Salvador Negro. Foto: Manuel Cuenya
Salvador Negro
León. Poeta y psicólogo. Salvador Negro, autor de 'El silencio' y 'La ausencia de mi carne', bajo el sello editorial Berminghan.
¿A ti de qué te hicieron, poesía?, no fue de una costilla,
oh escritura liberada de los propios deseos,
oh hecha añicos
la voluntad que ocultara tu luz
¿A ti de qué te hicieron, poesía?
Te forjaron entre pequeñas manos
llenas de ternura,
y echaron a volar todas las letras.
('Origen de la poesía', 'Ave Manhattan')
1
Me rechinan los dientes
en este mundo de vísperas de nada, horas calientes como el musgo
con que cubríamos las fosas de los que no tenían derecho a la oración,
horas terribles como las nubes pasajeras que llenaban de sueños el hambre de los niños
arracimados en las escombreras, cerrojos y postigos que nadie podía ver pero se olían
como las bubas que les crecían a los viejos aunque disimularan. A qué otra cosa se asemeja
este azul pútrido que me tuerce los huesos desde que llamo a Dios
porque solo él queda por salir de la casa en que molieron mis reservas
de odio y de esperanza, de suavidad y frío. Hay una calma que no es más
que un reflejo abismal de la fatiga, un asco que se bebe hacia dentro,
la encarnación de lo que ya se ha ido. Sí, creías que el intérprete
de esta pasión era el misterio, pero la ingenuidad se corrige tan pronto
como lavan tu carne con esputos y vergüenzas ajenas. En ese refectorio
donde soñaste ser un santo, comenzaron las obras del demonio, el mismo pan migado te lo darían después para dejarte insanamente vivo. Ríete tú de la fealdad ahora y de los ejercicios espirituales que acababan a golpes. La mano ha perfilado su lascivia
para dejar sin una huella las heridas peores y el cosquilleo del aire
puede rasgar tu médula.
Después de tanta noche llevando en las alforjas solamente preguntas,
la soledad fulgura cuando llegan los otros, y adivino en mis manos la intermitencia horrible
del placer y del duelo, siento como si fuera de otro
el corazón muy triste, y alguna compasión por los que quedan.
2
Tus días son demasiados largos para que no haya una palabra que te mutile un poco y una palabra más que te camufle entre los sanos. La absolución de las monsergas y la paz como de ratas que te carcomen los tobillos sin que tú te des cuenta hasta que abres la cama y lo que encuentras es una tempestad sin escollera y las palabras de tu madre caen a plomo, hijo, hijo mío, pero no puedes evitar no perdonarte.
Ahora te duele más esa esperanza que te acosa en las pupilas de los hijos de otros, a pesar de que intentas disimular con tu cojera que ya tienes el corazón perdido.
Te agotas pero sabes que no queda ya más último esfuerzo, y que seguir es bello y es humano, y miserable.
La risa tan pesada que te parte los dientes al almuerzo, o una amabilidad que narcotiza tu cansancio,
la ingenuidad de quienes te señalan y algo mucho peor:
la inmaculada alevosía de los que te desean una felicidad que no te puedes permitir.
No es la nostalgia ya, es lo desnudo que uno queda cuando no existe una mentira que haga un poco de bálsamo. La oyes,
es la voz de tu madre en el teléfono, en el hastío de las conversaciones facilonas, en la indefensa voz con que resuelves la sucesión interminable de las horas absurdas, la inservible exigencia de ser alguien.
A carcajadas ya no podrías lamentarlo. No hay un interrogante que admirar, aunque recuerdes las largas horas meditando las gárgolas del viejo seminario.
En la ventana abierta el gris está llamándote.
De su poemario inédito “Manual para suicidas”.
HASTA QUE EL AMOR LLEGA
AÚN no has visto el poder del lucero de la mañana
como hojas de luz desparramadas en tu rostro
devolviendo el calor de los mejores días
y el sentimiento de completo abandono;
tú persigues un sueño, pero los sueños mueren,
porque cuando se alcanzan ya se quedan sin vida.
Nadie puede mirar tan de cerca a la muerte,
arrancar de sus días las pesadas cadenas
del cuerpo, que es el primer destino;
solo el amor si es puro nos permite elevarlas
y contemplar el mundo como si no existiesen.
Todo en la vida es vano hasta que el amor llega
y sopla en las palabras concediendo al que ama
la energía esencial que ha creado la vida.
Ya no somos nosotros quienes ostentan la fuerza,
por eso la humildad del amor verdadero
es uno de sus signos. El otro es la pureza.
No nos mueve interés, sino el bien absoluto,
y esa urgencia del bien nace de cada gesto.
Por lo tanto el amor es hallar lo que somos.
(del libro inédito " Alucinando ángel ")
LA PALABRA Y LA VIDA
HAY dos vidas, la vida que uno vive y la vida
que uno vive realmente, la vida que transita
por la vida sin que nadie la sienta, la escritura
asentada sobre lo que se dice haber escrito. La palabra
que es sabia trata de salir, no se conforma
con la vida enterrada, quiere ser lo que es: un cuerpo.
Y vivir ella sola, con su peso y su voz y su respiración
carnal y fugitiva, perseverar en sí pese a los golpes
de quienes la desprecian. Y siendo cuerpo y vida
recrear en la vida cuando tiene, recorrer los caminos
de la pasión y del conocimiento, del delirio y del llanto.
Ser,así extendida en todos los costados del silencio
y de la voz, un cuerpo en el amor, vivirse toda
como es en sí misma.
(del libro inédito "Las ciudades prohibidas")
ELLA ME DICE ADIÓS
Dedicado a MJ Romero
Cada vez entiendo menos las palabras, sé que huyen
cuando las necesito más, porque ni en el espejo puedo reconocerme.
Lo que acontece es que soy invisible y aun así
quiero borrar las líneas de mi rostro.
Quedarme solo en el silencio
como se queda el muerto con la tierra. Dejar de revolver
la escoria que echa fuego, dar la última palada
y que nadie la sienta.
Mi madre me enseñó a temer a los pájaros. Desde entonces yo escribo
para borrar su canto, y me duelen sus alas tanto como mi vida.
Porque yo tengo alas, pero no tengo cielo. Solo campos malditos
donde el sol las abrasa.
Extiendo cada día mis brazos y me agoto mirando un horizonte
que en realidad no existe, por más que yo lo ame.
Desde lejos, con su cendal mojado en lágrimas
ella me dice adiós, adiós.
INTUICIÓN DEL POEMA
Lo nombro y todavía no está hecho,
pero su borde asoma como el labio
de algún beso futuro: quema dentro,
y luego, en la memoria, cuando busco
fragmentos de la vida que he perdido
me deja ver su cuerpo, y yo lo admiro
como se admira un seno a oscuras:
la boca en ese instante que parece
más ágil y perfecta que la mente.
POETA Y LECTOR
El lenguaje de mis versos no es el enigma de mi corazón.
Tú eres el enigma.
Mi lenguaje solo es el sueño de tu sonrisa, de tu credo y tu esperanza.
Pero mi lenguaje en tu voz es mi sonrisa, mi credo, mi esperanza.
MI AUDITORIO
No puedo mentir sobre mi inteligencia.
Si cualquiera me interrogase no me pondría rojo
ni temblaría mi orgullo al afirmar
que no merezco más
que una referencia bibliográfica.
Yo he amado. He vivido.
Mis maestros han sido hombres eternos.
Mi auditorio es un campo. Mis oyentes los árboles.
XXIV VACÍO DEL CUENCO
Era niño y alguien me preguntó:
¿qué quieres ser?
y yo no dije nada,
pues lo que yo quería estaba
fuera de mí;
quería ser
silencio de campana, llano olvidado, vacío del cuenco,
pero el mundo
podía darme ángeles, no alas.
XXXVI DE LA NECESIDAD DEL HOMBRE Y LO DEMÁS
El mirlo gorjeando en la acequia. Libros de páginas
de polvo.
Y no el canto del mundo, canto ensordecedor
de la guerra del mundo.
Si uno contempla el mundo,
le parece que lo natural es el mundo, que lo sublime
es el mundo,
pero si uno lo contempla de nuevo
a trasluz, si uno lo mira
ajeno a su deseo,
ya no hay duda.
Sea:
celeste la cuenca de mis ojos, marina sea mi piel,
nocturno
mi esqueleto.
LXI
Caballos, aguas mansas. Aguas, algas, caballitos de mar,
príncipes. Dejaré la zarza, los espinos, me quedaré aquí siempre.
[“El silencio”, LápizCero ediciones, Madrid 2014]
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