Fray José Castaño
(1854-1904)
Nació en Hiniesta (Zamora) el 28 de Diciembre de 1854, profesó en Pastrana (Guadalajara) el 2 de mayo de 1871 y llegó a Manila en 10 de mayo de 1875. Ordenado de sacerdote, fue destinado a Camarines, donde ejerció el ministerio parroquial en los pueblos de Camalig y Lupi. Y seguía aún en Lupi en 1880, pero el año 1885 pasó a Baao, en 1891 a Libmanan, desde donde fue destinado al convento de Almagro en 1897. En 1900 fue nombrado presidente de la Residencia de Segovia, y al terminar su cometido pasó al convento de Arenas de San Pedro (Ávila), donde falleció el 15 de junio de 1904, a los 49 años de edad y 34 de hábito. Se distinguió por su vida ejemplar y virtuosa. (Gómez Platero 795).
En un manuscrito titulado Velada literario y musical en honor de la Purísima Concepción (AFIO 294/1-10), que seguramente es el borrador de una de las veladas citadas al tratar sobre el padre Manuel María Crespo, encontramos incluidas las siguientes composiciones poéticas del padre Castaño: “Cántico oriental”, “Diálogo en verso entre la humanidad caída y el ángel de la esperanza”, “Ante un cuadro de la Purísima, soneto” y, tachado, puede leerse el siguiente: “Fragmentos de un poema épico histórico religioso titulado La Inmaculada”.
En la velada de Ligao celebrada en 1880, a la que nos hemos referido anteriormente, se hallan de este religioso las siguientes composiciones poéticas. “¡¡¡ La Inmaculada!!! - Cántico oriental” (28-35), “La voz de la inocencia” (36-42) y “ El Dragón y la Niña” (43-48).
He aquí esta última.
El Dragón y la Niña
Allá, en los antros de la fría tierra,
de horrenda lobreguez siempre rodeado,
un palacio terrífico se encierra
enorme cual peñón de mar al lado:
mansión del duelo y del penar, creado
por culpas en el mundo cometidas
y con llanto y dolor no redimidas.
Jamás allá de la celeste aurora
brillará la luz clara y argentina;
ni allí del sol la llama bienhechora
a sus antros obscuros se avecina;
ni un rayo de la luna encantadora
nunca romper pudiera la neblina
que siempre reina en la región de espanto
cual negra noche con su negro manto.
Aquel palacio del hedor sustancia,
inmundo lago de un inmundo cieno,
jamás de flores la sin par fragancia
sintiera evaporarse por su seno;
ni el agua placentera a aquella estancia
refrigeró una vez: que allí del trueno
el estridente nido rebramando
a Luzbel atormenta y a su bando.
Que allí siempre es de noche; interminable
y horrenda lobreguez: de rabia y llanto
terrífica morada, inaguantable
que allí son siglos de sin par quebranto
las horas que en el mundo deleznable
veloces corren cual risueño encanto,
los días disipando como espuma
que forma de la mar la hirviente bruma.
Y mora en el alcázar de tormento
espíritu inmortal, que noble ha sido,
espíritu que sirve de instrumento
de Dios al mandamiento enfurecido:
espíritu que turba el movimiento
del cielo cuando choca embravecido;
espíritu que agita de los mares
el genio de sus dioses tutelares.
Dragón disforme, que su sien presente
el sello aterrador de su pecado;
odiosa marca de su orgullo afrenta,
y negra ostentación de su pasado
y allí en el Orco de los reales sienta
en un trono de fuego arrellanado,
el astil del tridente desastroso
empuña con coraje malicioso.
Cuando ese día de letal batalla
brille tinto en sangre allá en la altura,
la lanza, el coselete escudo y malla
embrazará el precito con bravura,
y a su voz despertando la canalla
que gime cual él gime en gran tortura,
saldrá furioso al campo de María
ostente con honor su gallardía.
II
De aquel alcázar hórrido,
de sombras siempre lleno,
que es de la muerte mísera
la lóbrega mansión,
un grito asaz furioso
de rabia y de veneno
se oyó, ronco llenando
la hedionda habitación.
Del eco a la asonancia
la turba misteriosa
dejó de horribles cuevas
la fétida estrechez;
y en grupos tumultuosos
se lanza vigorosa
rugiendo y blasfemando
con loca insensatez.
Y en torno del flamíneo
asiento tormentoso
del ángel de tinieblas
estúpida paró;
y entonces el monarca,
con eco pavoroso,
contóles, que un arcano
allá en el cielo vio.
Les dijo que en la atmósfera
radiante y nacarada
lucir diáfana y pura
vió sola una mujer.
Mujer tan perfectísima
tan linda y acabada,
cual es del sol ignífero
el bello rosicler.
Muger, cuyos primores
el sol con luz dorada
de su vestido se muestra
la inmensa pulcritud;
que tiene por calzado
la luna aljofarada;
de sus plantas alfombra
del mundo es la amplitud.
Y vio que, con orgullo
sus galas ostentando,
iba hacia el cielo límpido
con pompa y majestad;
y vio que de su trono
los ángeles cantando
en derredor marchaban
con grande claridad.
Y oyó del alto cielo
de Dios la voz sonora
que en sus juicios recónditos
hablara así con él:
“esta es la niña célica,
la niña encantadora,
que hará con tu cabeza
de sus pies escabel”.
Si triunfas de ella, díjole,
será tuya su raza;
si manchas su alma límpida,
esclava te será;
mas, si ella te confunde,
de tu maligna traza
en daño de los hombres
usar no puedes ya”.
III
Entonces, pensativo, levantando
Luzbel al éter puso la mirada
en un ¡ay! Lastimoso, rebramando,
vio su poder refundirse con la nada;
con rabia llora, que a su negro bando
escalar no le es dado la morada,
do se elevara la mujer dichosa
con indecible majestad gloriosa.
Mas ya que en no luchar no haya remedo
y el oprobio sufrir indigno sea
se lanza, lejos en cobarde tedio
de rabia henchido a la mortal pelea;
pensando en su furor horrible asedio
en redor de María serpentea,
y hasta la Niña divinal se arroja
blandiendo con valor su espada roja.
Cual tigre furibundo y despechado
acechando la presa apetecida,
que al verla resguardada más airada
dispone más feroz acometida;
y de feroz instinto sofocado,
con ansia la contempla desmedida;
así Luzbel prepárase con maña
a saciar en la Niña su vil saña.
Mas mírale Miriam, tranquila el alma,
estúpido volar hacia su trono;
ni pierde de su espíritu la calma,
ni teme de Satán el fiero encono.
Porque, en su mano del poder la palma,
tomando con orgullo y abandono,
hacia el Dragón impávida lanza
hundiendo en su orgullo la pujanza.
En vano en su interior Satán se agita
en vano se revuelve y forcejea:
¿qué vale de su saña la maldita
astucia que en la lucha diestro emplea,
si la mano de Dios le precipita
bajo las nobles plantas de la Hebrea;
do llore sin cesar su desventura
al ser vencido por la Virgen pura?
En vano tal luchar de Dios al nombre
los mundos en sus quicios se estremecen;
y Dios, quien hizo por salvar al hombre
esa Niña que todos engrandecen
la victoria la dio, y sin par renombre,
y la tierra y los cielos la obedecen;
y cantan sin cesar de noche y día.
Lupi, y Noviembre de 1880
Fr. José Castaño
Siete poetas franciscanos hispano-filipinos
Autor:
Sánchez Fuertes, O.F.M., Cayetano
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