira, donde se hable
sobre la gira de Silvio por las cárceles de la isla; un periódico
donde se esconda que en el Parque Vidal los jóvenes fuman marihuana,
frente al Caridad, a las nueve y treinta,fuman chamisco,
alas de pájaro; fumanvolatineras, ojerosas,tiburones
de esos que pagan con dineros traídosdel digitalia;
fuman babaria, barbaritas, pecherosy holgazanes; fuman mentolados,
medusasque rompen la boca; desordenadospor la espiral, fuman
y fuman,hasta que el aire empieza a hervir, y despiden al portero
del Caridad por verlos, y al portero del Sandino por ver la puñalada
que dio a las dos muchachas el que venía con el sonadito, fuma que fuma
mientras FC se mantiene en el jit pareidcomo el más odiado,
como el más amado entrelos que saben que FCmerece lo que tiene
porque sabe cuál es el momento de largarse sin mirar atrás,
de perderse de una vez por el torbellino de luces que se encaraman
sobre los bordes de este paíscortante,donde la envidia y los policías
se sientan en el mismo parque con sus fresquitosy sus relojesOrients,
con los sobreros de jipi japa o de yarey o de guano curado
mientras Alfonso Urquiola fuma que te fuma, en el banco,
mientras Otilio fuma que te fuma unos cigarros que fueron liados
por las expertas manos de la muchacha que se asoma a la ventana
con apenas su blusita, con apenas su dental amarillo, sin apenas
haberse peinado ni cuidarse de que los binoculares
me sirven para ver pasar el tren hacia el infierno.
Testimonio del baldado
Ya no importan los trenes que van hacia el infierno, no importa un gol
en el mundial ni la playa Santa Lucía con su cementerio de caracoles,
basta con tener una ayudita del esteique te permita sentarte en la
marquesina y que pasen y te saluden como silos dos fueran tus socios
de toda la jornada.
La manteca de majá es de Obatalá:
la chiva, la serpiente, la paloma, la guinea y la gallina blanca.
El hampa y Gulliver mataron ala hija de Olguita por hacerse la bella.
De sus orejas colgaban dos delfinesy un perro lamía la sangre cuando
llegó la policía.
Quedó sentada en el banco del parquecito, parecía dormida, parecía de
cera; nadie la miró hasta que Chicho, el sonador, terminó su tercer
disparo. El primero desde atrás de la mata: «que la chama no me vea»;
el segundo: «de frente y sin miedo»; el tercero: «silbándole,
llamándole, diciéndole cositas».
Pero la pobre muchacha estaba muerta y Chicho se dio cuenta
porque los delfines no nadaban.
Obatalá no consume alcohol, no puede comer cangrejo ni judías.
El hampa y Gulliver se saben el poema veinte de Neruda y lo recitan a
dúo, sentados en la marquesina, al pie de una cerveza que envidia el
portero del teatro, que envidia el policía que les pide carnés y les
pregunta en qué trabajan los señores.
Ellos ni contestan, se empinan la botella, se rascan la entrepiernas y el
gendarme devuelve los carnés y se va pensando en que ese día habrá
pelota en el Sandino y cuarenta gritones que aprehender y cuarenta mil odios encima de sus cuerpos.
Vuelven a recitar el poema veinte de Neruda y el cantinero les cambia
las botellas.
Crónica roja
Violadita por los hijos de Jiménez se desangra en el campo de futbol.
Le han «metido» un destornillador y luego le apretaron el tirafondo.
Era una muchacha de paso bello que se ponía su shorcito para correr
y luego se lo quitaba para ducharse.
Se llamaba Raquel, la suavemente.
Ahora le dicen la violadita.
Cuando venga el hipo: te tomas tres vasos de agua
y piensas en tres viejas feas.
En el estadio de futbol, los hijosde Jiménez
no saben que más hacerle al cuerpo.
Ella venía con sus tarequitos de la beca
y un diploma enrollado debajo del brazo;
se veía relinda desde lejos:
un tomeguín, la suavemente;
le gustaba desde niña a los hijos de Jiménez
que eran feos como los domingos que se mueren
sobre el largo bostezo de las gradas.
Poco qué hacer había luego del partido.
En Cuba hay poco que hacer
después qué los equipos recogen y se van
y el domingo comienza a morirse de tan tonto.
Cuando venga el hipo: te tomas una cerveza negra
y piensas en que un día de estos van a morirse todos los traidores.
Pasaba Raquel y ellos le miraban zarandear
y se volvían locos.
Tenía aquel cuerpo de perfectos arrecifes.
Una nalguita pa aquí, otra nalguita pa allá:
el pelo rítmico caía en forma de bengalas.
Fue la única vez que el padre de Raquel
no fuera a acompañarla.
Estaba con Jiménez matando un lechón
para sus hijos.
Hablaban sobre la vileza de los días
y en el aire las moscas se tambaleaban
y caían, víctimas del comunismo tropical.
Cuando venga el hipo: te tomas un café en el bisnede Jiménez
y piensas en que el viento del mar no se diluye
sino que se espesa como sopa de pescado en viernesanto.
Pasaba, jacarandosa y tierna, suavemente
y a los hijos de Jiménez se les cruzaron los cables.
Una nalguita pa aquí, otra nalguita pa allá
y ellos la seguían haciéndose los bobos.
En la calle Celia Sánchez, estrecha y tremendista:
la agarraron;
en la calle Celia Sánchez, oscura y muy propicia
la obligaron
a coger por la calle Che Guevara hasta el estadio.
Cuando venga el hipo: te tomas una sopa de pescado
y piensas en el novio de la beca.
Le arrancan la ropita de uniforme, la acomodan.
La previoladita llora como un lechón ante el cuchillo.
«Pásame un trago, Jiménez:
no te cobro un peso y estás más cicatero que los chinos».
La machacan, la ensucian y le llenan la boca…
y le llenan el cuerpo de farfullos.
Se toma el trago doble… triple y hunde las manos en el puerco.
«Las tripas me las llevo;
a mi hija le encanta la morcilla».
Se ríe Magdalena, la esposa de Jiménez.
Se ríe el marido, como un cerdo
y un vaso se cae y no se rompe.
Cuando venga el hipo te quedas calladita
y verás que se larga y no regresa.
Dos puñaladas… tres, y poco a poco
la sangre va manchándole el diploma.
Se ríen con risa de muchachos
que no quieren morirse de tan tontos. Y se van.
En el estadio de futbol se queda violadita y suavemente,
sin saber que va a morirse,
sin saber que el hipo llegará de pronto, inevitable.
Del libro inédito Esperando un milagro.
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