lunes, 16 de noviembre de 2015

JACOPO SANNAZARO [17.530] Poeta de Italia


Jacopo Sannazaro

Jacopo Sannazaro (Nápoles, 1456 - 1530) fue un escritor napolitano del Renacimiento que escribió sus obras en italiano y en latín.

Sannazaro nació el 28 de julio 1458 y murió el 6 de agosto 1530, (que con cierta frecuencia se escribe equivocadamente Sannazzaro) era un napolitano descendiente de una noble familia de la Lomellina. Su infancia y adolescencia transcurrieron en San Cipriano Piacentino. Estudió en la Academia Pontaniana de Nápoles con el nombre de Actius Syncerus. El célebre humanista Giacomo Pontano fue su amigo y le dedicó su diálogo sobre la poesía Actius, donde publicaban en italiano o en latín humanistas o poetas como Antonio Minturno, Girolamo Seripando, Luigi Tansillo, Bernardo Tasso o Giulio Cesare Caracciolo. Allí escribieron también españoles como el erasmista Juan de Valdés, el poeta toledano Garcilaso de la Vega o el historiador y humanista Juan Ginés de Sepúlveda.

Sannazaro, culto humanista y poeta también, dejó numerosas obras en latín e italiano. Entre las primeras se recuerdan sus Bucólicas, de inspiración virgiliana, las cinco Eclogae piscatoriae, que describen el Golfo de Nápoles, tres libros de Elegías y el poema sacro De partu Virginis, que no fue publicado sino en 1526. Entre las obras en vulgar, destacan sus Gliommeri, importante para la paremiología italiana, las Farse o farsas y las Rime, inspirándose en las de Francesco Petrarca

Su obra maestra en lengua vulgar es la Arcadia (Venecia, 1502, y sucesivas ediciones ediciones aldinas), una de las obras más representativas del gusto humanístico y cuyo éxito dio origen al género renacentista de la novela pastoril. Se trata de una novela compuesta de doce églogas precedidas cada una de un amplio pasaje narrativo en prosa. Cuenta la vida del joven Sincero (el poeta mismo), el cual, tras una desilusión amorosa, deja Nápoles y se marcha a la Arcadia, donde encuentra una cierta paz y serenidad de espíritu gustando la simple vida de los pastores-poetas de la región. Pero un sueño terrible le induce a volver a Nápoles, donde se entera de la muerte de su amada.

La Arcadia consolidó un género, el de la novela pastoril, en la literatura italiana y europea, y fue considerada modelo y arquetipo de la prosa poética. Influyó poderosamente en la Inglaterra isabelina (Philip Sidney) y la Castilla del Renacimiento (Jorge de Montemayor y su Los siete libros de la Diana) y del manierismo (Bernardo de Balbuena y su Siglo de Oro en las selvas de Erifile).


Soneto de Sannazaro

¡O celos de amor terrible freno
qu’en un punto me vuelve y tiene fuerte!
Hermanos de crueldad, deshonrada muerte
que con tu vista tornas el cielo sereno.

¡O serpiente nacida en dulce seno
de hermosas flores que mi esperanza es muerta!
tras prósperos comienzos, adversa suerte;
tras suave manjar, recio veneno.

¿De cuál furia infernal acá saliste,
o cruel monstruo o peste de mortales,
que tan tristes y crudos mis días hiciste?

¡Tórnate al infierno sin mentar mis males!
Desdichado miedo ¿a qué viniste?
que bien bastaba Amor con sus pesares.


DELICIAS DE LA CAZA

Desde mis tiernos y primeros años
A aquella parte me inclinó mi estrella,
Y á aquel fiero destino de mis daños. 

Tú conociste bien una doncella,
De mi sangre y abuelos decendida,
Más que la misma hermosura bella:

En su verde niñez, siendo ofrecida
Por montes y por selvas á Diana,
Egercitaba allí su edad florida.

Yo que desde la noche á la mañana,
Y del un sol al otro sin cansarme
Seguia ia caza con estudio y gana,

Por deudo y egercicio á conformarme
Vine con ella en tal domestiqueza,
Que della un punto no sabia apartarme.

Iba de una hora en otra la estrecheza
Haciéndose mayor, acompañada
De un amor sano y lleno de pureza.

Qué montaña dejó de ser pisada
De nuestros pies? qué bosque ó selva umbrosa
No fué de nuestra caza fatigada?

Siempre con mano larga y abundosa
Con parte de la caza visitando
El sacro altar de nuestra santa Diosa.

La colmilluda testa ora llevando
Del puerco javalí cerdoso y fiero,
Del peligro pasado razonando:

Ora clavando del ciervo ligero
En algún sacro pino los ganchosos
Cuernos, con puro corazón sincero,

Tornábamos contentos y gozosos,
Y al disponer de lo que nos quedaba
Jamas me acuerdo de quedar quejosos.

Cualquiera caza á entrambos agradaba;
Pero la de las simples avecillas
Menos trabajo y más placer nos daba.

En mostrando la Aurora sus mejillas
De rosa, y sus cabellos de oro fino
Humedeciendo ya las florecillas, 

Nosotros yendo fuera de camino,
Buscábamos un valle el más secreto,
Y de conversación menos vecino:

Aquí con una red de muy perfeto
Verde teñida aquel valle atajábamos
Muy sin rumor, con paso muy quieto.

De dos árboles altos la colgábamos,
Y habiéndonos un poco lejos ido,
Hacia la red armada nos tornábamos;

Y por lo más espeso y escondido
Los árboles y matas sacudiendo
Turbábamos el valle con ruido.

Zorzales, tordos, mirlas, que temiendo
Delante de nosotros, espantados
Del peligro menor, iban huyendo,

Daban en el mayor desatinados,
Quedando en la sutil red engañosa
Confusamente todos enredados.

Y entonces era vellos una cosa
Extraña y agradable, dando gritos,
Y con voz lamentándose quejosa.

Algunos dellos (que eran infinitos)
Su libertad buscaban revolando;
Otros estaban míseros y aflitos.

Al fin las cuerdas de la red tirando,
Llevábamosla juntos casi llena
La caza acuestas y la red colgando.

Cuando el húmido otoño ya refrena
Del seco estío el gran calor ardiente,
Y va faltando sombra á Filomena,

Con otra caza desta diferente,
Aunque también de vida ociosa y blanda,
Pasábamos el tiempo alegremente.

Entonces siempre, como sabes, anda
De estorninos volando á cada parte
Acá y allá la espesa y negra banda. 

Y cierto aquesto es cosa de contarte,
Como con los que andaban por el viento
Usábamos también de astucia y arte.

Uno vivo primero de aquel cuento
Tomábamos; y en esto sin fatiga
Era cumplido luego nuestro intento.

Al pie del cual un hilo untado en liga
Atado, le soltábamos al punto
Que via volar aquella banda amiga.

Apenas era suelto, cuando junto
Estaba con los otros y mezclado,
Secutando el efecto de su asunto.

A cuantos era el hilo enmarañado
Por alas ó por pies ó por cabeza,
Todos venían al suelo mal su grado.

Andaban forcejando una gran pieza
A su pesar y á mucho placer nuestro;
Que así de un mal ajeno, bien se empieza.

Acuérdaseme agora que el siniestro
Canto de la corneja y el agüero
Para escaparse no le fue maestro.

Cuando una dellas (como es muy ligero
A nuestras manos viva nos venía,
Era prisión de más de un prisionero.

La cual á un llano grande yo traía,
A do muchas cornejas andar juntas
O por el suelo ó por el ayre vía:

Clavándola en la tierra por las puntas
Extremas de las alas, sin rompellas,
Seguíase lo que apenas tu barruntas.

Parecía mirando á las estrellas,
Clavada boca arriba en aquel suelo,
Que estaba contemplando el curso dellas.

De allí nos alejábamos, y el cielo
Rompía á gritos ella, y convocaba
De las cornejas el superno vuelo, 

En un solo momento se ayuntaba
Una gran muchedumbre presurosa
A socorrer la que en el suelo estaba.

Cercábanla, y alguna más piadosa
Del mal ajeno de la compañera,
Que del suyo avisada ó temerosa,

Llegábase muy cerca, y la primera
Que esto hacía, pagaba su inocencia
Con prisión ó con muerte lastimera:

Con tal fuerza la presa y tal violencia
Se engarrafaba de la que venía,
Que no se despidiera sin licencia.

Ya puedes ver qué gran placer sería
Ver, de una por soltarse y desasirse,
De otra por socorrerse la porfía.

Al fin la fiera lucha á despartirse
Venia por nuestra mano, y la cuitada
Del bien hecho empezaba á arrepentirse.

¿Qué me dirás, si con su mano alzada
Haciendo la noturna centinela,
La grulla de nosotros fue engañada?

No aprovechaba al ánsar la cautela,
Ni ser siempre sagaz descubridora
De noturnos engaños con su vela. 

Ni al blanco cisne que en las aguas mora
Por no morir como faetón en fuego,
Del cual el triste caso canta y llora.

¿Y tú, perdiz cuitada, piensas luego 
Que en huyendo del techo estás segura?
En el campo turbamos tu sosiego. 

A ningún ave ó animal natura
Dotó de tanta astucia, que no fuese
Vencido al fin de nuestra astucia pura.

Si por menudo de contarte hubiese
De aquesta vida cada partecilla,
Temo que antes del fin anocheciese.

Basta saber que aquesta tan sencilla
Y tan pura amistad, quiso mi hado
En diferente especie convertilla:

En un amor tan fuerte y tan sobrado,
Y en un desasosiego no creíble,
Tal que no me conozco de trocado.

El placer de miralla con terrible
Y fiero desear sentí mezclarse,
Que siempre me llevaba á lo imposible.

La pena de su ausencia vi mudarse
No en pena, no en congoja, en cruda muerte,
Y en fuego eterno el alma atormentarse.

Aqueste estado enfín mi dura suerte
Me trujo poco á poco, y no pensara
Que contra mí pudiera ser más fuerte,

Si con mi grave daño no probara,
Que en comparación de esta, aquella vida
Qualquiera por descanso la juzgara.

Ser debe aquesta historia aborrecida
De tus orejas, ya que así atormenta
Mi lengua y mi memoria entristecida.

Decir ya más no es bien que se consienta:
Junto todo mi bien perdí en una hora;
Y esta es la suma en fin de aquella cuenta. 

Traducción de Garci Laso de la Vega


MADRIGAL

¡Con cuan varias querellas,
Oh Lesvia, me castiga el Amor fiero!
Ama mi pecho, y del ardor severo
Sudan mis ojos líquidas centellas;
Un Nilo soy de lágrimas, en tanto
Que un Etna siento, que respiro ciego;
Oh llanto japaga tan continuo fuego!
Oh fuego ¡extingue tan continuo llanto! 




SONETO

PADECE ARDIENDO Y LLORANDO, SIN QUE LE REMEDIE
LA OPOSICIÓN DE LAS CONTRARIAS CALIDADES 


Los que ciegos me ven de haber llorado,
Y las lágrimas saben que he vertido,
Admiran, de que en fuentes dividido
Ó en lluvias ya no corra derramado.

Pero mi corazón arde admirado
(Porque en tus llamas, Lisis, encendido)
De no verme en centellas repartido,
Y en humo negro y llamas desatado.

En mí no vencen largos y altos ríos
A incendios, que animosos me maltratan;
Ni el llanto se defiende de sus bríos.

La agua y el fuego en mí de paces tratan;
Y amigos son, por ser contrarios míos;
Y los dos, por matarme, no me matan. 




Ícaro aquí cayó: esta ola lo sabe...

Ícaro aquí cayó: esta ola lo sabe,
que recibió en su seno aquel plumaje audaz;
aquí acabó su curso, tuvo su gran caída,
a la que envidiarán todos cuantos le sigan.

¡Oh tormentoso y bien agradable afán,
ya que muriendo obtuvo una gloria eterna!
¡Feliz que con su muerte conoció tal destino
y que un precio tan bello recompensó su daño!

¡Bien puede de su ruina hallarse satisfecho,
él que volando al cielo, a modo de paloma,
por haber sido osado perdió el alma y la vida;

y hoy entero resuena a la par de su nombre
el espacio de un mar, y todo un elemento!
¿Quién tuvo en este mundo jamás tan vasta tumba?

Jacopo Sannazaro, incluido en Antología esencial de la poesía italiana (Editorial Espasa Calpe, Madrid, 1999, selecc. y trad. de Antonio Colinas).







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