Ludovico Ariosto
Ludovico Ariosto (Reggio Emilia, 8 de septiembre de 1474 - Ferrara, 6 de julio de 1533) fue un poeta italiano, autor del poema épico Orlando furioso (1516). Además de su personalidad de poeta de gran renombre, escribió para la escena obras como: Arquilla, Los supuestos, El nigromante, La alcahueta y Los estudiantes, entre otras.
Ariosto se destacó por su estilo que maravillaba por las sutiles descripciones que hacía de la felicidad, la naturaleza y el amor. También escribió sobre la pérdida de la esperanza y de la fe. Es considerado el poeta épico más notable de su siglo.
Su poema épico Orlando furioso constituye una continuación del poema épico inacabado Orlando enamorado, del poeta italiano Matteo Maria Boiardo, y trata del amor del paladín Orlando por Angélica en el marco de las leyendas de Carlomagno y de la guerra de los caballeros cristianos contra los sarracenos. Obra maestra del Renacimiento, se estructura en 46 cantos compuestos en ágiles octavas, y en él Ariosto hace gala de un profundo lirismo, de extraordinaria imaginación y habilidades narrativas y de un finísimo sentido del humor.
Considerado por muchos críticos como uno de los mejores poemas épicos de todos los tiempos por su vigor y dominio técnico del estilo, toda la obra pretende rendir tributo a la familia de Este, protectora del poeta, encarnada en la figura de su ilustre fundador Ruggero, cuya vida aparece transmutada y enaltecida en la figura del héroe, Orlando. Popular de inmediato en toda Europa a partir de su publicación en 1516, el poema influyó decisivamente en los poetas renacentistas.
El Renacimiento italiano llegó a su cenit con la figura de Ariosto. Miembro de una familia aristocrática, ya desde joven recibió el apoyo de la casa de Este, una familia de mecenas renacentista en cuya corte permaneció de 1503 a 1517. Hombre de mundo y artista refinado, su gran poema es el Orlando furioso, escrito entre 1506 y 1516, año de su publicación; aunque la corrección definitiva no fue concluida hasta 1532.
Ariosto murió de tuberculosis en la ciudad italiana de Ferrara el 6 de julio de 1533.
Orlando furioso canto I
Las damas, héroes, armas, el decoro,
amor, audaces obras ahora canto
del tiempo en que pasó de África el moro
cruzando el mar, y a Francia afligió tanto,
siguiendo el juvenil furor a coro
de Agramante su rey, que henchido y cuánto,
quiso vengar la muerte de Troyano
en Carlomagno, emperador romano.
2 Diré también de Orlando en este trino
cosa no dicha nunca en prosa o rima,
pues loco y en furor de amor devino
hombre que antes gozó por sabio estima;
si de esa que me trae casi en tal tino
que el poco ingenio a ras a ras me lima,
me es concedido verso limpio y neto
que me baste a cumplir cuanto hoy prometo.
3 Os plegue, hercúlea prole generosa,
ornato y esplendor del siglo nuestro,
Hipólito, aceptar esto que osa
y daros sólo alcanza un siervo vuestro.
Lo que os debo, señor, puedo con prosa
pagar en parte en obra que aquí os muestro:
nadie diga de mí cuán poco abono
que, cuanto os puedo dar, todo eso os dono.
4 Entre la flor de la caballería
que un tiempo fue y mi rima hoy atestigua,
oiréis de aquel Rogelio que fue un día
de vos y vuestros padres cepa antigua.
De sus hazañas y alta valentía
sabréis si ahora atendéis mi pluma exigua,
y un poco vuestro afán cede y se amansa
de suerte que en mis versos hoy descansa.
5 Orlando, que gran tiempo enamorado
fue de Angélica bella en lazos reos,
y en India, en Media, en Tartaria rehusado
había por su amor sin par trofeos,
con ella había a Poniente regresado
donde al pie de los montes Pirineos
con la gente de Francia y de Alemaña
salía el rey francés a la campaña;
6 para hacer que Agramante y que Marsilio
lamentasen la fiera y loca saña
de haber traído el uno por su auxilio
cuanto apto era en África a campaña,
y haber armado el otro en tal concilio
contra el reino francés la esclava España.
Llegó, pues, a propósito al suceso,
mas presto se dolió de su regreso;
7 porque le fue su dama arrebatada:
¡cómo a menudo el juicio humano yerra!
La que de Hesperia a la oriental contrada
había amparado con tan larga guerra,
ahora entre sus amigos, sin espada,
se la arrebatan en su misma tierra.
El sabio emperador, que hacer pavesa
quiso la llama atroz, hizo la presa.
8 Había trabado poco antes disputa
Reinaldo con su primo el conde Orlando,
pues ambos de beldad tan absoluta
tenían de ardiente amor el pecho blando.
Carlos, que aquella lid por mal reputa,
pues de los dos malogra ayuda y mando,
esta doncella, que la causa era,
dejó en custodia al duque de Baviera;
9 en premio prometiéndola al que de estos
en ese asalto, en esa gran jornada
matase mayor número de opuestos
e hiciese obra más digna por su espada.
Salieron del revés sus presupuestos,
que en fuga huyó la gente bautizada,
y con muchos fue el duque aprisionado,
y solo el pabellón y abandonado.
10 Del cual (después que allá permaneciera
por galardón del que venciese al frente)
la dama antes del mal huyó ligera
a lomos de un caballo allí presente,
previendo que aquel día adversa fuera
la instable Suerte a la cristiana gente.
Entró en un bosque, y en la angosta vía
caballero topó que a pie venía.
11 Calado el yelmo, la coraza puesta,
la espada al cinto, y a su brazo escudo,
más ligero corría por la floresta
que al lienzo rojo va el gañán desnudo.
Tímida pastorcilla el pie tan presta
jamás volver ante la sierpe pudo,
como Angélica el caballo volver trata,
cuando del héroe que a pie va se cata.
12 Era el infante el paladín gallardo,
señor de Montalbán y de Aimón hijo,
al que hurtado le fue el corcel Bayardo
por caso que ahora es narrar prolijo.
Al verla, aunque de lejos, no fue tardo
en conocer con sumo regocijo
el gesto y bella faz divina y leda
que en la amorosa red lo trae y enreda.
13 La dama vuelve su montura presta,
y por la selva en frenesí se arroja;
ni ya en rala ni en densa floresta
la via más segura y franca antoja;
mas, pálida, temblando y descompuesta
deja al caballo que la senda escoja.
De un lado a otro por la selva fiera
tanto vagó, que vino a una ribera.
14 Allí a Ferragús halla a destiempo
de polvo lleno y todo sudoroso.
De la batalla lo apartó ha ya tiempo
deseo de beber y hacer reposo;
mas resta, a su pesar, del contratiempo
de ver que por beber avaricioso
cayó el yelmo en el río por descuido
y aún de él rescatarlo no ha podido.
15 Todo lo fuerte que gritar podía,
gritaba la doncella horrorizada.
Salta ante aquella voz de la alegría
el árabe, y veloz le echa mirada;
y al punto ve a la hermana de Argalía,
que, aunque es del miedo pálida y turbada
y ha ya tiempo que nada sabe de ella,
la sabe al punto Angélica la bella.
16 Y, porque era cortés y asaz parece
no menos que los dos primos él arda,
toda merced de que es capaz le ofrece
y, aun sin el yelmo, a dar favor no tarda;
toma el arma y furioso comparece
donde de él poco el franco se acobarda.
Otras veces se habían no ya tratado,
mas ya en las armas visto y ya probado.
17 Trabaron, pues, una crüel batalla,
los dos a pie con su tizona fiera:
no ya el arnés, no ya la fina malla,
el yunque tales golpes no sufriera.
Y, en tanto uno con otro así se halla,
mejor será que el palafrén refiera,
que cuanto el bruto a cabalgar alcanza
al bosque y la campaña ella lo lanza.
18 Después de fatigarse un tiempo en vano
tratando uno que el otro alfombre el prado
(pues no era menos con el arma en mano
éste que aquel o aquel que éste avezado),
fue allí primero el paladín cristiano
quien hizo al español signo obligado
de ése al que porque el pecho abrasa el fuego,
todo en él arde y no encuentra sosiego.
19 Te crees --dijo-- que a mí tu espada ofenda
y aun de esto has de salirte tú ofendido:
si obras así porque la luz tremenda
de un nuevo sol el pecho te ha encendido,
¿qué ganas con tenerme en la contienda?
Por más que o me hayas muerto o reducido,
no será tuya la gentil doncella,
si, mientras nos cansamos, huye ella.
20 Tanto mejor será, pues tú la quieres,
que atajes su camino y hagas vano,
y que a hacerla esperar no más esperes,
antes que más se aleje de este llano.
Entonces, cuando a ella aquí tuvieres,
probemos de quién es espada en mano.
Después de tanto afán, no sé otra maña
que más nos favorece y menos daña.
21 No disgustó al pagano la propuesta:
así aplazaron ambos hacer saldo;
y tanto el odio e ira así se arresta,
tal fianza y tregua nace y tal respaldo;
que el pagano al partirse a la floresta
no deja a pie marchar al buen Reinaldo;
antes le ruega que en la grupa salga
y allá adonde va Angélica cabalga.
22 ¡Dichosa edad la de esos caballeros!
Rivales eran y en la fe reñidos,
y, aunque se sienten de los golpes fieros
por todo el cuerpo rotos y molidos,
por selvas intrincadas y senderos
juntos van sin sospecha o resentidos.
De cuatro espuelas va el bruto oprimido
hasta un trecho que en dos se ve partido.
23 Y, como no sabían si por una
u otra senda sigue la doncella,
(porque las dos sin diferencia alguna
mostraban el tener reciente huella),
fïaron al albur de la fortuna:
Reinaldo a ésta, el sarraceno a aquélla.
Vagó el moro la selva diligente
y nueva vez se halló ante la corriente.
24 De nuevo se topó con la ribera
aquella en que perdió el yelmo en lo hondo.
Pues que la dama recobrar no espera,
para al menos no estar del yelmo mondo,
por esa parte en que caído era
desciende a la humedad del negro fondo;
mas tan oculto entre la arena yace
que ímprobo juzga el que con tal lo cace.
25 Con un gran ramo de árbol desbrozado,
con el que improvisó pértiga larga,
sin que un sólo rincón deje olvidado
contra el fondo del río bate y carga.
Mientras de modo tal, terco y airado,
tanto el restar su inquisión alarga,
ve en la mitad del agua un caballero
hasta el pecho surgir, de aspecto fiero.
26 Era, excepto cabeza, todo armado,
pues un yelmo mostró en la diestra mano,
el mismo yelmo aquel que rebuscado
había largamente el moro en vano.
Habló a Ferragús de ira abrasado
diciendo: ¡Ah, fementido tú, marrano!
¿por qué en buscar el yelmo así porfías
que ha tiempo a mí restituir debías?
27 Recuerda, perro, cuando muerte diste
de Angélica al hermano (que soy ése),
que luego de las armas prometiste
tirar tras poco el yelmo, aunque te pese.
Si hoy la Fortuna a lo que no quisiste
dar cumplimento cumple y le da cese,
no te turbes, mas si turbarte quieres,
hazlo de que de fe mentida eres.
28 Y, si aún deseas tener un yelmo fino,
otro con más honor gana y recobra;
así uno cala Orlando paladino,
Reinaldo otro, y quizás de mejor obra;
fue aquel de Almonte, y este de Mambrino.
Cualquiera de esos dos por fuerza cobra
y éste, que prometiste a mí dejarme,
harás bien en por fin ahora entregarme.
29 Al surgir de improviso de allí el muerto,
el pelo se erizó al de Berbería,
el gesto demudó pálido y yerto,
se heló la voz que pronunciar quería.
Oyendo reprocharle al que ya muerto
había allí (pues se nombró Argalía)
la fe que no cumplió nunca ni tarde,
de ira y vergüenza fuera y dentro arde.
30 No habiendo tiempo de pensar excusa,
y conociendo bien que habla a derecho,
decir palabra o responder rehúsa;
mas la vergüenza le traspasa el pecho,
y jura por la vida de Lanfusa
de no calar más yelmo en marcial hecho,
si no es el que una vez en Aspramonte
quitó de encima Orlando al fiero Almonte.
31 Y observó mejor este juramento
que nunca antes el otro llevó a cima.
Se parte, pues, de allí tan malcontento,
que muchos días después se roe y lima.
Sólo es a hallar al paladín atento,
acá o allá, donde encontrarlo estima.
Otra ventura el buen Reinaldo tuvo
después que la otra senda de andar hubo.
32 A poco ve Reinaldo de ágil salto
correr Bayardo presuroso y fuerte.
¡Para, Bayardo mío!
¡So!
¡Haz alto!
que mucho me atormenta el no tenerte
Pero sordo el corcel sin sobresalto
corre siempre veloz de aquella suerte.
Va atrás Reinaldo, y de ira se destruye;
mas vamos tras Angélica, que huye.
33 Huye entre la espantosa selva oscura,
por yermos y por páramos salvajes.
El mover de las ramas y verdura,
que oye de encinas, olmos y follajes,
la lleva amedrantada en la espesura
sin rumbo por insólitos parajes;
pues toda sombra cierta o contrahecha
cree ser Reinaldo que su espalda acecha.
34 Como tímida gama o cabritilla
que en la frondura del natal vedado
ve que su madre el cruel leopardo pilla
y le abre el cuello, el pecho o el costado;
temblando del pavor que la amartilla,
así de selva en selva huye el soldado.
Por cada rama que pasando toca
cree del depredador sentir la boca.
35 Vagó sin rumbo sin saber adónde
todo aquel día y la mitad siguiente,
y en un pequeño bosque al fin se esconde
que mueve el aura fresca levemente.
Un río, que el rumor de ésta responde,
la hierba siempre cría tierna y reciente,
y convida a escuchar con dulce acento,
roto entre algún peñasco, el curso lento.
36 Allí, creyendo estarse fugitiva
y lejos de Reinaldo muy segura,
del duro paso y la calor estiva
un poco al menos reposar procura.
Desmonta entre las flores, y a la riva
deja trotar sin brida la montura,
que yerra entorno a aquella clara vena,
de pasto y fresca hierba rica y llena.
37 No lejos ve un arbusto que florece
de verde espino y coloradas rosas,
que al reflejo del agua le parece
que abrigan las encinas allí umbrosas;
tan espacioso en la mitad que ofrece
refugio entre las sombras deleitosas,
y tan de hoja y de rama prieta y mista,
que no entra el sol en él, ni humana vista.
38 Dentro la tierna hierba ofrece cama
que invita a reposar al que allí resta.
Acude al centro allí la bella dama
y allí presa del sueño se recuesta.
Mas no por mucho está, que tras la rama
rumor siente que el sueño le molesta:
se alza con tiento, y junto a la ribera
ve un caballero armado llegar fuera.
39 Apenas si es o no enemigo entiende:
miedo, esperanza el pecho le amartilla;
y de aquella aventura el fin atiende,
sin que un suspiro exhale a aquella orilla.
El caballero junto al río desciende
a posar sobre un brazo la mejilla;
y tanto algún recuerdo absorto evoca,
que hecho parece de insensible roca.
40 Más de un hora pensoso en aquel voto
estuvo el caballero así doliente;
luego empezó con tan triste alboroto
a lamentarse allí tan blandamente
que habría de piedad un mármol roto,
una tigre crüel vuelto clemente.
Gemía así que parecía hecho
arroyo el rostro y Mongibelo el pecho:
41 Amor, pues tú eres quien me hiela y arde
y siempre causa que me roe y lima,
¿qué puedo hacer, pues que llegué ya tarde
y el fruto otro cogió que el alma estima?
Apenas probé un bien del que haga alarde
y aquel otro tomó su pulpa opima.
Si para el fruto ni la flor me eliges,
¿por qué por ella, Amor, aún me afliges?
42 Semejante es la virgen a la rosa
que en su jardín guardada por la espina,
mientras sola y segura allí reposa
rebaño ni pastor se le avecina;
el aura suave, el alba bulliciosa,
la tierra, el agua a su favor se inclina;
mozos y damas, del amor rehenes,
la ansían y ornan de ella pecho y sienes.
43 Mas no es apenas del natal talluelo
cortada y de la gruesa cepa verde,
cuando cuanto gozó de hombre y de cielo,
favor, gracia y belleza, todo pierde.
La virgen que la flor (que con más celo
que propia vida es bien que en proteger dé)
a uno da, la estimación de antes
pierde en el ser de los demás amantes.
44 Sea a todos vil, y amada la insensata
de aquel al hizo don de tanta copia.
¡Ah Fortuna crüel, Fortuna ingrata!
El otro triunfa y muero yo de inopia.
¿Podrá ser, pues, que no me sea más grata?
¿Podré yo, pues, dejar mi vida propia?
¡Antes los días falten que aun hospedo,
que viva más, si amarla ya no puedo!
45 Si alguno me pregunta quién vertía
un río sobre el río semejante,
diré que él es el rey de Circasía,
aquel de amor cuitado Sacripante.
Aun diré más: que de su pena impía
es causa única y sola el ser amante;
y, como amante es él de la doncella,
bien conocido al punto fue de ella.
46 Allá donde el sol cae, por su ganancia,
había venido del Extremo Oriente;
pues supo, cuando hizo en India estancia,
que a Orlando acompañaba ella a Poniente.
Supo después que Carlomagno en Francia
la había hecho apartar de la otra gente
por darla de los dos al Par que el moro
más estragase bajo el Lirio de Oro.
47 Luchó en el campo, y supo allí de aquella
crüel derrota que sufrió el rey Carlos;
indicios procuró de la doncella,
y no pudo en ningún rincón hallarlos.
Esta es la causa, pues, de su querella,
de daños que ahora oís manifestarlos,
del lamentarse y murmurar discurso
que harían de pena al sol parar el curso.
48 Mientras el triste así se aflige y queja,
haciendo de sus ojos viva fuente,
y así ésta dice y mucha a ésta pareja,
que poco importa al caso que ahora cuente;
propicia entonces su fortuna deja
el que a oídos de Angélica se avente;
y apenas en un hora en caso para
que en mil años o nunca conquistara.
49 Con gran solicitud la bella dama
al llanto, a la palabra, al modo atiende
de aquel que por su amor lloroso brama,
y no es la vez primera que esto entiende;
mas fría como el mármol a su llama
a tenerle piedad no condesciende,
como esa que el amor siempre aborrezca
y juzga que ninguno la merezca.
50 Mas sola hallarse entre maleza tanta
le hace pensar que como guía lo admita;
que a quien le llega el agua a la garganta
es porfïado si merced no grita.
Si ahora la ocasión pierde o espanta,
no hallará escolta luego así exquisita;
pues ya hizo prueba aquel rey Sacripante
de ser rendido sobre todo amante.
51 Pero no traza del ardor tamaño
que lo consume sofocar la llama,
y compensarlo del pasado daño
con el placer que espera más quien ama;
mas de alguna ficción, de algún engaño
darle esperanzas falsas urde y trama,
mientras que a aquel propósito la ayude,
antes que al uso antiguo vuelva y mude.
52 Y fuera del arbusto en que aguardaba
hace improvisamente de sí muestra,
como fuera de selva o umbrosa cava
Diana en escena o Citerea se muestra.
La paz contigo sea --hablando acaba--;
contigo salve Dios la fama nuestra,
y, fuera de razón, jamás permita
que tan falsa opinión de mí se emita.
53 Jamás con sobresalto o gozo tanto
vio a hijo la madre que sin más noticia
se había ya desecho en tierno llanto,
viendo sin él volverse la milicia;
como con cuanto gozo allí, con cuanto
sobresalto su talle, su caricia,
su ademán y su angélico semblante
vio el sarraceno aparecer delante.
54 Del dulce afecto y del amor movido
hasta su dama y diosa hizo carrera,
y ella lo tuvo de su cuello asido,
cosa que en el Catay quizás no hiciera.
Al patrio reino, a su nativo nido,
teniendo a él, el ánimo acelera;
y así se aviva en ella la esperanza
de ver presto el Catay de su crianza.
55 Ella cuenta le da puntüalmente
desde el día en que por ella movió el paso
para pedir su auxilio en Orïente
al rey de Sericana, el rey Gradaso;
y cómo Orlando la guardó valiente
de muerte, deshonor y fiero caso;
y así su virginal flor se mantiene,
como del vientre de la madre viene.
56 Quizás era verdad, mas no creíble
para quien fuese de razón provisto;
mas fácilmente lo creyó él posible
según lo tiene Amor al yerro listo.
Amor lo que se ve hace invisible
y hace lo invisible Amor ser visto.
Creída fue, que suele dar el triste
crédito a cuanto Amor le adorna y viste.
57 Si supo mal el paladín de Anglante
aprovechar el tiempo ayer propicio,
llore el daño; pues nunca en adelante
Fortuna le dará igual beneficio
--así dijo entre dientes Sacripante--;
mas yo no imitaré su desperdicio
dejando ahora correr la hoy oportuna
por luego andar llorando otra fortuna.
58 Yo tomaré la fresca y tierna rosa
que tal vez fuera de sazón se afea.
Sé bien que a la mujer no hay otra cosa
que más suave y más plácida le sea,
aunque de ello se muestre desdeñosa,
o a veces triste y pálida se vea.
No dejaré por falso asco o tapujo,
de hacer trazo y color en mi dibujo.
59 Así se dijo; y, mientras averigua
por donde empiece, escucha conturbado
tal ruido de la selva allí contigua
que muy a su pesar deja el cuidado,
se cala el yelmo (porque usanza antigua
tenía de venirse siempre armado),
llega al corcel, la brida otra vez coge
monta en la silla y su lanzón recoge.
60 Ve un caballero andar por la verdura,
hombre gallardo de apostura fiera,
cándida como nieve es su armadura,
blanco penacho adorna su cimera.
El sarraceno que de aquel censura
que ahora importuno con veloz carrera
le hurte deleite y dicha así golosa,
con faz lo mira impía y desdeñosa.
61 Lo reta, ya de cerca, a la batalla,
que alzarlo del arzón ya se promete.
Y el otro que no es menos que él en talla
y bien puede ponerlo en algún brete,
a medias la bravata altiva acalla,
aguija y el lanzón en ristre mete.
Vuelve atrás Sacripante incontinente
y corren a trabarse frente a frente.
62 Dos toros o leones por trabajo
de amor jamás se embisten así crudos,
como estos dos corrieron a destajo
pasándose igualmente los escudos.
El choque hizo temblar de arriba a abajo
ya herbosos valles, ya montes desnudos;
y o le es a ambos el peto de provecho
o se atraviesan de otro modo el pecho.
63 No hicieron los caballos arrequive,
antes van como arietes a encontrarse:
de allí a poco el del moro ya no vive,
que había entre los buenos de contarse;
también cayó el del otro, mas revive
tan pronto el aguijón siente clavarse.
Quedó el muerto tendido sobre el llano
con todo el peso encima del pagano.
64 Aquel sobre el corcel, que restó erecto
y al otro vio con el caballo en tierra,
juzgando ya enojoso el desafecto,
no procuró continuar la guerra;
sino por donde ve el camino recto
corriendo a rienda suelta otra vez yerra;
y, antes que el infiel del trance salga,
ya a milla o poco menos de él cabalga.
65 Como con pasmo atónito el labriego
se alza después del rayo un negro día,
allá donde el altísimo füego
tendido ante un buey muerto lo tenía,
y mira sin su gala verde luego
el pino que de lejos ver solía;
así se alzó el infiel viendo aquel paso,
Angélica presente al duro caso.
66 Suspira no ya de que en la caída
pie o brazo se haya roto o dislocado,
mas por vergüenza sola, que en su vida
nunca así tuvo el rostro colorado;
y aún más porque su dama, a la que cuida,
fue luego quien le echó el corcel a un lado.
Mudo restara, pienso, de su mengua,
si no le da otra vez ella la lengua.
67 Quiá, mi señor, no os pese, si os ultraja,
--lo consoló--, que no es la culpa vuestra;
sino del bruto que reposo y paja
pedía más que justa, según muestra.
No, pues, su gloria aquel guerrero alhaja,
antes que ha sido el perdedor demuestra.
Así a mi parecer lo considero,
pues fue el que abandonó el campo primero.
68 Mientras ella lo alivia del mohíno,
con cuerno al cuello y el zurrón a un flanco
galopando llegó sobre un rocino
un mensajero del cansancio blanco;
y al topar al pagano en su camino
le preguntó si con escudo blanco
y con blanco penacho en la cabeza
vio un guerrero pasar por la maleza.
69 Aquí me ves ---gimió-- de él abatido.
y ha poco que de aquí partió y se aleja;
hazme su nombre al menos conocido,
porque conozca aquel que a pie me deja.
El otro respondió: De aquel que ha sido
yo cuenta te daré para la queja:
sabe que a lo que debes tu querella
es al valor de una gentil doncella.
70 Gallarda es, y en belleza una afrodita;
no más te encubro su famoso nombre:
fue Bradamante aquella que te quita
cuanto en el mundo tengas de renombre.
Y dicho tal, soltando el freno, en cuita
dejó al infiel no muy contento hombre,
sin saber qué decir o hacer de esto,
todo abrasado de vergüenza el gesto.
71 Después que un rato el caso sucedido
anduvo meditando, y finalmente
se halló de una mujer simple abatido,
que cuanto más lo piensa, más lo siente;
montó el otro corcel mudo y corrido,
y sin decir palabra, mansamente
a Angélica subió, y aplazó todo
a más propicio tiempo y acomodo.
72 No anduvieron dos millas, que ensordece
un ruido el bosque que los cierra entorno,
con tal rumor y estruendo que parece
que tiemble la foresta del contorno;
y al poco un gran corcel luego aparece
de oro guarnecido y rico adorno
que arroyo y matas salta, y lleva a tierra
árbol, arbusto y cuanto el paso cierra.
73 Si el intrincado bosque y aire oscuro
--ella dijo-- a la vista no sorprende,
Bayardo es ese que entre el verde muro
con tal rumor la estrecha senda hiende.
Él es: lo sé reconocer seguro.
¡Y qué bien nuestro apuro y cuita entiende!
Ve un rocín solo para dos escaso
y viene a dar reparación al caso.
74 Se apea el pagano y al corcel se vuelve,
pensando con la mano asir el freno;
y el corcel por respuesta se revuelve,
girando presto, como es presto el trueno;
pero no acierta con la coz que vuelve:
¡ay, pobre de él, si llega a dar de pleno!
que tal fuerza en las coces tiene arrecho,
que hubiera un monte de metal deshecho.
75 Se acerca entonces manso a la doncella
con humilde semblante y gesto humano,
como ante el amo el can brincado huella,
que estuvo un tiempo del hogar lejano.
Bayardo guarda aún memoria de ella,
cuando pació en Albraca de su mano,
cuando era amado de ella en dispar trato
Reinaldo, allá cruel, cruel e ingrato.
76 La brida toma con la izquierda mano,
con la otra acariciándolo lo aquieta;
y aquel corcel, que tiene ingenio humano,
como cordero a ella se sujeta.
En tanto se aprovecha el circasiano:
monta el corcel, lo aguija y lo sujeta.
Ella en el aliviado rocín pronta
deja la grupa, y en la silla monta.
77 Mas volviendo los ojos, luego mira
soldado a pie que ha tiempo que rehuye.
Toda se enciende de despecho e ira,
cuando el hijo de Aimón llegar intuye.
Más que a su vida él la ama y admira,
más que grulla al halcón ella lo huye.
Un tiempo él a ella odió más que a la muerte,
y ella amó a él; mas han trocado suerte.
78 La causa de ello es una y otra fuente,
cuyo licor diverso efecto inflama;
en las Ardenas ambas casi enfrente:
quien de una bebe, incontinente ama;
quien la otra prueba, más amor no siente
volviendo hielo su primera llama.
Probó Reinaldo una, y se destruye;
Angélica la otra, y lo odia y huye.
79 Aquel licor de mezcla venenosa,
que muda en odio la amorosa llama,
convierte ante Reinaldo en desdeñosa
la vista hermosa de la bella dama;
y con triste semblante y voz tremosa
suplica a Sacripante y ruega y brama
que aquel guerrero que allí ve no atienda,
y que con ella a par la fuga emprenda.
80 ¿Tan poco en vos estoy acreditado
--dijo el infiel--, tanto me halláis cobarde,
que me juzgáis inútil y menguado
para que os valga y al francés aguarde?
¿Habéis de la memoria ya borrado
del asedio de Albraca aquella tarde
que en favor vuestro fui, solo y desnudo,
contra Agricán y contra el campo, escudo?
81 Ella no responde y se atenaza
viendo hasta ellos que Reinaldo viene,
que al infiel ya de lejos amenaza,
como ve que Bayardo al freno tiene,
y conoce de Angélica la traza
que en incendio amoroso lo sostiene.
Cuanto después entre los dos sucede,
quiero que para un nuevo canto quede.
Orlando furioso canto II
Injustísimo Amor, ¿por qué así avaro
nuestros deseos concertar te antojas?
¿Por qué, pérfido, con placer tan caro
en dos almas discorde amor alojas?
No consientes que cruce el vado claro
y al más ciego y mayor fondo me arrojas:
dictas que a quien desea mi amor desame,
y a aquel que me odia más, que adore y ame.
2 Angélica a Reinaldo muestras bella
cuando él todo fealdad cree ella que excede;
cuando ella a él admiró y lo amaba ella,
él a ella odió, cuanto odiar hombre puede.
En vano hoy se atormenta y se querella;
justo pago uno al otro así concede:
lo odia ella, y el odio es de tal suerte
que antes que a él querer, querría la muerte.
3 Gritó altivo Reinaldo al sarraceno:
Apéate, ladrón, de mi caballo,
que ver lo mío no sufro en puño ajeno
y sé hacerlo pagar al que en tal hallo.
También que esta mujer me des te ordeno,
que fuera fiarla a ti grosero fallo.
Tan perfecto corcel, dama tan digna
no es cosa que a ladrón el cielo asigna.
4 Mientes, si con ladrón mi honor laceras
--no menos arrogante el moro brama--
que quien dijese a ti que ladrón eras
diría más verdad, según tu fama.
Y ahora se verá quien es de veras
más digno del corcel y de la dama;
aunque hablas de ella cosa fidedigna,
y es que en el mundo no hay cosa tan digna.
5 Como suelen dos perros corajosos,
o ya de envidia o ya de odio movidos,
dentellando los dientes animosos
con torvo gesto y más que ascua encendidos,
venir a los mordiscos rabïosos
con yertos cerros y ásperos aullidos;
así al hierro entre injurias mano a mano
llegaron el francés y el circasiano.
6 Este a caballo, aquel a pie os le pinto,
¿creéis que al franco el árabe aventaje?
Ni un punto éste, que en tal silla y cinto
menos valió que un inexperto paje;
porque el corcel por natural instinto
no quiso hacer a su señor ultraje,
y ni con brida ni aguijón fue el caso
de que moviese a voluntad un paso.
7 Cuando mover lo cree, el bruto se arresta;
y si aquietar lo quiere, o corre o trota;
ya la cabeza bajo el pecho resta,
ya piafa o entre coces se alborota.
Viendo el sarraceno que el domar esta
bestia soberbia era aquel día derrota,
se apoya en el arzón, alza la nalga,
y por el lado izquierdo descabalga.
8 Libre que el moro fue con ágil salto
de la obstinada furia de Bayardo,
dio al fin comienzo el formidable asalto
de un par de caballeros tan gallardo.
Tal ruge el hierro ya en bajo ya en alto,
que es el martillo de Héifestos más tardo
cuando en su fragua el deformado hijastro
bate en el yunque el rayo del padrastro.
9 Muestran con golpe ya largo, ya escaso
el ser maestros supremos de la esgrima:
ya se alzan, ya se aganchan si es el caso;
ya se apartan, ya uno a otro se arrima;
ya adelante, ya atrás vuelven el paso;
paran, o esquivan golpe, si está encima;
sobre sí giran, y donde uno cede
el pie ya pone el otro en cuanto puede.
10 Reinaldo su tajante acero a peso
descarga en la cabeza sarracena,
mas toca en medio escudo, que es de hueso
y malla de templado acero y buena.
Deshácelo Fusberta, aunque era grueso,
y gime el bosque de ello y de ello atruena:
hueso y acero rompe el espadazo,
y deja adormecido al moro el brazo.
11 En cuanto vio la tímida doncella
salir del fiero golpe tanta ruina,
del temor demudó la cara bella,
cual reo que al suplicio se avecina;
y juzga no esperar a más, que ella
botín no quiere ser del que abomina,
de aquel Reinaldo que ella tanto odiaba
cuanto a ella él míseramente amaba.
12 Vuelve el caballo y por la selva densa
lo guía por senda estrecha y no expedita;
y, porque que va atrás Reinaldo piensa,
el gesto siempre atrás vuelve con cuita.
No había sido aún la huida extensa,
cuando topó en un valle un eremita
de largas barbas, gesto circunspecto,
devoto y venerable en el aspecto.
13 De los años y ayuno enflaquecido,
sobre un lento borrico paseaba,
y, más que nunca otro haya tenido,
que tiene alma piadosa se antojaba.
Pero al mirar el rostro distinguido
de la doncella que sobre él llegaba,
porque era en realidad mezquina y flaca,
toda por la pasión se le abellaca.
14 Pregunta la mujer senda y distancia
que a puerto de mar lleve, a este ribaldo,
porque quiere partir lejos de Francia
por nunca oír nombrar más a Reinaldo.
El fraile, que conoce nigromancia,
le ofrece a la mujer consuelo saldo,
y, prometiendo fin a su amenaza,
de una bolsa tal cual objeto caza;
15 que es libro que mostró gran resultado,
pues no acabó de leer el primer pliego
y espectro surgió en traje de criado
al que ordena qué quiere que haga luego.
Va este, del hechizo conminado,
donde moro y francés aún traban juego
(que no era distracción sin duda blanda),
y audaz, entre los dos, así demanda:
16 Declare uno después, por cortesía,
el otro muerto ya, qué premio halla,
qué bien, qué galardón vuestra porfía,
después que se concluya la batalla;
si el conde Orlando, sin usar tal vía
y sin siquiera haber roto una malla,
aquella dama hacia París conduce
que a esta lucha inútil os reduce.
17 Apenas a una milla he visto a Orlando
que lleva a París ya Angélica bella,
mofándose de ambos, y aclamando
que sin provecho litigáis por ella.
Mejor para los dos sería, cuando
no son aún lejos, que sigáis su huella;
que, si Orlando en París puede tenerla,
jamás os dejará volver a verla.
18 Habríais visto los dos héroes turbarse
con este anuncio, y tristes y rendidos,
de estúpidos y ciegos motejarse,
por ser de su rival así zaheridos;
y el buen Reinaldo a su corcel girarse
con ayes que del fuego eran nacidos,
y jurar por furor y por despecho,
si llega a Orlando, de pasarle el pecho.
19 Y, adonde espera su caballo gira,
sobre él se arroja y sin dudar galopa;
y al caballero que apeado mira
ni adiós le dice, ni en la grupa atropa.
El resuelto corcel desgarra o tira,
espoleado, cuanto encara y topa:
no tienen u hoya o cuesta o río fuerza
para que el curso la montura tuerza.
20 Señor, no quiero que toméis a arcano,
que Reinaldo el corcel ahora así aprehenda,
que tantos días fue buscando en vano
sin poderle tocar jamás la rienda.
Hizo el corcel, de entendimiento humano,
no por vicio seguirse tanta senda,
mas por guiar donde la dama huía
a su señor, por la que arder lo oía.
21 Cuando ella huyó del pabellón de Namo,
la vio y la vigiló el caballo artero,
que estaba entonces el corcel sin amo
por haberse apeado el caballero
para a pie combatir barón del ramo
que menos que él no era en armas fiero.
De lejos la siguió por selva y llano,
deseoso de al señor dársela en mano.
22 Deseoso de atraerlo adonde ella,
guiólo por la selva a ella derecho,
sin dejarlo montar, siempre a su huella,
por que no lo desvíase de aquel trecho.
Por él halló Reinaldo a la doncella
una y dos veces sin ningún provecho;
pues Ferragús fue estorbo a su apetito,
y luego el circasiano, como he escrito.
23 Ahora del ser, que les mostró hace poco
de Angélica el indicio contrahecho,
Bayardo, como es fiel, duda tampoco
y se apresta a servir como ha siempre hecho.
Reinaldo lo guía ahora, ardiendo y loco,
a rienda suelta hacia París derecho;
y vuela tanto del deseo que lento
no cree un caballo, sino el mismo viento.
24 Y aun por la noche en cabalgar se afana,
para llegar hasta el señor de Anglante:
tanto ha creído la palabra vana
del correo del cauto nigromante.
No cesa de montar noche y mañana
hasta que tiene la ciudad delante,
donde el rey Carlos, roto y reducido,
con los restos del campo era venido.
25 Y, porque del rey de África batalla
y asedio espera para pronto duros,
de gentes corajosas se avitualla,
excava fosos y repara muros.
Cuanto a interés de la defensa halla,
eso procura para estar seguros:
piensa pedir al rey inglés que done
gente que un nuevo ejército le abone;
26 que quiere promover nueva campaña
y retomar la suerte de la guerra.
Por tal manda a Reinaldo a la Bretaña,
la Bretaña que fue luego Inglaterra.
Mucho el marchar al paladín le daña,
no ya por tener odio a aquella tierra,
mas por mandarlo Carlos con urgencia
sin que lo deje hacer más diligencia.
27 Jamás hizo Reinaldo de peor gana
cosa en el mundo, pues le fue vetado
buscar la bella cara que tirana
del pecho el corazón le había arrancado.
Mas, porque acata a Carlos, con desgana
se vuelve hacia el camino encomendado,
y el puerto de Calés tras poco alcanza
y al mar el mismo día aquel se lanza.
28 Contraviniendo a todo marinero,
porque volver sin dilación quería,
entró en el mar arrebatado y fiero,
que amenazar tormenta parecía.
Viendo del franco un gesto así altanero,
se enojó el Viento; y con tormenta impía
tanto el mar encrespó y con tal bravata
que se alzó el agua hasta la misma gata.
29 Arrían las velas ante tal tormenta,
y piensan deshacer el trecho andado,
para volver allá donde sin cuenta
la nave en mala hora había zarpado.
No es justo --dice el Viento-- que consienta
tanta licencia que os habéis tomado;
y sopla, grita y naufragio amenaza,
si no siguen la ruta que él les traza.
30 Ora a popa, ora a proa aguija espuelas,
siempre con más rigor cruel creciendo;
ellos aquí y allá, arrïando velas,
virando van, el crespo mar hendiendo.
Mas pues son menester de varias telas
varios hilos, que tanto urdir pretendo,
dejo a Reinaldo en suerte semejante
y vuelvo con su hermana Bradamante.
31 Hablo de aquella ínclita doncella,
la cual a Sacripante dio caída,
que de Reinaldo hermana digna y bella
fue de Beatriz y el duque Aimón nacida.
La apostura y la gran pujanza de ella
no es menos de su rey y Francia aplaudida
(pues dio más de una prueba a ello respaldo)
que el probado valor del buen Reinaldo.
32 La dama amada fue de héroe valiente
que de África pasó con Agramante
y que a Rogelio dio por descendiente
la atribulada hija de Agolante.
Ella, que no nació de león rugiente
ni de oso, le admitió por digno amante,
aunque apenas permitió poco más de una
vez que se hablasen la cruel Fortuna.
33 Por ello Bradamante detrás era
de este, que tomó del padre el nombre,
segura sola como si tuviera
guardándola al más bravo y diestro hombre.
Luego que hizo que con pena fiera
Sacripante la antigua madre alfombre,
pasó un bosque, y después del bosque un cerro,
y al fin llegó a una fuente, si no yerro.
34 La fuente por mitad de un bello prado
lleno de sombra y árbol discurría,
cuyo murmullo daba tanto agrado
que al reposo y al refresco apetecía.
Un montecillo leve por un lado
guardaba del calor del mediodía.
Allí, cuando admiró el paraje ledo,
un caballero halló la joven quedo;
35 que a sombra de un feraz árbol membrudo
de un margen con mil flores esmaltado
estaba solo, pensativo y mudo
junto al cristal luciente y regalado.
No lejos cuelga el yelmo, y el escudo
del haya a que el caballo había amarrado;
Húmedo está su gesto y abatido,
y todo él quejoso y dolorido.
36 Ese deseo que en el pecho habita
por saber del que triste se querella,
hizo que al caballero de su cuita
la causa preguntase la doncella.
Él descubrióla clara y expedita,
movido del cortés hablar de aquella
y del semblante noble que, primero,
creyó serlo de muy gentil guerrero.
37 Y dijo así: Señor, yo dirigía
a soldados de a pie y caballo el paso
donde a Marsilio Carlos contendía,
por que su asalto diese en el fracaso.
Conmigo bella dama conducía
por cuyo ardiente amor el pecho abraso;
y topé cerca de Roduna armado
a uno en la grupa de un corcel alado.
38 No vio el ladrón (o sea mortal, o sea
alma que del infierno al mundo asciende)
a mi amada mujer de su azotea,
cuando, como el halcón que a herir desciende,
en un instante baja, brujulea,
suelta sus garras, y rapaz la prende.
No me había catado aún del asalto,
cuando el grito escuché de ella en lo alto.
39 Hurtar así el rapaz milano suele
el mísero polluelo a la gallina,
que de su distracción después se duele
y en vano cacarea y se amohína.
Seguir no puedo a hombre que así vuele
cerrado que era al pie de alta colina:
cansado era el corcel, que apenas trota
por tanta dura y áspera derrota.
40 Mas, como aquel que menos sufríría
del pecho el corazón verse arrancado,
dejé a los míos proseguir la vía
sin guía ni rector a su cuidado.
Por llano y por montaña, noche y día,
tomé yo otra que Amor me había mostrado,
donde pensé que del rapaz el vuelo
llevase mi paz toda y mi consuelo.
41 Después de andar seis días por entero,
por riscos escarpados y barrancos,
donde no hay vía, donde no hay sendero,
ni llegaron jamás moros o francos;
llegué a inhóspito valle inculto y fiero
que cueva y monte cierra por los flancos,
en cuyo centro allí, sobre un cerrillo,
mágicamente bello hay un castillo.
42 De lejos resplandece como el fuego,
y no está hecho de adobe o piedra dura.
Cuanto más cerca de sus muros llego
más me parece bella su estructura.
Invocada de un mago, supe luego,
que había cercado una infernal criatura
todo de acero aquel bello prodigio,
que fue templado en agua y fuego estigio.
43 De tan bruñido acero es cada torre
que nada hay que lo empaña o que lo oxida.
Noche y día el país todo recorre
y allá el ladrón después busca guarida.
Nadie hay así que el rapiñar se ahorre:
sólo después lamenta su batida.
Allí está la mujer, contra su acuerdo,
de que la fe de recobrar ya pierdo.
44 ¡Triste de mí!
¿Qué haré sino la peña
mirar de lejos, aunque esté delante?
Como la zorra, que oye su pequeña
del águila en el nido suplicante,
y vuelve y gira entorno y se desgreña
sin ala que del suelo la levante.
Tal el castillo es, tal es su enclave,
que no puede allí entrar quien no sea un ave.
45 Mientras restaba allí, dos caballeros
llegaron conducidos de un enano.
¡Ay, esperanza y deseo lisonjeros,
tan vana una como el otro vano!
Ambos de ardiente brío eran guerreros:
uno Gradaso es, rey sericano;
Rogelio el otro, de bizarro porte,
de mucho aprecio en la africana corte.
46 --Vienen --dijo el enano-- por dar prueba
de fuerza ante el señor de aquel enclave,
que por un arte inusitada y nueva
cabalga armado la cuadrúpeda ave--.
--¡Señores --dije yo--, a piedad os mueva
saber del caso mío duro y grave!
Cuando, como lo espero, halléis victoria,
volvedme aquella que es toda mi gloria.--
47 Y les narré cómo me fue robada,
con llanto acreditando el dolor mío.
Promesa ellos me hicieron delicada
y bajaron del cerro alto y baldío.
De lejos los seguí con la mirada
rogando fuese Dios para ellos pío.
Había bajo el castillo tanto llano
cuanto alcanzan dos tiros de una mano.
48 Después de hallarse al pie de la alta roca
quién de los dos combata se dirima;
al rey Gradaso, o fuese suerte, toca,
o no hiciese Rogelio más estima.
El cuerno lleva el rey hasta la boca:
retumba el risco y el castillo encima.
Y aparece a las puertas luego armado
el volador sobre el caballo alado.
49 Comenzó poco a poco a levantarse,
cual suele hacer la grulla peregrina,
que antes corre y después vemos alzarse
un brazo o dos de la región vecina;
y, cuando puede toda desplegarse,
veloz sus alas hacia el vuelo inclina.
Tan alto el nigromante el aire hiende,
que apenas a tan alto águila asciende.
50 Cuando quiso después, volvió aquella ave,
y arrió las alas descendiendo a plomo,
como desciende halcón del cielo grave,
si ve elevarse un ánade o un palomo.
Con lanza en ristre y con estruendo grave
hendiendo el aire el mago viene al lomo.
Gradaso apenas ve el bajar de golpe,
pues lo siente a la espalda y sufre el golpe.
51 Sobre Gradaso el mago el asta astilla,
hirió Gradaso el viento y aire vano;
de nuevo el volador altura pilla
y se aleja sin mal del sericano.
El grave golpe abate y arrodilla
a la gallarda alfana sobre el llano,
la alfana de Gradaso, la más bella
que con hombre a su silla el mundo huella.
52 A las estrellas el corcel se eleva,
gira otra vez y vuelve al vuelo raso,
y a Rogelio golpeó con furia nueva
que incauto socorría al buen Gradaso.
Rogelio la crueldad del golpe prueba
y su corcel recula más de un paso;
mas, cuando gira para hacer estrago,
ve al cielo lejos cabalgar al mago.
53 Ya en la frente, ya en el pecho, ya en la nalga,
ora a Gradaso, ora a Rogelio ofende;
no hay golpe de ellos que de cosa valga,
según veloz de nuevo al cielo asciende.
En espaciosos círculos cabalga
y, cuando apunta a uno, a otro sorprende:
de tal manera a uno y otro ciega,
que no pueden saber por dónde llega.
54 Entre los dos de abajo y el del cielo
la batalla duró hasta esa hora
que, tendiendo en la tierra oscuro velo,
todas las bellas cosas descolora.
Fue como digo, y no os añado un pelo:
lo vi y lo sé; por más que dude ahora
contarlo así; que esto a que dais oreja
a falso más que a cierto se asemeja.
55 Con un trapo de seda había cubierto
su arcano escudo el volador celeste.
Cuál sea, no lo sé, el motivo cierto
por el que a no mostrar metal se apreste,
pues de inmediato que lo muestra abierto
hace que quien lo mira ciego reste,
y, así como cae cuerpo muerto, caiga,
y el nigromante a su poder lo traiga.
56 Como luce el rubí luce el escudo,
y no hay luz otra igual así luciente.
Ambos cayeron, cuando fue desnudo,
con los ojos cegados de repente.
También la luz a mí de lejos pudo
y, cuando me repuse finalmente,
ni vi más los guerreros ni el enano,
sino oscuro y desierto monte y llano.
57 Pensé por tal que hubiese acometido
el mago a entrambos ya por vez postrema,
y por virtud del resplandor rompido
a ellos la libertad, a mí la tema.
Así al lugar que hurtó mi bien perdido
dije, partiendo, la palabra extrema.
Ahora juzgad si puede duelo impío
que cause Amor, emparejarse al mío.
58 Volvió el guerrero a su aflicción primera
después que fue con la razón prolijo.
Pinabel, conde de Maguncia, era,
del conde Anselmo de Altarriva hijo;
que él solo entre su gente traicionera
no quiso dar a la lealtad cobijo,
sino que en vicios y en nefandos modos
no ya los igualó, mas pasó a todos.
59 La bella dama con cambiante gesto
sintiendo estuvo al de Maguncia queda;
y, cuando se nombró Rogelio en esto,
mostróse más que nunca alegre y leda;
mas cuando habló de su prisión y el resto
toda turbada por la angustia queda;
y no se contentó ni una y dos veces
que le hizo repetir todo con creces.
60 Cuando creyó su testimonio claro,
le dijo: Al llanto da, señor, reposo;
que bien puedes juzgar mi encuento caro,
juzgar el día este venturoso.
Vayamos presto a aquel castillo avaro
que nos cela tesoro tan precioso;
que en balde no sará nuestra fatiga,
si no me es la Fortuna hoy enemiga.
61 ¿Quieres --él respondió-- que cruce el paso
que lleva a aquella mágica azotea?
No es mucho para mí volver el paso,
después que dejé allí mi gloria rea;
mas tú por risco y por barranco acaso
pretendes la prisión.
Pues así sea.
No te quejes de mí, si el hierro vieres;
que yo te advierto, e ir allí aún tú quieres.
62 Dijo así, y el corcel otra vez monta
y a hacer de guía a la dama se dispone,
que por Rogelio se demuestra pronta
a que el mago la mate o la aprisione.
En esto un mensajero tras su impronta
de ¡Espera, espera! a dar voces se pone,
aquel por el que supo el circasiano
que fue ella quien le hizo tocar llano.
63 A Bradamante trae de la campaña
nuevas de Narbona y Mompelier ciertas,
pues ya tremola allí el pendón de España,
allí y en la marina de Aguas Muertas;
y de Marsella, a la que ahora daña
el moro combatiendo ya a sus puertas.
Con él consejo y protección le pide
y que de nuevo de sus muros cuide.
64 Esta ciudad y cuanto ciñe a ella
que entre el Ródano y Var el mar alcanza,
había Carlos dado a la hija bella
del duque Aimón, en quien tenía esperanza;
pues con pasmo el valor de la doncella
solía mirar, cuando enristraba lanza.
Ahora, como oís, a que la ayude
el mensajero de Marsella acude.
65 La moza dar el sí o el no sopesa,
y hace de regresar muy leve amago:
de una parte el deber y honor le pesa
de otra la aguija el amoroso halago.
Al fin resuelve proseguir la empresa
y rescatar Rogelio de aquel mago;
y, si no es su virtud de tanto grado,
al menos sufrir cárcel a su lado.
66 De modo se excusó que del mensaje
dejó contento al mensajero y quieto.
Volvió entonces la brida a su vïaje
con Pinabel, que pareció muy inquieto
después que supo que era del linaje
al que odia tanto en público y secreto,
pues adivina su cativa suerte,
si ella que es uno de Maguncia advierte.
67 Había entre Montalbán y entre Maguncia
odio y de antiguo enemistad intensa,
y más de una vez de ello hubo pronuncia
y vertieron de sangre copia inmensa.
Por ello el conde a su merced renuncia
y traicionar la incauta joven piensa
o, cuando la ocasion propicia entienda,
dejarla sola, y él mudar la senda.
68 Y tanto divirtió su fantasía
el odio innato, el miedo y la conjura
que distrajo el andar del que era guía
y vino a verse en una selva oscura,
que enmedio tenía un monte que tenía
por cima poco más que piedra dura.
Atrás la hija del duque de Dordoña
lo sigue siempre en su intención bisoña.
69 Cuando en el bosque el de Maguncia viose,
pensó que más su ardid no se postergue.
Mejor será por que el corcel repose
hallar antes que el día acabe albergue.
Allende el monte --dijo con gran pose--
rico castillo en el lugar se yergue.
Tú espera aquí, que yo de arriba un poco
quiero certificar si me equivoco.
70 Así diciendo, la montura lleva
del monte aquel hasta la cima monda,
mirando por si arriba hay senda nueva
que el rastro suyo a la mujer esconda.
Mas halla en aquel alto, en cambio, cueva
que estima más de treinta brazos honda.
Tallado a pico y con escoplo el tajo
desciende, y una puerta tiene abajo.
71 Tenía al fondo puerta de amplia facha
que en espacio mayor desembocaba;
y afuera salía luz, como de hacha
que ardiese en medio de la alpestre cava.
Mientras allí el felón se deshilacha,
la dama, que de lejos lo acechaba
(porque perder su rastro se temía)
lo halla a la boca de la cueva fría.
72 Viendo el traidor que en nada se deshace
cuanto antes ideó y le sale a trueco
(ya sea perderla, o ya matarla trace),
un nuevo imaginó raro embeleco.
La asalta y hacia arriba andar la hace,
allá donde era el monte vano y hueco;
y dice que en el fondo allí interpuesto
doncella ha visto de lozano gesto,
73 que en el ropaje y el gallardo busto
de no innoble linaje se antojaba,
mas que encerrada estarse allí a disgusto
según era afligida se mostraba;
y por saber si cuanto piensa es justo
había ya comenzado a entrar la cava,
cuando del fondo había salido afuera
uno que a fuerza allí la redujera.
74 Bradamante, que porque era animosa
incauta la mentira de él no entiende;
por socorrer la dama deseosa
calcula cómo allá abajo desciende.
En esto ve, volviéndose pensosa,
que de un olmo una larga rama pende;
y con la espada súbito la trunca,
y la tiende hacia abajo en la espelunca.
75 La punta que cortó puso en la mano
de Pinabel, y luego la otra prende;
los pies manda en aquel sótano arcano
y toda de los brazos se suspende.
Sonríe Pinabel, e inquiere ufano
cómo salte y la mano luego extiende,
diciendo: ¡Ahí ojalá contigo fuese
toda tu estirpe, y yo la destruyese!.
76 No como quiso a Pinabel avino
de la inocente joven la süerte;
porque de roca en roca a tocar vino
el fondo antes el leño recio y fuerte.
Se astilló todo, mas del mal previno
a la doncella y de sufrir la muerte.
Yació inconsciente la doncella cuanto
pienso decir en el siguiente canto.
Orlando furioso canto III
¿Quién le dará a la voz con que revele
tan noble asunto, conveniente acento?
¿Quién al verso las alas, por que vuele
tanto que llegue a tan alto argumento?
Mucho mayor que aquel furor que suele,
conviene al pecho mío hoy ardimiento;
que ahora hasta mi señor osado subo,
pues canto el parto que su alcurnia tuvo;
2 de la que entre linaje tanto ilustre
que envió el cielo a gobernar la tierra,
no ves, oh Febo, que el gran mundo lustre
estirpe más gloriosa en paz ni en guerra;
ni que haya conservado tanto el lustre
o lo conserve más (si en mí no yerra
el profético lumen que me inspira)
mientras entorno al polo el cielo gira.
3 Mas si quiero cantar tan noble idea
no mi cítara basta; mas soy falto
de esa con que en la furia gigantea
rendiste honor al regidor del alto.
Si instrumento me das que mejor sea
para un mármol tallar tan digno y alto,
a esta imagen tengo el pensamiento
de dar todo mi afán, todo mi aliento.
4 Primero iré arrancado, torpe y rudo,
lascas con mi cincel al mármol neto;
quizá después con arte más agudo
reduzca a perfección lo que prometo.
Pero volvamos al que en vano escudo
el pecho salvará o en vano peto:
hablo de Pinabel, el maguntino,
que en su traición pensó tener buen tino.
5 Pensó el traidor que la doncella franca
quedase muerta por tan mal caída;
y, abandonando con la cara blanca
aquella profanada de él guarida,
cargó de la montura silla y anca
y, por ser como fue de alma torcida,
daño al daño añadiendo y tuerto al tuerto,
el bruto hurtó del que tomó por muerto.
6 Mas dejemos aquel que de su vida,
urdiendo engaños, el final procura;
y volvamos a ésta que, caída,
casi halló a un tiempo muerte y sepultura.
Después de que se alzó toda aturdida
del golpe aquel sobre la piedra dura,
la puerta traspasó, que dentro lleva
a una segunda y más holgada cueva.
7 Cuadrada y espaciosa, más se antoja
capilla venerable y recogida,
cuya bóveda está (y cuanto se aloja)
de pilas de alabastro sostenida.
Parece que un altar en medio acoja
que ante él tiene una lámpara encendida,
de lumbre de tal llama y abundancia
que presta luz a una y otra estancia.
8 De humilde devoción la dama toca,
que, viéndose en estancia así sagrada,
comenzó con el alma y con la boca,
a conversar con Dios arrodillada.
Chirría un postigo entonces en la roca
y hace una mujer por él entrada,
descalza, en pobre hábito y greñuda,
que por su nombre a la de Aimón saluda.
9 Y dijo: Oh Bradamante generosa,
no aquí arribada sin deseo divino,
ya de ti me anunció desde su losa
de Merlín el espíritu adivino
que visitar su santa y pétrea fosa
debías por insólito camino:
aquí estoy para hacerte conocido
cuanto de ti ya el cielo ha convenido.
10 Esta es la antigua gruta fabulosa
que edificó Merlín, el sabio mago
del que hayas quizá oído decir cosa.
Burlado por quien fue Dama del Lago,
aquí su tumba está, aquí reposa
corrupta ya la carne, donde en pago
de dar satisfacción a su requesta,
se tendió vivo y muerto aún aquí resta.
11 Su cuerpo muerto el vivo espirtu acoge
hasta que el cuerno que en el Juicio arrumba
lo ascienda al cielo o al infierno arroje,
según paloma o cuervo al fin sucumba.
Mas la voz vive y, cuando clara afloje,
podrás oír desde su rica tumba
que de cosa que fue o aún por ser resta
siempre a quien preguntó, le dio respuesta.
12 Ya ha tiempo que hasta este cementerio
llegué de remotísima comarca,
pensando que Merlín un gran misterio
supiese que el estudio mío abarca;
y, pues te quise ver, tu cautiverio
ha un mes que espero aquí junto a su arca,
pues él, que la verdad siempre predijo,
para hoy fijó el llegarte a su cobijo.
13 Restó entonces de Aimón la hija turbada
suspensa ante el hablar de aquella dueña;
y tanto estaba de él maravillada
que duda aquello cierto o si lo sueña.
Bajando vergonzosa la mirada
(porque era toda humilde y no zahareña)
le respondió: ¿Qué he hecho yo en mi vida,
que anuncian los profetas mi venida?
14 Y alegre por la insólita aventura,
detrás de aquella maga el paso mueve,
que la condujo a aquella sepultura
que encierra de Merlín lo eterno y breve.
Era aquella arca de una piedra dura
pulida y luminosa en tal relieve
que al antro, en que lució jamás el día,
daba esplendor la luz que desprendía.
15 Ya fuese de algún mármol lucimiento
que agita sombras como un hacha agita,
o fuerza ya de arcano encantamiento
de letra que en el cielo se halla escrita
(que es esto lo que más creíble siento),
mostraba el resplandor beldad infinita
de tallas y pinturas, que allí en torno
servían a aquel lugar sacro de adorno.
16 Apenas con sus plantas Bradamante
aquel secreto mausoleo huella,
cuando el espíritu del nigromante
con clarísima voz el aire mella:
Favorézcate Fortuna en adelante,
oh casta y nobilísima doncella,
cuyo vientre dará el parto fecundo
que debe honrar a Italia y todo el mundo.
17 La antigua sangre del troyano asilo
que en ti de dos deviene un río sólo
dará la flor, el ornamento, el hilo
de un tronco que será único y solo
del Indo al Tajo, del Danubio al Nilo,
de cuanto vive y es de polo a polo.
Será la estirpe que en el mundo ingreses
de emperadores, duques y marqueses.
18 De ella caudillos surgirán robustos
que, haciendo de razón y espada suma,
daránle a Italia honor y honra vetustos
con que otra vez de su poder presuma.
Y así el trono tendrán señores justos
que, tal como hizo Augusto o hizo Numa,
bajo gobierno celebrado a coro
restaurarán la antigua Edad de Oro.
19 Por que el designio celestial se ponga
por ti en efecto (pues mujer te elige
ya de Rogelio, aunque el final prolonga),
resueltamente el paso a él dirige;
que no habrá suerte más que se interponga
(por más que el pensamiento ahora te aflige)
tanto que no al primer asalto abata
a aquel ladrón que el bien hoy te arrebata.
20 Calló Merlín cuando el presagio expuso
y paso dio a las obras de la maga,
que mostrar a la franca se dispuso
los rostros que tendrán los de su saga.
Espirtus reclutó para aquel uso,
no sé si en el infierno la presaga,
y juntos los tenía allí dispuestos
con varias ropas y diversos gestos.
21 A la capilla a la doncella llama
donde un círculo había antes pintado,
en que cabía horizontal la dama
y aún un palmo más harto sobrado.
Y, porque esté segura en el diagrama,
le traza un gran pentáculo en un lado,
y le manda mirar y estar sin habla;
luego abre un libro, y a las sombras habla.
22 Y gente del infierno y la ultratumba
se ve cruzar la habitación primera,
y en torno al sacro círculo se arrumba
como si foso o muro lo ciñera.
A aquella estancia, cuya bella tumba
guardaba de Merlín cuanto hombre fuera,
iban las sombras luego de haber dado
las tres prescritas vueltas al trazado.
23 Si de uno en uno hago a todos cuento
--dijo la encantadora a Bradamante--
de estos que hoy por mor de encantamiento
muy antes de nacidos, ves delante,
no sé si el fin veré a tu encerramiento,
que no es sola una noche a tal bastante;
así que elegiré entre ellos algunos
que sean, según el tiempo, a esto oportunos.
24 Ve aquel primero allí que a ti se antoja
igual en el risueño y bello gesto:
de él tu estirpe hesperia se deshoja,
pues hijo es de Rogelio en ti dispuesto.
Espero ver por él teñida roja
la tierra con la sangre de tu opuesto,
y así vengados la traición y el tuerto
contra quienes le habrán el padre muerto.
25 Pondrá en rota final y desconcierto
al rey de los lombardos Desiderio;
de Este y de Calaón por este acierto
le hará cesión fecunda el sacro Imperio.
Es el que está detrás tu nieto Humberto,
orgullo en armas del país hesperio:
por él frente a la bárbara cohorte
tendrá defensa la cristiana corte.
26 A Alberto mira, invicto soberano,
que templos ornará con oro y gema.
Hugo su hijo ve, que por su mano
en Milán colgará blasón y emblema.
Azio es aquel, que ciñe, tras su hermano,
del reino de los ínsubros diadema.
Allá Albertazo está, que aconsejando
de Italia a Berenguer quitará el mando;
27 y será digno de que Otón le deje
de Alda, su hija, en sacra unión la mano.
Otro Hugo ve: ¡oh bello y tierno esqueje
que del tronco nutriz no anda lejano!
Esté será quien justo haga que ceje
la soberbia orgullosa del romano,
levantando su asedio sin arredro
al Tercio Otón y al sucesor de Pedro.
28 Ve Fulco, que parece que a su hermano,
cuanto rija en Italia, le haya dado,
y vaya a ser señor y soberano
entre el pueblo alemán de un gran ducado.
Dará a la casa de Sajonia mano
cuando caiga ya toda por un lado;
y, heredero por línea de la madre,
será de aquel linaje nuevo padre.
29 Azio Segundo es ese nuevo Este
que hará más paz que guerra se practique.
Ve Albertazo y Bertoldo, hijos de este:
Bertoldo vencerá al segundo Enrique,
y hará que Parma, desde oeste a este,
de la sangre tudesca se salpique;
del otro la condesa glorïosa,
sabia y casta Matilde, será esposa.
30 Lo hará su virtud digno desposando;
que a aquella edad es gloria peregrina
tener de media Italia en dote el mando
y de Enrique Primero la sobrina.
Ve al hijo de Bertoldo ahora pasando,
Reinaldo, que hará libre a la mezquina
Iglesia del tajante filo y hoja
del crudo Federico Barbaroja.
31 Otro Azio pasa: aquel que hará Verona
juntar a su extendido territorio,
y nombrado será marqués de Ancona
del cuarto Otón y del Segundo Honorio.
Es largo de mostrar toda persona
que porte el confalón del consistorio,
o que al abrigo de su espada y capa
proteja el palio del romano papa.
32 Ve Obicio y Fulco y más Azios y Hugos,
los dos Enriques, hijo y padre a un tanto;
dos Guelfos, que le pongan a Umbria yugos
y vistan de Espoleto el ducal manto.
Otro que librará de sus verdugos
la aflicta Italia y trueque en risa el llanto:
hablo de aquel --y le mostró Azio Quinto--
por quien será Ecelín roto y extinto.
33 Ecelín, ferocísimo tirano,
al que tendrán por hijo del demonio,
tal daño hará matando al pueblo llano
y destruyendo el territorio ausonio,
que piadosos serán frente a su mano
Mario, Sila, Nerón, Cayo y Antonio.
Federico Segundo al que él auxilia
por este Azio será vuelto a Sicilia.
34 Governará con cetro más dichoso
la tierra que el hermoso río perfuma
donde invocó con plectro lagrimoso
el hijo Febo que cayó en su espuma,
cuando fue llanto el ámbar fabuloso
y Cicno se vistió de blanca pluma.
Y esta en gratitud a mil favores
le donarán la Iglesia y sus pastores.
35 ¿Dónde dejo al hermano Aldobrandino,
quien dará ayuda al sacrosanto solio
contra Otón cuarto y el campo gibelino,
cuando ambos a pie ya del Capitolio
hayan rendido ya el reino vecino
y hecho en Umbría y Marca gran expolio?
Faltándole el dinero y opulencia
para hacer lid, lo pedirá a Florencia;
36 mas no teniendo joya o mejor prenda,
darále por aval su propio hermano.
Con tal podrá marchar a la contienda
y dar rota al ejército germano.
Así a la Iglesia repondrá en su hacienda
y cadalso dará al conde de Celano;
y al servicio del que por Dios gobierna
sus años gastará en la edad más tierna.
37 A Azio, su hermano, nombrará heredero
del dominio de Pésaro y Ancona,
de cuanto entre Apeninos y mar fiero
y el Trento y el Pisauro se acordona,
y de virtud y de valor señero,
que más que el oro son en la persona;
pues quita y da Fortuna cuanto aviene,
y sólo en la virtud poder no tiene.
38 Reinaldo ve, del que no menos canto
valor, por más que su destino avieso
(celosa la Fortuna de ver tanto)
no lo conduzca a similar suceso.
Podré escuchar desde Campania el llanto,
donde será rehén del padre y preso.
Obicio pasa allá, que aún mozo tierno
tras el abuelo heredará el gobierno.
39 Verán hundirse en ellos su colmillo
Módena fiera y Regio acomodado.
Tal será su valor que por caudillo
de su gente será a coro aclamado.
Mira Azio Sesto, de Obicio un su chiquillo,
confaloniero del papal estado;
tendrá Andria como dote de familia
del rey Carlos Segundo de Sicilia.
40 Mira en aquel corrillo que ahora escojo
de príncipes ilustres la excelencia:
Obicio, Aldobrandín, Nicolás Cojo,
Alberto, todo amor, todo clemencia.
Me callaré, para no darte enojo,
cómo a su reino añadirán Favencia,
y con mayor firmeza Adria, que pudo
nombrar a todo un mar fiero y sañudo;
41 cómo la tierra, que por ser de rosas
tan rica tomó nombre en lengua griega,
y cuanto está en mitad de las viciosas
marismas que el río Po contiene y riega,
donde habitan las gentes deseosas
que el mar se turbe y ande el viento en brega.
Callo Lugo y Argenta y las letrillas
de otras mil plazas y pobladas villas.
42 Ve Nicolás, que tierno muchachuelo
lo hará el pueblo monarca de su tierra,
y hará rodar Tideo por el suelo
que civil arma contra el mozo aferra.
Será de él, pues, el infantil desvelo
sudar el hierro y fatigar la guerra;
y del estudio de la edad primera
saldrá la flor de la nación guerrera.
43 Hará a cuanto después felón cobarde
le quiera contrastar, probar el daño;
y hará su ingenio que feliz se guarde
de toda industria, estratagema o engaño.
Otón Buentercio lo sabrá ya tarde,
señor de Regio y Parma en aquel año,
al que arrebatará tras su venida
a un mismo tiempo potestad y vida.
44 Dará a su reino siempre rico aumento
jamás torciendo el pie o haciendo roto;
a nadie afligirá o dará escarmiento,
si antes no rompió o deshizo voto:
será por tal el gran Motor contento
de a su properidad no poner coto;
mas que se extienda siempre a mejor caso,
hasta que el sol se oculte en el ocaso.
45 Mira Leonelo, y mira el primer duque,
prez de su siglo, el afamado Borso,
que hará la paz y en mayor bien se eduque
la tierra que sostiene con su torso,
y Marte palidezca y se caduque
con las manos atadas siempre al dorso.
Será de este señor todo el intento
que el pueblo en su nación viva contento.
46 Hércules ve, que al véneto reprueba,
cómo después que en Budrio él lo ampare
y ardiéndole hasta el pie y rota la greba
el campo puesto en fuga ardido pare,
en pago contra él guerra promueva
y por seguirlo hasta en el Parque pare.
Este es señor, del que gran duda encierra
si más será su gloria en paz o en guerra.
47 Tendrán de sus hazañas y ademanes
brucio, apulio y lucanio gran memoria,
pues Alfonso, rey de los Catalanes,
le proveerá de la primera gloria;
y un nombre entre sus bravos capitanes
se granjeará con más de una victoria.
Tendrá por su virtud la señoría
que ya treinta años antes debería.
48 Y cuanto puede dar amor más puro
a un príncipe su tierra, él gozarálo,
no porque en campo fértil y maduro
trueque su estéril cieno antiguo y malo;
no porque la rodee con foso y muro
más conforme a su alteza y su regalo,
y la haga ornar de templos y palacios,
plazas, teatros, y otros mil espacios;
49 no porque la mantenga de las garras
de alígero León muy defendida;
no porque cuando las francesas barras
traigan acá y allá Italia encendida,
sola en paz a ninguno entregue arras
y viva de opresiones distraída;
no ya por estos u otros beneficios
tendrá deuda con él y sus servicios;
50 mas porque le dará la ínclita rama,
Hipólito y Alfonso, justa y leda,
que harán como contó la antigua fama
de los gemelos que alumbrara Leda,
que ya uno u otro de la fébea llama
se privan por que el otro vivir pueda.
Será cualquiera al otro pronto y fuerte
a socorrerlo aun con perpetua muerte.
51 El gran amor de esta gentil pareja
preservará su pueblo más seguro
que si, por obra de Vulcano, reja
doble de acero reforzase el muro.
Tal es Alfonso y su saber refleja
de suerte la bondad que en el futuro
creerá el pueblo que vuelto haya del cielo
Astrea a donde castiga el sol y el hielo.
52 Le será de provecho el ser prudente
y en el valor asemejarse al padre,
pues hallará con reducida gente
que de un lado Venecia ante él se cuadre,
del otro aquella, que más justamente
no sé si he de llamar madrastra o madre;
pero si madre, contra él más fiera
que Medea o Procne con su hijos fuera.
53 Y cuantas veces salga o noche o día
a la campaña fuera de su tierra,
derrotará con singular maestría
a sus contrarios ya por mar o tierra.
Las gentes de Romaña con mal guía
contra el vecino y alïado, en guerra,
veránse ensangrentando el suelo interno
que encierran el Zaniolo, Po y Santerno.
54 Allí también lo entenderá por cierto
del gran Pastor el mercenario hispano,
que luego, luego habrá por el concierto
Bastía tomado y muerto el castellano,
cuando la cobre él, y por tal tuerto
no haya desde oficial a infante llano
que vivo aún de la batalla y preda
a Roma reportar aviso pueda.
55 Él ha de ser quien con astucia y lanza
tenga el honor en la región romaña
de haber dado al francés por su alianza
victoria frente a Julio y frente a España.
Los corceles tras ella hasta la panza
en sangre nadarán por la campaña,
incapaz de sepultar bajo ella luego
tudesco, hispano, franco, ítalo y griego.
56 Ese al que en pontificio hábito oprime
la crin rojo capello y allá asoma,
es el asaz magnánimo, sublime,
gran cardenal de la Iglesia de Roma
Hipólito, que en cuanto estilo anime
dará materia eterna a todo idioma;
y en cuya edad concede el cielo justo
que haya un Marón, como otro tuvo Augusto.
57 Adornará a su descendencia bella,
como orna el sol la máquina del mundo
más que la luna y que cualquier estrella,
que al suyo otro esplendor siempre es segundo.
Con poca gente y dubitosa huella
lo veo partir, y regresar jocundo,
porque cautivas trae quince galeras
y otras mil naves más a sus riberas.
58 Detrás mira uno y otro Segismundo.
Los cinco hijos de Alfonso ahí se suceden,
a cuya fama de llenar el mundo
impedir mares ni montañas pueden:
es del franco Hércules yerno, el segundo
(y así muestro con cuánto a cuanto exceden)
Hipólito es, que no con más celaje
que el tío, dará luz en su linaje.
59 Francisco, aquel; los otros dos se llaman
Alfonso.
Y, si ahora aguardas que destrabe
de entre ellos todos los que el tronco enraman
y que hacen que tu estirpe así yo alabe,
verás cuánto se apagan y se inflaman
los astros mucho más antes que acabe;
y es tiempo ya, cuando tu boca falle,
que dé licencia al antro, y que yo calle.
60 Y así, cuando lo quiso Bradamante,
cerró el libro la sabia encantadora,
huyendo allí las sombras de portante
adonde el cuerpo del profeta mora.
Abrió entonces la boca dubitante
la franca cuando supo ser ya hora,
y preguntó: ¿Qué dos tristes se hallaban
que a Hipólito y Alfonso acompañaban?
61 Venían suspirando y de difunta
mirada sus dos ojos parecían;
y a sus hermanos tanto de su junta
los vi alejarse, que juzgué que huían.
Demudar pareció con la pregunta
la maga y que sus ojos se afligían.
¡Ay míseros --clamó-- y a cuánta pena
os lleva el instigar maldad ajena!
62 ¡Oh buena prole tú de Hércules bueno,
no venza tu grandeza su malicia.
Pues son los tristes de tu propio seno,
permítase clemencia la justicia.
Y añadió entonces con más pausa y freno:
No es tiempo de decirte más noticia.
Gusta en la boca el dulce y no te hiera
que hacer resabio amargo no lo quiera.
63 Apenas la dorada aurora luzca,
contigo tomaré la mejor vía
que al castillo de acero nos conduzca
donde Rogelio vive en tiranía.
Y, hasta que no en la hollada te introduzca,
te serviré de compañera y guía;
de suerte que te muestre ya en las playas
tan bien el resto, que sin yerro vayas.
64 Allí permaneció la joven brava
toda la noche, y departió gran rato
con el sabio Merlín, que la inclinaba
a dar a su Rogelio cortés trato.
Dejó después la subterránea cava,
cuando dio el sol a la campaña ornato,
y anduvo senda un gran espacio escura,
la maga haciendo de ella siempre cura.
65 Llegaron hasta un valle silencioso
celado por los montes a las gentes;
el día entero sin tomar reposo
cruzaron ya montañas, ya torrentes.
Y, porque fuese andar algo gustoso,
con chascarrillos dulces y mordientes
de cuanto al cabo más tomaban gusto,
hacían más amable el viaje adusto;
66 mas quiso entre ellos fuese una gran parte
la docta maga el dar agenda clara
de cuál cautela luego y de cuál arte
debiera usar, si por Rogelio entrara.
Si fueses tú --le habló-- Palas o Marte,
y condujeses más bajo tu vara
que gente Carlomagno o Agramante,
harías poca fuerza al nigromante;
67 que, amén que está de acero amurallada
la roca inexpugnable, y es tan alta;
amén que el aire su criatura alada
por medio cruza y lo galopa y salta;
tiene escudo mortal, cuya mirada
tanto los ojos (si lo muestra) asalta,
que los anubla, y tanto hace al sentido
que tumba al vivo en tierra desvaído.
68 Y si piensas que le has de dar remate
teniendo el ojo frente a él cerrado,
¿cómo podrás saber en el combate
cuándo te esquiva el mago o lo has tocado?
Mas por burlar la lumbre que así abate,
y al resto de su ciencia hallarle vado,
te mostraré un remedio, una vía presta;
que no hay otra en el mundo, si no es esta.
69 A cierta reina en India, con enredo,
cierto anillo robar mandó Agramante
a un tal Brunelo, que al fatal roquedo
camina pocas millas por delante;
de tal virtud, que quien lo lleva al dedo
no sufre encanto más de nigromante.
Hurtos y engaños sabe este Brunelo,
cuanta magia el captor de tu martelo.
70 Este Brunelo (que es tan cauto y pillo
como te digo) fue del rey mandado,
a fin de que, ayudado de este anillo
y con su ingenio agudo y extremado,
a Rogelio rescate del castillo
donde el mago lo tiene encarcelado;
y así ha hecho a su señor promesa,
que más que a otro a Rogelio amor profesa.
71 Mas por que sola a ti Rogelio haya,
y no al rey Agramante, de obligarse,
para traerlo de aquella alta atalaya
te enseñaré la industria que ha de usarse.
Tres días ve a lo largo de la playa
que está casi ya a pique de avistarse;
contigo el tercer día hasta una venta
vendrá quien el anillo ahora detenta.
72 Es, por que lo conozcas, de estatura
de ni seis palmos; crin algo erizada,
de pelo negro y tez un tanto oscura;
pálido gesto, barba muy cerrada;
narices machucadas, ceja dura;
ojos saltones, torvo en la mirada;
trae hábito (y así sabrás su arreo)
ceñido y corto, a guisa de correo.
73 Tendrás buena ocasión, si a ello te avienes,
de hablar de escudo, pájaro y muralla.
Muestra tener, como en efecto tienes,
afán de ir con el mago a la batalla;
mas no de que conozcas ya los bienes
de aquel anillo en que la magia encalla.
Él se te ofrecerá a mostrar la vía
que va a la roca y darte compañía.
74 Ve tú detrás; y en cuanto te avecine
tanto a la roca que se vea el castillo,
mátalo sin clemencia que te incline
a no seguir la hilaza de mi ovillo.
Cuida de que la acción tuya adivine
y tenga tiempo a usar de aquel anillo;
porque hacerse invisible al punto debe
apenas a la boca se lo lleve.
75 Llegaron así al mar hablando tanto,
donde junto a Burdeos entra el Garona.
Allí, no sin algún sentido llanto,
entrambas separaron la persona.
La hija de Aimón, que por que del encanto
quede su amante libre se abandona,
tanto caminó, que en medio día
llegó a donde Brunelo noche hacía.
76 Conócelo ella bien, cuando a él se junta,
pues ya su imagen trae grabada en mente:
de dónde viene, a dónde va pregunta;
todo responde él, y en todo miente.
Bradamante, advertida, igual barrunta,
y miente, y disimula allí igualmente
patria y familia y Dios y sexo y nombre;
y no aparta los ojos de aquel hombre.
77 Pasa el tiempo sus manos vigilando
pues teme siempre ser por él robada;
según lo ve venir, se va apartando,
ya de su condición bien informada.
Así juntos los dos conversan, cuando
la oreja un gran estruendo les horada.
Después diré, señor, cuál fue la causa,
mas debo darle al canto alguna pausa.
Recuerda
(Traducción de Clemente Althaus)
¿Son éstos los rubísimos cabellos
que ya bajando en trenzas elegantes,
ya llovidos de perlas y diamantes,
ya al aura sueltos, eran siempre bellos?
¡Ah! ¿Quién los pudo separar de aquellos
vivos marfiles que ceñían antes,
del más bello de todos los semblantes,
de sus hermanos más felices que ellos?
Médico indocto, ¿fue el remedio solo
que hallaste, el arrancar con vil tijera
tan rico pelo de tan noble frente?
Pero sin duda te lo impuso Apolo
para que así no quede cabellera
que con la suya competir intente.
A una estancia donde esperaba a su amada
(Traducción de Clemente Althaus)
¡Venturosa prisión, cárcel suave,
no por amor, no por venganza fiera,
me tiene la más linda carcelera
a quien es bien que agradecido alabe!
Otros cautivos, al sonar la llave,
temen llegada su hora postrimera;
mas yo me alegro, que el placer me espera,
no juez severo, ni sentencia grave.
Me aguarda el más cortés recibimiento,
libre plática exenta de embarazos,
dulces halagos y caricias siento:
de cadenas en vez, floridos lazos,
y besos sabrosísimos sin cuento,
y largos, estrechísimos abrazos.
Soneto de Ludovico Ariosto (1474-1533)
Soneto XXV
Que bela sois, senhora! Tanto, tanto,
que por mim nunca vi cousa mais bela!
Contemplo a fronte e penso que uma estrela
a meu caminho dá seu brilho santo.
Contemplo a boca e pairo no encanto
do sorriso tão doce que é só dela;
olho o cabelo de ouro e vejo aquela
rede que amor me impôs com terno canto.
É de terso alabastro o colo, o peito,
os braços mais as mãos, e finalmente
quanto de vós se vê ou se adivinha.
E embora seja tudo assim perfeito,
permiti que vos diga ousadamente:
mais perfeita era a fé que em vós eu tinha.
Tradução de David Mourão-Ferreira
Soneto XXV (original italiano)
Madonna, sète bella e bella tanto,
ch’io non veggio di voi cosa più bella;
miri la fronte o l’una e l’altra stella
che mi scorgon la via col lume santo;
miri la bocca, a cui sola do vanto
che dolce ha il riso e dolce ha la favella,
e l’aureo crine, ond’Amor fece quella
rete che mi fu tesa d’ogni canto;
o di terso alabastro il collo e il seno
o braccia o mano, e quanto finalmente
di voi si mira, e quanto se ne crede,
tutto è mirabil certo; nondimeno
non starò ch’io non dica arditamente
che più mirabil molto è la mia fede.
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